34. SER SAL Y LUZ - TU ESENCIA ES EL AMOR
DOMINGO DE LA SEMANA V DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Ustedes son la luz del mundo.
Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 13-16
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nos pides ser sal de la tierra y luz del mundo. La metáfora está muy clara. El mundo necesita sal y luz, y nosotros tenemos la responsabilidad de aportarla. Todos los cristianos la tenemos, pero de manera especial los que hemos recibido una vocación especial para servirte.
El mundo es bueno, porque salió de las manos de Dios, pero ha perdido la sal y la luz porque nos hemos “mundanizado”, hemos perdido la unión con el cielo, por el pecado.
Con tu encarnación uniste el cielo con la tierra, y has renovado todas las cosas. Quieres que nosotros nos encarguemos de llevar tu Palabra a todos los hombres, y así daremos sabor a todas las cosas, y se iluminará de nuevo el mundo.
Señor, sabemos que el demonio es el “príncipe de este mundo”, y presentará la batalla para que nos alejemos de ti. Y también sabemos que tu Reino no es de este mundo, y por eso debemos luchar para alcanzar el cielo.
Los sacerdotes tenemos especial responsabilidad para comunicar a los hombres los tesoros de tu gracia, para presentar esa batalla al enemigo. Jesús, enséñame a ser un buen administrador de tu gracia.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: por mi pasión y muerte se ha rasgado el cielo; ha sido abierto para unirse con la tierra, haciéndose nuevas todas las cosas.
Yo soy la unión de los cielos y la tierra.
Yo he sido enviado para unir y para liberar, para que todo lo que yo una en la tierra quede unido en el cielo, y lo que yo libere en la tierra quede liberado en el cielo.
Yo los he sacado a ustedes del mundo para unirse a mí.
Así como el Padre me envió, también yo envío, con el Espíritu Santo, a los que he elegido, para que vivan como yo, para que obren como yo, para que amen como yo, para que salven al mundo conmigo, para que entreguen su vida como yo, para morir al mundo y resucitarlos conmigo.
Y les he dado el poder de perdonar los pecados. Y a quienes perdonen los pecados les queden perdonados, y a quienes no les perdonen los pecados les queden sin perdonar.
Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos, y a estos los hago mis discípulos, los constructores de mi Iglesia, a los que yo no he llamado siervos, los he llamado amigos, para que el discípulo sea en todo igual que su maestro y el siervo igual que su amo, porque no es más el discípulo que el maestro, ni el siervo está por encima de su amo.
Tantas veces han tratado de destruir mi templo y desechar la piedra sobre la que construyo mi Iglesia.
Pero yo les digo, que la piedra es Pedro, y le he dado las llaves del Reino de los Cielos, y el poder de edificar mi Iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán sobre ella, aunque las tempestades y los vientos sean fuertes, aunque las tribulaciones y murmuraciones causen ruidos fuertes. Aunque pareciera que el templo ha sido destruido, yo lo reconstruiré en tres días.
Yo soy la piedra que desecharon los constructores, y ahora soy la piedra angular.
Yo reconstruyo mis obras, porque yo hago nuevas todas las cosas.
Cada uno de ustedes, mis amigos, es mi obra, y cada obra de mis amigos es mi obra.
Pero para ser mi amigo se requiere permanecer en mi amistad, reconciliarse conmigo, para permanecer en la fidelidad y en mi amor.
Para ser amigo primero debe ser discípulo, y ser en todo como el maestro.
Eso es lo que yo les he venido a enseñar.
Así es como yo los envío: que sean como yo, para que sirvan como yo, para que construyan conmigo.
Yo los envío a predicar mi Palabra, a alimentar a mi pueblo, a expulsar demonios, a sanar a los enfermos del cuerpo y del alma, a unir a los hombres en una sola fe y en un mismo espíritu, a liberar a los hombres de las cadenas del mundo, a consolar al triste, a enseñar al que no sabe, a corregir al que se equivoca, a aconsejar al que lo necesita, a perdonar los pecados, a apacentar y a guiar a mi rebaño, a ser la luz del mundo y la sal de la tierra.
Pero, para ser como yo, deben ser ejemplo y soportar los errores de los demás en su propio cuerpo, uniendo su sacrificio al mío.
Mortificando la carne, reparando los daños que causa el pecado.
Resistiendo a las tentaciones, dominando las pasiones.
Perseverando en la pobreza, no acumulando tesoros en la tierra, sino acumulando tesoros en el cielo.
En la castidad, preservando la pureza de sus cuerpos, que son templo del Espíritu Santo.
En la obediencia, cumpliendo los mandamientos.
En la fe, poniendo su fe por obras.
En la esperanza, llevando la luz y la paz al mundo.
En la caridad, soportando las calumnias, las incomprensiones, las persecuciones; muriendo al mundo, porque no son de este mundo; porque al elegirlos, yo los he sacado del mundo.
Pero yo les digo: mi Reino no es de este mundo, y yo los resucitaré en el último día.
El que quiera ser mi discípulo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y que me siga, y que sea como su Maestro.
Algunos serán enviados a ser apóstoles, otros profetas, otros evangelizadores, otros pastores, otros maestros, pero todos son elegidos para un mismo ministerio: el servicio para la edificación de mi Iglesia, que es mi cuerpo, y la perfección de todos sus miembros.
Yo he abierto las puertas del cielo, uniendo el cielo y la tierra en mi cuerpo.
Pero sepan que la puerta es estrecha y el camino es angosto. La puerta es de cruz, y el camino que lleva a la vida es de misericordia».
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Madre Santísima de la Luz: tú sigues actuando desde el cielo, colaborando con tu Hijo en la obra de la Redención. Como buena madre, estás pendiente de lo que necesitamos tus hijos. Y sabes que lo que necesitamos es ser santos, cumplir con nuestra misión en la tierra, cumpliendo la voluntad de Dios.
Dios nos ha elegido a nosotros, tus hijos predilectos, para que seamos instrumentos suyos, llevando su Palabra de vida y de verdad a todos los rincones del mundo, siendo sal y luz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: intercede por mí para que sea un instrumento bueno y fiel. Sé que cuento con tu ayuda, no me dejes. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes son el tesoro más amado de mi corazón de madre.
Ustedes han sido llamados a ser camino, porque son partícipes del misterio de salvación.
Ustedes han sido llamados a conocer la verdad, a vivir la verdad, a ser la verdad en Cristo y a llevar la verdad al mundo.
Ustedes son llamados a ser vida y a dar vida, porque son fuente del agua de salvación, porque tienen el poder de ser y hacer.
Ustedes son instrumentos sagrados del amor de Dios. Esa es su vocación: vocación al amor.
Ustedes son el camino, la verdad y la vida, por Cristo, con Cristo, en Cristo.
Ustedes son quienes realizan milagros con sus manos, todos los días.
Ustedes son quienes iluminan al mundo, porque son luz del mundo y sal de la tierra.
Ustedes son las manos que transforman el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y elevan a Dios ante el mundo en cada sacramento de Eucaristía.
Ustedes son quienes configuran su cuerpo y su alma con Cristo.
Ustedes son los brazos del Padre, que acogen, que abrazan.
Ustedes son los pastores que guían al pueblo de Dios, que lo reúnen en un solo rebaño y lo confirman en una misma fe.
Ustedes son el rostro de Cristo, el rostro de la misericordia de Dios.
Ustedes son el rostro del amor.
Ustedes son fieles soldados y custodios del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en la Eucaristía y en ustedes mismos.
Ustedes llevan en su vocación el tesoro de Dios, pero lo llevan en vasijas de barro».
¡Muéstrate Madre, María!
83. SACERDOTE, APÓSTOL, SEMBRADOR – ILUMINAR AL MUNDO
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA X DEL TIEMPO ORDINARIO
Ustedes son la luz del mundo.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 13-16
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: hay muchos textos en el Santo Evangelio que son llamadas muy directas para los sacerdotes. Sobre todo, son aquellas palabras, Jesús, que diriges a tus discípulos, cuando les das instrucciones para su labor apostólica.
Es verdad que también se aplican a los laicos, porque tienen alma sacerdotal, y les corresponde ejercer ese sacerdocio real en unidad de vida, dando testimonio de ti y acercando a otras almas a ti. Porque no se enciende una vela para esconderla debajo de una olla.
Pero el sacerdote debe sentir más fuerte esa llamada a identificarse contigo, y llevar la luz de tu Palabra a todo el mundo.
El sacramento del Orden Sacerdotal concede la gracia necesaria para cumplir con los deberes propios del ministerio, lo cual implica dar la vida por las ovejas. Somos instrumentos para administrar tu misericordia, y lo hacemos a través de tu Palabra, de los Sacramentos, de las Obras de Misericordia.
Nos corresponde roturar la tierra, abonarla, esparcir la semilla… Tú eres el que va a producir el fruto, pero cuentas con nuestra colaboración y, para eso, nos das tu gracia. Solo quieres que cumplamos con nuestra misión de instrumentos; nos enciendes, y quieres que brille tu luz a través de nosotros.
Señor ¿cómo quieres que sea nuestra lucha, para estar siempre encendidos e iluminar a los demás?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo soy la luz del mundo.
La luz es gracia de Dios. Las gracias se derraman sobre el mundo por la misericordia de Dios.
Yo soy la misericordia infinita de Dios.
Tú harás tangible la misericordia a través de la Palabra y de las obras, para que se vea que yo soy.
Amigo mío: no niegues un favor a quien lo necesita. No digas mañana, porque yo te envío hoy, para que entregues lo que te he dado yo. Porque lo que te he dado es el Verbo encarnado en tu corazón.
Llévame al mundo. ¿Me harás ese favor? Porque lo que hay en ti es mi Palabra. Yo soy, y es la misericordia misma.
Mi Palabra es alimento para dar de comer al hambriento, es bebida para dar de beber al sediento, es vestido para el que está desnudo, es salud para el enfermo, es refugio para el peregrino, es libertad para el preso, es vida para el muerto.
Mi Palabra enseña al que no sabe, aconseja al que lo necesita, corrige al que se equivoca, perdona al que ofende, consuela al triste, es paciente con los defectos de los demás. Y es Palabra viva, para orar por los vivos y los muertos.
Yo te envío para que transmitas la luz, porque en esa luz yo soy; para que lleves la misericordia al mundo, porque esa misericordia yo soy.
Yo me muestro bondadoso con los humildes, y lleno de bendiciones a los justos.
Al que tiene se le dará más, pero al que no tiene se le quitará, aun aquello que cree que tiene.
Mi luz ha brillado en ti para el mundo. No guardes ni escondas mi luz. Antes bien, ilumina la oscuridad de la vida del mundo, para que ellos también puedan ver la verdad.
El Verbo se encarnó primero en el corazón de la Madre, y luego en su vientre. Acompaña a mi Madre, como instrumento fidelísimo de Dios, para llevar la luz que emana de su corazón y de su vientre, a iluminar la oscuridad de los corazones de los hombres.
Yo soy el sembrador. Tú siembras conmigo en tierra fértil, que has cuidado y labrado, para plantar la semilla, que es mi Palabra.
Cuida que sea sembrada en tierra buena, y que sea cuidada, abonada y regada, para que dé buen fruto.
Tú eres la sal de la tierra, abono para que la semilla germine, y crezca, y dé fruto; para que madure y sea cortado cuando sea tiempo.
Nadie sabe ni el día ni la hora. Pero estén preparados, porque la siega está pronta, cuando venga el Hijo del hombre, no con corona de espinas, sino con corona de oro.
Entonces meteré la hoz en la tierra, porque será el tiempo de la siega.
El fruto maduro y bueno será ofrecido para la gloria de mi Padre. El fruto malo será arrojado al fuego.
Yo cambiaré sus coronas de espinas por coronas de gloria. Pero ¡ay de aquel que no tenga corona para cambiar!, porque no tendrá fruto bueno para ofrecer. Porque cada espina es una virtud ofrecida en sacrificio, cumplida en perfección, vivida en santidad, muestra de amar a Dios por sobre todas las cosas, entregándose en el servicio a los hombres, para la salvación de sus almas.
Tú eres sacerdote, apóstol, sembrador. Mi Madre te dará las gracias que necesitas para abonar la tierra, para sembrar en tierra fértil, para que germine la semilla, para cuidar el fruto, y que madure.
El Espíritu Santo te dará la semilla, y es por Él que será plantada.
Tú eres fruto de mi siembra. Vive en la fe y procura que tu siembra también sea buena.
Yo ruego a mi Padre que mande más obreros a su mies, y para que los obreros trabajen y permanezcan a mi servicio, para que la mies, que es mucha, madure y pueda ser segada en el tiempo propicio.
Ora conmigo».
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Madre nuestra: a ti se te invoca muchas veces como Madre de la Luz. Y es que en tu vientre brilla la luz de Cristo, que ilumina a todos los hombres. Él mismo dijo que es la luz del mundo, y el que lo sigue no caminará en tinieblas.
Nosotros, tus sacerdotes, estamos configurados con Cristo. Por tanto, se nos aplica más que a nadie lo que hoy nos dice tu Hijo. El día de nuestra Ordenación Sacerdotal se encendió esa luz en nuestro corazón, y se nos confirmó la misión de alumbrar a todos los de la casa, la santa Iglesia, y que brille nuestra luz ante todos los hombres.
Madre, ayúdanos a cumplir con nuestra misión de ser otros Cristos, y para que nunca escondamos esa luz debajo de la olla, sino que nuestra vida esté llena de buenas obras, poniendo, con nuestra vida, la luz de Cristo en el candelero.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: trabaja para mi Hijo. Estás a su servicio. Es tu disposición, es su obra y son los tiempos de Dios.
No tengas prisa, porque el tiempo de Dios se llama eternidad. Pero no dejes de caminar, que el trabajo es mucho.
Ora conmigo, para que el Señor mande más obreros a su mies.
Ora conmigo, para que los obreros trabajen y permanezcan, perseveren y alcancen.
Me han coronado con doce estrellas, una por cada tribu; como los tronos de los sacerdotes, uno por cada tribu. Y yo los quiero a todos.
Así como mi corona me ha sido entregada por los méritos de mi Hijo, debes saber, que para que yo fuera coronada con corona de oro, mi Hijo fue coronado primero con corona de espinas.
Cada hijo mío sacerdote es llamado no para ser servido, sino para servir.
No para ser alabado, sino para ser perseguido.
No para ser enaltecido, sino para ser humillado.
No para ser querido, sino para ser odiado.
No para disfrutar de placeres, sino para resistir las tentaciones, y sufrir, y ofrecer.
No para ser amado, sino para amar.
No para ser coronado de gloria en la tierra de los hombres, sino para ser despreciado.
Llamado para ser Cristo con Cristo.
Llamado para ser como Cristo en Cristo.
Llamado para actuar por Cristo.
Llamado para ser coronado de espinas en la tierra de los hombres, y con corona de gloria en el cielo de los santos.
Llamado para ser luz y sal de la tierra.
Llamado para sembrar y cuidar la siembra, para que dé buen fruto.
Llamado a transformar el pan y el vino, fruto del trabajo de los hombres, en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Llamado a alimentar al pueblo de Dios.
Llamado a guiar al pueblo de Dios.
Llamado a salvar con Cristo al pueblo de Dios.
Llamado no a ser hombre, sino a ser sacerdote santo».
¡Muéstrate Madre, María!