21/09/2024

Mt 5, 17-19

22. LLEVAR LA PALABRA - CUMPLIR LA LEY DE DIOS

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE CUARESMA

El que cumpla y enseñe mis mandamientos, será grande en el Reino de los cielos.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 17-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.

Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú eres un Dios todopoderoso, y con toda autoridad dices que podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero tus palabras no dejarán de cumplirse.

Tengo presente la fuerza de las palabras del Evangelio de San Juan: “el Verbo se hizo carne”. No se podía decir de una manera más clara esa maravillosa realidad de que el Dios hecho hombre venía a comunicarnos las realidades celestiales, para conocer bien el camino que nos conduce hacia la felicidad eterna.

Tu palabra es la Verdad, tú tienes palabras de vida eterna; el que te escucha, escucha al que te ha enviado; tus palabras son espíritu y son vida; poner en práctica tus palabras es construir sobre roca; con una palabra tuya sanas a los enfermos… Tus palabras no pasarán.

Señor, ¿cómo debo tratar tu Palabra, que eres tú mismo, y cumplir tus mandamientos?

¿Puedo decir que soy bienaventurado porque estoy escuchando tu Palabra y la estoy poniendo en práctica?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: miren la prisión de mi corazón.

Todo está escrito ya. Y se cumplirá hasta la última letra.

El amor ha sido entregado y la misericordia ha sido derramada.

Pero ¿de qué sirve, si no leen?

Y si leen, ¿de qué sirve, si no predican?

Y si predican, ¿de qué sirve, si no escuchan?

Y si escuchan, ¿de qué sirve, si no hacen lo que les digo?

La prisión de mi corazón es mi Palabra escrita y olvidada.

Yo soy la Palabra de Dios, el Verbo hecho carne, que habitó entre los hombres.

Yo soy la Verdad profesada en el Evangelio, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.

Yo he enviado a mis profetas a preparar mi camino.

Yo los he enviado a anunciarles con mi Palabra que rectifiquen el camino. Porque mis pensamientos no son los suyos, ni mis caminos son sus caminos.

Y mi Palabra no volverá al Padre vacía, sin que haya cumplido aquello a lo que fue enviada.

Yo los envío a ustedes para que abran todas las puertas y liberen mi corazón.

Miren que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, yo entraré, y él cenará conmigo, y yo con él.

Yo los envío con una misión: que lleven mi Palabra.

Es tiempo de abrir las puertas para que reciban la gracia y la misericordia.

Es tiempo de que escuchen mi voz.

Es tiempo de que la luz de mi corazón ilumine todos los rincones del mundo.

Es tiempo de arrepentimiento.

Es tiempo de rectificar el camino.

Es tiempo de que ustedes, mis amigos, hagan mis obras, y aun mayores, porque todo lo que pidan al Padre en mi nombre yo se los concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Es tiempo de configurarse conmigo, para reunir a mis rebaños en un solo rebaño con un solo Pastor.

El Espíritu Santo ha sido derramado sobre sus corazones, para recordarles todas las cosas, para que escuchen mi voz y preparen el camino, para que estén listos, esperando en vela mi venida, Rey de reyes y Señor de señores».

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Madre mía: en tu seno se hizo carne el Verbo de Dios.

Tú eres bendita por haber escuchado siempre la Palabra de tu Hijo y ponerla por obra.

Enséñame a escuchar con atención la voz de tu Hijo para rectificar el camino.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: la Palabra de Dios se cumplirá hasta la última letra.

La Palabra de Dios es su ley.

La Palabra de Dios es su Hijo unigénito.

La Palabra de Dios es Cristo, el Verbo hecho carne, la Luz que vino al mundo y el mundo no recibió. Y, aun así, dándole plenitud a su ley, lo salvó.

La plenitud de la ley es el amor de Dios, derramado en misericordia para el mundo.

La Palabra es Él.

Por tanto, hijo mío, estás configurado con la Palabra, porque estás configurado con Él. Cumpliendo su Palabra vives en plenitud. Tu ser pequeño, débil, humano, se diviniza haciendo lo que te dice Él. Cada Palabra, cada letra, cada coma, es Él.

No hay error en la liturgia, perfecta es. El que quiera alcanzar la perfección, que lea la Palabra de Dios, y que la cumpla. Y al que le quede duda, el que tenga como pretexto que no la entiende, que pida ayuda al Espíritu Santo y se deje atravesar el corazón por la espada de dos filos, que es Palabra viva de Dios.

Todo se ha escrito ya, todo ha sido dicho ya. No hay nada nuevo, sino la Palabra de Dios, que todo lo viejo lo hace nuevo. El Hijo de Dios habló en parábolas a la gente, pero a sus amigos les explicaba directamente el significado de la Palabra de Dios.

Yo ruego por la renovación del alma sacerdotal a través de una nueva evangelización. Para eso mi Hijo Jesús les ha dado el auxilio de la Madre, a través de mi omnipotencia suplicante.

Cristo está vivo, es Rey, y se ha presentado a ustedes tal y como es, porque a través del sacerdocio le da plenitud a su ley, guiando, rigiendo, enseñando el camino del conocimiento de la verdad al pueblo de Dios.

Pero si ustedes, sus amigos, no cumplen con lo que Él les ha enseñado. Si no lo han aprendido porque no han querido, se dispersarán los rebaños. He aquí mi auxilio para reunir al pueblo santo de Dios en un solo rebaño y con un solo Pastor.

Yo quiero que su Palabra sea explicada de manera que la entienda un niño, y que haya un ejército de mujeres y hombres de rodillas, en oración, ofreciendo sus vidas con una sola intención: sacerdotes santos, para darle mucha gloria a Dios, para que alcancen la plenitud, y a través de la Palabra, se extienda la fe sobre la tierra; para que, cuando Él vuelva, esa fe en el mundo vea, y sea salvado a través de Él todo el que crea en Él, y en cada letra y en cada coma de su ley.

Hijos míos: grande es su misión.

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Mi belleza es solo el reflejo de la Palabra de Dios encarnada en mi vientre.

Es tiempo de plenitud, y de poner la Palabra por obra.

Es tiempo de creer en la Palabra de mi Hijo, que trajo plenitud a la ley dada por los profetas.

Es tiempo de escucharla y de ponerla por obra.

Es mi Hijo Jesucristo quien ha venido a traer la gracia y verdad, para darle plenitud a la ley, amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como Él los ha amado.

Él vino a traer plenitud. Es la plenitud del amor. Alcanzar la plenitud en la vida es vivir conscientemente en el Amor de Dios, y hacerlo todo, absolutamente todo, por ese amor. Es ahí donde radica toda la felicidad.

Es por eso que la felicidad no se puede comprar, porque Dios no se vende. Dios es amor. Él es la felicidad absoluta. No hay nada que el mundo pueda ofrecer a ustedes que se asemeje, ni siquiera un poquito, a la felicidad eterna que les espera cuando Él comparta con ustedes su gloria.

Yo soy la primera en cumplir la ley en plenitud, amando a Dios como Él, amando a mis hijos con el amor de Él, en la plenitud de la fe, de la esperanza y el amor.

Yo quiero demostrar ese amor a través de mi auxilio para ustedes.

Es hora de sembrar la Palabra de mi Hijo, que les ha sido dada.

Palabra que es el fruto bendito de mi vientre, y que se cumplirá hasta la última letra.

Palabra que ha hecho nuevas todas las cosas, por lo que todo ha sido renovado y no hay más doctrina que esa.

Ya todo les ha sido dado. No tienen que pensar, ni buscar, ni encontrar doctrinas nuevas. Todo está escrito según los deseos de mi Hijo, de acuerdo a Él mismo, que no se contradice, porque Él es la Palabra.

Solo tienen que querer, y ponerla por obra, evangelizando a los hombres en la plenitud de la luz del Evangelio.

Quiero que sean verdaderos Cristos.

Quiero que se preparen para que cada Pentecostés sea vivido en plenitud para ustedes, y que, a través de ustedes, llegue a muchos el deseo de reunirse conmigo, pidiendo y esperando que el Espíritu Santo se derrame en dones y gracias sobre ellos, para encender sus corazones en el fuego de la verdad, para que vivan en virtud, en santidad, y en plenitud, cumpliendo los mandamientos, obrando con la Palabra, recibiendo y entregando la misericordia».

 

84. CONDUCIR LA MISERICORDIA – ENSEÑAR A INTERPRETAR LA PALABRA

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA X DEL TIEMPO ORDINARIO

No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 17-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.

Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los Cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: se te acusó muchas veces de pretender cambiar la ley de Moisés, de hablar en contra de los preceptos enseñados por los padres.

Y es que el pueblo elegido tenía muy claro que la fidelidad a la Alianza dependía completamente del cumplimiento de los preceptos divinos. Había que cumplir todos los mandamientos de la ley de Dios, y para eso se había insistido durante siglos en conocer bien esa ley.

Cuando tú viniste a la tierra los maestros de la ley eran los doctores, los escribas, los fariseos, quienes enseñaban al pueblo con meticulosidad la ley de Moisés, pero haciendo añadiduras e interpretaciones equivocadas.

Tú dijiste que habías venido no a abolir la ley, sino a darle plenitud. Venías a traernos la nueva ley, la ley del amor. Por eso te llamaban Maestro, y te rodeaste de discípulos.

Y nosotros, Señor, debemos también enseñar a las almas a vivir tus preceptos. Sabemos que hay dos maneras de dar a conocer tu ley: con la doctrina y con el ejemplo.

Uno de los deberes del sacerdote es enseñar, y lo hacemos a través de tu Palabra.

Pero también se espera del sacerdote enseñar a través de su propia vida. Y en esto conocerán que somos tus discípulos, si nos amamos unos a otros.

Vamos a enseñar bien tu ley si somos misericordiosos, si cumplimos el mandamiento del amor, esforzándonos por vivir también todas las virtudes.

Jesús, tú nos dejaste el ejemplo de tu vida, ¿cómo esperas que un sacerdote viva y transmita ese ejemplo?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: confía en mí y en mi misericordia.

La misericordia de Dios ha sido derramada en la cruz para que llegue a todos los hombres, para que alcancen la santidad y lleguen a Dios. Porque solo los puros de corazón verán a Dios.

Yo quiero hacer llegar mi misericordia a ustedes, mis amigos, y por ustedes al mundo entero, cumpliendo el mandamiento de la ley que yo les he dado: amándose los unos a los otros como yo los he amado.

Es así como haré llegar mi misericordia a través del amor.

Es así como fue derramada de una vez y para siempre: a través del amor, un amor hasta el extremo, humillado y obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Construye mis obras para conducir mi misericordia, a pesar de las dificultades, de las tribulaciones, de los tiempos, de las tempestades, de las persecuciones; a pesar de las fatigas y de las adversidades, porque yo te daré sol en los días de lluvia, paz en la tribulación, confianza en la adversidad, seguridad en la dificultad, calma en la adversidad, descanso en tus fatigas y fuerza en tu debilidad.

En este camino hacia la santidad aprenderás y perfeccionarás las virtudes. Tú enseñarás, y otros te enseñarán, pero el único maestro soy yo.

Yo nací, y viví, y enseñé, y fui amado, y fui despreciado, y fui condenado a muerte, y crucificado en medio del mundo. Y he resucitado en medio del mundo, y desde ahí he subido a sentarme a la derecha de mi Padre.

Yo me hago presente en cada Consagración, y vivo y permanezco en medio del mundo en la Eucaristía.

Es así como quiero que tú conduzcas mi misericordia, en medio del mundo, desde mi Sagrado Corazón a todo el mundo, para que todos aprendan a vivir en virtud y santidad en medio del mundo, orando y adorándome en la Eucaristía, desde donde es derramado el amor a los corazones.

Viviendo en santidad conseguirás la gracia de una vida en virtud, a través del amor, en la oración y en obras de misericordia.

Yo te doy la compañía de mi Madre, para que ella, que es maestra de virtud, te muestre que es madre.

Yo te amo tanto, que quiero darte lo mismo que a mí me dio mi Padre, mientras vivía en medio del mundo, para que aprendiera a ser hombre. Porque, siendo Dios, me hice hombre.

Él me dio a mi Madre.

Ella es maestra de virtud.

En ella la Palabra fue encarnada.

Es ella quien me enseñó cómo, siendo Dios, debía ser un hombre virtuoso y santo, para resistir a toda tentación, porque ella sabía que yo iba a ser probado en todo, igual a los hombres, menos en el pecado.

Y me educó en las virtudes, para perseverar hasta el final.

Y me enseñó a confiar y a ser obediente hasta la muerte, para que se cumpliera todo lo que estaba escrito; así será cumplida hasta la última letra de la ley.

Ella es maestra de virtud, y la virtud se aprende primero en casa, y se practica y se ejercita y se perfecciona en la vida ordinaria en medio del mundo».

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Madre nuestra: en ti se cumplen esas palabras de Jesús, de que el que cumpla los preceptos de la ley y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Y tú tuviste la misión de enseñar y educar al mismo Hijo de Dios. Enséñame también a mí a vivir todas las virtudes en mi vida diaria.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy maestra en casa, en la vida ordinaria de familia, en donde los niños aprenden a ser virtuosos y los hombres virtuosos aprenden a ser santos.

Yo les enseñaré todas estas cosas, desde la morada de la Sagrada Familia, que es el Sagrado Corazón de Jesús, en quien se vive la santidad y la virtud, para que aprendan y enseñen, y sea así abierto el conducto por el que la misericordia de mi Hijo será encauzada a tantas almas, a través de sus ministerios.

Yo les doy este tesoro de mi corazón, para que sea el primer ladrillo de la construcción de las obras que Dios les ha encomendado: mi confianza.

Coloquen este ladrillo sobre los cimientos fuertes que ya les han sido dados: fe, esperanza y caridad, que tienen como base la piedra que desecharon los constructores y ahora es la piedra angular: el Sagrado Corazón, que es su Carne, Sangre, humanidad y divinidad, es Eucaristía, fuente inagotable de misericordia.

Yo les doy el tesoro de mi confianza en Dios Padre, como hija, para que confíen en el que es Dios y es Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, creador de todo lo visible y lo invisible, creador de los hombres, a su imagen y semejanza, para amarlos como hijos.

¿Hay acaso un padre que al hijo que le pide un pan le da una piedra? Cuánto más Él les dará.

¿Puede acaso una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Aunque hubiera, Él no se olvidará.

Confianza en Dios Hijo, como madre, para que confíen en el que, siendo Dios, se humilló a sí mismo para hacerse esclavo y adquirir la naturaleza humana, para vivir entre los hombres, y morir por los hombres, para salvarlos de la esclavitud del pecado, y así hacerlos hijos del Padre, por amor al Padre, amando hasta el extremo a los hombres, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

Confianza en Dios Espíritu Santo, como esposa, para que confíen en el que fue enviado a los hombres, una vez que el Hijo subió al Padre, para confirmarlos en la fe y enseñarles todas las cosas.

Es Él quien los une al Hijo, para unirlos al Padre.

Es Él quien les da las gracias, para vivir la virtud y alcanzar la santidad, y los medios para que puedan cumplir la voluntad del Padre, para que sean para el mundo como la sal del mar de la misericordia.

Confianza en los ángeles, que los cuidan y protegen.

Y en los santos, que los acompañan e interceden por ustedes.

Confianza en la Sagrada Eucaristía, dirigiendo ahí cada acto, cada obra, cada oración. Y adoren, y aprendan, y vivan, y enseñen cada virtud, para que cumplan la ley de Dios, para que cada uno de ustedes reciba la misericordia de Dios para una vida en santidad, y sean conducto de misericordia, enseñando esto a los hombres, y sean grandes en el Reino de los Cielos.

¿No estoy yo aquí que soy su Madre? Yo soy Madre de misericordia.

La misericordia ha sido derramada en la cruz desde el Sagrado Corazón de Jesús.

Confíen en el amor de Cristo resucitado y vivo».

¡Muéstrate Madre, María!