95. TESOROS EN EL CIELO – PERDER PARA GANAR
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XI DEL TIEMPO ORDINARIO
Donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 19-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: estas palabras tuyas del Santo Evangelio de hoy me recuerdan aquella promesa que le hiciste al joven rico: “tendrás un tesoro en el cielo”. Le estabas diciendo lo mismo: “no acumules tesoros en la tierra, sino en el cielo”. Es una exigencia de la llamada.
Pero se necesita mucha fe para dar ese paso, porque los tesoros en la tierra sí se ven con los ojos humanos. Los del cielo solo se ven con los ojos de la fe.
Por eso nos hablas hoy también de tener sanos los ojos, para que todo el cuerpo tenga luz. Es decir, nos pides que cuidemos la visión sobrenatural en todo, que veamos las cosas con la luz de la fe. De esa manera estaremos motivados para acumular tesoros en el cielo.
Qué importante es la fe para tener vida sobrenatural, para tener luz y no una negra oscuridad.
Jesús: danos la fe, la esperanza y la caridad, para vivir en todo momento una vida sobrenatural, y así poder ser también luz del mundo ante los hombres.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes, amigos míos: ustedes son mis tesoros. Ustedes enriquecen mi cielo. Pero no todos están poniendo su corazón en el cielo.
Acumulen tesoros en el cielo. Yo quiero los corazones de ustedes, mis sacerdotes.
Pidan luz para sus ojos, que iluminen su oscuridad, para que sus cuerpos tengan luz. No permitan, que sus tesoros sean robados. Son los tesoros que mi Madre ha puesto en su corazón, que son tesoros divinos, para que no acumulen tesoros en la tierra, en donde tienen puesto su corazón, porque no saben acumular los tesoros en el cielo. Yo se los doy.
Aprendan a poner sus ojos y su corazón en el cielo, para que todos sus actos y sus oraciones las dirijan a Dios.
Aprendan a recibir el amor y la misericordia, abriendo sus corazones con la espada que es mi Palabra, y exponiendo su corazón a la luz del Evangelio, para que escuchen mi voz, para que crean en mí y cumplan mis mandamientos.
Contemplen mi cielo, para que quieran llegar a mí. Pero nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él. Y el Padre, en su plan perfecto, envía su Santo Espíritu que actúa en los corazones para atraer a las almas a mí.
Aprendan a amar a Dios por sobre todas las cosas, y a proteger el tesoro que llevan dentro, para que no desperdicien sus riquezas en el mundo, sino que enriquezcan con sus tesoros mi cielo.
Amigos míos: Dios cumple sus promesas y protege a quienes lo obedecen. Que mi luz sea su luz, para que iluminen la oscuridad del tesoro más preciado del cielo en la tierra: la Santa Iglesia.
Les diré qué les doy:
– mi encarnación, como el Hijo del hombre;
– mi caminar por el mundo, entre tentaciones, alegrías y penas;
– mi servicio al pobre, al enfermo, al necesitado y al desvalido;
– mi entrega en manos de los hombres;
– mi sufrimiento en la cruz, mi muerte y mi resurrección;
– les doy mi Cuerpo y mi Sangre, como alimento de salvación;
– les doy mi paz;
– abro para ustedes las puertas del cielo, y los invito a compartir conmigo la vida eterna en la gloria de mi Padre;
– también les doy a mi Madre como madre, y a mi Padre como padre.
Todo esto se los doy, para ustedes y para todos los que me quieran seguir.
Díganme, amigos míos, si necesitan algo más, que yo se los daré.
Sacerdotes, apóstoles míos, hombres de poca fe: pidan fe, que por su fe les serán concedidos los deseos más profundos de su corazón.
Pidan fe, que por su fe serán salvados.
Pidan fe, que al que pide se le da, y el que busca encuentra, y al que toca se le abre.
Pidan fe, y agradezcan todo lo que ya les he dado.
Fe en la inquietud y en la impaciencia.
Fe en la turbulencia y en la tempestad.
Fe en la tormenta y en la aridez de su desierto.
Fe en la abundancia y en la necesidad.
Fe en la oscuridad del camino.
Fe en la luz y en la verdad.
Fe en el silencio y en la palabra.
Fe en la soledad, que no existe, porque yo siempre estoy con ustedes, todos los días de su vida.
Que por su fe caminen en el mundo anunciando el Reino de los Cielos.
Que por su fe conquisten y enamoren.
Que por su fe expulsen demonios y sanen a los enfermos, lleven la paz al mundo, y permanezca en mí como yo permanezco en ustedes.
Fe para consagrar el pan y el vino.
Que sea la fe su tesoro, porque el que crea en mí, y coma mi Carne y beba mi Sangre, vivirá para siempre.
Que sea su fe la gloria de mi resurrección, para que den testimonio de vida; para que se entreguen conmigo en sacrificio en el altar; para que sea yo quien viva en ustedes; para que mueran conmigo y yo les dé vida, y me lleven a todas las almas.
Sacerdotes míos: pidan y reciban con fe, porque son ustedes mis más amados. Y si uno de ustedes le pide a su padre un pan, ¿le dará una piedra? Y si le pide un pescado, ¿le dará una serpiente? Cuanto más mi Padre, que es bueno, les dará cosas buenas.
Soy yo el que les hablo y el que vive. Confíen en mí, y pidan esperanza, para que la esperanza los mantenga firmes en el camino, con el corazón en el cielo.
Esperanza en la generosidad del Espíritu Santo.
Esperanza en su resurrección conmigo.
Esperanza en la omnipotencia y benevolencia del Padre.
Pidan caridad, para que sirvan con caridad al hermano, al más socorrido y al más necesitado.
Caridad en el amor, caridad en el perdón.
Agradezcan todo lo que yo les he dado, y vivan en la fe, en la esperanza y en la caridad».
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Madre nuestra: tú nos has traído a la tierra el más grande tesoro, tu Hijo Jesús, que se ha quedado con nosotros en la Sagrada Eucaristía y en su Palabra de vida. Enséñanos a enriquecer nuestro corazón en esta vida con esos tesoros, para gozar también de Él en la vida eterna.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: reciban mis tesoros. El Espíritu Santo se derramará en sus corazones para que reciban las gracias y entiendan lo que les quiero decir.
Quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, vean con sus ojos, y enriquezcan sus corazones con mis tesoros, para que acumulen tesoros en el cielo y ahí pongan sus corazones.
Todo les ha sido dado, porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.
Quiero su conversión, y el crecimiento en santidad de su alma sacerdotal, para que descubran la verdad, que es el Paraíso prometido a los que creen en mi Hijo.
Que, a la luz del Evangelio, la verdad sea revelada a su entendimiento:
– para que regresen y se mantengan en el camino de santidad para la vida eterna.
– para que dispongan sus corazones, y el Espíritu Santo los llene de la gracia que necesitan para renunciar al mundo, tomar su cruz y seguir a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
– para que Él los forme y los configure con Él, para que sean verdaderos y santos sacerdotes.
Hijos míos: yo les entrego mis tesoros, para que enriquezcan su alma, que es una obra perfecta de Dios, y entreguen su voluntad a la voluntad de Dios, para que sean perfectos, como el Padre del cielo es perfecto, y sean partícipes en el cumplimiento del plan perfecto de Dios».
¡Muéstrate Madre, María!