7. FE OPERATIVA – EL PODER DE HACER MILAGROS
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
La gente glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 1-8
En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, pasó a la otra orilla del lago y llegó a Cafarnaúm, su ciudad. En esto, trajeron a donde él estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”.
Al oír esto, algunos escribas pensaron: “Este hombre está blasfemando”. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir ‘Se te perdonan tus pecados’, o decir ‘Levántate y anda’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, –le dijo entonces al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó de temor y glorificó a Dios. Que había dado tanto poder a los hombres.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el evangelista se cuida de dejar por escrito algo que era muy importante en el relato: tú “viste” la fe de aquellos hombres.
Los que llevaban la camilla tuvieron que levantar parte del techo del sitio donde estabas, para descolgarla y colocar al paralítico frente a ti. Tú viste la fe de aquellos hombres, a los que no les importaron los obstáculos, y los vencieron, en favor de su amigo.
No podías dejar de realizar el milagro como premio a aquella fe. Y concedes más de lo que te piden: no solo sanas su cuerpo, sino que primero sanas su alma.
Lo que vieron todos fue una sanación total del cuerpo de aquel hombre, que tuvo la fuerza, en ese mismo momento, de tomar su camilla y caminar hacia su casa.
Lo que solo viste tú, Jesús, fue la fe de aquellos hombres, de aquellos buenos amigos que llevaron al enfermo hasta tus pies.
Ayúdame a tener una fe fuerte, para ser ejemplo, para dar ejemplo.
A ser dócil, manso y humilde de corazón, para dejarte actuar a ti en mi alma.
A ser un buen pastor, que me esfuerce siempre por llevar a mis ovejas hasta tus pies.
Y que, cuando yo sea ese paralítico, tenga la voluntad de levantarme, de convertirme, de aprovechar bien tu gracia para ponerme de pie y comenzar de nuevo.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigo mío: acompaña a mi Madre a buscar a los enfermos, los heridos. Intercede por ellos, pero no vengas solo tú, trae a tus ovejas para que intercedan por ellos. Yo no he venido a buscar a los sanos, sino a los enfermos, pero yo uso a los sanos como instrumentos para llegar a todos, y llevar la salud a los enfermos.
Unidad y fraternidad para ayudarse unos a otros. Mira los milagros que yo he hecho, y dime ¿cómo crees tú que haya sido la vida de cada uno de ellos después de recibir la gracia del cielo?
Yo siempre espero que correspondan agradecidos. Pero no todos, amigo mío, agradecen lo que reciben.
Imagina qué sería del mundo si cada alma favorecida fuera muy agradecida.
Pues yo te digo, amigo mío, que un día fue descolgado un hombre en una camilla, delante de mí. Lo llevaban sus amigos, y yo me compadecí, tan solo ver la fe de aquellos que lo amaban, y dije “sí”, perdonando sus pecados y sanando su cuerpo, ante la mirada de muchos incrédulos, para dejar testimonio del poder del hijo de Dios, y convertirlos en creyentes.
Si yo he hecho esto viendo la fe, atendiendo la petición hecha con el amor del corazón de unos amigos, dime, ¿qué haría yo, si por la fe y la petición del amor de muchos corazones, acompañando a la Omnipotencia Suplicante, ante mis ojos me presentan a mis amigos heridos?
La tentación es mucha, los tiempos son difíciles, lo sé. Presenta ante mí esas súplicas. Son una ofrenda maravillosa que alivia mis heridas cuando las unes a mi cruz en cada misa. Yo les he dado el poder a todos ustedes, mis sacerdotes. Poder para hacer milagros, para sanar, para perdonar. Úsenlo bien. Reconozcan cuán grande es su poder.
Sacerdotes míos, pastores de pastores: apacienten a mis ovejas.
Ustedes que cuidan, que forman, que dirigen, que construyen, que guían, tengan fe, demuestren la fe, vivan la fe, contagien la fe.
Ustedes deben ser ejemplo. Den ejemplo.
Sean dóciles, mansos y humildes de corazón, y déjenme actuar, para cambiar la dureza de sus corazones de piedra en corazones de carne.
Acéptenme y conviértanse, búsquenme y encuéntrenme, llámenme y recíbanme, ámenme y déjense amar por mí, para que, con mi amor, cuiden y formen, dirijan, construyan y guíen en la fe.
Apacienten a mis ovejas, porque mis ovejas son pastores también, que guían, construyen, dirigen y forman.
Confírmenlos en la fe.
Fe en el amado, fe en el amor, fe de enamorado, fe por convicción, fidelidad, confianza, esperanza, amor.
Apacienten a mis ovejas, que el Pastor, sumo y eterno sacerdote, está pronto a venir.
¿Qué encontraré al llegar? ¿Qué cuentas van a entregar?
El tesoro de la fe no está bien protegido. Yo se los encomiendo.
Cuando yo venga, amigos míos, ¿encontraré fe sobre la tierra?
Acepten el auxilio de mi Madre, reciban su protección, busquen su consuelo, amen su Inmaculado Corazón, para que, al llegar, no los encuentre dormidos.
Pastores de pastores: conduzcan bien sus rebaños, en la unidad, en la perseverancia, en la alegría, en la fe, en el amor y en la paz.
Caminemos juntos. Yo los envío en la compañía de mi Madre, para recuperar lo que tanto amo y se ha perdido.
Conversión, sacerdotes, hermanos míos, conversión. Que, si ustedes me rechazan, yo tendré que rechazarlos, porque respeto su voluntad. Pero si ustedes me son infieles, yo sigo siendo siempre fiel, y en esa fidelidad está la misericordia de mi Padre.
Para mi Padre mil años son como un día y un día como mil años.
Pero para el hombre creó el tiempo, para que vivan hoy un presente de reconciliación conmigo y un futuro de esperanza en Él.
Yo he sido enviado al mundo en el tiempo del hombre.
Para hacer nuevas todas las cosas.
Para que, cuando caigan, sea yo quien los levante.
Para que corrijan sus errores y no quieran volver a caer.
Para que pidan perdón, y reciban, por la misericordia de mi Padre, la salvación.
Conversión es hacer nuevas todas las cosas. Empezar de nuevo conmigo. Cortar las cadenas que los atan a la prisión del mundo y dejar atrás las ataduras y la opresión.
He venido a liberarlos y a hacerlos un pueblo nuevo, un pueblo santo.
En el tiempo, que cada día sea una conversión, que vivan cada día este sacrificio mío y de ustedes para que sean perfectos conmigo, porque ustedes no han sido creados para ser perfectos, sino para que conmigo sean perfectos.
Reconciliación y reparación, porque las heridas causadas por sus infidelidades y por sus actos impuros requieren reparación. Por cada error, hermanos míos, actos de amor, de manera que vivan cada vez más en el amor, haciendo el bien, procurando la amistad y la paz.
Conversión de sus corazones duros a corazones sensibles, para que puedan ser traspasados y expuestos como el mío.
Corazones puros, para que puedan arder en fuego de vida, como el mío.
Corazones entregados que se consuman en mi amor.
Voluntad unida a mi voluntad, entregada a la voluntad del Padre, para que sean revestidos con el Espíritu Santo, y su conversión sea total, para una renovación completa, para hacer, en ustedes, nuevas todas las cosas.
Lleven la misericordia de mi Padre a los confesionarios, y sean compasivos y misericordiosos, como Él es.
Lleven el perdón y la salvación, como yo lo hago en cada sacrificio, en el tiempo presente, pasado y futuro.
Conviertan, sanen, renueven.
Que sea mi Madre quien los reciba como a mí, y ustedes se dejen guiar por ella, que es por ella, por su sí, que hago nuevas todas las cosas».
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Madre nuestra: lo primero que hizo Jesús fue perdonar los pecados del paralítico, porque era más importante sanar su alma que sanar su cuerpo. Ese hombre no pronunció palabras, pero Jesús escuchó su alma, y la curó.
Tú eres Reina de la paz, y Madre de misericordia. Nosotros, tus sacerdotes, tenemos experiencia de cómo los penitentes que acuden al sacramento de la penitencia recuperan la paz perdida por el pecado. Enséñanos a ser buenos administradores de esa misericordia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: reciban la paz de Dios y llévenla al mundo por medio de su misericordia. Porque toda misericordia viene de Dios, derramada en la cruz desde siempre y para siempre, para llevar a los hombres a Dios.
La misericordia de Dios se derrama en la cruz del Hijo, como la muestra más grande de amor de Dios por los hombres, porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su único hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Pero el mundo no quiso ver la luz y, cegado en las tinieblas del pecado, lo rechazó, torturándolo y matándolo en la cruz, en donde Él mismo se entrega como el más grande signo de amor, perdonando, amando hasta el extremo, destruyendo el pecado en cada herida, en cada espina, en cada clavo, recibiendo todo el peso y el impacto de todos los pecados del mundo, para destruir el pecado y la muerte del mundo, que por el pecado había ganado, recibiendo de adentro del corazón del hombre todo lo que contamina al hombre, entregando desde dentro del corazón de Dios lo que salva al hombre: el amor, por medio de su misericordia.
Porque lo que sale de la boca del hombre viene de dentro del corazón y es lo que contamina al hombre. En cambio, lo que sale de la boca de Dios hiere los corazones de los hombres como espada de doble filo, para que por esa herida derramen, como Él, su misericordia.
Es en la cruz en donde el Hijo de Dios, que fue encarnado en vientre inmaculado de mujer para ser Hijo del hombre, para abajarse al hombre, para hacerse débil para ganar a los débiles, para hacerse todo a todos, para ganar a todos los que crean en Él, se entrega totalmente para morir y triunfar, para resucitar al mundo en la misericordia de su resurrección, para que crean en Él y darles vida eterna.
Porque todo el que crea en Él, aunque muera vivirá, y el que vive y cree en Él no morirá jamás.
Es su Sangre derramada hasta la última gota la que limpia el pecado del mundo, porque Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, pero su misericordia derramada por su sacrificio es infinita.
Es su Carne inmolada y destrozada en la cruz el pan vivo bajado del cielo que alimenta para dar vida.
Y es su Sangre y es su Carne, en su misericordia infinita, para alimentar al hambriento y saciar al sediento, para liberar al oprimido y sanar al enfermo, para perdonar al pecador y corregir sus errores, para acoger a los pobres de corazón y vestir de pureza al desnudo, para consolar a los tristes con la alegría del encuentro, para aconsejar e instruir en el camino correcto con paciencia, para enterrar el pasado y darles vida nueva, para permanecer en la oración, que fortalece la unión entre Dios y los hombres.
Por tanto, la misericordia de Dios es Palabra y es Eucaristía.
Crean, hijos, en el Evangelio, y en que cada letra, cada palabra, cada texto, es misericordia derramada que alimenta y fortalece.
Crean en la Eucaristía, en que cada consagración, cada celebración, cada partícula de pan y cada gota de vino, es el Cuerpo y la Sangre viva de Cristo muerto, resucitado y glorioso, que se derrama en misericordia para perdonar y purificar a los hombres, para atraer a los hombres a Dios, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Yo bendigo al Padre como mi Hijo lo bendice, porque ha visto bien ocultar estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños.
Ustedes, mis hijos sacerdotes, son los más pequeños, y es por ustedes que me complazco en llevar la paz al mundo entero.
Yo intercedo por ustedes, para que crean en Cristo, confíen en Cristo y amen a Cristo, porque el creer está en la fe, el confiar en la esperanza y el amar en la caridad».
¡Muéstrate Madre, María!