21/09/2024

Mt 9, 18-26

13. PEDIR MILAGROS – DEMOSTRAR LA FE

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Mi hija acaba de morir; pero ven tú y volverá a vivir.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 18-26

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se le acercó un jefe de la sinagoga, se postró ante él y le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir”.

Jesús se levantó y lo siguió, acompañado de sus discípulos. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orilla del manto, pues pensaba: “Con solo tocar su manto, me curaré”. Jesús, volviéndose, la miró y le dijo: “Hija, ten confianza; tu fe te ha curado”. Y en aquel mismo instante quedó curada la mujer.

Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús a los flautistas, y el tumulto de la gente y les dijo: “Retírense de aquí. La niña no está muerta; está dormida”. Y todos se burlaron de él. En cuanto hicieron salir a la gente, entró Jesús, tomó a la niña de la mano y ésta se levantó. La noticia se difundió por toda aquella región. 

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: son dos milagros grandiosos, fruto de la fe de los que acudieron a ti esperando tu favor. San Marcos recoge los detalles de lo que sucedió en aquella ocasión, en donde queda patente que lo que tú querías era mostrar la importancia de la fe, la necesidad de la fe para obtener tu gracia. Y, como en todos tus milagros, me dejas a mí una lección.

Tú dices que la niña no está muerta, está dormida. Y yo pienso en todas esas veces que, por mis pecados, has tenido que resucitarme, volverme a la vida. El Padre te entregó al mundo para que todo el que cree en ti no perezca, sino que tenga vida eterna. Dame la fe que necesito para convertirme y vivir en ti.

Aquella mujer tenía la fe suficiente para curarse con solo tocar la orilla de tu manto. Al celebrar la Santa Misa te toco, todos los días. Dame esa misma fe, para celebrar siempre con mucho amor, y sanar así todas mis heridas.

Jesús, te pido que me concedas una fe grande, para que me levante siempre cuando me tomes de la mano; para quedar sanado, aunque haya muerto; para que me acompañen tu paz y tu misericordia.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo soy digno de confianza.

Mi Padre ha confiado en mí. Y el que confía en mí, espera en mí y no queda defraudado.

Yo soy un Dios fiel. Confíen en mí.

Yo no he venido a juzgar, sino a perdonar.

No he venido a buscar a justos, sino a pecadores.

No he venido a curar a los sanos, sino a los enfermos.

No he venido a traer justicia, sino misericordia.

La misericordia es expresión del amor. Yo soy el amor.

Yo, que fui obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, he venido a hablarles al corazón, para reconciliarlos conmigo, a través de la misericordia de Dios.

A mí se me dio el poder sobre los cielos y la tierra. Con ese poder los hago míos para llevarlos al Padre.

Y yo busco por medio de ustedes, mis amigos, a los que se han perdido, para regresarlos al camino. El camino soy yo.

Y les he dado poder a ustedes para administrar esa misericordia, que ha sido derramada desde mi Corazón abierto y expuesto en la cruz.

Pero, para dar misericordia, deben primero recibirla.

Yo les pido a ustedes, mis amigos, que sean misericordiosos unos con otros.

Que se amen los unos a los otros, como los amo yo.

Que se ayuden y se perdonen unos a otros. Porque uno no puede perdonarse a sí mismo: no pueden ser juez y parte.

Que sean compasivos y se reconcilien conmigo.

Para que el que me ha traicionado pida perdón y regrese a mi amistad.

Para que el que me ha abandonado vuelva al reencuentro conmigo.

Para que el que no me escucha oiga mi voz.

Para que el que no me sigue camine conmigo.

La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen al Padre que envíe más obreros a su mies, y conserven ustedes en mi amistad y a mi servicio a esos pocos.

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Madre mía: yo sé que la fe se demuestra con las obras. Ayúdame para dar siempre frutos de fe, manifestada en obras, para agradar a Dios, como lo hiciste tú.

Ayúdame a saber aprovechar mejor ese momento tan íntimo de encuentro con Jesús que es la Santa Misa. No me dejes acostumbrarme a tocarlo con mis manos, quiero tocarlo también siempre con mi corazón, para que me convierta, para que me sane.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: Cristo viene todos los días. Tú lo tocas y una gran fuerza sale de Él, y te llena de Él.

Cuando lo tienes en tus manos no tocas la orla de su manto, lo tocas a Él. Y basta tocarlo para que se derrame la gracia en abundancia sobre ti y sobre su pueblo, para la Iglesia entera. También para las almas que están en el Purgatorio.

Todos, los vivos y los muertos, reciben la gracia del Hijo de Dios cuando se encarna para darse al mundo como alimento de vida y bebida de salvación. Aprovecha ese momento y llénate de Él, y pídele tu conversión, con esa fuerza que sale de Él. Pídele que aumente tu fe, que abra tus ojos y tus oídos para que, cuando lo escuches, te levantes y camines.

Yo les pido a ustedes, mis hijos sacerdotes, que actúen con prontitud, y mostrando al mundo su fe con obras, desde el Sagrado Corazón de Jesús, para que el mundo vea la luz que emana del fruto bendito de mi vientre, a través de los ministerios de ustedes, para confirmarlos en la fe, y mantenerlos en la esperanza y en el amor.

Es tiempo de dar fruto. Caminen conmigo y trabajen construyendo el Reino de los cielos en la tierra, porque por sus frutos los conocerán.

La fe les ha sido dada, y yo los mantendré firmes en esa fe.

El amor les dará la fuerza.

La fuerza está en que se mantengan unidos en la oración.

Muestren al mundo con obras de amor y de misericordia su fe, y reparen así el Sagrado Corazón de mi Hijo, que es la Carne y la Sangre del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, que es Alma y Divinidad engendrada en mi vientre, y me convierte en custodia viva, permanente, de la Sagrada Eucaristía.

Las ofrendas son agradables a Dios.

Es bueno, al interceder, tener qué ofrecer, como una prueba de amor y de fe. Denme ustedes muestras de su fe. Acudan al rezo del Santo Rosario con devoción, y entréguense en la oración a su misión, con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas. Eso es todo lo que yo les pido. Yo usaré esto como una ofrenda al Padre al interceder por ustedes, para que reciban los dones y gracias que necesitan para ejercer un ministerio santo.

Yo les conseguiré los medios y los instrumentos. Ustedes sigan dispuestos, para que llegue a ustedes mi auxilio y la misericordia de Dios.

Yo les ayudaré a mantener una vida en santidad hasta la hora de su muerte, y los recibiré en mis brazos, para llevarlos a la presencia del Rey de reyes, y Señor de señores, en el banquete celestial, para la vida eterna.

¡Muéstrate Madre, María!