21/09/2024

Mt 10, 7-15

16. CONOCER A JESÚS PARA AMARLO – CONFIAR EN LA DIVINA PROVIDENCIA

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 10, 7-15

En aquel tiempo, envió Jesús a los Doce con estas instrucciones: “Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente. No lleven con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre.

No lleven morral para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bordón, porque el trabajador tiene derecho a su sustento.

Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar, saluden así: ‘Que haya paz en esta casa’. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará. Y si no los reciben o no escuchan sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies. Yo les aseguro que el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor que esa ciudad”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: había que tener mucha fe en ti para cumplir con aquel mandato de ir a proclamar la llegada del Reino de los Cielos, ejerciendo tu poder gratuitamente, y sin llevar nada para el camino.

Estaban seguros de que no les iba a faltar nada, y de que lo importante era cumplir tu voluntad. Tú les diste poder sobre los espíritus inmundos y para curar a los enfermos. Con esa seguridad te obedecieron.

La misión para tus amigos sacerdotes sigue siendo la misma, de modo que el poder que nos das también sigue siendo el mismo. Lo que tenemos que revisar es si la fe que tuvieron los primeros sigue siendo ahora la misma.

Señor, enséñame a no tener más seguridad que tu Palabra, porque tu poder sigue siendo el mismo. Yo quiero cumplir con la misión que me has dado, confiando en que quien a Dios tiene, nada le falta.

Cuando envías a tus discípulos a proclamar que ya se acerca el Reino de los Cielos, no es con el fin de infundir temor, sino de transmitir la paz.

Jesús, ayúdame a conservar tu paz, para que tu corazón pueda descansar en mi corazón.

Ayúdame a llevar la paz, la alegría y el amor al mundo, como testigo de lo que he visto y he oído, para que los que no crean y tengan ojos vean, y los que tengan oídos oigan, y entonces crean.

Gracias por darme a tu Madre, con todo el poder para protegerme.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos, obreros de la mies de mi Padre: trabajen la tierra hasta el cansancio, siembren buena semilla y cosechen buen fruto. Y luego, vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Realicen su trabajo en la pureza, para que sea un trabajo santo y su ofrenda digna.

Lleven mi Palabra a todas las almas, a todos los confines del mundo.

Entrega total, sacrificio constante en la caridad y en el amor.

Conviertan los corazones de piedra en corazones de carne. Y, para que su jornada sea completa, perdonen los pecados de las almas arrepentidas, en los confesionarios.

Y si aún quisieran agradarme más, realicen actos de amor, para que reparen ustedes las heridas de mi Sagrado Corazón, que ocasionaron los pecados que ustedes absuelven en los confesionarios.

Unan su sacrificio al mío, porque somos parte de un mismo cuerpo y un mismo espíritu.

Mantengan unidos a los miembros de este cuerpo, en el que yo soy cabeza.

Pero ¡ay del que trabaje esperando riquezas en la tierra! Porque su recompensa, obreros míos, está en el cielo.

El que trabaja esperando riquezas materiales no da fruto, y su trabajo no sirve para nada.

Yo les digo: vengan sin nada, pero ofrézcanme todo; suban a mi cruz, y permanezcan en mi amor.

Pastores míos, este es mi llamado:

  • que se amen los unos a los otros como yo los he amado;
  • que salgan a anunciar el Reino de mi Padre, y que traigan a todas las almas a mí;
  • que se mantengan en unidad entre ustedes y con la Santa Iglesia;
  • que se mantengan en la pureza y en la virtud;
  • que trabajen a mi servicio, administrando los sacramentos y realizando obras de amor, por la misericordia de mi Padre y los dones de mi Santo Espíritu.

Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y las llamo a cada una por su nombre, y ellas me conocen a mí.

Yo soy Pescador de hombres y echo las redes al mar, y mi pesca es segura.

Yo soy el Sumo y Eterno Sacerdote, y no son ustedes los que me eligen a mí, soy yo quien los elijo a ustedes.

Yo soy el Sembrador, y el que cosecha el fruto bueno.

Yo los envío para que den mucho fruto. Y si los odian, recuerden que a mí me han odiado primero. Pero todo lo que pidan a mi Padre, en mi nombre, Él se los concederá.

Pastores de mis ovejas, pescadores de hombres, corderos de mi rebaño, sacerdotes de mi pueblo, labradores que trabajan la tierra fértil para mí: yo no les llamo siervos, yo los hago hermanos y los llamo amigos.

Acérquense a mi Madre, que a ella se le han concedido recompensas, como gracias del cielo, que entrega a sus hijos en la tierra.

Quiero que respeten mi autoridad. Que cada uno de ustedes, mis amigos, acepte la compañía de mi Madre. El que camina con ella no se equivoca, nunca sus pasos desvía. Pero el que camina solo corre peligro de desviarse, por las tentaciones del enemigo, y de caer en sus trampas, aunque se considere fiel amigo mío.

Ahí es donde se demuestra la humildad, pero también es donde demuestran la soberbia, cuando creen que pueden caminar solos con sus propias fuerzas, y no se humillan ante ella, desprecian el regalo más grande que yo les di –después de mi Cuerpo y mi Sangre–, en el mismo momento, en el mismo lugar, para asegurarme de que ninguno se perdiera, y de que, una vez redimidos, con ella por mí, los traería de vuelta a mí, participando con ella y conmigo en la misma misión a la que yo fui enviado con ella: la salvación.

Pero se distraen con las cosas del mundo, se empoderan de soberbia, y su carga es tan pesada, que no pueden caminar hacia mí. Por eso yo les pido, amigos míos: dejen todo, vengan a mí, porque solo Dios basta. Y oren al Padre para que mande más obreros a su mies, porque el trabajo es mucho y los obreros pocos».

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Madre mía: la compañía que ofrecías a Jesús y a sus discípulos, junto con las santas mujeres, resultaba especialmente valiosa para la misión apostólica. Yo me imagino que a los discípulos les costaría mucho separarse de ti cuando tu Hijo los enviaba a predicar el Reino de Dios. Pero tú eres una buena Madre, y les darías alguna prenda tuya que les asegurara tu presencia constante.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ¿qué consejo me das para cumplir muy bien con mi misión? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: el Escapulario del Carmen es el símbolo de mi protección y la protección de mi Hijo. Reciban la paz, la alegría y el amor de Cristo, para cumplir la misión a la que han sido enviados.

Permanezcan unidos conmigo en oración. Oren y pidan que el Padre envíe más obreros a su mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Pidan sacerdotes bien dispuestos a recibir los dones y gracias que el Espíritu Santo tiene reservados para ellos. Yo los llevo por camino seguro. La gracia de Dios les basta.

Yo les doy este tesoro: mi paz. Para que con ella construyan, y lleven mi paz a los corazones de todos mis hijos. Ustedes han sido enviados a anunciar la buena nueva del Reino de los Cielos a cada uno de ellos. Pero si alguno no los recibe, la paz volverá con ustedes.

Ustedes me acompañan y yo les doy mi protección, porque yo piso la cabeza de la serpiente. Yo quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, aprendan a amar a Dios, amando a Cristo, imitando a Cristo, configurándose con Cristo.

Pero, para amar, hay que conocer, porque nadie ama lo que no conoce. Cristo es la Palabra, y la Palabra era la luz verdadera que vino al mundo, y en el mundo estaba y el mundo fue hecho por ella, pero el mundo no la conoció. Vino al mundo para nacer como fruto de mi vientre y los suyos no la recibieron.

El Espíritu Santo preparó en mí su morada, porque desde antes de nacer, Él ya me conocía. Y fui engendrada sin mancha ni pecado, para nacer y permanecer inmaculada y pura, para que el tesoro más grande de Dios, que es su único Hijo, se hiciera hombre, y así entregarlo a los hombres para enriquecerlos.

Y fue engendrado en mi corazón y en mi vientre, en cuerpo y en espíritu, sin mancha ni pecado, para nacer y permanecer inmaculado y puro. Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre los hombres.

Yo sabía que, al entregarse como hombre, para compadecerse de las miserias de los hombres, sería probado en todo, igual que los hombres, menos en el pecado, para que quien se acerque a Él alcance la misericordia, el auxilio y la gracia.

Y debía resistir las tentaciones y perseverar hasta el final en el cumplimiento de la misión encomendada por su Padre. Entonces Él debía crecer y aprender a caminar en medio del mundo –siendo Dios y siendo hombre–, igual que los hombres.

Y vivió sujeto a sus padres en medio del mundo. Y el Espíritu Santo, que siempre estaba conmigo, se encargó de enseñarle todas las cosas, porque siempre estaba con Él.

Y creció en medio del mundo, con humildad, como cordero en medio de lobos. Y así fue enviado por el Padre a cumplir su misión.

Pero el tiempo que vivió en el mundo no fue suficiente para que todos lo conocieran. Porque de haberlo conocido lo habrían amado. Es imposible conocer a Dios y no amarlo, porque Dios es el amor, y el que conoce el amor, ama.

Pero los que sí lo conocieron y lo amaron fueron sus testigos, y Él los envió de dos en dos, igual que a sus amigos, para dar testimonio de Él, para que creyeran en Él, porque el que vence al mundo es el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Y ese es el que tiene fe.

Hijos míos, crean que el Hijo de Dios vivió en el mundo como hombre y como Dios. Y como hombre sufrió lo que sufre cualquier hombre en la carne. Y como Dios tuvo la gracia para resistir las tentaciones de la carne.

Y Él a sus testigos los hizo sus amigos, y les dio el ejemplo y les dio la gracia, y los hizo sacerdotes, para hacerlos Cristos, para crucificar los deseos y las pasiones, mortificando la carne y crucificando el pecado en la cruz.

Pero Él, como hombre y como Dios, también tuvo libertad y voluntad para rechazar todo pecado, para entregarse, para salvar a los hombres, que es para lo que su Padre lo había enviado.

Y Él no solo se entregó, sino que los amó, porque es por amor que se da la vida. Y los amó hasta el extremo, entregándose en vida para permanecer entre los hombres, para que lo conocieran.

Y se quedó en Cuerpo, en Sangre, en Alma y en Divinidad, en Eucaristía. Y los amó y los llamó para que lo siguieran. Y aunque solo uno lo siguió hasta la cruz, Él dio su vida por todos, porque Él tiene el poder de dar la vida para recuperarla de nuevo; nadie se la quitó, Él la entregó.

Y dando un fuerte grito puso su espíritu en las manos del Padre, y después expiró, y así dio testimonio de que es hombre y es Dios. Y, amando hasta el extremo, entregó su sangre hasta la última gota.

Hijos míos: es tiempo de que ustedes crean.

De que se queden al pie de la cruz y no lo abandonen.

De que cumplan su misión y sean verdaderos Cristos, como Él, que es a lo que han sido llamados.

De que den ejemplo y obren milagros.

De que expulsen demonios y venzan al mundo.

Y de que se alegren, no por la misión que mi Hijo les ha encomendado, sino porque sus nombres están escritos en el cielo.

Hijos míos: permanezcan en la paz, en la alegría y en el amor de Cristo, bajo mi protección. Perseveren en la oración, que es la relación personal de cada uno con Dios. Es su esencia, lo más íntimo de su ser. Han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Dios es amor. Por tanto, su esencia es el amor.

La oración no viene del pensamiento ni de la boca, sino del corazón. Es en comunión, entrega mutua de amor total, sin escrúpulos.

De ustedes se requiere disposición y paciencia, lo demás lo hace Dios. Descubran su esencia.

El Rey está a la puerta y llama».

¡Muéstrate Madre, María!