Mt 12, 46-50
Mt 12, 46-50
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32. FAMILIARES DE JESÚS – ESCUCHAR Y OBEDECER A DIOS

EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Señalando a sus discípulos, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 46-50 

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”.

Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. 

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: qué manera tan genial tuviste de aprovechar la cercanía de tu Madre para elogiar su plena disposición para cumplir la voluntad del Padre.

Ella siempre te acompañaba en silencio, pero sí, era necesario ponerla como ejemplo de quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica.

Aprovechaste que había una multitud para hacerles ver que lo más maravilloso de Santa María no era haberte traído al mundo, sino haber cumplido con generosidad su papel de esclava del Señor.

Todos sabemos que para alcanzar la vida eterna hay que esmerarse por cumplir lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.

Los sacerdotes tenemos unas exigencias particulares que debemos cumplir, propias del ministerio, que aceptamos gustosamente cuando fuimos ordenados, porque sabíamos que ese era el camino que tú querías para nuestra santidad. Pero a veces nos cuesta cumplirlas.

Hemos de luchar para cumplir todas las virtudes, y en eso vemos la voluntad de Dios. Pero, para un alma entregada a Dios, se suele poner el acento en la pobreza, la castidad y la obediencia.

Señor, ¿qué debemos hacer nosotros, sacerdotes, para que se nos pueda considerar tu hermano, tu hermana, tu madre?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Amigo mío: tú has sentido y escuchado un llamado. El llamado a dejarlo todo por seguir y servir a Cristo Jesús. Y dime, amigo mío, ¿hay alguien a quien un hombre ama más que a sus hermanos y a su madre?

La madre y los hermanos representan esos lazos familiares, pero también incluye a los hijos y a los padres. Quiero que comprendas que el llamado a la vocación sacerdotal anima a dejar padre, madre, hermanos, esposa, hijos, tierras, con alegría.

A los que tienen el llamado no les cuesta tanto dejarlos, como les cuesta a los que ellos dejan, porque no entienden, no comprenden que es un amor más fuerte.

Y deciden en libertad, a veces en contra de su familia. Lo dejan todo y se van, siguiendo el llamado y los sentimientos de su corazón enamorado de Dios, que está encendido en fuego vivo, urgido de almas para llevarle a Dios.

Siente eso, amigo mío, una y otra vez, cada día. Que te confirme tu alegría el llamado a vivir configurado con Cristo Buen Pastor, haciendo del mundo una casa peregrina, buscando que las almas cumplan la voluntad de Dios, para reunirlas en una gran familia para la gloria de Dios.

No muchos entienden el valor del sacerdote, el que pueda dejarlo todo y vivir en soledad, santificando su vida como misionero, buscando almas para santificar. Y, aun así, a veces la tentación es más fuerte que la debilidad de su carne, y los somete, para conducirlos a la traición, que es contra ellos mismos, porque en ellos yo soy.

Pero yo los perdono cuando, arrepentidos, vuelven con el corazón contrito y humillado a pedirme perdón. ¡Cómo no perdonaría un hombre a sus hermanos, si por ellos da la vida, y comparte todo con ellos, hasta la misma Madre!

Yo te digo amigo mío que todo eso lo entiendes, lo conoces, lo comprendes, lo vives, lo sientes, lo quieres.

Sacerdotes míos: no todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará al Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

Yo soy el Buen Pastor. Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco, y ellas me siguen.

Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano, porque el Padre me las ha dado, y nadie puede arrebatar nada de su mano.

El Padre es omnipotente, y yo y el Padre somos uno.

Yo vivo en la eternidad, que no es el tiempo del mundo de los hombres. El demonio vive en medio del mundo y sabe que le queda poco tiempo. Su impotencia ante mi omnipotencia lo condena, y su ira lo consume, provocándole su propia destrucción, mientras el hambre de la venganza lo corroe en deseos de devorar a lo que yo más amo.

Y lo que yo más amo son mi madre y mis hermanos. Ustedes son mi madre y mis hermanos, y todos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

Yo a mi madre y a mis hermanos les he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nadie les podrá hacer daño.

Yo les he dado el poder para que los demonios se les sometan en mi nombre. Pero no se alegren por eso, sino porque sus nombres están escritos en el cielo.

Escuchen mi Palabra y pónganla en práctica haciendo mis obras, para que el mundo crea, para que sepan que el Padre está en mí y yo en Él.

Prediquen mi Palabra para que otros los escuchen, porque quien a ustedes los escucha a mí me escucha, y quien a ustedes los rechaza, a mí me rechaza, y quien a mí me rechaza, rechaza al que me ha enviado.

¡Pero algunos de ustedes no escuchan! Porque no saben, o porque no quieren, o porque no les conviene.

Y no ponen en práctica mi Palabra, porque no saben, o porque no quieren, o porque no les conviene.

Y han hecho de mi Santa Iglesia una institución ordinaria. La han transgredido, le han quitado el sentido sagrado y sobrenatural, la han desacreditado, la han profanado, la han desvirtuado, la han difamado, la han prostituido, la han vuelto politeísta y altanera, y la han usurpado.

Mi Iglesia fue creada a imagen de la Sagrada Familia, como modelo, y es una, santa, católica y apostólica.

Es madre, que confía en la Divina Providencia del Padre, y que cuida al Hijo en los hijos.

Es madre, pero le han quitado a los hijos y la han hecho estéril.

Es esposa, pero le han quitado al esposo y la han hecho viuda.

Es hija, pero le han quitado a la Madre y la han hecho huérfana.

Algunos de ustedes, mis sacerdotes, dicen hacer obras buenas porque así les conviene, y les parece que hacen bien todo. Pero yo juzgo las intenciones, y me doy cuenta quién procede con rectitud y justicia, y ese es el que es agradable al Padre, y es mi hermano y es mi madre.

La voluntad del Padre es que crean en mí. Yo soy la resurrección. El que crea en mí, aunque muera, vivirá. Ustedes son mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, es mi madre y mis hermanos.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que crea en el Hijo tenga vida eterna, y yo lo resucite el último día.

El que cree en mí me ama, y si me ama guarda mis mandamientos.

Y si alguno me ama guarda mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí.

El que de verdad me ama, cree en mí, confía en mí, deja todo, toma su cruz y me sigue, cumpliendo su promesa de pobreza, castidad y obediencia.

El que quiere ser perfecto vende todo lo que tiene y lo da a los pobres, para tener un tesoro en el cielo. Luego me sigue.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios.

El que quiera ser mi familia, que sea como yo, manso y humilde de corazón; que me escuche y ame a Dios por sobre todas las cosas, y a los demás, como yo los he amado.

Ese es mi madre y mis hermanos, y ellos heredarán la tierra.

El que es de Dios escucha las palabras de Dios.

El que no las escucha es porque no es de Dios.

El que escuche mi Palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna.

Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera vivirá.

Pero el que no los escuche a ustedes, no creerá.

Porque los que no escuchan a mis profetas no creerán, ni aunque resucite un muerto.

El que renuncia al mundo vive la pobreza, y yo le doy la gracia para resistir la tentación, para que viva en castidad y obediencia.

Pero el que no abraza la pobreza no puede seguirme.

Es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.

Los que no cumplen la voluntad de mi Padre, porque no son pobres de espíritu, sino ricos de las cosas del mundo, no creen en mí, no son dignos de mí, ni de poseer mi riqueza ni de ser mi familia.

Yo les pido a ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, que me escuchen y se enriquezcan de mí, para que se conviertan mientras humillan y empobrecen el espíritu, confiando en la Providencia Divina, para enriquecerse con los tesoros del cielo».

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Madre mía: a todos nos cuesta obedecer, porque supone humillar la voluntad. Pero tú nos has enseñado a someternos a la voluntad de Dios, para que haya eficacia en nuestra entrega. Tú dijiste que eras la esclava del Señor, y el Verbo se hizo carne.

Tus hijos sacerdotes debemos ser buenas ovejas, y parecernos en todo a Jesús, quien se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Pero también debemos ser buenos pastores, y tenemos la obligación de ayudar a que todos tus hijos cumplan la voluntad de Dios, obedezcan sus mandatos.

Ayúdanos a saber escuchar la Palabra de Dios, para ponerla en práctica con nuestra conducta, y para transmitirla con fidelidad, para que todos la pongan por obra, y así formemos parte de la familia de Dios.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: las familias no serán restituidas sino con el ejemplo de la Iglesia, a imagen de la Sagrada Familia.

Pero mientras ustedes, los sacerdotes, no reconozcan la maternidad de la Iglesia y no se abandonen en la confianza a la Providencia en filiación divina, y mientras no reconozcan su configuración con Cristo como hijos, seguirán dirigiendo a la Iglesia solos, en medio de su soberbia, de su ignorancia y de sus miserias, creyendo que hacen buenas obras, pero confundiendo la caridad con ser permisivos, cuando aconsejan más por lástima que por misericordia a las familias, pretendiendo ayudar a menguar el sufrimiento de sus errores y en lugar de salvarlos los conducen a la condenación.

Reciban la Palabra de Dios en sus corazones y aprendan a escuchar, para que la pongan en práctica, haciéndose obedientes, haciendo lo que mi Hijo les diga. Porque no se trata de hacer lo que causa menos dolor o sufrimiento, sino la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.

Entréguense totalmente a Dios, haciéndose obedientes en el altar por Cristo, con Él y en Él, porque una Palabra bien predicada llega a la profundidad de los corazones y los convierte, y un corazón contrito y humillado es agradable a Dios.

Alégrense, porque todo está en el plan de Dios, y ustedes, los que escuchan su Palabra y cumplen su voluntad, son instrumentos fidelísimos de Dios para que su Palabra sea puesta por obra.

Ustedes están cuidados, protegidos y custodiados por los ángeles y los santos.

Yo les doy un consejo: cuiden siempre la obediencia y la rectitud de intención, y hagan lo que mi Hijo les diga, para que sean su madre y sus hermanos».

¡Muéstrate Madre, María!

 

VII, n. 3 ESTRELLA DEL MAR – ACOMPAÑADOS POR LA MADRE

EVANGELIO DE LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

Señalando a sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos.

Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 46-50

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”.

Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú quisiste tener una madre en la tierra, y en el Calvario quisiste dejarla como madre nuestra.

Tú recibiste de ella los cuidados de una buena madre y tuviste así la experiencia viva de la necesidad que tenemos todos de esa amorosa ayuda y compañía.

Tú quisiste que esa madre nuestra fuera también la omnipotencia suplicante, para que nos sintiéramos seguros en sus brazos.

Y quisiste también que a través de Ella llegáramos también a ti.

La fiesta de la Virgen del Carmen, igual que todas las fiestas de nuestra Madre, nos ayudan a tener presente su amorosa protección. Gracias, Jesús, por dejarnos a María.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdotes, hijos de Dios, ovejas de mi rebaño: el Escapulario del Carmen es la protección de mi Madre, para que me lleven consigo.

Caminen conmigo, síganme para que no se pierdan, manténganse unidos, porque las ovejas que dispersan los lobos, si quedan solas, se pierden, y los lobos se las comen.

Pastores que conducen y guían al pueblo de mi Padre, sean niños como yo, confíen en mi Padre y abandónense en los brazos de mi Madre, y Ella los llevará hasta mí.

Sean como niños, para que mi Padre los reciba y los abrace.

¡Ay de aquel que, siendo hombre, lastime a un niño, porque no verá los brazos de mi Madre!

¡Ay de aquel que toque a uno de estos, porque no será como niño, y el que no sea como niño no podrá entrar en el Reino de los cielos!

Sean hombres, pero háganse niños, como yo, con mansedumbre y humildad de corazón, para que se dejen guiar en los brazos de mi Madre.

Hagan lo que Ella les diga, y llegará el tiempo en que Ella les dirá que hagan lo que yo les diga, y entonces harán milagros.

Renuncien a ser hombres, para que se entreguen conmigo, en sacrificio, en ofrenda para la salvación de las almas.

Sean corderos y sean pastores; crean en mi Palabra y conviértanse, es tiempo; vean la luz y síganme, es tiempo; rectifiquen el rumbo y naveguen por mi camino, es tiempo; mueran al mundo y vivan conmigo, ya es tiempo.

Es tiempo de conversión, de arrepentimiento, de perdón.

Es tiempo de misericordia. Yo soy la misericordia que el Padre les ha entregado por mi sacrificio, por mi pasión y muerte, para que mueran a las miserias del mundo y vivan en plenitud conmigo.

No caminen sin rumbo, como ovejas sin pastor. Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me siguen a mí.

Sean como niños, y aprendan, y conózcanme, para que me amen y me sigan, y llegará el día en que, postrados ante mi altar, serán ungidos en la cabeza y en las manos, para llevar la verdad, para predicar la Palabra, para dar nueva vida, para hacer milagros con sus manos y entregarme en sacrificio, en Eucaristía, para la salvación de los hombres.

Síganme, para que sean niños como yo, y ocupen los tronos que mi Padre ha destinado para ustedes en el cielo.

Cumplan los mandamientos de mi Padre, para que ustedes, mis amigos, sean mis hermanos y mi Madre, para que sean los niños que abrace mi Padre.

Abran su corazón para que me conozcan, a través del medio más fácil para llegar a mí, que soy puerto seguro de salvación: mi Madre. Ella es la estrella que los guía. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Es tiempo de que se dejen guiar por esa estrella.

Conózcanla a ella y reciban los tesoros de su corazón, para que, al seguirla a ella, me encuentren, porque ella siempre los lleva hacia mí. Ella es el camino más fácil y más seguro para llegar a mí en medio del mar, entre la oscuridad de la noche y los desiertos de la tierra».

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Madre mía, Virgen del Carmen: me alegra mucho celebrar todas tus fiestas, porque cada una de ellas me hace tener presente tu continua protección sobre todos tus hijos.

En la fiesta de hoy te agradezco el regalo de tu Escapulario, con el que me siento protegido por ti aquí en la tierra, y me refuerza la esperanza del cielo.

También me viene a la cabeza y al corazón llamarte “Estrella del Mar”, y me hace sentirme seguro, con tu ayuda, en medio de las tempestades de esta vida.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijo mío, sacerdote: yo soy como el faro que lleva la luz en medio de la oscuridad, para guiar, para corregir el rumbo, para llegar a puerto seguro.

Yo llevo en mis brazos a mi Hijo, para darte luz y llamar tu atención, para llevarte su Palabra y mostrarte el camino, para que navegues en la verdad y vivas en plenitud. Quiero que voltees a verme, y te conduciré a Jesús.

 Este Niño es Dios, omnipotente, omnisciente, omnipresente y eterno, que se ha hecho frágil y pequeño para ser como los hombres, para nacer en la miseria humana, para vivir con todas sus carencias, para ser igual en todo como los hombres, menos en el pecado.

Y se ha abandonado en la confianza de un vientre humano, en la debilidad de la necesidad de ayuda, en la dependencia de un ser a quien Él mismo ha creado, dependiendo de su voluntad y de sus cuidados, para crecer, para alimentarse, para aprender a ser un hombre.

Y se ha hecho niño para vivir en el mundo como niño, para entregarse y morir como hombre en manos de los hombres, para el perdón de los pecados y la salvación del mundo.

Y es oveja que se deja guiar por la madre que eligió, por el padre que escogió.

Y es pastor que guía a su rebaño, que Él mismo llamó como sus discípulos, como sus amigos.

Un Dios necesitado de la ayuda del hombre, porque es un Dios que elige la libertad y respeta la voluntad.

Un Dios que lo merece todo, pero que no pide nada, que se entrega todo por amor, y que solo espera ser amado.

Un Dios que, teniéndolo todo, lo deja todo para buscar y abrazar a la humanidad perdida.

Él confía en ti. Recíbelo tú, mientras yo recibo y abrazo a todos mis hijos perdidos, que han visto la luz, y como niños buscan y reciben el abrazo de su madre.

Hijos míos: yo les doy este tesoro de mi corazón: mi silencio.

Silencio para que puedan escuchar y sean almas contemplativas en medio del mundo.

Silencio para conducirlos al monte alto, que es la oración en la presencia de Cristo.

Silencio para que escuchen y obedezcan al Padre, que dice: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”.

El monte alto es el lugar de la perfección, la alegría constante que envuelve al corazón y lo regocija en una fiesta eterna, en presencia de Cristo nuestro Señor, Rey de los ejércitos, verdadero hombre y verdadero Dios. El que llega hasta aquí llega a la posibilidad de alcanzar la santidad. El que persevera aquí llega hasta el final.

La salvación está al alcance de todos. Eso es lo que Cristo, Dios hecho hombre, ha venido a darle a la humanidad: una eternidad alcanzable, transformando la muerte en vida, y en vida a la humanidad, por Él, con Él y en Él.

El que llega al monte alto lo tiene todo. El que persevera en el monte alto lo conserva todo. Pero se necesita disposición y recurrir al silencio de la oración, contemplando la encarnación, la vida, la pasión, la muerte, y la resurrección del Salvador, para perseverar y alcanzar la gracia que Dios le ha prometido a los que lo aman, a los que le demuestran fidelidad, manteniéndose en su amistad, anhelando un día compartir la alegría de los santos, participando de la gloria de Dios en su eternidad. Pero solo serán dignos los que el mismo Cristo ha constituido como su madre y sus hermanos.

Ellos son los que escuchan la Palabra de Dios, que transforma sus corazones y los motiva a cumplir para cada uno la voluntad de Dios, que se revela a través de sus conciencias y de la paz en sus corazones, que hacen lo que Dios les manda, siendo dóciles a aquel que se derrama sobre sus almas: el Espíritu divino, que anima y vivifica el alma. Dime, hijo, ¿tiene paz tu corazón? ¿Está tranquila tu conciencia?

Hijitos: mi Hijo ha venido a traer la salvación y la lluvia sobre la tierra. Yo pido para que ustedes escuchen y se conviertan, se arrepientan y obedezcan, para que pongan su confianza en Dios, y Él haga llover para fecundar la tierra.

Sean ustedes perfectos como el Padre del cielo es perfecto, y amen a sus enemigos y oren por los que los persigan, porque Dios, que es Padre, hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos.

Acompáñenme, y yo los haré permanecer en el monte alto, en donde estarán protegidos en el silencio de la oración, mientras meditan conmigo todas las cosas de mi corazón, para que oren y obren siempre en la presencia de Dios.

Los medios de salvación les han sido dados por los sacramentos. Mi Hijo me ha concedido sacramentales, para que reciban mi ayuda e intercesión para su disposición a recibir, de Cristo y los sacramentos, la salvación.

Usen mi Escapulario, como signo de devoción y Consagración a mi Inmaculado Corazón, por lo que yo consigo para ustedes abundantes gracias. Que sea un signo de mi amor y mi presencia constante, porque es un signo de misericordia, por el que yo les prometo mi ayuda para alcanzarles la gracia necesaria para su salvación. Yo los bendigo»

¡Muéstrate Madre, María!

 

VII, 41. MADRE CARNAL Y ESPIRITUAL – ESCUCHAR Y CUMPLIR LA PALABRA

EVANGELIO DE LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE LA SMA. VIRGEN

Señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 46-50

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”.

Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: no hay constancia en la Sagrada Escritura sobre la presentación de la Santísima Virgen en el Templo, pero gracias a una piadosa tradición, celebramos su fiesta con mucha alegría, por tratarse de nuestra Madre del cielo, igual que celebramos todas sus fiestas.

Yo pienso que es una ocasión maravillosa para nosotros, tus sacerdotes, de considerar en nuestra oración lo que significa una consagración total a Dios, siguiendo el ejemplo de Santa María.

Tú nos pediste ofrecerte nuestra vida entera, y te dijimos que sí. Nuestra Madre lo hizo seguramente muchas veces, desde que comenzó a tener conciencia de que la quería Dios para Él. Y el momento culminante fue aquel “fiat”, ante el anuncio del Ángel.

Yo quiero hoy renovar mi sí, diciéndote que me entrego a ti, me abandono en ti, te entrego mi cuerpo, mi alma y mi voluntad, para que se haga en mí lo que tú quieras, para que yo viva en ti, sabiendo que tú vives en mí, configurado contigo. Y yo confío en ti.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: contempla la obra perfecta de la creación de Dios. Desde antes de haberla formado en el vientre de su madre, yo ya la conocía, la tenía consagrada. Como recinto santo la constituí para ser mi morada, cuando, despojándome de mí mismo, dejando la gloria que tenía con mi Padre desde antes de que el mundo existiera, tomé condición de esclavo, asumiendo la naturaleza humana, y apareciendo en mi porte como hombre, rebajándome a mí mismo y haciéndome obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Solo Dios puede crear y escoger a su propia Madre, y ella es exactamente perfecta. Y en esta perfección ella se entregó totalmente a Dios, por su propia voluntad, desde que era una niña, desde su primer sí. Y, renovando ese sí, me dio todo lo que tenía, en una entrega absoluta de vida en cuerpo, en alma y en voluntad, al engendrar la mía. Y en la cruz ha dado más que todos, ha dado al mundo a su Hijo, que era todo lo que tenía para vivir.

Ella es mi Madre, y yo los he hecho a todos mis hermanos, y les he dado a mi Madre, de tal manera que todo el que escucha mi Palabra y la cumple, es mi Madre y mis hermanos, porque alcanza en mí la perfección.

 Amigo mío: abandónate en mí. Entrégame tu voluntad, para que se haga mi voluntad. Conságrate a mi Sagrado Corazón en conciencia, entregándote totalmente en cuerpo, en alma y en voluntad.

 Entrégate a mí como yo me entrego a ti en el altar, para hacerme tuyo, para hacerte mío; para que vivas en mí como yo vivo en ti; para que, al vivir tú en mí, dejes de ser tú y sea yo quien obre por ti, contigo, en ti.

Acepta esta entrega mutua, como aceptó María, porque Ella fue sin pecado concebida para ser mía, y yo ya la conocía. Pero Ella no lo sabía.

Porque Ella fue pura desde siempre y para siempre, para ser hija, para ser discípula, para ser mi Madre, para hacerme carne, para entregarme. Pero Ella no lo sabía.

Porque Ella fue creada para que en Ella se hicieran nuevas todas las cosas. Pero Ella no lo sabía.

Y Ella dijo “sí, hágase en mí según tu palabra”, porque Dios estaba con Ella, porque Ella estaba consagrada a Dios por la fe de sus padres. Y en este sí se consagra en conciencia, con todo su cuerpo, con toda su alma, con toda su voluntad.

Y así se dispuso, abriéndose al amor, para ser llena por el Espíritu Santo, para recibir en su seno a Dios, para ser engendrado, para ser encarnado, para entregarlo al mundo, como hombre y como Dios.

Amigo mío, dime sí.

La fortaleza está en el amor. Permanece en el amor. Y recibe los dones del Espíritu Santo, que conmigo y con el Padre es Dios verdadero de Dios verdadero.

Yo soy el bien, amigo mío. Si te abandonas en el bien ¿qué esperas? ¿El mal?

Yo soy la vida, amigo mío. Si te abandonas a la vida ¿qué esperas? ¿La muerte?

Yo soy el camino, amigo mío. Si te abandonas al camino ¿qué esperas? ¿Perderte?

Yo soy la luz, amigo mío. Si te abandonas a la luz ¿qué esperas? ¿Oscuridad?

Yo soy la verdad, amigo mío. Si te abandonas a la verdad ¿qué esperas, amigo mío, encontrar?

Yo soy el amor, amigo mío. Si te abandonas al amor, todo lo tendrás, porque, al aceptarme, al decirme sí, yo me doy, y el que tiene a Dios nada le falta.

Y en ese sí renuncias a ti, renuncias al mundo, para ser completamente mío, para que yo te envíe al mundo a entregar este amor que yo te doy.

Que sean mis deseos tus únicos deseos, que sean mis anhelos tus únicos anhelos, que sea tu única ambición mi cielo. Confía en mí, abandónate en mí, y haz lo que yo te digo.

 Sacerdotes míos: son ustedes instrumentos, conductos, material de construcción, guías, pastores, pescadores, discípulos, apóstoles, maestros, amigos.

Pero, si un instrumento se corrompe, si está sucio, no sirve.

Si un conducto se obstruye, no sirve.

Si el material de construcción es débil, la construcción es frágil.

Si el guía no sabe el camino, no puede ser guía.

Si el pastor no reúne a su rebaño y no lo protege, no es pastor.

Si el pescador no echa las redes, no pesca.

Si el discípulo no es humilde, no aprende.

Si el apóstol no confía, no me sigue.

Si el maestro no enseña, no sirve.

Si el amigo traiciona, no es amigo.

Sacerdote, instrumento de gracia y misericordia, es por medio tuyo que me entrego yo; es a través de mí que yo te perfecciono para consumar mi obra, para que sea yo quien viva, quien actúe, quien obre en ti.

Tú, que has sido creado desde siempre y para siempre para configurarte conmigo, renuncia a tu humanidad, y acepta que sea yo, Cristo vivo, Dios encarnado y hombre divino, verdadero Dios y verdadero hombre.

Renuncia a tu humanidad y acepta mi divinidad, abandonándote en mí, como un niño en los brazos de su padre, como un bebé en el seno de su madre, en donde no existe el miedo, y la confianza es absoluta.

Entrégame tu cuerpo, tu alma y tu voluntad, para que yo te haga mío, perfeccionándote, configurándote conmigo, para que vivas en mí, para que sea yo quien viva en ti, Dios encarnado en ti, hombre divinizado en mí, permaneciendo en la fe, en la esperanza y en el amor, para llevarme a cada hombre, para llevar, por mí, al Padre, lo que le pertenece. Obra consumada por mí, conmigo, en ti. Obra consumada por mí, conmigo, en mí.

Todos los hombres perfeccionados, divinizados en un solo cuerpo del único que es perfecto, del único que es divino, el cuerpo del Hijo de Dios, mi cuerpo, el cuerpo de Cristo».

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Madre mía: imagino y contemplo a tus padres, caminando hacia el Templo, llevando de la mano a una hermosa niña, vestida de blanco, con un velo blanco sobre su cabeza, sandalias en sus pies, y en sus manos un ramo de flores blancas.

Contemplo en esa niña la inocencia, la bondad, la ingenuidad, la belleza, la ternura, la piedad, la integridad, la virginidad, la inmaculada, la pureza, la docilidad, la gracia plena, la alegría, la obra perfecta de Dios, que entra al Templo y dice sí, entregando a Dios todo lo que tiene: su voluntad y su disposición a amar, aceptar y cumplir la voluntad de Dios.

Contemplo a esa niña creciendo en estatura, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres, consagrada por sus padres al Señor, para honrar, para bendecir, para alabar y adorar su Santísimo Nombre y, sin ellos saberlo, para engendrar, dar a luz, cuidar, proteger, educar, guiar, acompañar, y entregar tu vida a Dios, con la vida del Hijo de Dios hecho hombre.

Contemplo después a la mujer hermosa, vestida de blanco, con la cintura ceñida por un lazo azul, con un manto azul labrado en oro, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.

Es la misma creatura, eres tú, la Pura, la Inmaculada, la Bella, la creada desde siempre para ser la perfección humana en toda su plenitud, para ser la nueva Arca de la Alianza, la Madre del Hijo unigénito de Dios.

Y comparto ahora la mirada de tu Hijo, Rey del universo, que está absorta y fija en tu rostro de Reina y Madre. Prendado está el Rey de tu belleza.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: yo dije sí, y le entregué a Dios mi vida desde el primer día. Y dije sí, para confirmar cada día de mi vida mi entrega. La pureza de mi alma suscitaba un solo deseo: amar y servir a Dios. Pero supe claramente que mi vocación para servir al Señor era de esposa y madre. Sentía el deseo en mis entrañas de engendrar vida en mi seno, para entregar totalmente mi vida dando vida, sirviendo, dando, amando.

Pero, que iba a dar vida a quien me dio la vida, eso, yo no lo sabía. Pero dije sí, cada día, todos los días de mi vida, a todo lo que en mi alma mi Dios me pedía. Y estudié, y me mantuve siempre sujeta a mis padres y a la ley de Dios, con docilidad y obediencia.

Pero aprendí mucho más por experiencia, y supe que, en el principio, existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada. En ella era la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron, pero a los que la recibieron y creen en su nombre los hizo hijos de Dios, y la Palabra se hizo carne, fruto bendito de mi vientre. Y habitó entre los hombres, para traer a los hombres la salvación y la vida.

Hijo mío: yo nací para ser Madre. Madre del Hijo de Dios y Madre de todos los hombres, para que, por Él, con Él y en Él, sean una sola familia, como hermanos, como hijos.

Y por obra del Espíritu Santo fue encarnado el Verbo en mi seno, carne de mi carne y sangre de mi sangre. Y fue engendrado en mi vientre el que había ya sido engendrado en mi corazón espiritualmente.

Por tanto, yo soy Madre carnal y espiritual del Hijo unigénito de Dios, y madre espiritual de todos los hombres.

Pero soy Madre carnal y espiritual de los que han sido configurados con Él: ustedes, mis hijos sacerdotes, a los que yo llamo mis hijos predilectos, porque al recibir el sacramento del Orden sacerdotal se hacen uno con Cristo, y son ustedes mismos mis hijos encarnados, mis Cristos en el mundo, alcanzando, por su vocación, la perfección en Cristo, para ayudar a todos los hombres a alcanzar esa perfección, cuando todos sean uno en Cristo, unidos en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, a través del Bautismo. Pero luego, enseñándolos y ayudándolos a permanecer, a través de los sacramentos, en Cristo, para que sean parte por ellos, con ellos y en ellos, del cuerpo de Cristo, que es la Santa Iglesia; para que todos sean uno en Cristo, perfectos.

Yo los acojo espiritualmente a ustedes, mis hijos carnales, mis sacerdotes, para ayudarlos a permanecer unidos a Cristo, configurados con Él, en cuerpo, en sangre, en alma y en divinidad: perfectos.

Ustedes deben, a imagen y semejanza de mi hijo Jesucristo, descubrir su vocación de hijo, para que aprendan a ser verdaderos hijos.

Ustedes deben aprender primero a ser verdaderos hijos, configurados con Cristo, para que aprendan a ser también esposos y padres. Entonces serán verdaderos sacerdotes, como padre, como hijo y como esposo, a imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hijos míos: yo de ustedes espero que sean perfectos, como el Padre Celestial es perfecto.

Dios ha mirado la humildad de su esclava y ha puesto en mí su confianza, y se ha abandonado en mi vientre, encarnándose en mi carne, compartiendo mi sangre, haciéndose mío, haciéndome suya, cuando yo dije sí.

Es Dios mismo que ha nacido hombre, siendo Dios, para ser como los hombres, para llevar a todos los hombres a Dios.

Es el amor encarnado en el vientre puro de mujer, que crece y se desarrolla, que nace niño y se hace hombre, para hacer a todos los hombres como niños, porque de los niños es el Reino de los Cielos.

Es la consagración una entrega absoluta. Que sea en conciencia tu renuncia a ti, hijo mío, abandonándote en el corazón de Jesús. Yo te ayudaré, porque, por mí, siempre se llega a Él».