19. LA SIEMBRA EN EL SEMINARIO – BUENA TIERRA, FRUTO ABUNDANTE
DOMINGO DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Una vez salió un sembrador a sembrar.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 1-23
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron. Escuchen, pues, ustedes lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.
Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.
En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la parábola del sembrador, igual que otras parábolas, tiene para mí, sacerdote, dos modos de interpretarla.
El primero, que es lo que tú mismo explicas, me dice que yo debo ser un buen terreno, para que la semilla de tu Palabra dé fruto abundante.
Y el segundo me compromete como sacerdote, como Cristo, a ser un buen sembrador, para arrojar la semilla de tu Palabra, preparando los corazones para que sean un buen terreno y produzcan hasta el ciento por uno.
Responsabilidad principal tienen los sacerdotes formadores en los Seminarios, porque ahí están preparando los corazones jóvenes para ser buen terreno, dar fruto abundante, y así poder ser buenos sembradores.
Señor: ayúdame para disponer bien mi corazón, y poder así dar mucho fruto; y ayúdame a cumplir muy bien con mi responsabilidad de formador de otras almas, de ser un buen sembrador de tu Palabra.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: una sola es la semilla, como una sola es la Palabra de Dios.
Yo encontré en ti un corazón ardiente y bien dispuesto para ser mi morada. He puesto mi semilla en tu corazón.
Yo te he consagrado desde antes de nacer, porque desde antes de formarte en el vientre yo ya te conocía.
Adondequiera que yo te envíe irás, y lo que yo te mande dirás.
Yo he tocado tu boca para que seas profeta de las naciones y lleves mi Palabra, y la esparzas como semilla en tierra buena.
Yo te doy autoridad para abrir los corazones, para edificar y plantar mi semilla.
Yo te envío a ti, como instrumento para preparar la tierra, para que toda la semilla se aproveche.
Yo mismo he fecundado tu tierra para asegurarme que des buen fruto, porque de ti espero el ciento por uno.
No tengas miedo, yo te protejo. Tú lleva el Reino de Dios a su pueblo, y ya sea que duermas o te levantes, de noche o de día, el grano que has echado brotará y crecerá sin que te des cuenta.
La tierra dará fruto por sí misma. Primero hierba, luego espiga, después trigo, que será fruto bueno en abundancia.
Entonces meteré mi hoz, porque habrá llegado la hora de segar. La mies de la tierra estará madura.
Pero, para sembrar, primero hay que preparar la tierra, para que sea buena, porque la semilla que caiga a la orilla del camino, en terreno pedregoso o con espinas, no dará fruto.
Yo pongo mi semilla en tus manos, para que toda se aproveche. Pero el sembrador soy yo.
La tierra no me ha escogido a mí, yo he escogido la tierra para sembrar, y es tierra buena que hay que preparar y conservar, para que la siembra dé buen fruto y ese fruto permanezca.
La tierra buena se prepara en los Seminarios, y son los formadores los responsables de conservarla, de abonarla y de hacerla fecunda. Pero si sus corazones son áridos, por culpa de su tibieza, no llegará la fecundidad a mi tierra.
Aquí se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan mis mandamientos y mi fe. Se requiere formación permanente.
Quiero llevarles mi semilla a los que son sembradores, para que la reciban primero en su tierra. Pero, para esto, se requiere disposición, y que cuiden mi siembra y protejan la cosecha, porque por sus frutos los reconocerán.
Estos frutos serán la disposición de cada uno, especialmente de los formadores, para dejarme actuar y transformar la aridez de sus corazones en tierra fértil, en donde mi Palabra crezca y produzca frutos de santidad, con los que preparen y cuiden bien la tierra que les he dado para sembrar, porque la tierra que yo les doy
– es tierra virgen, para que procuren su castidad;
– es tierra suave, para que procuren que no se endurezca;
– es tierra nueva, para que protejan su inocencia;
– es tierra sencilla, para que procuren su humildad;
– es tierra viva, para que procuren la virtud;
– es tierra dispuesta, para acoger la semilla;
– es tierra fértil, para que procuren la buena semilla.
Porque lo que siembren, eso cosecharán.
Para una buena cosecha es necesario cultivar la vida interior, perseverando en la oración y viviendo en el amor, permaneciendo en un encuentro constante conmigo, para que aprendan de mí a ser verdaderos Cristos».
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Madre mía: sé que tu ayuda no me faltará para ser buen terreno y dar fruto.
Te pido ayuda también para ser un buen sembrador. Yo sé que las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, y a todas las diversas formas de entregarse a Dios dependen en buena parte de que haya verdaderos sacerdotes, verdaderos formadores, que preparen esos corazones para estar bien dispuestos.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: Te pido tu compañía, para que yo también sepa siempre acompañar. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo les pido que cuiden la vocación de mis hijos desde los Seminarios, ustedes los que son formadores y custodios, orientadores y guías, pastores de los rebaños sagrados elegidos por mi Hijo, para que sean como Él, para que dejen todo y lo sigan.
Él es quien los ha llamado y los ha sacado del mundo.
Son los formadores, los maestros, los que les deben enseñar a vivir en medio del mundo sin ser del mundo.
Pero qué fácil es cerrar los ojos y los oídos y pretender de un Seminario una escuela de intelectuales.
¡Despierten de su error! Un Seminario es una escuela de amor, en donde se descubre y se conoce el corazón de Dios para enamorarse de su novia y futura esposa: la Santa Iglesia Católica.
Cuiden el sistema de estudio, que debe promover el crecimiento espiritual, y enriquecerse con la oración de contemplación, para que los alumnos conozcan el amor, la Consagración a mi Inmaculado Corazón –para que reciban mi protección–, y el sacrificio, para que se conozcan ellos mismos y lo humanos que son, con todas sus miserias, y que, mortificando la carne, aprendan a crucificar las pasiones por una entrega de amor a Dios, y no sólo por obligación.
El que tenga oídos que oiga.
Yo les doy mi auxilio, porque a veces están distraídos –ocupados y preocupados en muchas cosas–, y otras veces dormidos.
Algunas plantas crecen, acariciadas por los rayos del sol. Algunas se hacen espigas, y maduran, y dan fruto. Pero otras no crecen, porque están cubiertas por la sombra de la cizaña, que ha sido sembrada por los demonios, aprovechando la distracción, la pereza, y la resignación de los que han sido llamados para sembrar y cuidar la tierra. Y la cizaña sembrada crece como maleza entre las espigas, y les quita la luz del sol y el alimento, sometiéndolas a las tinieblas y a la inanición.
Las plantas fuertes producen frutos, unas el treinta, otras el sesenta y otras el ciento por uno. Pero las plantas que no crecen no maduran, y no producen ningún fruto.
Los ángeles están listos para la siega, y de una sola vez segarán todo el campo, y separarán a las espigas de la cizaña. Las plantas que no crezcan como espiga y no den fruto, serán arrojadas al fuego con la cizaña, porque, al igual que la cizaña, no sirven para nada.
Las espigas que den fruto serán almacenadas para ser transformadas en ofrenda para la gloria de Dios.
Permanezcan conmigo y darán fruto en abundancia.
Yo les doy este tesoro de mi corazón para asegurar el fruto al ciento por uno: mi acompañamiento, para edificar sus obras, cuidando y preparando la tierra de cada uno de mis hijos, en los que caerá la semilla que mi Hijo ha confiado en ustedes, una misma semilla y una sola tierra.
La tierra son los corazones.
La semilla es la Palabra de Dios, que es viva, eficaz, que hiere para convertir sus corazones, porque es más cortante que la espada de doble filo, y penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón.
Yo les aseguro mi compañía para que den el mejor de los frutos, que dará mucha gloria a Dios: la santidad de ustedes, mis hijos sacerdotes».
¡Muéstrate Madre, María!