34. DISPUESTOS A VER Y OÍR – NADAR EN LA ABUNDANCIA DE LA GRACIA
JUEVES DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 10-17
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Ustedes oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: resulta difícil aceptar que haya personas que voluntariamente cierren sus ojos para no ver y tapen sus oídos para no oír, que endurezcan su corazón para no comprender. Y resulta doloroso saber que no quieren convertirse ni que tú los salves.
No se entiende eso, Señor, sabiendo que la conversión y la salvación es lo que nos une a ti, que eres la máxima felicidad y alegría sin fin.
Pero lo comprendemos porque la debilidad humana muchas veces lleva a buscar una felicidad pasajera, inmediata, en vez de buscar la vida futura. Es importante hacerles comprender a los hombres que la conversión, en sí misma, produce una felicidad que el mundo no puede dar.
Ayúdame, Jesús, a luchar siempre para convertirme, prestando mucha atención a todo lo que me dices, con los ojos y los oídos bien abiertos a tu Palabra. Qué buena ayuda es contemplar toda tu vida a través de los Misterios del Santo Rosario.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes, amigos míos: solo un justo murió una sola vez por los injustos, para llevarlos a Dios. Yo soy el Justo, el Sumo y Eterno Sacerdote. Yo soy: es mi Cuerpo, es mi Sangre, es mi Corazón, y es Eucaristía.
Y algunos son los que viendo no ven y oyendo no oyen, porque cierran sus ojos para no ver y tapan sus oídos para no oír. Y no creen en mí. Han endurecido su corazón y no quieren ver y no quieren oír, y no quieren comprender, y no se quieren convertir.
Y no me reciben, y renuncian voluntariamente a la salvación. Y se vuelven de corazón extraviado, y se vuelven contra mí. Porque todo el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama. Y ese es el injusto, el infiel, el hipócrita, el que me entrega. ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!
Porque ellos sí saben lo que hacen, porque yo no los llamé siervos, los llame amigos. Y a ellos se les ha dado a conocer los misterios del Reino de los cielos, y se les han dado ojos para que vean y oídos para que oigan, y corazón para que comprendan. Pero están ciegos y sordos y su corazón es de piedra, y entran en mis huertos y comen de mis frutos con las manos sucias. Al que tiene mucho, más se le dará, pero al que tiene poco, hasta ese poco se le quitará.
Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre. Ya todo les ha sido dado por mi Padre. Yo les he sido dado, y no hay nada más verdadero y más grande que yo. Pero algunos de ustedes, mis sacerdotes, mis discípulos, mis pastores, no entienden, no me conocen, no creen en mí, me abandonan, no quieren ver. Y se fueron, me dejaron solo.
Otros adoran falsos ídolos y dicen ser mis profetas. Pero son falsos profetas, que mienten diciendo que saben la verdad. Y pretenden subir al cielo y alzar su trono por encima de las estrellas de Dios, porque su soberbia los domina. Pero renuncian al Paraíso y son arrojados del cielo. Porque no creen en mí. Porque no me conocen. Porque no me aman.
Otros me siguen porque creen en mí, y conozco su conducta, sus fatigas y su paciencia.
Pero tengo contra ellos que han perdido su amor de antes.
De otros conozco su tribulación y sus tentaciones, y se han mantenido fieles a mi nombre, sin renegar de mi fe.
Pero tengo contra ellos que mantienen falsas doctrinas.
Y de otros conozco su caridad, su fe y sus obras.
Pero tengo contra ellos que permiten la adoración a los ídolos.
Mi Padre, que es un Dios compasivo y misericordioso, no solo les da al Hijo, en quien algunos no creen, sino que les da a la Madre, para que los encuentre y los vuelva al Hijo, para que lo vean, para que lo escuchen, para que crean en Él, para que se arrepientan y se conviertan, para que se salven y glorifiquen a Dios.
Tengan compasión y acompañen a mi Madre al pie de mi cruz, adorando mi Cuerpo y mi Sangre, recibiendo y entregando mi Cuerpo y mi Sangre, que es la Palabra encarnada que habitó entre los hombres.
Amigos míos: ustedes que tienen oídos oigan. Ustedes que tienen ojos vean.
Es por la anunciación del ángel que la Palabra ha sido escuchada.
Es por el sí de mi Madre, por voluntad y en libertad, que la Palabra ha sido aceptada.
Es por el Espíritu Santo que la Palabra se ha hecho carne, para dar vida.
Sean ustedes como mi Madre, y digan sí. Déjenme habitar en ustedes, para que, llevándome dentro, yo los envíe a servir, para que nazca de ustedes fruto bendito, para que lo entreguen al Padre como ofrenda, con pureza en la intención y en el corazón.
Y cuando me pierdan, búsquenme, no se cansen de buscarme, que en el desierto y en la soledad, perdidos, es como me buscan, y buscando es como me encuentran. Fue mi Madre la primera en tenerme, y perderme, y encontrarme. Acudan a Ella y los llevará a mi encuentro.
Y cuando estén sedientos, yo les daré de beber del manantial de mi agua viva, hasta saciarlos, para que ustedes, por medio de esta agua, den vida nueva.
Quédense junto a mi Madre, que Ella me conoce y los conoce a cada uno de ustedes, y sus necesidades, y Ella sabe cuándo ya no tienen vino.
Yo siempre hago lo que Ella me pide. Sean obedientes como yo y hagan lo que yo les diga, y entonces harán milagros.
Vayan al mundo como yo los envío, y llévenme hasta los confines del mundo. Curen a los enfermos y expulsen a los demonios, porque yo les he dado el poder, porque yo tengo el poder, y yo estoy con ustedes todos los días de su vida.
Retírense en soledad y en silencio, y entreguen su oración al Padre. Los santos y los ángeles oran e interceden con ustedes. Pero manténganse en la pureza, para que sus vestiduras sean blancas y sean dignas en la presencia de Dios.
Conviertan el pan en mi Carne y el vino en mi Sangre, para que se alimenten de mí, para que me compartan y alimenten a todas las almas, y yo les dé vida eterna.
Y ante la tribulación y la oscuridad, ante la inquietud en medio de la tormenta, ante la adversidad y el temor, doblen sus rodillas y clamen al cielo. Supliquen al Padre, reconociendo su grandeza ante la debilidad de ustedes, su omnipotencia ante la pequeñez de ustedes, su misericordia y su amor ante ustedes, y sus faltas y sus dudas y la tentación. Porque el Padre todo lo ve y todo lo escucha.
Y es en el dolor en donde yo toco sus miserias, y convierto sus corazones de piedra en corazones de carne. Acepten el sufrimiento causado por el pecado de todos los hombres, y entréguense conmigo, y caminen conmigo cargando el dolor. Y al encontrar el rostro de mi Madre, recibirán amor, y esperanza, y fuerza, para seguir caminando. Y Ella les mostrará el camino, para que no se pierdan, para que no se queden, para que perseveren hasta subir a la cruz, y unir sus manos y sus pies conmigo, para entregarse en sacrificio para el perdón y la redención de todas las almas, entregándose en unidad conmigo, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu, para la gloria del Padre.
Entonces les daré a mi Madre como madre, y les mostraré su victoria, que yo anuncié a los infiernos, porque es en el sí su victoria, cuando el Verbo se hizo carne, cuando habitó entre ustedes, cuando anunció el Reino de Dios, cuando se entregó a cada uno para darles vida eterna, cuando muriendo venció a la muerte. Es entonces que la mujer pisó a la serpiente.
Y entonces los volveré a la vida conmigo, y les mostraré mi gloria. Y cuando el Hijo les sea arrancado para abrazar al Padre, por su misericordia y por el amor del Hijo que los ha hecho también hijos, y se ha quedado en ustedes, descenderá con el Hijo por medio del Espíritu Santo, para llenarlos de vida, con la gracia del amor.
Y cuando la Madre sea llevada a la presencia de Dios, entonces les será devuelta como Reina del cielo y de la tierra, para proteger y cuidar lo que el Hijo vino a salvar: la obra del Padre, la creación de sus manos que estaba perdida, que fue encontrada y perdonada, redimida y salvada por el amor, para vivir una nueva vida en el amor, para el amor, para la gloria de Dios».
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Madre nuestra de Guadalupe: tú nos dijiste “no se turbe su corazón y no se aflijan, ¿no estoy yo aquí que soy su Madre? ¿Tienen necesidad de alguna otra cosa?”.
Y pienso en lo dichoso que fue San Juan Diego porque sus ojos vieron, y sus oídos oyeron esas palabras. Y nosotros, con él, te agradecemos que quieras mostrarte madre.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Reina de la paz y Madre de misericordia.
Quiero que me reciba cada uno con la misma alegría de un niño que está perdido y encuentra a su madre.
Yo les brindo esperanza y alivio a los que piden auxilio, porque no ven y no oyen.
Yo les doy este tesoro de mi corazón: mi compasión.
Compasión para que, con bondad, vean a los que están perdidos y escuchen a los que piden auxilio.
Compasión para que lleven a mi Hijo a los más necesitados.
Compasión para querer dar la vida por los que profanan la tierra que les ha sido dada.
Compasión para herir y encender el corazón de los que no creen, porque su corazón está endurecido.
Compasión para que oren por la conversión de los corazones de todos mis hijos.
Compasión para que compartan los mismos sentimientos que yo, que son los mismos sentimientos de Cristo.
Compasión para que permanezcan conmigo al pie de la cruz, para acompañarme y reparar con su amor y sus obras las heridas de su Sagrado Corazón.
Hijitos, es tiempo de compasión, es tiempo de conversión, es tiempo de misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!