21/09/2024

Mt 13, 31-35

40. CONSERVAR Y VIVIR LA FE – OJOS PARA VER Y OÍDOS PARA OÍR

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

El grano de mostaza se convierte en un arbusto y los pájaros hacen su nido en las ramas.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 31-35

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en su huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas”.

Les dijo también otra parábola: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar”.

Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. 

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: las parábolas de la semilla de mostaza y de la levadura nos hablan claramente de la desproporción. Y tú nos quieres decir que en las obras de Dios siempre habrá desproporción entre lo que nosotros, pobres hombres, podemos hacer, y lo que hace Dios con nosotros. Así se nota que la obra es suya.

También en tus discursos nos dices cosas desconcertantes, como que para ser el primero hay que ser el último, o que el que pierda su vida por ti la encontrará.

Me doy cuenta claramente de que lo que quieres tú es que refuerce mi fe y la viva, abandonándome en ti, en tu poder, sabiendo que a veces quieres hacer locuras, y quieres que las hago yo.

Ayúdame, Jesús, a subirme a la locura de tu cruz, para que, con tu gracia, pueda hacer obras de fe, que den mucho fruto, y ese fruto permanezca.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: abracen su fe y suban conmigo a mi cruz, para morir y vivir conmigo, porque por su fe serán salvados.

Este es un llamado a los que, habiéndolos llamado mis amigos, viven en la indiferencia y enemistad conmigo, a los que celebran sin fe, consagran sin fe, confiesan y absuelven sin fe, y me usan como moneda de cambio, para su conveniencia. Eso, amigos míos, se llama traición.

Y yo me entrego, y permito que sus manos transformen el pan en mi Carne y el vino en mi Sangre, y que bendigan y absuelvan, y que den nueva vida, porque les he dado el poder y los he llamado amigos, y yo soy fiel a mis amigos.

Conserven su fe, vivan la fe. Pero si no quisieran permanecer en esta fe que enciende el calor de sus corazones, más les valdría ser arrojados al río como piedras inertes para permanecer fríos y no tibios.

Porque nadie puede servir a dos amos. Nadie puede servir a Dios y al dinero. Porque amará a uno y despreciará al otro. Por eso yo los llamo y los invito a permanecer en mi amor.

No sean como las piedras en el río que solo estorban al paso del agua y no sirven para nada. Sean como la roca que da cauce al agua de mi manantial, y la conduce a toda la tierra, para nutrir, para dar vida. Que se mantiene firme ante la fuerza de la corriente y da cauce a esa fuerza para llegar más lejos, hasta donde la semilla ha sido plantada.

Que sea su fe como esa semilla que se alimenta y crece hasta extender sus ramas y dar buen fruto.

Que sea su fe fuente de agua viva, que, al contacto con el amor, sea levadura que aumenta y magnifica la gracia.

Sean ustedes conducto de mi gracia transformante, y háganla llegar, y háganla crecer y dar más fruto, para que esa gracia sea para ustedes gracia santificante, para convertir sus corazones de piedra en corazones de carne.

Manténganse unidos a mi cruz, para que los hoyos de mis clavos en sus manos dejen pasar mi luz, para que las espinas de mi corona toquen sus mentes, y cuando piensen sientan, y cuando sientan mantengan suave su corazón.

Y vivan en la fe, en la esperanza y en la caridad, confiando, obedeciendo y abandonándose a la voluntad del Padre.

Entonces vivirán en la alegría de haber subido a mi cruz, para vivir en la plenitud y en el gozo de mi muerte y mi resurrección, para la vida eterna.

Yo soy el agua viva que purifica, y la sangre pura que lava los pecados del mundo.

Miren la sangre que brota de mis heridas y de mi corazón, y lo limpia todo.

Miren como lava, de mi cuerpo de hombre, las manchas del pecado de los hombres que lo han flagelado, que lo han martirizado, que lo han herido, que lo han destruido, que lo han burlado, que lo han escupido, que lo han perforado con los clavos de la cruz, haciendo brotar mi sangre divina de dentro para limpiar lo que sale de dentro de los hombres, porque no es lo que viene de afuera lo que daña, sino lo que viene de dentro del corazón de los hombres.

Es lo que viene de dentro del Corazón de Dios hecho hombre lo que purifica, lo que sana, lo que redime: sangre del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo y destruye la muerte, para traer vida.

Es por mi pasión y muerte redentora que purifica la semilla y hace de nuevo fértil la tierra, para que en ella crezca el Reino de los Cielos como árbol grande y robusto, desde la más pequeña de las semillas.

Es Dios que todo lo ha creado, y ha sembrado a la humanidad como semilla de mostaza en tierra fértil, para que crezca, y en unidad se fortalezca, para incluir al hombre creado a imagen y semejanza de Él, en Él mismo, por medio de su único Hijo Jesucristo, engendrado, no creado, haciéndolos partícipes en Él mismo de su gloria eterna».

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Madre nuestra: la semilla de mostaza tiene que morir para convertirse en árbol frondoso, y la levadura tiene que desaparecer para fermentar toda la masa. Pero a mí me cuesta subir a la cruz de tu Hijo, y me doy cuenta de que, si no lo hago, no puedo identificarme plenamente con Él.

Mi vocación de sacerdote, configurado con Cristo, me exige seguir sus pasos, vivir su vida, haciéndome una sola cosa con Él.

Te pido tu intercesión para que no solo lo tenga presente, sino para que tenga la valentía de decir que sí a la cruz, aunque me cueste.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu Corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo los llamo para que lleguen hasta mí, para que suban y se unan a la cruz de mi Hijo.

Para que unan sus manos a las manos de Jesús.

Para que unan sus pies a los pies de Jesús.

Para que sean Cristos en Cristo.

Para que, unidos a Él, caminen con Él, y sus manos bendigan con Él, consagren con Él, sanen con Él.

Para que se entreguen con Él y alimenten a su pueblo por Él, con Él y en Él.

Para que dejen sus redes y lo sigan a Él.

Para que lo dejen todo y mueran al mundo, para resucitar en Él.

Para vivir en el mundo sin pertenecer, sin ser del mundo, sin desear las cosas de este mundo, viviendo en la plenitud y en la gratuidad fruto de la unidad en Cristo.

 Es por mi Hijo la misericordia del Padre mayor que su justicia. Pero justicia se hará a los que traicionan a mi Hijo.

El día llegará en que serán llamados a la diestra del Hijo. Pero muchos no serán llamados, serán arrojados al fuego eterno, y será el llanto y la desolación.

Es tiempo, hijos míos. El llamado es hoy para todos.

Ha enviado Dios a su único Hijo para salvar, para dar nueva vida.

Ha extendido sus brazos al mundo para salvar al mundo.

Extiendan ustedes sus brazos con Él, para ser mediadores de la salvación, y administradores de la gracia y la misericordia de Dios.

Y acompáñenme en el sufrimiento y en el dolor, en la alegría y en el amor».

¡Muéstrate Madre, María!