21/09/2024

Mt 13, 44-52

37. LA PERLA MÁS PRECIOSA – ENCONTRAR EL TESORO ESCONDIDO

EVANGELIO DEL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Vende cuanto tiene y compra aquel campo.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 44-52

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.

También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.

¿Han entendido todo esto?” Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.

Palabra del Señor.

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Señor Jesús: cuando la persona que encuentra el tesoro o la perla de gran valor está decidida a dejar todo lo que tiene con tal de adquirirlos, es porque está convencida de que vale la pena. No piensa en lo que tiene ahora, sino en lo que tendrá después.

Yo sé que el principal tesoro para un hombre eres tú mismo, no puede haber algo más grande. Lo han experimentado tantas almas conversas, que al descubrirte dejan todo y te siguen, poniendo en ese tesoro su corazón.

Y la perla más preciosa es tu Madre, la toda hermosa, la llena de gracia, por quien también vale la pena dejarlo todo, en busca de todos los tesoros que guarda en su corazón.

Señor, dame la gracia para no dudar ni un instante en dejarlo todo para seguirte.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdote mío: mi tesoro eres tú, y toda la humanidad.

Pero mi tesoro había sido robado. Y fui enviado al mundo, dejando la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera, para ir a buscarlos.

Y el Verbo se hizo carne en el seno de una mujer virgen, pura e inmaculada,

  • para nacer y habitar entre los hombres;
  • para buscarlos y encontrarlos;
  • para amarlos y llevarles misericordia;
  • para entregarme y quedarme;
  • para morir y pagar con mi vida su rescate;
  • para resucitar y recuperarlos;
  • para que crean en mí y hacerlos míos;
  • para que, por mi amor y mi misericordia, alcancen la verdadera riqueza, que es la gloria de Dios Padre.

Amigo mío: yo te encontré, yo pagué tu rescate, yo te recuperé y te hice mío. Y quiero compartir contigo el tesoro anhelado de Dios, por el que ha enviado a su propio Hijo para recuperarlo. El tesoro que mi Padre me mostró, y por el que decidí dejarlo todo: la humanidad entera, con la que el Hijo glorifica al Padre. Ese es su valor.

Yo he venido a buscarlo hasta encontrarlo. He dado mi vida, derramando hasta la última gota de mi sangre, para recuperarlo. Ese es su valor.

He descendido a los infiernos para anunciarlo como mío, destruyendo la muerte, infundiendo la vida en este campo maravilloso de Dios, que es el mundo, en el que posó las plantas de sus pies el Hijo de Dios. Ese es su valor.

Por tanto, el valor de la humanidad es infinito, como infinito es el Hijo de Dios. Yo te digo, amigo mío, que vale la pena darlo todo, para recuperar lo que solo le pertenece a Dios.

Pero mira cómo hay ladrones en el mundo, que buscan robarse los tesoros de Dios. Pues yo te digo que Él ha permitido mantener en el campo los tesoros dándoles libertad, dándoles voluntad, para hacerse suyos para la eternidad, o para permanecer enterrados sin dar fruto, pudriéndose en la miseria del pecado, para ser lanzados al fuego y al destierro, en un castigo eterno.

Yo te aseguro, amigo mío, que las almas que se pierden no devalúan ni minimizan el valor del tesoro de Dios, pero desgarran de dolor y de sufrimiento mi Corazón, porque no puedo conservarlos para, a través de ellos, glorificar a Dios. Es un misterio. No espero que lo entiendas, pero quiero compartirlo contigo, para que entiendas lo que mi Madre busca. Acompáñala.

Yo glorifico a mi Padre a través de la vida y obra de ustedes, mis amigos, y de las almas que ustedes santifican por mí, en mí, conmigo. Pero muchos se han perdido, y mi Madre ha venido para buscarlos, hasta encontrarlos, para llevarlos de vuelta a la casa del Padre, en donde serán parte de esta gloria que le da el Hijo al Padre a través del Espíritu.

Que sea exaltada mi alma sacerdotal, de la cual tú eres parte conmigo. No hay tesoro más grande para Dios que su propio Hijo, y ustedes, mis amigos, por quienes consigue lo que Él mismo ha creado, para transformarlo en el mismo Cristo que Él les ha dado.

Ese es el valor que Dios le ha dado al mundo: vale lo que tú y vale lo que yo. Cuídenlo, aceptando la compañía de mi Madre, consagrándolo a su Inmaculado Corazón, pidiendo perdón, y propiciando, con sus oraciones y su ejemplo, con su entrega de vida, su conversión, haciendo todo por amor de Dios.

Toda la humanidad, que vale tanto, no vale tanto como mi Madre. Por eso quiero también entregarte la perla más preciosa del mar de mi misericordia: el Inmaculado Corazón de mi Madre, y todos sus tesoros.

La riqueza de todos sus tesoros soy yo, Cristo, muerto, resucitado y vivo, presente en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad.

La riqueza del Reino de los cielos es la Eucaristía.

Quien encuentra a mi Madre encuentra la perla más preciosa, encuentra el Reino de los cielos, y hace suya su riqueza. Entonces se convierte en un tesoro muy valioso, porque en esta riqueza recibe al Espíritu Santo, y en Él se contienen todas las riquezas de Dios».

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 Madre mía: tú eres la perla más preciosa. Llevas en tu vientre la luz para el mundo. Eres un arca en donde se contiene el más grande tesoro para enriquecer a los hombres.

Tu corazón es como un campo de tierra fértil en donde se enriquece la semilla con tesoros escondidos, para que crezcan y den fruto en abundancia, para almacenar tesoros en el cielo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: yo te pido que me compartas tus tesoros para crecer en virtud y gracia, y alcanzar la santidad. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo soy la Perfecta Siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive.

El que es bienaventurado es el que encuentra el verdadero tesoro para enriquecerse y transformarse en un tesoro de Dios. El verdadero tesoro es Cristo.

Los tesoros de Dios son las almas de los justos que brillan en el cielo. Las almas de los justos son las almas bienaventuradas que construyen el Reino de los cielos en la tierra.

El Reino de los cielos en la tierra es la Santa Iglesia, en donde se contienen los tesoros más preciados de Dios: ustedes, sus sacerdotes. La riqueza de esos tesoros son las almas que ustedes conducen y salvan para la gloria de Dios, quien envía a sus ángeles custodios para que sus tesoros no sean robados.

Pero el ataque del enemigo es muy fuerte. Entonces les ha dado una Madre. Yo los cuido y los cubro con la protección de mi manto.

Yo piso la cabeza de la serpiente. Pero el ataque es muy fuerte. Yo pido para ustedes la misericordia, para que se acerquen a mí, para reunirlos conmigo, porque a mí no puede acercarse el enemigo.

Mi corazón es custodio de cada vocación sacerdotal. Yo pido para ustedes, además, un ángel por cada uno, con la misión especial de custodiar el tesoro más preciado de mi Hijo, que es el ministerio sacerdotal.

El arma más poderosa es el amor, y nadie tiene un amor tan grande que el que da la vida por sus amigos. Yo les entrego los tesoros de mi corazón, para que los hagan suyos, y sean uno con Cristo, y por Él, con Él y en Él, los lleven como luz al mundo.

No amontonen tesoros en la tierra, en donde hay ladrones que se los roban. Más bien amontonen tesoros en el cielo, porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón.

El hombre más rico es el que posee el Reino de los cielos. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos. Yo protejo los tesoros más preciosos de Dios con mi amor y mi misericordia, llevándoles el verdadero tesoro, que es Cristo, para que se enriquezcan, y con Él sean luz que brille en el cielo, para la gloria de Dios.

Yo les entrego mis tesoros, para fortalecer sus corazones, que son los vasos de barro que contienen el tesoro más preciado de Dios: el tesoro de la verdad, que es Cristo, y que se manifiesta en ustedes a través del ministerio sacerdotal.

Yo los acompaño, con alegría, a buscar el tesoro que un día encontraron y por el que dejaron casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y campos, pero luego lo escondieron. No se enriquecieron, lo olvidaron, pero es suyo, existe, está en ustedes y está vivo.

Quiero que lleven el tesoro de la verdad al mundo entero, que es alimento de vida, que es Eucaristía».

¡Muéstrate Madre, María!