21/09/2024

Mt 13, 47-53

43. DESPOJARSE DEL HOMBRE VIEJO - CONSTRUIR EL REINO DE LOS CIELOS EN EL MUNDO

JUEVES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Los pescadores ponen los pescados buenos en canastos y tiran los malos.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 47-53

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.

¿Han entendido todo esto?”. Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”. Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: son continuos tus llamados a la conversión, y con frecuencia lo haces advirtiendo sobre el premio o el castigo en la vida eterna.

Tú nos enseñas a luchar por amor de Dios, pero nuestra condición humana busca naturalmente los premios, y rechaza los castigos. Tus palabras en el santo Evangelio nos ayudan y nos enseñan a elegir el buen camino, pero no faltan las tentaciones del demonio quien, con la debilidad de nuestra naturaleza caída, intenta apartarnos de ti.

Tenemos los tesoros de la Sagrada Escritura, cosas nuevas y cosas antiguas, y todos nos hablan de ti. Ayúdanos, Jesús, no solo a conocerte bien, sino a amarte y servirte en esta vida, para poder gozarte para siempre en la otra.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: esta vida es la batalla entre el mal y el bien.

Yo soy el bien.

Yo quiero que me busquen, para que me encuentren.

Que me conozcan, para que me amen.

Que me amen, para que permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.

Porque el día vendrá en que mi Padre enviará a sus ángeles, y tomarán a los que triunfaron en el bien y los sentará a mi diestra.

Y tomarán a los derrotados, y entonces se hará justicia, y los entregarán al fuego eterno, en donde será el llanto y rechinar de dientes.

Y entonces gritarán pidiendo misericordia.

Yo pido a mi Madre que les lleve su auxilio por mi misericordia.

Sacerdotes míos, apóstoles míos, hombres de poca fe: atiendan mi llamado y reciban mi misericordia.

Misericordia que ha sido derramada desde mi cruz y para siempre, en medio de la lucha, para vencer. Porque no han querido ver y no han querido oír. La misericordia de mi Padre es ahora y para siempre, para los que teniendo ojos ven y teniendo oídos oyen.

Misericordia que deben llevar a los confines del mundo a donde yo los he enviado. Pero no los he enviado solos. Yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo. No son ustedes los que me han elegido a mí. Soy yo quien los ha elegido a ustedes, para vencer en el bien y sentarse a mi diestra en el último día.

Misericordia para los que, teniendo ojos, ya no ven, y teniendo oídos, ya no oyen, porque han cerrado su corazón y se les ha endurecido.

Reciban este llamado para que abran su corazón, para que sientan, para que amen, para que reciban mi amor y permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes.

Despójense del hombre viejo, para que sean el hombre nuevo, para lo cual yo he venido al mundo. Porque siendo verdadero Dios he nacido en el mundo como verdadero Dios y verdadero hombre, para padecer, y entonces compadecer, para vivir con ustedes y entre ustedes, en medio del desierto y de la tentación.

Y sentí sed y sentí hambre, pero Dios estaba conmigo y mi voluntad estaba con Él.

Y pude ver y pude oír, y entendí que era el demonio que quería robar mi voluntad.

Y entendí que vine al mundo para vencer al mundo y destruir el odio y el pecado. Y construir un pueblo nuevo en el amor, haciendo nuevas todas las cosas por el amor, y salvar para llevar a todas las almas a mi Padre, conmigo.

A ustedes les he dado el poder del amor. Los he llamado mis amigos, para morir al mundo como yo, para triunfar en la batalla como yo, para salvar a las almas conmigo, para resucitar en mí y vivir en la gloria de mi Padre para la eternidad.

Es mi Madre quien llama: escúchenla.

Es mi Palabra el llamado de misericordia: recíbanla.

Usen su voluntad para pedir los dones del Espíritu Santo.

Pidan fe, porque por su fe serán salvados».

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Madre nuestra: yo entiendo tu sufrimiento y me duele tu dolor. Esa espada de siete filos que traspasa tu alma representa nuestras caídas, nuestras faltas de amor, nuestras infidelidades, nuestra falta de lucha ante la tentación.

En las parábolas de Jesús se habla de buenos y malos, de los que serán premiados y de los que serán castigados.

Todos somos tus hijos, los buenos y los malos, pero tú quieres que todos seamos premiados, y por eso te duele que algunos tengan ojos y no vean, y que cierren sus oídos y no escuchen.

Tus hijos sacerdotes tenemos especial responsabilidad para transmitir los tesoros de tu Hijo a los demás, enriqueciéndolos con su Palabra y con los sacramentos, para que los que tengan ojos vean, y los que tengan oídos escuchen.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: sé que siempre estás a mi lado. Te pido que no dejes de darme las armas para ganar en esta batalla, para que venzan el amor y la paz. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: esta espada que atraviesa mi alma es la herida de esta lucha entre el bien y el mal, mientras yo piso la cabeza de la serpiente. Es la lucha de cada uno de mis hijos.

Es mi Hijo quien los ha enviado a la batalla, y soy yo quien les ha dado el arma para vencer. El arma que vence es el amor. Y mi Hijo es el amor.

Es la Palabra instrumento del amor, que instruye y fortalece con estrategias firmes, que muestran cómo obtener el triunfo.

Es Él mismo el alimento que nutre y sacia para permanecer en el amor, para perseverar y lograr la victoria.

Es la vida eterna en Cristo, para gloria de Dios, el premio.

Todo está escrito, todo Él lo ha dicho ya. Pero mis hijos cerraron sus ojos y ya no ven, y cerraron sus oídos y ya no escuchan, viven en la comodidad de la tibieza, en la indiferencia, en el desierto, en medio de la tentación.

Ustedes están expuestos, son blanco fácil. Se han olvidado de llevar el arma y la protección. Y al no ver y al no oír, unos se pierden, otros tropiezan con las piedras del camino, y no se pueden levantar para seguir caminando, y el camino es duro. Es de piedras y es de espinas. Es el camino correcto, el camino hacia mi Hijo, y se necesita voluntad, fuerza y valor, para caminar.

En mi camino los ángeles han cambiado las piedras y las espinas por pétalos de rosas. Es fácil llegar a mí. Y, cuando están cansados y no pueden seguir, yo los llevo en mis brazos y los hago descansar en mi regazo, y los llevo al camino otra vez, entre piedras y espinas, pero los llevo de la mano y no los dejo caer. Los protejo bajo la sombra de mi manto y los ayudo a caminar, y los aliento a seguir hasta llegar al destino final, que es Jesús.

Este es mi llamado y mi auxilio, para que en medio de la batalla encuentren la victoria. La Palabra de mi Hijo es para que abran sus ojos y vean, y abran sus oídos y oigan, pero es Palabra que toca el centro del corazón, y que lo hiere, y que lo abre al amor y a la razón, y al entendimiento.

Herida que convierte corazones de piedra en corazones de carne. Por eso incomoda, y duele, y quema con fuego de amor.

Palabra que confronta el alma y enciende los corazones tibios, y mantiene los corazones ardientes.

Manténganse dispuestos a ser instrumentos, porque es más fácil para el labrador labrar la tierra con el yugo. Y es más fácil para el pescador usar las redes. Y es con los instrumentos que la música es melodía.

Yo pido que abran sus voluntades para que vean, para que escuchen, para que abran sus corazones al amor de Jesús. Es el amor el arma para la lucha, es entregándose en sus brazos como permanecen en el amor, para despojarse de sí mismos y morir al mundo, para vivir en la alegría de la resurrección de Cristo y conseguir la victoria».