VI. 33. MANIFESTAR EL AMOR - TRABAJAR PARA DIOS
FIESTA DE SAN JOSÉ OBRERO
¿No es éste el hijo del carpintero?
Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?”. Y se negaban a creer en él. Entonces, Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa”. Y no hizo muchos milagros ahí por la incredulidad de ellos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: me alegra mucho que la Iglesia dedique un día a celebrar a san José Obrero. Es un patrono natural del mundo del trabajo. Tuvo una misión muy especial, que incluía enseñarte a trabajar a ti, que eres el Creador del universo.
Tú tuviste que aprender un oficio, y ganarte el pan con el sudor de tu frente. Tú que diste de comer y de beber a tantos con tu poder divino, no quisiste utilizar ese poder para resolver tus necesidades diarias, sino que quisiste ennoblecer el trabajo humano con tu ejemplo, recordándonos que el hombre fue creado “ut operaretur”, para trabajar.
San José te enseñó ese oficio. Quisiera verlo a él también como modelo de trabajo sacerdotal, porque yo soy también custodio de tu Sagrada Familia, la Iglesia. Y pienso en el Santo Patriarca como alguien que estuvo todo el tiempo dando su vida, con mucho amor, para colaborar contigo en la obra redentora.
Todo le parecía poco para ayudarte a que estuvieras bien preparado para cuando llegara tu hora. Y para eso, le diste una buena carga de amor, porque el amor todo lo puede.
Jesús, yo necesito también ser un enamorado para cumplir muy bien con mi misión de sacerdote, y sentirme responsable de conducir al cielo a todas las familias que me has encomendado. Quiero invitar a todos al banquete celestial. ¿Cómo quieres que sea mi amor, para que mi entrega sea completa?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo te amo.
Contempla mi rostro y el de mi Madre, y mira que el Hijo es tal cual es la Madre: igual en facciones, gestos, color, pureza… que refleja la alegría, el gozo, la paz, la gloria, el amor.
El amor es inquieto, permanece en constante movimiento, en donación y en recepción recíproca.
El amor no es egoísta, es don.
El amor mueve todas las cosas, no se acobarda.
El amor no es resignado, es paciente.
El amor es amable, busca el bien del otro, sin esperar nada a cambio.
El amor no es envidioso, se alegra por el bien del otro.
El amor no es presuntuoso, es humilde; no se engríe, es respetuoso, es desinteresado; no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra con la injusticia, se alegra con la verdad.
El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no tiene fin.
Yo soy el amor.
El que me ama me obedece, y cumple mis mandamientos, y vive en mí como yo vivo en él.
El que me ama es amado de mi Padre, y yo lo amo y me manifiesto en él. Mi Padre lo ama, y hacemos morada en él.
Y este amor se manifiesta en la caridad del que ama, que manifiesta el amor, al desear y hacer el bien para el otro, sin egoísmo, sin esperar nada a cambio, con el único fin del bienestar del otro. Y esto beneficia al que ama, porque amar hace bien, enriquece el alma, fortalece el espíritu, anima, vivifica.
A través de la caridad, que es mi amor compartido, yo les doy mi paz, que no es la paz que les da el mundo, porque mi paz no es la del mundo, es la paz que da el cumplimiento de la voluntad divina, en el amor que se derrama en los corazones por el Espíritu Santo que se les ha dado, y por quien ustedes son unidos al Hijo y al Padre, en el amor que procede del Padre y del Hijo, por efusión del Espíritu Santo.
Este es el amor que yo quiero hacerles llegar, por mi misericordia, a través de mi Madre, para que cumplan el mandamiento que les he dado: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Entonces será la paz con el mundo entero.
Pero algunos de ustedes, mis amigos, no están cumpliendo mi mandamiento. Yo no vine al mundo a buscar a justos, sino a pecadores. A los justos los he llamado a servir, y no los he llamado siervos, los he llamado amigos, si hacen lo que yo les mando. Y si a los que he llamado amigos y son justos, se vuelven pecadores, ¿cómo voy a llamarlos? Y si entre mis amigos hay pecadores, entonces pagan justos por pecadores, cuando ya les ha sido traída por mi pasión y muerte la única y verdadera justificación.
Yo los llamo a la conversión, al arrepentimiento y a la reconciliación, para llamarlos amigos. Pero entre mis corderos hay algunos que no son de mi redil. Son lobos disfrazados de ovejas, y los engañan y los dispersan. Y no hay quien apaciente a mis corderos.
Pero yo les digo: no están solos. Yo he vencido al mundo. Y a mí no me ven, porque estoy sentado a la derecha de mi Padre, compartiendo su gloria. Pero el Espíritu Santo es enviado a consolar a los hombres en mi nombre, desde la gloria de Dios Padre, que recibe a Dios Hijo, hecho hombre, para enseñarles todas las cosas y recordarles todo lo que les he dicho.
Amigo mío: guarda mi mandamiento y permanece en mi amor, amando a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como te amo yo.
Yo te pido que, como muestra de tu amor, si me amas, apacientes a mis corderos. Esto lo haré yo mismo, a través de tu total disposición, para ser cordero y ser pastor, como yo, para conducir a mis corderos hacia verdes praderas y fuentes tranquilas, para reparar sus fuerzas, para guiarlos en el camino justo, por el honor de mi nombre, para que, aunque caminen por cañadas oscuras nada teman, porque yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo, para prepararles un banquete enfrente de sus enemigos, ungir sus cabezas con perfume y rebosar sus copas.
Mi amor te acompaña para que cumplas tu misión, y reúnas a mis ovejas en un solo rebaño y con un solo Pastor, y las conduzcas a la casa de mi Padre, para que habiten conmigo eternamente.
Yo te doy la compañía de mi Madre, para que ella, que es Madre de amor y de Misericordia, te haga llegar su auxilio.
Yo soy Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, Pastor de los pastores, Hijo único de Dios todopoderoso.
Yo les hablo a ustedes, mis pastores, y les digo: que amen a mi Padre Dios por sobre todas las cosas, y que se amen los unos a los otros como yo los he amado, hasta el extremo.
Que se nieguen a sí mismos y que me sigan.
Que vengan a mí cuando estén cansados, que yo los aliviaré y les daré fuerza.
Que se dejen amar por mí, para que reciban mi amor, para que amen con mi amor.
Que en su trabajo y en su servicio los bendigo, pero en la oración me entrego yo.
Que estén dispuestos a recibirme, y que me amen con el amor de mi Madre, amor incansable e inagotable, porque el descanso de una madre es la entrega de ese amor al hijo, que el hijo recibe y regresa, y que se funde en el ciclo del amor que es infinito, porque una madre ama con amor divino, ama con mi amor.
Que se consagren a mi Sagrado Corazón y al Inmaculado Corazón de mi Madre. Que participen en esta unión, que es el amor infinito, por el que quiero unirlos a mí por medio de esta unión de corazones, que promuevan y extiendan este deseo mío en cada persona, en las familias y en sus trabajos.
Que San José, mi padre, te bendiga y te proteja, y María, mi Madre, te conduzca hasta mí, y que seas parte en el amor de la Sagrada Familia, que es la Trinidad Santa.
Yo bendigo tu trabajo. Yo te daré lo que necesitas, porque te amo más que a las aves del cielo. Confía en mí, que el que tanto te pide te dará los medios.
Que en tu mente no haya preocupación alguna, ni en tu corazón angustia, que yo te lleno de amor y te desbordo, para que no quepa en tu mente ni en tu corazón nada más que yo, para que entregues todo lo que te doy, para que me ames con mi amor, para que mi misericordia llegue hasta cada uno».
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Madre nuestra: a ti te tocó el trabajo doméstico en el hogar de Nazareth, que habrá tenido muchas particularidades, por tratarse del hogar donde aprendió a ser hombre el Hijo de Dios.
Todo ese trabajo lo realizaste en unidad de vida, convirtiéndolo en oración, santificándote, y haciendo todo por amor de Dios, quien lo habrá recibido con mucha complacencia.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a mí a saber aprender, vivir y transmitir a los demás el modelo de la Sagrada Familia. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: por la justicia de mi Hijo les es enviada su paz y su misericordia a través de mi corazón de Madre, a ustedes que son sus pastores, sus corderos, sus amigos, sus sacerdotes, que por la injusticia del mundo son perseguidos, calumniados, incomprendidos, insultados y atacados por su causa, para que sean instrumentos de amor y de misericordia para el mundo.
Mi Hijo los ama, por eso quiere corregirlos, por eso quiere llamar su atención, por eso quiere abrir sus corazones, para que, con la efusión del Espíritu Santo, se santifiquen en el amor, y por esa efusión infunda en ustedes la alegría, la misericordia y el amor. Es para esto que les da mi compañía, para que lo reciban y sea esta entrega, en donación recíproca, un descanso para su corazón, que los busca, los encuentra, los sana, los anima, los fortalece, los configura, los acompaña.
Contemplen el amor de Dios a través de la Sagrada Familia, que manifiesta el amor del Padre y del Hijo entre los hombres, uniéndolos en el Espíritu.
Sagrada Familia que es modelo de unión trinitaria del amor de Dios con los hombres, por medio de la cual el Espíritu Santo infunde la vida.
Modelo de toda familia, que es expresión de la efusión del amor de Dios Padre y Dios Hijo, que se manifiesta en Dios Espíritu Santo, para hacerse hombre y permanecer entre los hombres.
Ustedes, mis hijos sacerdotes, son el conducto de esta efusión, para la creación de la gran obra de Dios: la familia.
Y por esta unión, el sacerdote se hace parte de esta maravillosa obra, en la que el centro es Cristo, a quien representa. Por eso sin sacerdote no hay familia.
Dispónganse a recibir y a compartir el amor que ya ha sido derramado en sus corazones, para que el Espíritu Santo aumente su fe, y los mueva el amor, para que cumplan con su misión llevando por la gracia, la unidad y la paz, a cada familia, por medio de una nueva evangelización, que, apegada a la doctrina y al Magisterio de la Santa Iglesia, los conduzca a la salvación redentora que les ha sido ganada por el sacrificio único y eterno de Cristo, en quien son todos reunidos en una sola familia, por un mismo espíritu, que los hace partícipes de la gloria trinitaria de Dios.
Acudan a San José, para pedirle su especial protección en sus empresas, en sus trabajos, en sus deberes ordinarios, ofreciendo todo por amor a Dios.
Contemplen en mí a la mujer sencilla y servidora en su hogar, trabajadora, protectora, proveedora de dulzura, ternura y amor maternal. Que transforma los bienes recibidos en servicio a los demás. Que en silencio escucha y con paciencia espera. Que acompaña y consuela, que intercede y consigue, que ama y permite ser amada, que abraza, que acoge, que sirve.
Contemplen en San José al padre protector y proveedor, trabajando y enseñando a su Hijo a dar gloria a Dios, por medio de su esfuerzo, dedicación y entrega, para beneficio de otros, con pureza de intención, con alegría, convirtiendo el trabajo en oración.
Contemplen en Jesús al Hijo de Dios, que Él mismo ha enviado para que todo el que crea tenga vida eterna en Él».
¡Muéstrate Madre, María!
44. EL DEBER DE PREDICAR – CORREGIR POR AMOR
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
¿No es este el hijo del carpintero? ¿De dónde, pues, ha sacado esa sabiduría y esos poderes milagrosos?
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?”. Y se negaban a creer en él.
Entonces, Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa”. Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: uno de los deberes del sacerdote es la predicación del Evangelio, y es una tarea que nos exige una seria preparación, porque tenemos que ser muy fieles al mensaje que tú quisiste transmitir. Y hemos de cuidar no solo el contenido, sino la forma de transmitirlo.
De cualquier manera, ya sabemos que el Espíritu Santo se encarga de ayudarnos para que más bien seas tú el que predique, y que nosotros solo seamos tus instrumentos. Debemos prepararnos bien y cuidar mucho la rectitud de intención al predicar, para no estorbar a la acción del Paráclito en las almas.
Los que escuchan la predicación también tienen que estar receptivos, con deseos de aprovechar bien para sus almas la Palabra de Dios. Si tienen buena disposición sus corazones quedarán heridos y tendrán una conversión.
Pero, en algunos casos, nos podría pasar lo que te hicieron a ti en la sinagoga: que los que escuchan no tengan buena disposición y dejen entrar el juicio crítico, porque no quieran convertirse o porque no les guste cómo predica el sacerdote.
Todos sabemos que podemos mejorar, pero también sabemos que no es una cuestión de estilo, sino de dejar obrar a Dios en nuestras almas, con más oración, con más preparación frente al Sagrario.
Señor, ayúdame a no desanimarme por los desprecios, y a tener tus mismos sentimientos, para ser un buen instrumento de tu Palabra.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigo mío: acompáñame. En esta cruz he dado mi vida, como la estás dando tú.
He sido incomprendido, calumniado, desterrado, flagelado, traicionado, herido, por los que no sabían lo que hacían.
Mira el dolor de mi Corazón: he sido abandonado por mis propios hermanos, mis amigos, que sí sabían lo que hacían porque me conocían, pero les asustaba mi cruz y tenían miedo.
Tú no tienes un sumo sacerdote que no te comprenda. Tú tienes un amigo, un Pastor, un Maestro, que es tu Dios, tu Rey, tu Amo, tu Señor, que ha sido probado en todo como tú, y aunque no he pecado, he tenido los mismos sentimientos y sufrimientos que tú.
Mírame en esta cruz agonizando de dolor. Ya no siento mi cuerpo, se han dormido mis manos y mis pies, mi cabeza está clavada con tantas espinas que taladran mi frente por la que escurre tanta sangre que cega mis ojos, y lo único que puedo ver es el dolor de mi Madre. Solo puedo ver el dolor del amigo que no me abandona, y de las mujeres que me acompañan. Y en ese dolor siento el amor, que me alienta a perseverar hasta el final, y derramar por ellos y por el mundo entero hasta la última gota de mi sangre.
Amigo mío, te he dado a mi Madre, porque tú has permanecido fiel, no me has abandonado, no me has traicionado.
No lo hagas ahora, permanece conmigo hasta el final y pide perdón por los demás.
Yo te daré mi Paraíso.
Serás perseguido como yo, calumniado como yo, despreciado como yo, pero tú darás tu vida como Juan al pie de mi cruz, junto a mi Madre y junto a las mujeres que la acompañan. Yo quiero que todos mis amigos regresen al camino, para reunirlos con Ella, y el Espíritu Santo, que está con Ella, y está contigo, esté con ellos, y ellos estén conmigo.
Resiste, tienes una gran misión. Acompaña a mi Madre al pie de esta cruz. Es así como estás crucificado conmigo, y configurado en cuerpo, en alma, en sangre, y en divinidad, permaneciendo en la fidelidad a mi amistad.
No tengas miedo, yo estoy contigo todos los días hasta el fin del mundo.
Abandónate en la voluntad que te ha sido dada. Soporta la cruz de la ignorancia de tus hermanos, y hazte obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Yo te prometo la gloria de mi resurrección. Demuestra tu fidelidad al amor de mi Sagrado Corazón a través de tu entrega de vida.
Yo te bendigo. Has escogido la mejor parte, amigo mío. Yo estoy comprometido contigo. Yo siempre cumplo mis promesas, y yo te digo que no te será quitada. Ese será tu consuelo, tu aliento y tu fuerza.
Ten paciencia y descansa conmigo, abandonándote en manos de mi Padre, tanto tu voluntad como tu espíritu.
Te amo, y te llamo amigo.
Sacerdotes, pastores que me siguen y que guían a mi pueblo: ustedes han sido heridos con la espada de mi amor.
Han sido abiertas sus gargantas con espadas de doble filo, y han sido heridos sus corazones para hacerlos sensibles al amor.
Reciban con esta espada la misericordia de Dios, y llévenla a todos los hombres. Hieran sus corazones, para que se abran y reciban mi Palabra, para convertir sus corazones endurecidos y volverlos suaves, sensibles, de carne, como el mío.
Lleven mi misericordia a los confesionarios, y perdonen y absuelvan.
Acompañen y guíen en la perseverancia, para alcanzar la salvación de todas las almas.
Reparen con actos de amor el desamor que han perdonado, y laven y limpien y purifiquen su corazón con esta reparación.
Practiquen su ministerio con perfección, porque no hay ministerio tibio. El ministerio es uno, y es perfecto, como yo soy.
Manténganse en mi amistad, para que conserven la pureza en su corazón.
Vivan en la virtud y caminen conmigo, revestidos de hombres nuevos, unidos conmigo en un mismo Espíritu, para la gloria del Padre.
Predicación, misericordia, confesión, absolución, reparación con actos de amor, pureza de intención, pureza de corazón, práctica de la virtud, perfección en el ministerio, todo para la gloria de Dios».
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Madre mía: ante el desprecio en mi propia tierra, como le sucedió a Jesús, yo necesito tu consuelo, tu auxilio, tu cercanía, tu abrazo de madre, para cumplir con mi misión, sin importarme el qué dirán. ¡Ayúdame!
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes, este es mi auxilio: entregarles el amor.
Acudan a mí para que reciban mi auxilio, para que encuentren, a través de mí, el amor.
Porque yo siempre los llevo a Jesús, porque Él siempre está conmigo y yo con Él. Pero el amor no es para guardarse. El amor es inquieto, es para entregarse, para compartirse, para darse, para fortalecer, para hacer crecer.
Porque el que tiene amor nada le falta.
El que tiene amor ama y confía, comparte y entrega constantemente, porque el amor es infinito, bondadoso, eterno.
Yo les entrego el amor, que es Cristo, para que viva en ustedes, para que vivan en Él, para que los fortalezca y no tengan miedo.
Entréguenlo como lo entrego yo, con valor, con confianza, con seguridad, con determinación, para que el amor llegue por medio de la Palabra y la misericordia a todos los rincones del mundo.
Yo quiero darles mi auxilio y mi compañía, porque por sus venas corre la sangre de Cristo, para que sean conscientes de su vocación, y agradezcan a Dios con toda humildad ese don.
Hijos míos: nadie es profeta en su propia tierra, pero es en casa en donde nace, crece y se fortalece el amor, y es desde casa que el amor es enviado al mundo para que dé fruto y ese fruto permanezca.
Que cada uno de ustedes sea Cristo, para que no juzgue, aunque sea juzgado; para que no critique, aunque sea criticado; para que no repudie, aunque sea repudiado; para que no persiga, aunque sea perseguido; para que, aunque no sea amado, sepa llevar el amor y transformar los corazones, entregándose, abandonándose, sirviendo, confiando, fortalecido con el amor que yo le entrego, para amar a los hombres con el amor de Cristo, aun en su propia tierra.
Yo llevo mi auxilio a los sacerdotes que están por nacer, para que nazcan en el amor y permanezcan en Él. Porque, desde antes de nacer, Él ya los conoce, y los escoge y los consagra para Él, y me los entrega, para que yo los reúna con Él; y transforma el vino para darles de beber, para que beban de su cáliz y se entreguen por Él, con Él y en Él.
Yo los acompaño para que mi corazón de Madre los sostenga, los fortalezca, los proteja, los ampare, los ayude y los conduzca al encuentro y a la plenitud del amor.
Oremos por mis niños en los Seminarios, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que acepten mi presencia junto a cada uno de ellos, que es Cristo que nace.
Oremos para que Dios envíe más obreros a su mies, y para que sus madres no los maten, que los dejen nacer.
Oremos por mis jóvenes seminaristas, por los que sufren la soledad, al darse cuenta que no son comprendidos, que no son apoyados; a veces son hasta despreciados, porque nadie es profeta en su propia casa.
Hijos míos: los hombres no piensan como Dios. No todos los van a entender, no todos los van a querer. Sigan, y nunca se detengan, porque nadie es profeta en su propia casa. Que eso no les impida cumplir la voluntad de Dios, que se manifiesta en sus corazones.
Visión sobrenatural, eso es lo que yo les pido, y ustedes deben enseñar a los demás. Mi hijo Jesús ya les ha hecho saber lo que quiere de ustedes. Yo les pido que hagan todo lo que Él les diga. El Espíritu Santo les dirá lo que deben decir. Invoquen su presencia antes de hablar, y abandónense en la misericordia de Dios, porque esa es la misión que Él les encomendó. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!