21/09/2024

Mt 14, 1-12

45. PREDICAR SIN MIEDO – PERDER LA VIDA

SÁBADO DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Herodes mandó degollar a Juan. - Los discípulos de Juan fueron a avisarle a Jesús.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 14, 1-12

En aquel tiempo, el rey Herodes oyó lo que contaban de Jesús y les dijo a sus cortesanos: “Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas”.

Herodes había apresado a Juan y lo había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, pues Juan le decía a Herodes que no le estaba permitido tenerla por mujer. Y aunque quería quitarle la vida, le tenía miedo a la gente, porque creían que Juan era un profeta.

Pero llegó el cumpleaños de Herodes, y la hija de Herodías bailó delante de todos y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que le pidiera. Ella, aconsejada por su madre, le dijo: “Dame, sobre esta bandeja, la cabeza de Juan el Bautista”.

El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por no quedar mal con los invitados, ordenó que se la dieran; y entonces mandó degollar a Juan en la cárcel. Trajeron, pues, la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la llevó a su madre.

Después vinieron los discípulos de Juan, recogieron el cuerpo, lo sepultaron, y luego fueron a avisarle a Jesús.

Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ... (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el Bautista recibió el mayor elogio que tú podías hacer por alguna persona: no ha habido ningún hombre, nacido de mujer, mayor que él.

Los relatos del santo Evangelio nos dicen que era una persona muy valiente, que hablaba siempre con la verdad, sabiendo que le podía costar la vida (y así fue), y que vivía de una manera muy austera, dando testimonio de ti con su vida y sus palabras.

No estaba dispuesto a salvar su vida traicionando a la verdad. Tenía la fuerza del Espíritu Santo para predicar el bautismo de conversión, advirtiendo a los hombres con firmeza lo que los apartaba de Dios.

Reconozco, Señor, que así debemos comportarnos también tus sacerdotes, quienes no solo tenemos la ayuda del Paráclito, sino que contamos con el alimento de vida eterna –que es tu Cuerpo y tu Sangre–, tu amor de predilección, y la ayuda maternal de Santa María.

Señor, ¿qué debemos hacer para predicar sin miedo, con valentía, la verdad de Dios, en el ambiente adverso en el que vivimos?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: ¿pueden imaginar el dolor que me causó la muerte de Juan? Él era mi hermano, mi más fiel apóstol. El que parecía más grande que yo. Al que yo seguía, porque él me mostró el camino.

Y luego disminuyó, porque era preciso que creciera yo.

Así deben ustedes permanecer pequeños, porque es preciso que crezca yo.

Ver la maldad, la injusticia, la impiedad, el egoísmo, la sed de venganza, la envidia, el desamor... infundió en mí una gran compasión, y un deseo que creció y creció: deseo de misericordia. Juan me mostró el camino, y vi que el camino era yo.

La verdadera libertad no está en la vida del mundo, sino en morir al mundo. La verdad es la vida, que con mi muerte he conseguido para el mundo.

 Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.

Ustedes han sido enviados a predicar la verdad que está en el Evangelio. Yo les digo: no tengan miedo, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo…

  • para que en su debilidad se manifieste mi fortaleza;
  • para que no hablen con palabras de hombres sabios, sino por medio del Espíritu Santo, que es la sabiduría infinita de Dios;
  • para que la fe de quienes los escuchan dependa del poder de Dios, y no de la sabiduría de los hombres.

Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra, y con este poder yo los he enviado a ustedes, mis amigos, a hacer a todos los hombres mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolos a hacer todo lo que yo les mando, para hacerlos parte de la verdad. Yo soy la verdad.

Quien se avergüence de mí en esta generación adúltera y pecadora, yo también me avergonzaré de él cuando venga en la gloria de mi Padre con los ángeles, a juzgar a los vivos y a los muertos. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?

Yo les he dado un bautismo no con agua, sino con el Espíritu Santo y fuego, para ser liberados del pecado y hacerlos hijos de Dios. Porque si la desobediencia de un hombre trajo la muerte para todos los hombres, la obediencia de un hombre les ha traído la vida.

Yo mismo he recibido el bautismo de las manos de Juan el Bautista, no porque tenga mancha de pecado, sino para cumplir toda justicia y dar testimonio de la verdad.

En verdad les digo, que no hay entre los nacidos de mujer ninguno mayor que él. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Mi Padre ha dado testimonio de esto diciendo: “este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, y esa es la verdad. Y yo me quiero complacer en ustedes.

Escuchen el llamado de mi Madre.

Es por la mujer que el mundo ha caído en el pecado.  Y es por la mujer que ha nacido el que quita el pecado del mundo.

Es la mujer quien tiene el poder de convencer. Y es por la mujer que ha caído el hombre en la tentación y en la desgracia.

Es por la mujer que el hombre recibirá la abundancia de la gracia y será fortalecido para resistir a la tentación y perseverar en el amor.

Es la mujer la que tiene el poder de ser madre. Y es la Madre quien lleva al Hijo, y es por el Hijo que vendrá la gracia.

Es mi Padre quien ha puesto enemistad entre la mujer y la serpiente. Y es Ella quien dirige a los ejércitos en la batalla llevando la victoria en el fruto de su vientre.

 Reciban al Espíritu Santo, para que, con sus dones, sean fortalecidos. Y reciban también el auxilio de mi Madre.

Sacerdotes, apóstoles míos: ustedes son llamados a ser parte del ejército de mi Madre en esta lucha entre el bien y el mal.

Es mi Madre quien lleva el bien en su vientre, para vencer, para que el bien prevalezca siempre.

Es mi Madre quien los acompaña en esta lucha, para que sean fortalecidos por su oración, por su amor de madre. Acepten discípulos míos, el auxilio de mi Madre.

El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Pastores míos, es la Palabra de Dios la verdad, y no la ley de los hombres.

No juzguen el exterior, miren el interior de los corazones.

Encuentren la pureza en quien tiene amor, porque quien tiene amor permanece en mí y yo en él.

Conozcan a sus ovejas, como las conozco yo, aliméntenlas con la Palabra y con la Eucaristía, instrúyanlas, para que sepan llegar a mí.

Administren mis sacramentos y perdonen sus pecados, porque todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Y los pecados que ustedes perdonen quedarán perdonados, pero los que no perdonen quedarán sin perdonar.

Sean misericordiosos, y reciban los dones de mi Espíritu Santo, y el auxilio de mi Madre, para cumplir su ministerio en la fe, en la esperanza y en la caridad, y así transformar al mundo de la iniquidad a la santidad.

Reconozcan en ustedes la debilidad de su humanidad, y estén dispuestos a recibirme, para que en ustedes esté la luz y la victoria en la batalla.

Amigos míos, ustedes son la luz del mundo. Que brille en ustedes la luz para los hombres, y glorifiquen a Dios dando cumplimiento a la ley y los profetas: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo».

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Madre nuestra: resulta admirable la fortaleza de Juan para defender la verdad a costa de su vida. Fue lo mismo que sucedió con tu Hijo, quien frente a Pilato dijo que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, y el que es de la verdad escucha su voz.

Yo pido tu ayuda para que todos tus hijos predilectos tengamos la disposición de escuchar la voz de Jesús y de estar abiertos a la gracia, para recibir misericordia, para convertir nuestros corazones, para que nos arrepintamos, para que pidamos perdón, para que lo conozcamos, para que creamos en Él, para que lo amemos, para que lo obedezcamos, y hagamos todo lo que Él nos diga.

Yo te pido ayuda para que seamos sacerdotes santos.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: atiende mi llamado.

¿No han sido suficientes para ti mis lágrimas y las de mi Hijo?

No es a los barrios más pobres que yo te llamo, sino a los corazones más pobres y más necesitados. Atiende a mi llamado, es tiempo.

Dichosos los invitados, los que son llamados a nacer a la vida nueva.

Dichosos los que son bautizados, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos los que se mantienen en la verdad y los que renuncian al pecado.

Dichosos los que se acercan a mí, porque yo no les daré la cabeza de Juan, les daré a mi Hijo, y Él les dará la vida eterna.

Dichosos los llamados a luchar en esta batalla en la que la mujer con el Hijo ha triunfado.

 Acompáñame y contempla conmigo el rostro humano y divino de mi Hijo crucificado.

Contempla la humillación de Dios abajado al hombre, haciéndose último, el más pequeño.

Contempla cómo acepta hacerse ofrenda en manos de sus sacerdotes, a través del sacrificio del trabajo de los hombres, oblación de las uvas trituradas por los pies de los hombres, para que el mosto sea reposado y afectado por microorganismos tan pequeños como levadura, pero que lo transforman en las delicias del vino; y el grano de trigo sembrado en la tierra que muere para dar fruto y es triturado por las manos de los hombres, para ser transformado por el fuego en pan, transustanciándolo para ser manjar exquisito, que es su Cuerpo y su Sangre, y es alimento de vida eterna, es Eucaristía.

Dios Padre mostró a su Hijo al mundo enviando a su Espíritu Santo. Yo lo envié al mundo para que fuera escuchado, pidiendo a los sirvientes que hagan lo que Él les diga, mostrando, por la conversión del agua en vino, el poder del Hijo en el que Dios pone sus complacencias, y para dejar claro que, para saber lo que tienen que hacer, primero deben escucharlo.

Escuchar para seguirlo, para morir al egoísmo, a los placeres del mundo, a la soberbia, a todo pecado. Pero Él no los llamó siervos, los llamó amigos.

Hagan lo que Él les diga, predicando sin miedo su Palabra, porque no son ustedes, sino el Espíritu Santo quien habla; sin preocuparse del mañana, porque el mañana se preocupará de sí mismo. A cada día bástale su propio afán.

Algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, ya no tienen vino, no tienen disposición y humildad para abrirse a la gracia y a la misericordia. Pero ¿no estoy yo aquí que soy su Madre? Yo les pido que acepten mi presencia maternal, para que las gracias se derramen para todos, para conseguirles la libertad a través del conocimiento de la verdad, porque la verdad los hará libres».

¡Muéstrate Madre, María!