22/09/2024

Mt 17, 10-13

14. CON EL PODER DE DIOS - RECONOCIDOS POR LOS FRUTOS

SÁBADO DE LA SEMANA II DE ADVIENTO

Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 17, 10-13.

En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?”.

Él les respondió: “Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”.

Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: así como hicieron con Juan, también ahora sucede que muchas veces a los sacerdotes “no nos reconocen”. Hasta nos insultan por el solo hecho de ser sacerdotes.

Es verdad que también muchos nos aprecian, nos estiman, nos quieren y rezan por nosotros. Pero también la pasamos mal cuando nos damos cuenta de que cuando nos insultan no es a la persona del sacerdote, sino a ti, Jesús, con quien estamos configurados.

Pero es nuestra misión: actuar, vivir “in persona Christi”. Y tú padeciste a manos de los hombres.

Juan fue enviado delante de ti para preparar el camino. Algunos lo escucharon y se convirtieron. Otros no aceptaron su bautismo.

Mi misión, como la de Juan, es preparar a las almas para tu venida. Y también yo tengo experimentado que no todos escuchan tu palabra, no todos están dispuestos a convertirse.

Señor, aunque sé que cuento con tu ayuda: ¿cómo puedo cumplir bien con esa misión que me has dado, para la que me has enviado? ¿Cómo cumplir esa misión en un ambiente adverso? ¿Cómo superar el cansancio?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo los envío a anunciar el Evangelio a todos los rincones del mundo, a llevar mi misericordia por medio de los sacramentos. A buscar, a encontrar, a convertir, a perdonar, a reconciliar y a mantener en una misma fe a todas las almas del mundo.

Yo los envío a predicar y a edificar, a conducir el agua de mi manantial a todos los desiertos del mundo, para que brote la vida que está oculta a los ojos del mundo, a anunciar la buena nueva: que la venida del Hijo del hombre está pronta, y se acerca el día en el que el pueblo de Dios será liberado.

Que ese día los encuentre reunidos, en una misma fe, en un solo pueblo, en una sola Iglesia, en torno a mi Madre, que es Madre de mi pueblo y de mi Iglesia. Muchos signos son enviados, no cierren sus ojos para que vean, no cierren sus oídos, para que oigan.

Ustedes son menos que Juan y menos que Elías. Ustedes son los más pequeños. Pero el más pequeño en el Reino de los cielos es el más grande.

Yo los envío como Juan y como Elías, a anunciar y a construir mi Reino, para que en su pequeñez sean fruto, como el fruto bendito del vientre de mi Madre, para que siendo pequeños sean grandes, para que sean sacerdotes, para que sean Cristos en el mundo, anunciando la venida de Cristo, el Rey del Universo.

Yo soy el que soy, el que era y el que vendrá. Ustedes son mis amigos, por los que yo he dado la vida. Permanezcan en mi amistad, en sacrificio, unidos a mi sacrificio, entregados a mi servicio, sirviendo, unidos a mí, orando, pidiendo y haciendo penitencia, para que todo lo que yo he venido a buscar sea encontrado, lo que yo he venido a edificar sea construido, y lo que yo he venido a salvar sea salvado.

Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre. El que tenga oídos que oiga».

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Madre mía: me imagino tu sufrimiento cuando veías el desprecio que la gente hacía a tu Hijo, y también a sus discípulos. Él es signo de contradicción, y tu corazón sufría.

Jesús había anunciado varias veces que el Hijo del hombre iba a padecer a manos de los hombres. Quiso dejar su gloria para hacerse hombre, y hacernos así partícipes de su divinidad.

Por otra parte, imagino también lo que suponía para Jesús y para sus discípulos tenerte a ti muy cerca, poderte contemplar mirando tu belleza, y sintiendo tu cariño, tu protección y cuidados de madre.

Yo te siento también muy cerca de mí, aunque no te busque como debería. Perdóname mis faltas de amor, mis faltas de atención a tu cariño materno. Te prometo que lucharé para ser un buen hijo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: mi Hijo ha venido dejando la gloria que tenía con su Padre antes de que el mundo existiera, para hacerse hombre, para hacer a la humanidad partícipe de su propia existencia.

Dios quiso hacer del hombre su esencia, siendo Él la única esencia, y, sin embargo, quiso incluir en sí mismo a su creación. Mi Hijo, por obediencia a la voluntad el Padre, adquiriendo la naturaleza humana, hizo que el hombre sea parte del mismo Dios, de modo que no hay Dios verdadero sin la humanidad que Él mismo creó.

No es fácil entender esto. Yo solo he venido a traerte la verdad. Dios ha incluido a los hombres en esta verdad. Él ha querido necesitar a los hombres para glorificarse a sí mismo.

Es difícil entender cómo todo un Dios, el único Dios verdadero, quiera necesitar de una creatura, y respetar su libertad y su voluntad, de modo que pueda incluso renunciar a su propia gloria. Pero es que Dios siempre cumple sus promesas, y el amor respeta la verdad, y la verdad es lo que les da la verdadera libertad.

Hijo mío: cielos y tierra pasarán, pero la palabra de Dios no pasará. Él es la palabra, tú eres la voz. He aquí la grandeza de la humildad de Dios: que, sin voz, no se transmite la palabra.

Dios quiso depender de la más humilde y pequeña mujer. Yo soy el vientre que lo engendra y que lo entrega al mundo, que lo transforma de todo un Dios omnipotente, a una pequeña creatura.

Tú eres la voz que transforma, a los ojos de los hombres, a una pequeña creatura en todo un Dios. ¿Comprendes?

Dios y hombre, hombre y Dios, totalmente hombre, totalmente Dios. Pero los hombres solo ven al hombre. Hay que enseñarles a ver al Dios.

Eso es el sacerdote.

Hijo mío, sacerdote: deja tú que la espada de dos filos, que es la palabra de mi Hijo, atraviese tu corazón y lo encienda en el fuego del amor de Dios, para que te des cuenta que estás configurado con Cristo, sigues siendo hombre, pero también eres Dios.

Me apena decirte esto, pero muchos de mis hijos sacerdotes no conocen al Hijo de mi vientre, no lo tratan, no creen en Él, no se dan cuenta de lo que sus manos convierten, y del poder que tienen, que Dios les ha dado, y la responsabilidad que tienen en el altar, en sus manos, en su boca, en cada sacramento.

Pero alégrate, hijo, alégrate conmigo. Si yo estoy siempre contigo, tienes suficiente motivo para demostrar tu alegría, aunque estés cansado, aunque estés agobiado, aunque el demonio te quiera distraer. Tú no te distraigas, eso es lo único que él gana.

Y es donde yo pierdo, hijo. No te distraigas. Yo te pido que cumplas con tu deber.

Mejor contempla la belleza de mi rostro, y contemplarás la fe.

Contempla la belleza de mis ojos, y contemplarás la esperanza.

Contempla la belleza de mi vientre, y contemplarás al Hijo de Dios hecho hombre.

Contempla la belleza de mis pies, y contemplarás la fortaleza del Espíritu, en una mujer a la que Dios le ha dado el poder de vencer.

Contempla la belleza de mis manos, y contemplarás la ternura de una Madre.

Contempla el brillo de mis estrellas, y contemplarás la luz de la santidad.

Contempla mi corazón, y contemplarás la pureza inmaculada de mi concepción, y entenderás la belleza de mi alma.

Desde esa pureza vive tú, en la fe, en la esperanza y en el amor. En estas tres virtudes está la belleza del alma, porque de estas crecen las demás virtudes, y es en la fe, en la esperanza y en la caridad, en las que se transforma el alma y adquiere la belleza de un alma inmaculada y pura.

Ustedes, mis hijos sacerdotes, son solo instrumentos y conducto de la misericordia y del amor de mi Hijo, pero son necesarios. Dios, que es el todopoderoso, se abaja al hombre de manera que, siendo omnipotente, quiere hacer al hombre necesario para la realización de sus obras, y lo incluye, lo hace parte.

No se alegren ustedes por lo que hacen, sino porque sus nombres están escritos en el cielo.

¡Muéstrate Madre, María!