VII, 29. SER COMO NIÑOS – ALMA DE NIÑO
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS
Si ustedes no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 1-5
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que, si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: Santa Teresita del Niño Jesús es una santa a la que se le tiene mucha devoción. Durante su corta vida en la tierra el Espíritu Santo la fue llevando por un sendero de autenticidad, buscando la verdad, siguiendo un caminito que consistía en buscar la santidad mostrándose pequeña y refugiándose en los brazos de su Padre, a través de los acontecimientos cotidianos de su vida, releídos a la luz de la Palabra de Dios.
Su aportación principal es la vía de la infancia espiritual, con una vuelta al Evangelio, meditando la Palabra de Dios, buscando hacerse como niños para entrar en el Reino de los Cielos.
En los niños hay inocencia, pureza, alegría, sencillez, y otras cualidades que todos debemos procurar para llegar al Reino de Dios.
Esas virtudes las pides especialmente a tus amigos, tus sacerdotes, porque estamos configurados contigo, que eres la perfección, y nuestra alma sacerdotal debe buscar esa perfección.
Sé que el ambiente es muy adverso, y el enemigo intenta de muchos modos que perdamos el alma de niño. ¿Qué debemos hacer, Jesús, para cuidarla y protegerla?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes míos: vengan a mí, porque de los niños es el Reino de los Cielos.
Yo estoy sentado en un trono.
Tengo la majestad de un rey, pero visto tan sencillo como un mendigo.
Tengo tesoros y riquezas a mis pies, pero estoy descalzo y tengo llagas en mis manos y en mis pies.
Tengo todo el poder, pero me anonadé, y me entregué, y me sometí a los hombres como un niño pequeño. Pero parecía, más que un niño, un cordero llevado al matadero, en silencio, obediente hasta la muerte, confiado y abandonado en los brazos de mi Padre, mientras recibía el amor y los cuidados de mi Madre.
Soy Rey, y mi cuerpo es de hombre, y mi rostro es de Dios, y mi alma es de niño.
Yo amo la pureza, la inocencia, la belleza, la transparencia, el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la fidelidad, la modestia, la humildad, la templanza, la fe, la mansedumbre del alma perfecta e inmaculada, sin mancha ni pecado, en cuyo vientre fue concebido el amor. El alma de mi Madre, preservada en la pureza desde su concepción, es el alma sacerdotal en perfección.
Así es el alma de un niño recién bautizado, coheredero del Reino de los Cielos, que recibe la pureza y los atributos de un alma destinada a la perfección, para unirse a la Santa Trinidad en Dios.
Pero su humanidad creciente, al hacerse hombre, deja todas las cosas de niño, y es tentado por el pecado, que mancha, entorpece y limita la pureza del alma.
Y dejan de ser niños, para crecer en medio del mundo como seres imperfectos que buscan y tienden a la perfección, que solo se encuentra cuando se vuelve al amor primero y a la pureza de un alma de niño, cuando convierte su corazón y se reconoce pequeño, necesitado:
- que confía y se abandona en los brazos de su padre, y se somete y obedece su voluntad;
- que pide con insistencia lo que necesita;
- que recibe con alegría lo que le da;
- que acepta, pero no se conforma y pide más;
- que es generoso con los demás;
- que juega, que ríe, que es inquieto y todo le sorprende;
- que abre los ojos y se maravilla de la naturaleza y de la creación;
- que abre los oídos y escucha;
- que abre la boca y habla;
- que está siempre atento y de todo aprende;
- que deja que lo corrijan, y se esfuerza por hacer el bien;
- que se arrepiente y reconoce que se equivoca, y sufre, y se humilla;
- que pide perdón y también perdona;
- que es feliz y nunca se preocupa, porque confía en la providencia de su padre, y en el amor y la protección de su madre;
- que sueña y se ilusiona;
- que tiene fe y esperanza, pero sobre todo que ama;
- y que en esa inocencia y en esa pureza alaba a Dios.
Amigos míos: las almas, para entrar en el Reino de los Cielos, deben ser como niños, deben ser como yo.
Ustedes han sido llamados y han sido elegidos para ser como niños.
Ustedes viven en medio del mundo sin ser del mundo, pero también son frágiles e indefensos, y están expuestos a las tentaciones, a la maldad y al dominio de los placeres del mundo. Y son como yo, odiados y perseguidos por mi causa.
El que reciba a un niño como este, en mi nombre, a mí me recibe. Pero ¡ay de aquel que robe la inocencia de alguno de estos niños! Más le valdría no haber nacido. Y si su mano es ocasión de pecado, que se la corte y la arroje, más le vale entrar al Reino de los Cielos sin una mano, que ser arrojado con las dos manos al fuego eterno.
En los Seminarios están mis niños, y yo deseo darles la protección de mi Madre, como la tuve yo, para que sean siempre como niños, y permanezcan con la pureza de intención en su corazón, buscando almas para hacerlas como niños, para llevarlas a Dios, protegidos por la oración insistente de una madre con alma de niña, que proteja con su vida la virtud, la inocencia, la pureza y su vocación sacerdotal, procurando que, aun siendo hombres, consigan la perfección de un alma de niño».
+++
Madre mía: Teresita te veía a ti como una Madre, más que como una Reina. Son innumerables las imágenes que ha plasmado el arte cristiano mostrándote como madre, con el Niño en brazos. Es imposible reproducir convenientemente la ternura con que mirarías a tu Hijo, y el amor de tu corazón de madre.
A todos nos ayudan esas imágenes para sentirnos igualmente protegidos y cuidados. Sobre todo nos ayudan a tus hijos sacerdotes, que somos otros Cristos, el mismo Cristo.
Agradecemos tus cuidados de madre, pero dinos ¿cómo debe ser el alma de niño?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: de los niños es el Reino de los Cielos. Conserven ustedes su alma de niño, para la vida eterna. Permanezcan pequeños.
El que está configurado con mi Hijo Jesucristo permanece pequeño, porque es igual a Él.
Perseveren y alégrense, porque en ustedes se preserva la inocencia del Niño que ha nacido de mi vientre virgen, y que vive en ustedes.
Es difícil conservar la infancia del alma en medio del mundo, de la adversidad, de las tentaciones, y de todo lo que el demonio les ofrece. Pues yo les digo, hijos míos, que el que se mantiene junto a mí y camina conmigo, permanece pequeño, para que yo pueda llevarlo en brazos cuando se cansa.
Si ustedes permanecen junto a mí, como mis hijos pequeños, yo les aseguro que vivirán en la paz de un niño que se abandona en los brazos de su madre, bajo la custodia de su padre.
Cuando un niño está siendo abrazado por su madre y por su padre, en su corazón reina la fe, la esperanza, y el amor.
Fe en sus padres, porque en ellos cree, aprende de ellos y hace lo que le dicen, porque en ellos está la verdad para él.
Esperanza, porque de ellos espera recibirlo todo, sabe que estando con ellos nada le falta.
Amor, porque eso es lo que los une a los tres.
Estoy hablando de lo que pasa con un niño en el mundo, con un padre y una madre del mundo. Pues yo les digo que eso lo van a encontrar magnificado en el Padre del cielo, que es todopoderoso y eterno, y en la Madre que nunca los abandona.
Yo quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, vuelvan a ser como niños.
No quiero más escándalos, no quiero más traiciones, quiero la inocencia de vuelta en sus corazones.
La ambición de poder desvirtúa lo que ustedes deben ser.
¡Ay de aquel que destruya la inocencia de mis niños!
Ustedes, mis sacerdotes, son mis niños. Yo les aseguro que el demonio que los tienta y que los avergüenza será destruido.
Quiero dar a ustedes esta seguridad cuando se sientan abrazados. Nada de mí podrá separarlos. Nadie quiere desprenderse del abrazo de su madre, porque ahí todo lo encuentra. El que viene a mí lo encuentra todo, encuentra a Cristo, que los une al Padre por el Espíritu Santo.
La misión de una madre es llevar a sus hijos de vuelta a la casa del Padre.
Una madre conduce, guía, auxilia, protege, cuida, provee, da la vida por el hijo, obrando con misericordia.
Una madre alimenta y da de beber, viste al desnudo, cuida y procura al enfermo, acoge al necesitado, visita al preso, da santa sepultura al muerto, enseña, aconseja, corrige, siempre perdona, consuela, sufre con paciencia, ora por sus hijos vivos y por los muertos.
El alma de una madre es compasiva y misericordiosa, a imagen y semejanza de Dios.
El alma de un niño es paciente, es amable, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, no busca su interés, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo soporta. El que es como niño habla como niño, piensa como niño, razona como niño.
Ustedes son configurados con Cristo para ser como niños, pero se requiere la paciencia y la fe de los santos, para resistir a las tentaciones y al pecado, para preservar la pureza y la inocencia, y perseverar en el camino de perfección, que une a las almas en Cristo, por el Espíritu, para llevarlas al Padre».
+++
Santa Teresita: yo quiero aprender de ti. Enséñame a vivir la infancia espiritual.
+++
«Niño de Dios y de María Santísima: de los que son como niños es el Reino de los Cielos.
La infancia espiritual, eso es lo que quiere Dios. Infancia del alma en la que todo se hace con alegría y por amor.
Lo que necesita la Iglesia es amor, corazones entregados a la voluntad de Dios, para hacer con amor las cosas más pequeñas, esas que nadie ve, esas que parecen invisibles pero que, hechas con todo el amor de un corazón puro, que solo busca agradar a Dios, se transforman en grandes obras; porque no las haces tú: lo que se hace por amor de Dios, lo hace Dios.
Cada sacrificio, cada alegría, cada obra, cada pensamiento, cada oración, cada palabra, cada letra escrita, si viene del corazón, si está impregnada de amor, se transforma en una gracia tan hermosa como una flor.
Ofrendas a los pies de Dios pongan ustedes, porque es así como Él, en su infinita bondad y misericordia, las toma, las transforma en un delicioso aroma, en gracias de santidad, que derrama sobre la humanidad.
Yo quiero ayudarlos a descubrir la belleza del tesoro más sagrado de Dios en la tierra. Y lo que es de Dios hay que amarlo, hay que cuidarlo, protegerlo, y aprovecharlo. El tesoro es un regalo. El regalo es un don. El don más sagrado es el sacerdocio.
El hombre que ha sido creado para ser configurado con el Hijo de Dios es un templo sagrado que no debe ser profanado. Pero es tan débil y tan frágil que muchas veces no es respetado ni por él mismo. Lo que necesita es amor. Amor transformado en flor. Rosas que, con su fragancia, consigan de Dios la gracia de la conversión. Eso es lo que hace el amor, porque todo amor no viene de lo bajo sino de lo alto, no viene de los hombres, sino de Dios, porque Dios es amor; pero el hombre, en su miseria, conserva la esencia de Dios, que es amor.
Dar la vida por los sacerdotes es dar la vida por Cristo. El que acoge a un sacerdote acoge al mismo Cristo. No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos, con sencillez, con humildad.
El corazón no tiene límites, es infinita su capacidad de amar, pero hay que creer en el don que Dios nos da, y con ese don crecer en virtud, haciendo las cosas pequeñas sabiendo que Él nos mira cada minuto, cada segundo.
Él te mira: en cada mirada entrégale una ofrenda digna, un pequeño pensamiento, una palabra, una letra escrita, una obra, un sacrificio, una alegría, una flor.
Yo soy santa y soy inmensamente feliz. Yo paso mi cielo haciendo el bien en la tierra, cultivando las flores del jardín de Santa María, para la gloria de Dios.
Yo cuido la inocencia de mis hijos sacerdotes, porque soy una niña, pero mi corazón es de madre».
¡Muéstrate Madre, María!