22/09/2024

Mt 18, 12-14

10. BUSCAR Y ENCONTRAR OVEJAS PERDIDAS – CONOCER A LAS OVEJAS

MARTES DE LA SEMANA II DE ADVIENTO

Dios no quiere que se pierda uno solo de los pequeños.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda uno solo de estos pequeños”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: estoy acostumbrado a escuchar y utilizar la palabra “pastoral”. Todo mi ministerio consiste en atender la pastoral familiar, juvenil, vocacional, catequética, de enfermos... Y esa palabra me constituye a mí en pastor, y a los fieles en ovejas.

Cada vez que escucho la parábola de la oveja perdida pienso si de verdad yo soy ese hombre dispuesto a buscarla. Me resulta más fácil atender a las noventa y nueve, porque no implica especial sacrificio.

Todas tus parábolas de la misericordia son maravillosas. Todas hablan del esfuerzo por recuperar lo que se había perdido, y de la alegría por encontrarlo. No hacen falta muchas explicaciones.

Nos haces ver que por parte del Padre siempre habrá una ayuda para convertirnos, porque cada vez que lo ofendemos estamos perdidos, alejados de su amor.

Pero Él es rico en misericordia, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, y nos busca, como el pastor a la oveja perdida, o la mujer a su moneda; y nos espera, como el padre del hijo pródigo.

Señor, ¿cómo debo buscar a esas ovejas perdidas? ¿Qué necesito hacer para lograr que vuelvan al redil? ¿Y si yo soy una oveja perdida?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos, pastores de mi pueblo: traigan a las ovejas, a todas.

Dejen a mi cuidado a las noventa y nueve, y vayan a buscar a la que se ha perdido.

Busquen a las que han perdido el camino, a las que viven en tinieblas, a las que los lobos han ahuyentado, a las que huyen con miedo, a las que no me conocen, a las separadas, a las heridas, a las olvidadas.

Los caminos son largos y oscuros, guíenlas para que caminen por los caminos de luz, yo soy la luz.

Que yo he venido al mundo a buscar no a los justos, sino a los pecadores.

Que el cielo se alegra cuando, por el actuar de un justo, se convierte un pecador.

Vayan ustedes y busquen, porque el que busca encuentra, y al que llama se le abre, y al que pide se le da.

Yo les pregunto: ¿me aman? Porque al amado se le complace, y el gozo está en su felicidad.

Vayan pues a traer esas almas, que mi felicidad es la gloria del Padre, que al traer al rebaño completo se hace más grande; que cada alma la magnifica; y cada perdido que es encontrado me glorifica.

A Satanás se le ha dado el poder sobre el pecado del hombre.

A ustedes yo les he dado el poder del amor, para vencer.

El pecado es la ausencia del amor. Yo soy el amor.

Abran corazones para que me dejen entrar. Salgan, busquen, encuentren, traigan, y no tengan miedo, que yo los sostendré con mi brazo, yo estoy con ustedes.

Pastores de mi pueblo: unidos, traigan a salvo a mi rebaño.

Yo soy el Buen Pastor. No he venido a buscar a justos sino a pecadores, a los que se han perdido, a los que se han ido, a los que necesitan ser rescatados.

Yo envío a los justos a buscar a los pecadores hasta encontrarlos, para convertirlos, para traerlos a los confesionarios, para perdonarlos, para abrazarlos, para incluirlos en mi rebaño.

El camino de los justos es la cruz. Renuncien a ustedes mismos, tomen su cruz y síganme. Mortifíquense en la cruz, crucifiquen sus pecados, para que mueran al mundo conmigo, para que sea derramada a través de ustedes mi misericordia, para que llegue a todos los pecadores, para que se arrepientan; a todos los perdidos, para que sean encontrados; a todos los afligidos, para que sean consolados; a todos los que obran con misericordia, para que reciban misericordia.

Ustedes son pastores conmigo.

Llamen a mis ovejas, busquen a mis ovejas, encuentren a mis ovejas, apacienten a mis ovejas; y denles de comer, y denles de beber.

Vivan para mí, y mueran para mí, para que tengan conmigo vida eterna, porque todos son miembros de un mismo redil, de un mismo cuerpo, de una sola Iglesia: los perdidos y los encontrados, los justos y los pecadores, los sanos y los enfermos, los sabios y los ignorantes, los ricos y los pobres, los oprimidos y los opresores, los cautivos y los cautivadores; y todos se afectan, porque todos son una sola cosa, miembros de un solo cuerpo, del cual yo soy cabeza.

El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Yo he venido para que tengan vida, y que la tengan en abundancia.

Pero mis ovejas no vienen. No dejen ustedes de gritar -con esa voz que clama en el desierto-, para que escuchen su voz, porque con uno que se convierta se llena de alegría el cielo.

Pero mi Madre los quiere a todos. Ella va a buscarlos hasta encontrarlos, y les muestra el camino que yo dejé trazado, caminado y listo para que lleguen a mí.

Todo pasa, pero mi Palabra permanece para siempre. Ustedes alcen la voz al cielo, para que anuncien la buena nueva de mi venida, la venida del Señor, cuando yo, como Buen Pastor, vuelva y apaciente a mi rebaño, lleve en brazos a los corderos, y haga descansar a las madres».

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Madre mía: cuando medito en las parábolas de la misericordia pienso en el esfuerzo de Jesús para recuperar al que está perdido, esfuerzo que llegó a su máxima expresión en el Calvario, derramando hasta su última gota de sangre para salvar a los pecadores.

 Y pienso también en ti, junto a Jesús, al pie de esa cruz, y contemplo tu dolor, uniéndote al dolor de tu Hijo, como corredentora, y con un inmenso amor de madre, que ve morir a su hijo, con la esperanza de verlo resucitado y, con Él, dar vida a muchos otros hijos muertos por el pecado.

Madre, yo también quiero ser pastor crucificado, uniéndome a los sufrimientos de Jesús, con quien estoy configurado, dando la vida por mis ovejas, para redención de todos.

Te pido especialmente por todos tus hijos sacerdotes, para que nos convirtamos, y para que tomemos nuestra cruz de cada día, siguiendo a Jesús, acompañándolo, para volver al redil a todas las ovejas perdidas.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen a Jesús en la cruz. Él es el Hijo de Dios, hecho hombre, carne de mi carne, sangre de mi sangre, hijo de mi vientre y de mi corazón. Y está muerto. Lo han matado, en este mundo de muerte, al que ha sido enviado en la voluntad del Padre, y se ha entregado por su propia voluntad, para con su muerte destruir la muerte.

Pero Dios está vivo. Porque Dios es un Dios de vivos y no de muertos, y Él resucitará al tercer día. Y su cuerpo será glorificado en unión con su divinidad, para darle vida a todos en ese mismo cuerpo, compartiendo su espíritu.

Mi sufrimiento es de madre, viendo como han ultrajado al hijo, lo han inmolado, lo han destruido. Porque cuando vino al mundo no lo recibieron, y cuando caminó por el mundo lo persiguieron, y cuando anunció su reino, que no es de este mundo, lo mataron, para desterrarlo del mundo.

Miren ustedes la indulgencia clavada en la cruz. Los pecados del mundo mortificados entre los clavos y lavados con sangre. El amor entregado hasta la última gota, y la misericordia derramada, para que llegue a todos los confines del mundo.

Hijos: este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, que vino a rescatar lo que estaba cautivo, que vino a abrazar al hijo pródigo, que vino a buscar a la oveja perdida, que vino a morir para pagar, que vino a entregar la vida a cambio de la muerte, para destruir la muerte y dar vida.

Yo pido por los sacerdotes justos y por los pecadores, por los sacerdotes perdidos y por los encontrados, por los sacerdotes cautivos y por los liberados, por los sacerdotes condenados y por los convertidos, por los sacerdotes fieles y por los infieles, por los sacerdotes que mueren al mundo con Cristo en la cruz, y por los que han dejado su cruz para vivir en el mundo.

Oremos, hijos, por los sacerdotes pecadores, para que, por la justicia de la muerte de mi Hijo y su misericordia, se arrepientan, se confiesen, hagan penitencia y sean justos y misericordiosos, como el Padre es justo y misericordioso. Que por un pecador que se arrepienta se llenará de alegría el cielo.

Oremos por la santidad de todos los sacerdotes y la unidad de la Santa Iglesia».

¡Muéstrate Madre, María!