69. NO VAMOS SOLOS - JUSTICIA Y MISERICORDIA
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO
¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 1-16
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’.
Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’. Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.
Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último solo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.
Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Palabra del Señor.
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Señor Jesús: tú nos llamas a todos a trabajar en tu viña, que es tu Iglesia, y me doy cuenta de que, pudiendo hacer todo tú solo, quieres necesitarnos, quieres incluirnos en tu plan, quieres compartir todo con nosotros.
Es duro lo que dicen aquellos hombres contratados al caer la tarde. Dijeron que nadie los había contratado. Habían pasado la mayor parte del día sin trabajar. No queda claro si estaban o no buscando trabajo; lo que sí sucedió es que nadie los había tomado en cuenta.
Eso me hace pensar, Señor, en la gran responsabilidad que tengo de llevar almas a tu servicio, de contratar trabajadores para tu mies. Y eso es parte de mi trabajo como sacerdote, como pastor: conducir a las ovejas hacia ti, consciente de que ellas me necesitan para eso.
Tú eres nuestro modelo de buen pastor, y entregaste tu vida por tus ovejas, hasta la última gota de tu sangre. Te dolió especialmente que tus discípulos te dejaran solo en tu pasión y muerte. Solo te alivió la firme presencia de tu Madre, del discípulo amado, y de las santas mujeres.
Nosotros siempre tenemos necesidad de ti, no podemos quedarnos solos. Gracias por quedarte en la Sagrada Eucaristía; gracias por dejarnos a tu Madre como madre nuestra. Ayúdanos a cumplir nuestro deber, luchando por no dejar nunca solo a nuestro rebaño. Y haz conmigo lo que quieras.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: tráeme almas.
Tú solo no podrías. Lo harás conmigo, acompañando a mi Madre. Porque nada fue creado para permanecer en soledad; todo ha sido creado para compartir, para dar y recibir.
Es Dios mismo tres Personas en un solo Dios verdadero, en unión, en Trinidad. Y yo fui enviado al mundo en medio de una familia, viviendo en comunidad. Y nunca estuve solo, porque, aun en la soledad, mi Padre siempre estaba conmigo.
El amor, amigo mío, no se aísla, se comparte, es donación que necesita de otra parte para ser recibido, para ser configurado, para hacerse uno.
Ven, amigo mío, pero no vengas solo, tráeme almas.
Las heridas de mis rodillas fueron muestra de mis caídas en el camino del Calvario. Pero no estaba solo, mi Padre me dio la fuerza para levantarme y seguir adelante.
Y volví a caerme, pero no estaba solo, ahí estaba mi Madre.
Y caí otra vez, pero no estaba solo; otros como yo me ayudaron a levantarme.
Y después de las caídas, las heridas quedan y duelen, pero son muestra de que se puede siempre seguir adelante. Con voluntad y con ayuda se llega al final del camino.
Pero no estaba solo. Conmigo estaba mi Madre. Y no estaba sola, sus hijos estaban con Ella, mientras mi sangre lavaba la tierra, y en mi entrega mi Padre le daba tierra nueva al nuevo pueblo de Dios que, con mi muerte, había nacido, pueblo santo lavado con mi sangre.
Pero no estaban solos, porque yo me quedé con ellos. Les dejé mi Cuerpo, y les dejé mi Sangre, para que no murieran, sino que vivieran conmigo.
Y les mostré el camino para que pudieran venir conmigo.
Y les mostré la gloria de mi cuerpo resucitado, y los envié a traer almas. Y subí al Padre.
Pero no estaban solos. El Espíritu Santo les fue enviado y, por Él, yo me quedé para permanecer en cada uno, todos los días, hasta el fin del mundo.
Sacerdotes, hermanos míos, amigos míos: yo los he llamado a ustedes primero para que vengan conmigo.
Pero no vengan solos. Sean pastores y traigan a sus rebaños. Muéstrenles el camino y enséñenles a entrar al Reino de los cielos. Y, después, entren ustedes también, porque los últimos serán los primeros. Y mi Padre, que es tan bueno, les dará su recompensa.
Caminen, pero no vayan solos, caminen conmigo. Perdonen los pecados, lleven mi Palabra, conviertan corazones.
Pero no vayan solos, llévenme, para que sea yo quien viva y actúe en ustedes.
Y cuando caigan en el camino, sepan que no están solos, y déjense ayudar, para que puedan levantarse.
Y cuando vean caer a otro de ustedes, ayúdenlo a levantarse, y caminen juntos, para que no vengan solos, porque los he llamado a todos. Pero muchos son los llamados y pocos los escogidos.
Ámense los unos a los otros como yo los he amado, y ayúdense y den la vida unos por otros, porque a ustedes los he llamado mis amigos, y nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Vayan juntos y traigan a sus rebaños. Pero no es una competencia. Esto es una entrega, en la que se entrega más quien sirve más; y quien sirve más viene a mí para ir al Padre, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo.
Sacerdotes: entréguense conmigo, sirviendo a mi Padre, por medio del servicio a los hombres, para la salvación de las almas».
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Madre mía: tú estuviste todo el tiempo junto a Jesús, no podías separarte de Él. En el santo Evangelio aparecen pocas referencias a tu presencia física, pero estoy seguro de que tu Hijo sentía siempre que estabas a su lado, independientemente de las circunstancias.
Yo también quiero soportar el peso del día y del calor, acompañando a Jesús por amor, como lo hacías tú, no dejándolo nunca solo, tomando mi cruz de cada día y muriendo con Él.
Ayúdame, Madre, a que mi querer se manifieste en obras, y a llevarle muchas almas a Jesús. Ayúdame a sentir tu presencia a mi lado, sobre todo en el momento de la cruz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes no están nunca solos, yo siempre los acompaño. Quiero que compartan mi dolor, porque es en el compartir que se entrega el amor.
Quiero que entiendan ustedes que salvar almas predicando y perdonando los pecados no es suficiente para salvarse.
Deben querer, y en el querer obrar, y en el obrar amar.
Deben acudir al llamado de mi Hijo, y servirle y entregarse con Él.
Para entregarse deben vaciarse de todo lo que es del mundo, porque mi Hijo en este llamado los ha sacado del mundo, para ser como Él, perseguidos y odiados, igual que Él, porque el mundo lo ha odiado y perseguido primero a Él.
Y ustedes deben dar testimonio de que quien los ha enviado es más que ustedes.
Quiero que ustedes salven almas, pero que también sean salvados; porque ustedes, que son los primeros en ser llamados a servir, se hacen los últimos.
Pero, hijos míos, en el Reino de los cielos los últimos serán los primeros».
¡Muéstrate Madre, María!
10. NO VAMOS SOLOS - JUSTICIA Y MISERICORDIA
EVANGELIO DEL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 1-16
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’.
Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’. Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.
Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último solo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.
Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú nos llamas a todos a trabajar en tu viña, que es tu Iglesia, y me doy cuenta de que, pudiendo hacer todo tú solo, quieres necesitarnos, quieres incluirnos en tu plan, quieres compartir todo con nosotros.
Es duro lo que dicen aquellos hombres contratados al caer la tarde. Dijeron que nadie los había contratado. Habían pasado la mayor parte del día sin trabajar. No queda claro si estaban o no buscando trabajo; lo que sí sucedió es que nadie los había tomado en cuenta.
Eso me hace pensar, Señor, en la gran responsabilidad que tengo de llevar almas a tu servicio, de contratar trabajadores para tu mies. Y eso es parte de mi trabajo como sacerdote, como pastor: conducir a las ovejas hacia ti, consciente de que ellas me necesitan para eso.
Tú eres nuestro modelo de buen pastor, y entregaste tu vida por tus ovejas, hasta la última gota de tu sangre. Te dolió especialmente que tus discípulos te dejaran solo en tu pasión y muerte. Solo te alivió la firme presencia de tu Madre, del discípulo amado, y de las santas mujeres.
Nosotros siempre tenemos necesidad de ti, no podemos quedarnos solos. Gracias por quedarte en la Sagrada Eucaristía; gracias por dejarnos a tu Madre como madre nuestra. Ayúdanos a cumplir nuestro deber, luchando por no dejar nunca solo a nuestro rebaño. Y haz conmigo lo que quieras.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: tráeme almas.
Tú solo no podrías. Lo harás conmigo, acompañando a mi Madre. Porque nada fue creado para permanecer en soledad; todo ha sido creado para compartir, para dar y recibir.
Es Dios mismo tres Personas en un solo Dios verdadero, en unión, en Trinidad. Y yo fui enviado al mundo en medio de una familia, viviendo en comunidad. Y nunca estuve solo, porque, aun en la soledad, mi Padre siempre estaba conmigo.
El amor, amigo mío, no se aísla, se comparte, es donación que necesita de otra parte para ser recibido, para ser configurado, para hacerse uno.
Ven, amigo mío, pero no vengas solo, tráeme almas.
Las heridas de mis rodillas fueron muestra de mis caídas en el camino del Calvario. Pero no estaba solo, mi Padre me dio la fuerza para levantarme y seguir adelante.
Y volví a caerme, pero no estaba solo, ahí estaba mi Madre.
Y caí otra vez, pero no estaba solo; otros como yo me ayudaron a levantarme.
Y después de las caídas, las heridas quedan y duelen, pero son muestra de que se puede siempre seguir adelante. Con voluntad y con ayuda se llega al final del camino.
Pero no estaba solo. Conmigo estaba mi Madre. Y no estaba sola, sus hijos estaban con Ella, mientras mi sangre lavaba la tierra, y en mi entrega mi Padre le daba tierra nueva al nuevo pueblo de Dios que, con mi muerte, había nacido, pueblo santo lavado con mi sangre.
Pero no estaban solos, porque yo me quedé con ellos. Les dejé mi Cuerpo, y les dejé mi Sangre, para que no murieran, sino que vivieran conmigo.
Y les mostré el camino para que pudieran venir conmigo.
Y les mostré la gloria de mi cuerpo resucitado, y los envié a traer almas. Y subí al Padre.
Pero no estaban solos. El Espíritu Santo les fue enviado y, por Él, yo me quedé para permanecer en cada uno, todos los días, hasta el fin del mundo.
Sacerdotes, hermanos míos, amigos míos: yo los he llamado a ustedes primero para que vengan conmigo.
Pero no vengan solos. Sean pastores y traigan a sus rebaños. Muéstrenles el camino y enséñenles a entrar al Reino de los cielos. Y, después, entren ustedes también, porque los últimos serán los primeros. Y mi Padre, que es tan bueno, les dará su recompensa.
Caminen, pero no vayan solos, caminen conmigo. Perdonen los pecados, lleven mi Palabra, conviertan corazones.
Pero no vayan solos, llévenme, para que sea yo quien viva y actúe en ustedes.
Y cuando caigan en el camino, sepan que no están solos, y déjense ayudar, para que puedan levantarse.
Y cuando vean caer a otro de ustedes, ayúdenlo a levantarse, y caminen juntos, para que no vengan solos, porque los he llamado a todos. Pero muchos son los llamados y pocos los escogidos.
Ámense los unos a los otros como yo los he amado, y ayúdense y den la vida unos por otros, porque a ustedes los he llamado mis amigos, y nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Vayan juntos y traigan a sus rebaños. Pero no es una competencia. Esto es una entrega, en la que se entrega más quien sirve más; y quien sirve más viene a mí para ir al Padre, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo.
Sacerdotes: entréguense conmigo, sirviendo a mi Padre, por medio del servicio a los hombres, para la salvación de las almas».
+++
Madre mía: tú estuviste todo el tiempo junto a Jesús, no podías separarte de Él. En el santo Evangelio aparecen pocas referencias a tu presencia física, pero estoy seguro de que tu Hijo sentía siempre que estabas a su lado, independientemente de las circunstancias.
Yo también quiero soportar el peso del día y del calor, acompañando a Jesús por amor, como lo hacías tú, no dejándolo nunca solo, tomando mi cruz de cada día y muriendo con Él.
Ayúdame, Madre, a que mi querer se manifieste en obras, y a llevarle muchas almas a Jesús. Ayúdame a sentir tu presencia a mi lado, sobre todo en el momento de la cruz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: ustedes no están nunca solos, yo siempre los acompaño. Quiero que compartan mi dolor, porque es en el compartir que se entrega el amor.
Quiero que entiendan ustedes que salvar almas predicando y perdonando los pecados no es suficiente para salvarse.
Deben querer, y en el querer obrar, y en el obrar amar.
Deben acudir al llamado de mi Hijo, y servirle y entregarse con Él.
Para entregarse deben vaciarse de todo lo que es del mundo, porque mi Hijo en este llamado los ha sacado del mundo, para ser como Él, perseguidos y odiados, igual que Él, porque el mundo lo ha odiado y perseguido primero a Él.
Y ustedes deben dar testimonio de que quien los ha enviado es más que ustedes.
Quiero que ustedes salven almas, pero que también sean salvados; porque ustedes, que son los primeros en ser llamados a servir, se hacen los últimos.
Pero, hijos míos, en el Reino de los cielos los últimos serán los primeros».
¡Muéstrate Madre, María!