43. ENVIADOS PARA SANAR - ESCUCHAR LA PALABRA
EVANGELIO DEL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Han oído lo que se dijo a los antiguos; pero yo les digo...
+Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 17-37
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los Cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos.
Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
También han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.
También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio.
Han oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.
Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tú viniste a la tierra para renovar todas las cosas. No viniste para abolir la ley ni los profetas, sino para darles plenitud.
Es normal que las personas estemos pensando muchas veces en eso: en renovarnos, en cambiar, en quitar lo caduco, lo que se ha hecho viejo, lo que ya no sirve, lo que no tiene actualidad.
Y eso sucede muchas veces con las leyes. Hay que actualizarlas, hay que renovarlas para que se adapten a los nuevos tiempos.
Sabemos que en el caso de la ley de Dios no cabe hablar de “renovar” o “actualizar”, porque es una ley eterna, Dios es inmutable. Pero tú vienes a darle plenitud, con la ley del amor.
A partir de ti las cosas son diferentes. No se trata de cumplir una ley por rigor, sino por amor. En primer lugar, por amor a Dios, pero también por amor al prójimo.
Señor, yo también quiero renovar mi alma sacerdotal, y tú me puedes enseñar y ayudar. Dime qué debo hacer, para ser un hombre nuevo y servir así mejor a la Iglesia y a las almas.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes míos: no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal.
Yo no he venido a curar a los sanos, sino a los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Yo no he venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar cumplimiento. Y se cumplirá hasta la última letra de la ley. Pero yo les digo que amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Ustedes han sido llamados para ser luz para el mundo, y que brille su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos.
Yo los llamo a mostrarle la luz a los que viven en la oscuridad. Porque sin luz no se puede ver, y el que no puede ver tampoco puede leer.
Yo los llamo para ser voz para los que viven en oscuridad, porque, aunque no vean la luz, sí pueden escuchar.
Yo los envío a abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos, para que el que tenga ojos vea y el que tenga oídos oiga. No tengan miedo de ser vistos haciendo mis buenas obras en medio del mundo. Lo que está permitido siempre es hacer el bien y salvar almas, y eso no está nunca contra la ley.
Yo los envío a llevar la fe, a través de sus obras, para hacerla fecunda, haciendo el bien y salvando almas, porque una fe sin obras es una fe muerta.
Yo los envío a llevar esperanza, porque eso también es misericordia.
Yo los envío a llevar caridad, para que se vean los frutos de sus obras, porque por sus frutos los reconocerán.
Yo los envío a servir a mi Iglesia, renovando sus almas, tirando la antigua levadura, para que sean una masa nueva, deshaciéndose del hombre viejo, limpiando la casa, vaciándose de ustedes mismos, para que se llenen de mí, para revestirse del hombre nuevo.
Yo los envío como levadura para la masa nueva.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen; pero hay ovejas que no creen en mí, porque no son de mi rebaño.
¡Ay de los pastores que dejan perderse y dispersarse a las ovejas de mis rebaños, que las empujan fuera y no las atienden!
Es mejor arrojarlos fuera y echarlos a los lobos, para que los castiguen y recapaciten, y para que no lastimen ni contaminen a mis rebaños con su mal ejemplo.
Los que dirigen a mis rebaños deben sanar primero, para que lleven la salud a los demás.
Yo los envío a ustedes a llevar la salud a los corazones más pobres, los que han fermentado con la antigua levadura, y se han crecido y henchido de vicio y maldad».
+++
Madre de misericordia: las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña son fuertes y comprometedoras. Plantea un programa de vida que implica renuncia, olvidarse de uno mismo, pensar en los demás y servirlos, amar, perdonar, reconocer los propios pecados, pedir perdón, convertirse… decir sí cuando es sí, y no cuando es no.
Ayúdanos, Madre, a ser fuertes y decididos, comprometiéndonos por la causa de Cristo, dando la vida, sirviendo a los demás, y rectificando cuando sea necesario.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: aprendan de mí en los momentos más difíciles. Eso es lo que aprendí: tú das, y Dios, que es perfecto, el único santo, el único bueno, que es la misericordia infinita, no se cansa de dar con generosidad. Y le da más al que da más.
Yo le di mi vida, entregándole, junto a la cruz, lo que Él más quería: mi compañía y mi maternidad, en la que acogía a todos los hombres que Él, con su sacrificio, redimía.
Implicaba perdonar, olvidar y, al entregar mi maternidad, acoger como verdadera madre a cada uno, como verdadero hijo, para conducirlos hacia el buen camino. El camino es Cristo, al que ellos mismos depreciaron. Algunos lo lastimaron, lo juzgaron, lo abuchearon, lo escupieron, lo golpearon, lo humillaron, lo crucificaron. Pero no lo mataron: Él mismo entregó su vida. Él es la vida.
Pero otros, a mi parecer, causaron un dolor más grande a mi corazón y al de Él, cuando lo abandonaron y renunciaron a Él. Y a ellos yo debía perdonarlos también, y olvidar, y acoger, y reunirlos en torno a mí para volverlos a Él.
Pues yo te digo, hijo mío, que nada ha cambiado ahora en la actitud de algunos hombres. Como tampoco ha cambiado el perdón del Corazón misericordioso de Dios, ni en el de su Madre. Aquí estoy.
Hay uno que permaneció firme, y esa firmeza al Hijo de Dios también lo sostuvo. Al pie de la cruz no estaba sola su Madre. Y así, ahora también estás tú. Yo pido y suplico para ti que tengas los mismos sentimientos de Cristo. Eso es lo que para Juan pedí, y si él perdonó, perdona tú; y si él soportó, soporta tú; y si él me acompañó, acompáñame tú.
Te amo, hijo mío, no solo como una madre ama al hijo de sus entrañas, sino como una simple creatura, que reconoce su humildad ante la presencia de la divinidad de Cristo, con quien tú estás configurado; y es mi dueño, mi Rey, mi Señor, mi Amor, y a quien mi corazón le he entregado. Tanto así te amo, hijo mío.
Te amo en el sí que a Dios le di. Y te amo en el no que al mundo le di, cuando fui desposada con el Espíritu Santo y la verdad fue engendrada en mí.
Hijo mío, yo no juré nada, yo solo dije “sí, hágase en mí según tu Palabra”, y la divina voluntad de Dios se hizo en mí para dar vida al que es la vida y luz de los hombres.
El que jura asegura. Y esa es la manifestación de la soberbia. Nada sucede sin que Dios lo permita. El único omnisciente es Él. El hombre nada puede sin Él.
El que pone sus seguridades en el mundo engaña, y se engaña a sí mismo. El que jura comete el pecado de Adán, creyéndose igual a Dios: dueño, amo y señor.
El que pone sus seguridades en Dios vive en la alegría de cumplir su voluntad, dejándose llevar con docilidad, por las inspiraciones del Espíritu, aceptando que Dios siempre sabe más, y hará para él lo que más conviene, porque lo ama.
El que dice sí cuando es sí, y no cuando es no, sabe discernir, todo lo pone en oración antes de decidir; y con prudencia, y con paciencia, espera y acepta, viviendo en congruencia con su fe dirigida y confirmada en el Magisterio de la Santa Iglesia.
Hijo mío, ¿sabes cuándo decir sí y cuando decir no?
Es necesario que tú lo tengas muy claro, para que lo puedas enseñar. Lo tienes claro en tu mente y en tu corazón, pero deben ser claras tus palabras para que lo puedas explicar.
Jesús es tan sencillo, como sencillas son sus enseñanzas. Simplemente hay que decir sí a todo lo que te acerque a Dios, en cualquier circunstancia, en cualquier momento, con fe, con amor y con esperanza.
Con fe, para estar dispuestos a vivir las consecuencias de ese sí.
Con amor, abrazando la cruz que implica el sí.
Con esperanza, poniendo tu seguridad en aquel que te creó, que es tu Padre; que te ama, que todo te perdona, que te ha dado a su único Hijo para darte vida eterna.
Y Él sí puede asegurarte y jurarte por sí mismo que todo es para bien, que todo lo que en su voluntad sucede es para recuperarte, para reconciliarte, y abrazarte, haciéndote partícipe de su gloria en la eternidad.
Y no solo te lo jura, sino te lo demuestra con su Hijo Jesucristo, anunciando sobre el mundo su victoria, cuando ha derramado su sangre hasta la última gota para salvarte. Y, cumpliendo sus promesas, se queda junto a ti, presente en Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, todos los días de tu vida.
Decir no a todo lo que te aleja de Dios, de su amor, de sus mandamientos, de su Palabra, de su ley. Si tu conciencia te demanda pedir perdón a Dios, y un sentimiento de culpa limitada endurece tu corazón y oscurece tu visión, es preciso formar bien tu conciencia, para que adviertas la diferencia y no caigas en la tentación.
Yo te daré la conclusión: la diferencia entre hacer el bien y hacer el mal es tu paz interior. El que hace la voluntad de Dios, en cualquier circunstancia, en cualquier momento, conserva la paz de su corazón.
Y si así no lo hicieras, acude al sacramento de la reconciliación y rectifica tu camino. Él siempre a un corazón arrepentido concede su perdón.
El Espíritu Santo te da la gracia y el don del buen discernimiento, para que digas sí cuando debes decir sí, y digas no a todo lo que ofende a Dios.
Recibe, hijo mío, las gracias y el don. Abre tu corazón, mantenlo abierto, en un constante agradecimiento, y permanece en oración, para que esas gracias y ese don den fruto, y ese fruto permanezca y se multiplique para la gloria de Dios».
¡Muéstrate Madre, María!