21/09/2024

Mt 5, 20-26

10. RECONCILIADOS CON EL HERMANO – TRABAJAR POR LA PAZ

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA I DE CUARESMA

Ve primero a reconciliarte con tu hermano.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: se ha estudiado la posibilidad de adelantar, en la Santa Misa, el rito de la paz, para antes de la presentación de las ofrendas, basándose en esas palabras del Sermón de la Montaña.

Hay que reconciliarse con el hermano antes de presentar la ofrenda. Porque eso significa también reconciliarse contigo.

En la Última Cena nos dejaste el Mandamiento nuevo: debemos amarnos unos a otros como tú nos amaste. Y nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

El modelo de amor eres tú. El que perdonó desde la cruz a los que no saben lo que hacen. El que concedió el Paraíso al que supo pedir perdón.

Señor, yo quiero tener los mismos sentimientos que tuviste tú en la cruz, para amar a mi prójimo como tú quieres.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: yo, Cristo, fui crucificado en medio de dos hombres, uno a mi derecha y otro a mi izquierda. El dolor me asfixiaba y apenas podía respirar, y hablaba con dificultad: “Perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen”.

Amigos míos: el más santo de los hombres no está exento de tentación y de pecado. Y el más pecador de los hombres no está impedido para recibir el perdón por mi misericordia.

Y así será hasta el último día de su vida, hasta que yo vuelva. Pero no se turbe su corazón ni se acobarde, porque yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.

Pidan ustedes al Padre su perdón y su misericordia, para los que no saben lo que hacen, y pidan un corazón contrito para los que sí saben lo que hacen, y aun así no se arrepienten, porque solo los mansos heredarán la tierra.

Pidan la gracia del arrepentimiento y de la unidad fraterna para ustedes, mis hermanos, mis amigos, mis discípulos, mis apóstoles, mis pastores, mi rebaño, mis sacerdotes, y yo les daré un regalo: el Santo Temor de Dios.

Para que vivan y permanezcan en mí como yo vivo y permanezco en cada uno.

Para que sepan lo que hacen.

Para que me amen por sobre todas las cosas, amando al prójimo, sirviéndolo, enseñándolo, corrigiéndolo, perdonándolo, teniéndole paciencia, consolándolo, aconsejándolo, orando por él, pidiendo el don del Espíritu Santo también para él.

Para que teman ofender a Dios y perder el cielo que yo he ganado para todos –temor de perder mi amistad, temor de no ver a Dios, temor de rechazar con sus actos mi Paraíso y elegir el infierno de fuego eterno–, pero no por miedo, sino por amor, por el sufrimiento que causa perder al ser amado, herirlo, crucificarlo, matarlo en esta cruz en la que muero para destruir sus pecados, para perdonarlos y reconciliarlos conmigo, y aun así, elegir seguirme ofendiendo, seguirme lastimando, seguirme crucificando, seguirme rechazando.

Sacerdotes míos: tengan mis mismos sentimientos, y compartan conmigo el dolor que me causa perder a algunos de ustedes, mis amigos.

Porque ¿de qué les sirve haber sido llamados y elegidos, y ganado mi amistad, si luego la pierden?

¿Y de qué les sirve ganar al mundo si se pierden ustedes?

¿Y de qué les sirve traerme ofrendas a mi altar si no regresan a mi amistad?

Quiero que se reconcilien con su hermano, para que se reconcilien conmigo.

Quiero que me descubran en el hermano, para que me pidan perdón.

Quiero que amen a sus hermanos como los amo yo.

Quiero que participen en mi santo sacrificio, que es ofrenda, y por el que yo los uno a mí, y los hago parte de mí; por el que participan en comunión con las almas en mi cuerpo místico; por el que van al Padre unidos a mí, en el Espíritu; por el que permanecen en mí, como yo permanezco en ustedes.

Unión en Cristo, porque nadie llega al Padre si no es por el Hijo. Pero nadie se une al Hijo si antes no está reconciliado con el Hijo, a través de la reconciliación con sus hermanos y del sacramento de la Confesión, por el que se reconcilian conmigo y vuelven a mi amistad, uniéndose conmigo en un solo cuerpo y en un mismo espíritu.

Arrepiéntanse y crean en el Evangelio, porque el que cree en mí vivirá para siempre, porque creerá en lo que yo he dicho, y cumplirá mis mandamientos, no por miedo ni por obligación, sino por obediencia y por amor.

Pidan la protección de mis ángeles y de mis santos, y el abrazo maternal de mi Madre, que los cubre con su manto, para que permanezcan en la unidad, para que reciban los dones del Espíritu Santo, para conseguir, por mi pasión y muerte, la pureza de corazón que los mantenga en mi resurrección.

Acompañen a mi Madre, y trabajen por la unión fraterna y la paz, y serán bienaventurados.

Yo los bendigo, abriendo las puertas de mi Paraíso para todos los que entreguen su vida a mi servicio, permaneciendo en la unidad, en el amor y en mi paz.

Mi paz les dejo, mi paz les doy».

+++

Madre mía: cuesta mucho reconciliarse con algún hermano que nos ha ofendido, porque implica perdonar y olvidar. Y también cuesta mucho reconocer una falta contra el prójimo, cuando somos nosotros mismos los culpables.

Sabemos que no nos faltará la gracia de Dios, porque nos ayuda especialmente cuando se trata de cumplir el mandamiento del amor, y porque Jesús nos puso el ejemplo con su vida, y pidiéndonos incluso que amemos a nuestros enemigos.

Todos tenemos que reconocer que nos interesa vivir en paz en todos los sentidos, para poder cumplir muy bien con nuestros deberes, con Dios y con los demás.

Madre ¿cómo debe ser la reconciliación con mis hermanos para tener una verdadera paz?

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: amen a sus hermanos, como Él los amó.

Al que tenga algo contra ustedes, perdónenlo, discerniendo en su conciencia, frente al Cuerpo y la Sangre de su Señor, si eso que tienen contra ustedes es a causa de su egoísmo, de su orgullo, de su falta de fe, de engaños, de mentiras, del fruto de las asechanzas y perturbaciones del enemigo, por lo que ustedes serían injustamente juzgados; o es causado por una mala acción que, de palabra, obra u omisión, o del pensamiento mal intencionado del corazón de ustedes, haya ocasionado ese sentimiento de rabia o rencor contra ustedes.

Yo soy la Reina de la paz y la Puerta del cielo.

Yo busco en mis hijos la reconciliación y la paz.

Reconciliación entre pastores y ovejas, y entre ovejas y ovejas.

Pero primero, entre pastores y pastores, porque ustedes son los enviados a llevar la paz de Cristo a todos los rincones del mundo.

Han sido enviados a permanecer en la casa a la que entren. Y, si no los reciben, deben sacudirse los pies en señal de reprobación, y seguir su camino llevando la paz a otra parte. Pero nadie puede dar lo que no tiene.

Han sido enviados de dos en dos, porque la amistad, la reconciliación y la paz es compartida, entre dos, para que exista, y entonces la lleven a otros, y permanezca.

Guarden en su corazón mi paz, que es un tesoro de mi corazón, para que la lleven a cada corazón, a todas las casas, a todas las familias, a todos los rincones del mundo.

Oren conmigo, y sean bienaventurados trabajando por la paz, porque serán llamados hijos de Dios».

 

85. RECONCILIADOS CON EL HERMANO – TRABAJAR POR LA PAZ

JUEVES DE LA SEMANA X DEL TIEMPO ORDINARIO

Ve primero a reconciliarte con tu hermano.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos.

Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: se ha estudiado la posibilidad de adelantar, en la Santa Misa, el rito de la paz, para antes de la presentación de las ofrendas, basándose en esas palabras del Sermón de la Montaña.

Hay que reconciliarse con el hermano antes de presentar la ofrenda. Porque eso significa también reconciliarse contigo.

En la Última Cena nos dejaste el Mandamiento nuevo: debemos amarnos unos a otros como tú nos amaste. Y nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

El modelo de amor eres tú. El que perdonó desde la cruz a los que no saben lo que hacen. El que concedió el Paraíso al que supo pedir perdón.

Señor, yo quiero tener los mismos sentimientos que tuviste tú en la cruz, para amar a mi prójimo como tú quieres.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo, Cristo, fui crucificado en medio de dos hombres, uno a mi derecha y otro a mi izquierda. El dolor me asfixiaba y apenas podía respirar, y hablaba con dificultad: “Perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen”.

Amigos míos: el más santo de los hombres no está exento de tentación y de pecado. Y el más pecador de los hombres no está impedido para recibir el perdón por mi misericordia.

Y así será hasta el último día de su vida, hasta que yo vuelva. Pero no se turbe su corazón ni se acobarde, porque yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.

Pidan ustedes al Padre su perdón y su misericordia, para los que no saben lo que hacen, y pidan un corazón contrito para los que sí saben lo que hacen, y aun así no se arrepienten, porque solo los mansos heredarán la tierra.

Pidan la gracia del arrepentimiento y de la unidad fraterna para ustedes, mis hermanos, mis amigos, mis discípulos, mis apóstoles, mis pastores, mi rebaño, mis sacerdotes, y yo les daré un regalo: el Santo Temor de Dios.

Para que vivan y permanezcan en mí como yo vivo y permanezco en cada uno.

Para que sepan lo que hacen.

Para que me amen por sobre todas las cosas, amando al prójimo, sirviéndolo, enseñándolo, corrigiéndolo, perdonándolo, teniéndole paciencia, consolándolo, aconsejándolo, orando por él, pidiendo el don del Espíritu Santo también para él.

Para que teman ofender a Dios y perder el cielo que yo he ganado para todos –temor de perder mi amistad, temor de no ver a Dios, temor de rechazar con sus actos mi Paraíso y elegir el infierno de fuego eterno–, pero no por miedo, sino por amor, por el sufrimiento que causa perder al ser amado, herirlo, crucificarlo, matarlo en esta cruz en la que muero para destruir sus pecados, para perdonarlos y reconciliarlos conmigo, y aun así, elegir seguirme ofendiendo, seguirme lastimando, seguirme crucificando, seguirme rechazando.

Sacerdotes míos: tengan mis mismos sentimientos, y compartan conmigo el dolor que me causa perder a algunos de ustedes, mis amigos.

Porque ¿de qué les sirve haber sido llamados y elegidos, y ganado mi amistad, si luego la pierden?

¿Y de qué les sirve ganar al mundo si se pierden ustedes?

¿Y de qué les sirve traerme ofrendas a mi altar si no regresan a mi amistad?

Quiero que se reconcilien con su hermano, para que se reconcilien conmigo.

Quiero que me descubran en el hermano, para que me pidan perdón.

Quiero que amen a sus hermanos como los amo yo.

Quiero que participen en mi santo sacrificio, que es ofrenda, y por el que yo los uno a mí, y los hago parte de mí; por el que participan en comunión con las almas en mi cuerpo místico; por el que van al Padre unidos a mí, en el Espíritu; por el que permanecen en mí, como yo permanezco en ustedes.

Unión en Cristo, porque nadie llega al Padre si no es por el Hijo. Pero nadie se une al Hijo si antes no está reconciliado con el Hijo, a través de la reconciliación con sus hermanos y del sacramento de la Confesión, por el que se reconcilian conmigo y vuelven a mi amistad, uniéndose conmigo en un solo cuerpo y en un mismo espíritu.

Arrepiéntanse y crean en el Evangelio, porque el que cree en mí vivirá para siempre, porque creerá en lo que yo he dicho, y cumplirá mis mandamientos, no por miedo ni por obligación, sino por obediencia y por amor.

Pidan la protección de mis ángeles y de mis santos, y el abrazo maternal de mi Madre, que los cubre con su manto, para que permanezcan en la unidad, para que reciban los dones del Espíritu Santo, para conseguir, por mi pasión y muerte, la pureza de corazón que los mantenga en mi resurrección.

Acompañen a mi Madre, y trabajen por la unión fraterna y la paz, y serán bienaventurados.

Yo los bendigo, abriendo las puertas de mi Paraíso para todos los que entreguen su vida a mi servicio, permaneciendo en la unidad, en el amor y en mi paz.

Mi paz les dejo, mi paz les doy».

+++

Madre mía: cuesta mucho reconciliarse con algún hermano que nos ha ofendido, porque implica perdonar y olvidar. Y también cuesta mucho reconocer una falta contra el prójimo, cuando somos nosotros mismos los culpables.

Sabemos que no nos faltará la gracia de Dios, porque nos ayuda especialmente cuando se trata de cumplir el mandamiento del amor, y porque Jesús nos puso el ejemplo con su vida, y pidiéndonos incluso que amemos a nuestros enemigos.

Todos tenemos que reconocer que nos interesa vivir en paz en todos los sentidos, para poder cumplir muy bien con nuestros deberes, con Dios y con los demás.

Madre ¿cómo debe ser la reconciliación con mis hermanos para tener una verdadera paz?

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: amen a sus hermanos, como Él los amó.

Al que tenga algo contra ustedes, perdónenlo, discerniendo en su conciencia, frente al Cuerpo y la Sangre de su Señor, si eso que tienen contra ustedes es a causa de su egoísmo, de su orgullo, de su falta de fe, de engaños, de mentiras, del fruto de las asechanzas y perturbaciones del enemigo, por lo que ustedes serían injustamente juzgados; o es causado por una mala acción que, de palabra, obra u omisión, o del pensamiento mal intencionado del corazón de ustedes, haya ocasionado ese sentimiento de rabia o rencor contra ustedes.

Yo soy la Reina de la paz y la Puerta del cielo.

Yo busco en mis hijos la reconciliación y la paz.

Reconciliación entre pastores y ovejas, y entre ovejas y ovejas.

Pero primero, entre pastores y pastores, porque ustedes son los enviados a llevar la paz de Cristo a todos los rincones del mundo.

Han sido enviados a permanecer en la casa a la que entren. Y, si no los reciben, deben sacudirse los pies en señal de reprobación, y seguir su camino llevando la paz a otra parte. Pero nadie puede dar lo que no tiene.

Han sido enviados de dos en dos, porque la amistad, la reconciliación y la paz es compartida, entre dos, para que exista, y entonces la lleven a otros, y permanezca.

Guarden en su corazón mi paz, que es un tesoro de mi corazón, para que la lleven a cada corazón, a todas las casas, a todas las familias, a todos los rincones del mundo.

Oren conmigo, y sean bienaventurados trabajando por la paz, porque serán llamados hijos de Dios».