21/09/2024

Mt 6, 7-15

7. ORAR COMO HIJOS - PEDIR PERDÓN Y PERDONAR

EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA I DE CUARESMA

Ustedes oren así.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 7-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar, serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.

Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tus discípulos te vieron muchas veces hacer oración, y aprendieron de ti cómo hacerla, tanto por el ejemplo que les dabas, como por tus enseñanzas sobre la importancia de hablar con Dios.

El santo Evangelio recoge la que conocemos como la oración dominical, que es un compendio de lo que debemos pedir.

Seguramente en tu predicación insististe muchas veces en que hay que tratar a Dios como un padre, con confianza, y con la seguridad de ser escuchados.

En esa oración hacemos varias peticiones, pero también nos comprometemos a perdonar, a cambio de recibir perdón.

Señor: nuestro ministerio nos permite ofrecer tu perdón, a través del sacramento de la penitencia. Hemos de saber perdonar, y también enseñar a pedir perdón, para que tu pueblo se santifique. Tenemos una gran responsabilidad: perdonar, para ser perdonados.

Jesús, ¿cómo tiene que ser mi oración?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: cuando ores, entrega tu corazón, unido al mío y al de mi Madre, con el amor que yo te doy. Pero no seas como los hipócritas, que les gusta ser vistos en las plazas. Yo te digo, en verdad, que ellos ya recibieron su recompensa.

Tú, en cambio, entra en tu cuarto, cierra la puerta, y ora a tu Padre, que está ahí en lo secreto. Y Él, que ve en lo secreto, te lo compensará.

Y al orar, no recites palabrerías, porque tu Padre ya sabe lo que necesitas antes de que se lo pidas.

Ora, amigo mío, amando a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, así:

Padre nuestro, que estás en el cielo.

Reconociéndote hijo necesitado de Dios.

Santificado sea tu Nombre.

Reconociendo a Dios como Padre, bendiciéndolo y alabándolo.

Venga a nosotros tu reino.

Reconociendo y aceptando a su Hijo Jesucristo como tu Rey y Señor.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Aceptando su voluntad y entregando la tuya, para unirla a la suya.

Danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas.

Pidiendo con humildad su providencia y su misericordia.

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Ofreciendo tu sacrificio, unido al mío, y profesando tu fe en obras de misericordia.

No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Rechazando el pecado y el mal, pidiendo su protección y su gracia.

Sacerdotes míos: únanse en oración con confianza, y todo lo que pidan al Padre en mi nombre, por los méritos de la maternidad de mi Madre, se los concederá. Oren por ustedes mismos, para que el Padre les conceda la gracia y la fe para que sean verdaderos discípulos, verdaderos apóstoles, verdaderos pastores, verdaderos sacerdotes; para que me escuchen, para que me reconozcan, para que echen sus redes y traigan a mi altar la pesca, que son los frutos del trabajo de sus ministerios.

Amigos míos: no quiero hombres que sean sacerdotes, quiero verdaderos sacerdotes que sean Cristos.

Profesen su fe y contagien con mi amor a mi pueblo».

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Madre mía: tú eres maestra de oración. Constantemente meditabas las palabras de tu Hijo, y las guardabas en tu corazón, para seguirles sacando fruto toda tu vida.

De la misma manera tratabas al Padre y al Espíritu Santo. Estabas llena de Dios desde tu inmaculada concepción. Tu oración diaria iba fortaleciendo tu alma y rebosaba de Dios.

Te pido que me acompañes en mi oración, y que me enseñes a tratar al Dios Uno y Trino.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: la misericordia de Dios es infinita. Su gracia es infinita.

Le gusta, le halaga, le causa satisfacción y alegría que le pidan; no con la exigencia de la soberbia, ni con egoísmo; no con miedo, ni con el fin de satisfacerse uno mismo; no con palabras vacías pronunciadas con prisa. Lo que le gusta es que le pidan como le pide un niño, con confianza, con esperanza, con fe y con amor, sabiendo con seguridad que los escucha, porque Él es Dios todopoderoso, omnipresente y omnisciente.

Y cuánto más no escuchará y atenderá a los que le piden como Jesús les enseñó, porque en esa oración manifiestan que creen en el Hijo de Dios. El que cree en que Cristo es el Hijo de Dios se salvará, y el que se salva es santo.

Pues bien, el Padre escucha y atiende con beneplácito y predilección las oraciones de los santos. Santo es aquel que está unido al único santo: Cristo vivo. Y, aun así, si un pecador suplicara a Dios, arrepentido, y pidiera perdón, convirtiendo su corazón, debería sentirse especialmente agradecido, complacido, por haber sido escuchado y atendido, porque toda gracia viene de Dios y, siendo causa de su alegría el que le pida, cuánto más por él no haría, si más alegría hay en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan hacer penitencia.

Pidan, hijos, pidan, porque al que pida se le dará.

Los santos y los ángeles me ayudan a cuidar y a limpiar la tierra, para prepararla para la siembra.

Ayúdenme ustedes a labrar y a alimentar la tierra, con la oración que proviene de un corazón con pureza de intención.

Oración que no sean palabrerías, sino entrega de vida.

Oración que no sea cumplimiento del deber, sino entrega de amor.

Oración que no sea de un momento, sino constante ofrecimiento.

Oración que no solo moje la tierra, sino que la empape, para que la fecunde y la haga germinar.

Preparen la tierra del corazón de los hombres, para que esté lista para recibir la siembra, que es la Palabra de Dios, para que la reciban en tierra fértil, para que sea la siembra provechosa y el fruto abundante.

Oren a Dios reconociéndose hijos, reconociéndolo Padre.

Oren a Dios santificando su nombre, amándolo por sobre todas las cosas.

Oren a Dios participando con Cristo en la construcción de su Reino.

Oren a Dios pidiendo, esperando su divina providencia, aceptando que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo.

Oren a Dios pidiendo el alimento que es pan vivo bajado del cielo para la vida eterna.

Oren a Dios reconociéndose pecadores arrepentidos y dispuestos a perdonar al prójimo, porque lo aman como a ustedes mismos.

Oren a Dios pidiendo la gracia de mantenerse en el cumplimiento de su palabra, para no caer en la tentación.

Oren a Dios invocando su nombre y su protección, para que los libre del mal, que los aprisiona y que los ata, que los destruye y los conduce a la muerte.

Oren a Dios con pureza de intención, ofreciendo su vida por las almas en cada petición y en cada súplica, derrotando su egoísmo con el arma del amor, entregando en esta oración su alma con fe, con esperanza y con caridad.

Oren al Padre, para que, por los méritos del Hijo, y por la gracia del Espíritu Santo, limpie, remueva, labre, abone, fertilice y riegue la tierra reseca y árida de sus corazones.

Oren al Padre pidiendo e intercediendo por las almas, para que la semilla crezca y se fortalezca, para que dé fruto y ese fruto permanezca, para que cumplan su misión.

Oren al Padre con todo su corazón, y yo les daré una lluvia de gracias en abundancia para ustedes y para el mundo entero».

¡Muéstrate Madre, María!

 

94. ORAR CON CUERPO Y ALMA – LA ORACIÓN PERFECTA

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XI DEL TIEMPO ORDINARIO

Ustedes oren así.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 7-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.

Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tus discípulos te veían hacer oración, y se daban cuenta de que era una oración muy especial, y se antojaba hacer lo mismo. Porque tú hacías oración con tu cuerpo y con tu alma, y no solamente cuando estabas en el Templo, o te retirabas al desierto, al monte o al huerto de los olivos.

La oración mental es importante, porque todos necesitamos unos minutos de esa bendita soledad. Pero un cristiano debe rezar todo el día, en unidad de vida, convirtiendo su trabajo en oración y apostolado.

No podemos tener una doble vida, y menos los sacerdotes, que somos Cristo que pasa. Tú eres hombre y Dios, dos naturalezas en una misma Persona. Asumiste nuestra naturaleza humana para que aprendamos a convertir lo humano en divino.

El cuerpo no es un estorbo para llegar a ti, sino un instrumento para dar gloria a Dios, y por eso hemos de cuidarlo. Lo vas a resucitar en el Último día, y va a ser motivo de especial alegría ver tu Cuerpo glorioso, con tus santas llagas.

En la oración que enseñaste a tus discípulos, que es la oración perfecta, porque salió de tus labios, le pedimos al Padre, entre otras cosas, que nos dé el pan de cada día. Le pedimos el pan como alimento del cuerpo, y también como alimento del alma: Palabra y Eucaristía.

Y en ese pan para el cuerpo incluimos todo lo que necesitamos para subsistir. Dios es Padre y nos cuida como hijos.

Jesús, ¿cómo debemos cuidar nuestro cuerpo para poder glorificar a Dios con él? ¿Cómo podemos vivir mejor el sentido de filiación divina, para confiar siempre en nuestro Padre Dios?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: mira mi cuerpo. Soy un hombre y también Dios. Mi presencia real es Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Ámame así, como hombre y como Dios, para que glorifiques al Padre en el Hijo. Yo amo tu alma, pero también amo tu cuerpo. Ambas cosas son necesarias. No descuides ninguna. Antes bien, usa tu cuerpo y usa tu alma en unidad, para glorificar a Dios.

Dios Padre no se equivoca. Ha creado a los ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines, serafines, como criaturas espirituales, inmortales, dotadas de gran inteligencia y voluntad, con capacidad de servir, adorar y alabar a Dios, y para servirme sirviendo a los hombres, para ayudarlos a glorificar al Padre en el Hijo.

Y ha creado a los hombres a su imagen y semejanza. Les ha dado cuerpo y les ha dado espíritu. Los ha hecho mortales, y les ha dado voluntad y la gracia para morir y resucitar en el Hijo, en un solo cuerpo y un mismo espíritu, para la vida eterna. Y yo los resucitaré en el último día, en alma y en cuerpo.

Agradece todo lo que el Padre te ha dado. Cuida tu alma, pero también cuida tu cuerpo, porque la armonía y el equilibrio genera la unidad de vida, con la que el hombre alaba, bendice, y glorifica a Dios en la tierra, a través de la oración, del trabajo, de la fe y de las buenas obras.

Enaltezco en mi corona a las doce tribus de Israel, que serán juzgadas cuando me siente en mi trono de gloria. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, padres, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.

Amigo mío: a ustedes les falta fe. Crean en mí.

Mira las llagas de mis manos a través de tu trabajo, de tus obras de misericordia. Manos que trabajan, que construyen, que alaban, que adoran, que bendicen, que acarician.

Mira las llagas de mis pies en tus pies, caminando en medio del mundo, llevando mi Palabra, y tu testimonio de misericordia y de fe.

Mira la llaga de mi costado, exponiendo tu corazón, para que des testimonio de la verdad y de mi amor.

Mira lo fácil que es dominar con la voluntad los instintos y las pasiones, resistir a las tentaciones, renunciar al pecado, procurar el bien, cumplir la ley de Dios y no la de los hombres, cuando se ama a Dios por sobre todas las cosas, y se espera en Él y se desea su cielo. Entonces es fácil también amar al prójimo como a uno mismo. Pero ¿cómo va alguien a amar al prójimo si no se ama primero uno mismo?

No digas: ‘el cuerpo estorba’. Antes bien, ama tu alma y ama tu cuerpo, porque ambos son una sola cosa: obra de Dios y un tesoro para el cielo, porque son templo de la Santísima Trinidad.

Ama y respeta tu cuerpo, que es mi cuerpo, y tu sangre, que es mi sangre, para que ames y glorifiques al Padre en el Hijo.

Yo oro al Padre por los que no me han amado, por los que me han abandonado, por los que no creen en mí, por los que me han deshonrado, por los que me han traicionado, para que mortifiquen sus pasiones y conviertan sus corazones.

Yo oro también por los que me aman, por los que me honran, por los que adoran mi Cuerpo y mi Sangre, por los que creen en mí, para que perseveren en la cruz y permanezcan configurados conmigo en unidad, en Cuerpo, en Sangre, en Alma y en Divinidad, para que se amen y se perdonen unos a otros, para que sean perfectos, como mi Padre, que está en el cielo, es perfecto».

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Madre mía: tú, como madre, y san José, como padre, se esmeraron en el cuidado de Jesús en todo momento. Y no era menos cuidar su cuerpo con delicadeza. Esa era parte de la misión de ustedes, pero parte importante que Dios dejaba a sus padres, confiando en que ustedes la cumplirían bien, contando al mismo tiempo con su ayuda para el pan de cada día.

Tú eres también mi madre, y sé que no me van a faltar tus cuidados; enséñame a mí a saber dar gloria a Dios en cuerpo y alma, como tú.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: con el cuerpo también se glorifica a Dios.

Es el cuerpo el que obra lo que le dicta el alma, y el alma es perfeccionada a través de la oración.

Obren ustedes con pureza de intención. Yo les daré otro ladrillo para la construcción de las obras de Dios: mi templanza. Templanza para que construyan en la pureza, la castidad, la santidad, la perseverancia, el dominio de su voluntad.

Mi auxilio es para todos.

Para los que se portan bien y para los que se portan mal.

Para los que necesitan conversión, y para los que hacen la voluntad de Dios; y para los que anticipan su propia voluntad.

Para convertir y para perseverar.

Entréguense conmigo en cuerpo y en alma, y perseveren en la fe, en la esperanza y en el amor, dando con sus cuerpos y con sus almas gloria a Dios.

Yo busco a los que se han ido, para reunirlos conmigo, para fortalecer sus almas y que dominen sus cuerpos; para que resistan a la tentación, porque no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Ustedes, que han creído, oren juntos y pidan al Padre, y hagan las obras que hace mi Hijo, y aún mayores, porque Él ha subido al Padre, y todo lo que pidan en su nombre, Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo».

¡Muéstrate Madre, María!