21/09/2024

Mt 7, 6. 12-14

101. GENEROSIDAD EN LA ENTREGA – COMPASIVOS Y MISERICORDIOSOS

EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XII DEL TIEMPO ORDINARIO

Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 7, 6. 12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No den a los perros las cosas santas ni echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas.

Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por él. Pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: es muy fuerte la expresión que utilizas hoy, de no dar las cosas santas a los perros, ni las perlas a los cerdos.

Una primera idea que me viene a la cabeza y al corazón es la importancia de cuidar el estado de gracia en mi alma, y en todas las almas, cuando se trata de recibirte en la Sagrada Eucaristía.

Pero también pienso en la dignidad del sacerdote, configurado contigo. Nuestro cuerpo es tu cuerpo, y debo, por tanto, tratar a los demás como yo quisiera que te traten a ti.

Durante tu vida en la tierra nos diste ejemplo de cómo tratar a los demás. Tú lavaste los pies de tus discípulos, y con ese gesto nos dejaste a todos, sobre todo a tus sacerdotes, una lección de cómo vivir la caridad y la misericordia. Tú eres modelo, tú eres la puerta que nos conduce a la vida.

Señor: enséñame a vivir bien la regla de oro de la caridad.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: entren por esta puerta, porque la misericordia es la puerta del cielo.

Yo soy la puerta. Soy el sumo y eterno sacerdote, dispuesto a servirles a ustedes, mis amigos. A darles de comer, darles de beber, curarlos, aconsejarlos, corregirlos, perdonarlos, enseñarles y perfeccionarlos.

Yo los divinizo en mí, entregando mi vida, porque nadie me la ha quitado. Yo la entregué con generosidad, por mi propia voluntad, para salvarlos y enviarlos a hacer con otros lo mismo que hago yo.

La puerta está abierta. Yo la he abierto con mi muerte en la cruz, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.

Es la puerta de la misericordia que conduce a la casa de mi Padre.

Es la puerta del único sacrificio veraz, que gana la vida para el mundo. Y el que encuentra el camino y me sigue entra por esta puerta que conduce a la vida. El camino soy yo, y la puerta es la cruz de la misericordia, que es la expresión del amor de Dios.

Muchos dones se les han dado, pero el que no tiene amor, nada tiene. El que tiene amor todo aprovecha, y el amor no acaba nunca. El amor perfecciona y la perfección santifica. Yo soy el amor y el que me tiene a mí nada le falta.

Que los hombres busquen la perfección como hombres, pero que busquen los bienes espirituales para que sean perfectos como mi Padre que está en el cielo es perfecto.

Que busquen la perfección del cuerpo y del espíritu, en unidad de vida, para que alcancen la santidad. La perfección se logra con la generosidad de una entrega total de cuerpo y de espíritu por amor a Dios, amando y entregando la vida por lo que ama Dios.

La perfección está en el amor y en el obrar con amor, tratando a los demás como quieren que ellos los traten; tratando a los demás como quieren que me traten a mí, porque yo vivo en ustedes.

Ustedes, que se han entregado a mí, y que ya no son ustedes, sino yo quien vive en ustedes, traten a los demás como ustedes quieren que me traten a mí; en ti, en tu cuerpo y en tu alma.

Olvídense de ustedes mismos y ocúpense de mí.

Que cada uno trate al otro como templos que son del Espíritu Santo.

Respeten sus cuerpos y los de los demás.

Respeten mi cuerpo, tan maltratado por el pecado de los hombres.

Sean misericordiosos unos con otros, porque yo vivo en cada sacerdote.

Amigos míos, mis sacerdotes: entren por esa puerta, por la angosta, que es la puerta de la misericordia.

Trátense entre ustedes con misericordia.

Misericordia alimentando al hambriento y dando de beber al sediento.

Misericordia para vestir al desnudo y acoger al necesitado.

Misericordia para visitar al enfermo y al preso.

Misericordia para enterrar a los muertos.

Misericordia para dar consejo al que lo necesita.

Misericordia para enseñar al que no sabe.

Misericordia para corregir al que se equivoca.

Misericordia para consolar al triste y para sufrir con paciencia los defectos de los demás.

Misericordia para orar por los vivos y por los muertos.

Sean misericordiosos unos con otros, y serán bienaventurados, porque recibirán misericordia.

Amigos míos: yo protejo su corazón como cosa santa. Es así como quiero ser tratado».

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Madre mía: tu Hijo se entregó con generosidad por todos los hombres. Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Y se sigue entregando ahora, bajando al altar con su Cuerpo y su Sangre, por el milagro de la transustanciación.

Enséñame a mí a tratar con dignidad, atención y devoción al Santo de los santos en la Eucaristía, para poder ser generoso en mi entrega.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo los llamo a una entrega generosa y total, por la que muchos corazones se convertirán.

Es mi deseo que traten con devoción el Cuerpo y la Sangre de mi Hijo. Que lo traten con cuidado cuando está siendo elevado y exaltado en sus manos, entregado y crucificado para el perdón de los pecados de los hombres, para que sean ejemplo, y al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en todo lugar. Y que toda lengua confiese que Jesús es el Señor.

Quiero que adoren el Cuerpo y la Sangre de Jesús en el altar, que fue probado en todo igual a los hombres, menos en el pecado.

Ustedes, mis sacerdotes, son hombres, y son probados en todo, como los hombres, y también en el pecado, por el que el cuerpo de mi Hijo es maltratado, porque al asumir la culpa, crucifica los pecados, y los sufre, para que sean divinizados en Él, y sean perfectos, como el Padre del cielo es perfecto.

Hijitos, yo les doy este tesoro de mi corazón: mi generosidad.

Generosidad para entregar mi vida para darle vida al Hijo de Dios.

Generosidad para olvidarme de mí y ocuparme de Él.

Generosidad para entregarlo al mundo, para que el mundo lo conociera y creyera en Él.

Generosidad para aceptar ser madre de todos los hombres, y llevar a ellos la misericordia.

Generosidad para amar y para entregar mi vida en la cruz de mi Hijo, para la redención de aquellos que lo aman, pero también de los que lo crucifican.

Generosidad en el servicio atendiendo a los demás.

Generosidad para amar y para obrar, haciendo llegar a todos mis hijos la misericordia infinita del corazón generoso de Cristo, por quien entrego a mis hijos sacerdotes mi corazón generoso de madre, con todos mis tesoros.

Hijitos: es mi deseo que ustedes, mis hijos sacerdotes, hagan memoria y conciencia de su niñez, de la generosidad del corazón misericordioso de su madre.

Que sean como niños, para que reciban con humildad la generosidad de aquellos que los sirven a través de sus obras de misericordia, porque de los niños es el Reino de los cielos.

Que se traten entre ustedes como Cristos.

Que todos entren por la puerta de la cruz a través de la misericordia, para que encuentren en Cristo la vida.

Hijitos, sean generosos y misericordiosos, sirviendo a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida».

¡Muéstrate Madre, María!