21/09/2024

Mt 8, 18-22

4. ENTREGARSE LIBREMENTE – SEGUIR EL LLAMADO

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Sígueme.

Del santo Evangelio según san Mateo: 8, 18-22

En aquel tiempo, al ver Jesús que la multitud lo rodeaba, les ordenó a sus discípulos que cruzaran el lago hacia la orilla de enfrente.

En ese momento se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”.

Otro discípulo le dijo: “Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú tomaste la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén, aun sabiendo que te esperaban allí tu pasión y tu muerte. Pero a eso habías venido, a entregar tu vida a precio de sangre.

Y eso mismo les habías dicho a tus discípulos, advirtiéndoles que para seguirte debían tomar su cruz de cada día, renunciando a sí mismos.

El atractivo de tu persona, de tus milagros y, sobre todo, de tus palabras, hacía que algunos de los que te escuchaban tomaran la decisión de seguirte a donde quiera que fueras, aunque implicara esa renuncia total. Se daban cuenta de que valía la pena ser tu discípulo, aunque eras tú mismo el que los elegía y les dabas la gracia de la vocación.

Es conocido el caso del joven rico, que no quiso entregarse porque tenía muchas posesiones. A nosotros, tus sacerdotes, nos has pedido también dejar todo, sabiendo que recibiremos el ciento por uno si somos fieles.

Sé que tu gracia no me faltará, pero también sé que la entrega total depende de mí. Ayúdame, Jesús, a mantener firme mi entrega, renunciando a todo ofreciéndotelo a ti, unido a tu sumo y eterno sacrificio.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: sígueme. Yo soy la luz, conmigo no puedes perderte.

Sígueme a donde yo vaya, pero deja todo, y no mires atrás.

Mira hacia adelante, que es en donde yo estoy.

Mira hacia adelante, que es donde te espero.

Mira hacia adelante, que es en donde me encuentras.

Para seguirme, debes confiar en mí.

Para dejarlo todo, debes renunciar a ti.

Para alcanzarme, debes caminar sin detenerte, sin dudar, sin perderte.

Yo siempre te espero, y te envío los medios para que puedas seguirme a través de la oscuridad, a pesar de tus miedos, a pesar de tus miserias.

Porque yo te conozco, y sé todo de ti. Es por eso que te he llamado.

Pero seguirme, sacerdote mío, depende de ti.

Sacerdote: yo te he llamado.

Sacerdote: yo te he elegido.

Sacerdote: yo te he preparado.

Sacerdote: yo te he enviado a trabajar para mí.

Sacerdote: tú has aceptado, tú has venido, tú me has seguido.

Aquí está la tierra que yo te he prometido.

Trabajar para mí y entregarme buen fruto, eso depende de ti.

Para sembrar, debes primero conocer la tierra, labrar la tierra, preparar el camino, conseguir la semilla.

Yo te daré la semilla y mis ángeles la sembrarán. Pero debes cuidar la semilla, procurar el alimento abonando la tierra, y darle agua. Eso depende de mí, y depende de ti, de que administres el alimento y el agua, para que llegue a todos.

La planta que crece hay que cuidarla y podarla, y enderezarla. Y cuando el fruto esté listo, yo enviaré a mis segadores a cosechar, para que separen el fruto malo del fruto bueno. Para que echen el fruto malo al fuego. Para que el fruto bueno lo lleven como ofrenda al Padre.

Y tú, sigue labrando la tierra y cuidando la siembra. Porque todo esto es mío. Y un día te llamaré para pagarte, y seré justo al darte lo que tu trabajo merece. Pero será la abundancia de tu ofrenda, según los frutos buenos de tu cosecha, lo que te dará el honor y la gloria cuando te siente conmigo a la derecha de mi Padre.

Trabajar la tierra, o dejar la tierra y echarte a dormir; labrar la tierra y abonarla, o no alimentar la semilla; cuidar la planta, o dejar que se llene de gusanos; proteger el fruto, o dejar que los cuervos se lo coman. Eso, sacerdote mío, depende de ti.

Sígueme, porque yo te he llamado. Pero, para seguirme, debes venir solo.

Pero, para sentarte conmigo, debes venir acompañado.

Yo soy el que llama, y soy el que elige a los invitados a mi mesa. Tú decides ser digno de ser sentado en el lugar del banquete.

Ser llamado y ser elegido para ser sacerdote, eso depende de mí. Seguirme, amigo mío, eso depende de ti.

Tú ya me lo has entregado todo, y te has unido conmigo para ser una ofrenda agradable al Padre, quien no se deja ganar en generosidad, y derrama su gracia sobre ti a través de tu ministerio. Tu sacrificio ha conseguido mi misericordia.

Te has entregado como víctima en el altar, unido a mi único y eterno sacrificio, despojándote de todo, hasta de ti, entregándote por obediencia y por amor a Dios.

Por tu entrega eres libre, porque solo el que se entrega totalmente a Dios es verdaderamente libre. Yo quiero que aprendas lo que es la libertad.

Quiero que lleves mi misericordia al más necesitado, demostrando tu fe, tu esperanza, pero sobre todo tu amor. Que hagas todo por amor a Dios, a través del amor al prójimo, y cumpliendo mi voluntad.

Tú, que has dejado todo por mí, deja que los muertos entierren a sus muertos y sígueme a dondequiera que vaya, para dar vida, acompañando a mi Madre al pie de mi cruz, porque yo haré llover sobre la tierra para fecundar tu entrega y, uniendo tus obras de misericordia a mi único y eterno sacrificio, darás frutos abundantes.

No son ustedes, mis amigos, los que me eligieron a mí: yo los elegí a ustedes, y les di la vocación al sacerdocio para que me sigan, para conocer, vivir, transmitir y llevar a las almas a la verdad.

El que quiera ser verdadero discípulo que no busque excusas ni pretextos, que deje todo, que tome su cruz y que me siga.

Yo quiero que ustedes, mis amigos, vivan en la verdad, porque el que vive en la verdad actúa con pureza de intención, tiene dominio de sí, vive con pureza en su corazón, vive mi Palabra, y puede ver con mis ojos, para tener un buen discernimiento, y el entendimiento que lo hace elegir siempre el bien, actuar el bien, dirigirse al bien.

Vean ustedes con mis ojos, para que elijan hacer el bien y sean compasivos y misericordiosos.

Algunos de ustedes, mis sacerdotes, dicen seguirme y entregarse a mí, y lo hacen, pero luego se cansan y reniegan de su vocación, porque no se dan cuenta de que mi yugo es suave y mi carga es ligera.

Los que están fatigados y llevan cargas pesadas, si vinieran a mí, yo les daría descanso, y aprenderían de mí, que soy manso y humilde de corazón.

Pero han perdido la esperanza, porque se han sometido a la esclavitud y a la oscuridad del mundo. Están sumidos en el fango del pecado, que los hace sufrir, porque los aleja de mi amistad, y entonces toda su vida pierde sentido, porque el único sentido de su vocación soy yo.

Y algunos que dicen hacerlo todo por mí, se irritan y pierden la paciencia, y maldicen el día en que se entregaron a mí, y no encuentran salida. Y se sienten desdichados y solos, porque les falta fe, porque no han alimentado su esperanza y no tienen caridad, y sus almas están al borde del abismo y la desdicha.

Perseveren y no caigan ustedes en la tentación de la desesperanza, que impide su entrega. Antes bien, entréguense ustedes mismos con rectitud de intención, y superen toda tentación que los aleja de mi cruz.

Escuchen a mi Madre, imítenla y acompáñenla».

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Madre mía: tu Hijo me ha llamado, pero eres tú quien me lleva a Él. Es por ti que se va y se vuelve a Jesús.

Yo te pido que me ayudes a descubrir cuáles son las tentaciones más grandes que tengo, y me consigas la gracia para resistir y no caer.

Me duele pensar que a ti te haga sufrir la falta de entrega de uno de tus hijos predilectos, porque tú esperas mucho de nosotros, a los que se nos ha dado mucho.

Ayúdanos, Madre, a ser fieles a Jesús, y que nuestra decisión de seguirlo se mantenga siempre firme, con obras y de verdad.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu Corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: sufre mi corazón por los que dicen sí, pero que luego se van. A veces dicen sí, y a veces dicen no, y no se deciden a entregar en serio a Dios su vida, para que Él haga en ellos su divina voluntad.

Sufre mi corazón especialmente por mis hijos sacerdotes de corazón duro, de carne débil, de decisiones frágiles, que ponen condiciones. Dicen que van a hacer esto o aquello, y no lo hacen.

Dicen amar a Dios por sobre todas las cosas, y no lo demuestran.

Rezan, pero tienen su corazón tan lejos de Dios.

Consagran el vino y el pan, y el milagro sucede en sus manos, pero están sucias, y así comulgan, y ellos mismos se condenan.

Predican con la Palabra, pero no la viven.

Dirigen la Iglesia con medios humanos, y no con la gracia del Espíritu Santo, porque no obedecen a quien Él ha sentado en la sede de Pedro, sobre quien mi Hijo Jesucristo edifica su Iglesia.

Sufre mi corazón por los que abandonan su vocación, y por las almas que se alejan por sus malos ejemplos, por los pecados que exponen con sus malas obras al pueblo.

Sufre mi corazón por aquellos que mi Hijo ha elegido y consagrado a su Corazón sagrado desde antes de nacer. Los llama y ellos lo siguen, pero no renuncian completamente, y permanecen atados al mundo, expuestos constantemente al peligro, a la tentación, y caen, y crucifican a su Señor, lastimando su cuerpo y su Sagrado Corazón, que Él permite, porque con Él, a pesar de todo, los mantiene configurados desde el día que fueron ordenados y el Espíritu Santo los cubrió con su sombra.

Sufre mi corazón por los que caminan sumidos en la indiferencia, viviendo de su vocación, y no para su vocación.

Yo intercedo para que sean dignos de obtener las gracias de mi Hijo Jesucristo, para que no sean tibios, porque a los tibios Él los vomita de su boca. Aunque por su preciosa sangre los haya hecho dignos, los haya hecho hijos de Dios.

Hijo mío: tú solo no puedes.

El demonio es astuto y tratará de convencerte para que no permitas que se haga la voluntad de Dios en ti y a través de ti.

No te dejaré caer en la tentación de alejarte de tu misión, porque yo los necesito a todos: una misma alma y un solo corazón.

No te dejaré caer en la tentación de evitar tu servicio por el bien de la Santa Iglesia, porque puedan vanagloriarte. Antes bien, aceptarás que se haga la voluntad de Dios a través de ti, para dar testimonio de tu fe, pues has sido salvado por la gracia, mediante la fe, y eso no viene de ti, es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe si no es en la cruz de mi Hijo Jesucristo.

Yo derramaré sobre ti las gracias que llevo en mis manos, y verás milagros, por tus obras extraordinarias en medio de lo ordinario, intercediendo por la conversión de las almas».

¡Muéstrate Madre, María!