21/09/2024

Mt 8, 28-34

6. EXPULSAR A LOS DEMONIOS – EL PODER QUE NOS DA CRISTO

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

¿Acaso has venido hasta aquí para atormentarnos antes del tiempo señalado?

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 8, 28-34

En aquel tiempo, cuando Jesús desembarcó en la otra orilla del lago, en tierra de los gadarenos, dos endemoniados salieron de entre los sepulcros y fueron a su encuentro. Eran tan feroces, que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Los endemoniados le gritaron a Jesús: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Acaso has venido hasta aquí para atormentarnos antes del tiempo señalado?”.

No lejos de ahí había una numerosa piara de cerdos que estaban comiendo. Los demonios le suplicaron a Jesús: “Si vienes a echarnos fuera, mándanos entrar en esos cerdos”. Él les respondió: “Está bien”.

Entonces los demonios salieron de los hombres, se metieron en los cerdos y toda la piara se precipitó en el lago por un despeñadero y los cerdos se ahogaron.

Los que cuidaban los cerdos huyeron hacia la ciudad a dar parte de todos aquellos acontecimientos y de lo sucedido a los endemoniados. Entonces salió toda la gente de la ciudad al encuentro de Jesús, y al verlo, le suplicaron que se fuera de su territorio. 

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la versión de los otros evangelistas sobre este pasaje menciona con detalle la gran fuerza de esos endemoniados feroces, y su nombre de “Legión”, porque eran muchos.

La numerosa piara de los cerdos que se ahogaron confirma también el gran daño que puede producir una posesión diabólica en los hombres.

Pero la expulsión de esos demonios y la recuperación total de quien estaba poseído confirma que tú tienes todo el poder para arrojarlos y otorgar la gracia necesaria para la conversión de los hombres.

A veces sucede, en la práctica del ministerio sacerdotal, que nos entra la tentación de pensar que una persona “ya no tiene remedio”. Es una prueba de fe. Tus sacerdotes debemos confiar en el poder de tu gracia, y que tú sigues siendo capaz de expulsar miles de demonios a través de nosotros.

Jesús: ¿cómo puedo ser más consciente de ese poder que has depositado en mis manos?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: a ustedes les ha sido dado el poder para expulsar demonios y para sanar enfermos. Vayan por el mundo a predicar el Evangelio. Vayan con confianza y determinación a anunciar que el Reino de los cielos ya está cerca.

Sean piadosos, como mi Padre es piadoso.

Sean misericordiosos, como mi Padre es misericordioso, porque la misericordia que, por mi pasión y muerte ha derramado el Padre, llegará hasta donde ustedes la lleven, con sus pies, con sus manos y con mi Palabra.

Sean santos, como mi Padre que está en los cielos es santo. Que, por las llagas de mis pies, sus pies han sido lavados, y, por las llagas de mis manos, sus manos han sido purificadas.

Manténganse en gracia. Mantengan la pureza de las manos que convierten el pan en mi Carne y el vino en mi Sangre, que bendicen y absuelven, que sanan y expulsan demonios. Y por su sacrificio, unido al mío, será la conversión, y la redención, y la salvación.

Pero no se alegren por el poder y la gloria que reciban en la tierra, sino porque sus nombres estén inscritos en el cielo, para la gloria de Dios.

Aunque la enfermedad los rodee y los demonios los persigan, yo los protegeré. Expulsen a los demonios y liberen a mi pueblo.

Hombres de poca fe. Si tuvieran la fe del tamaño de un grano de mostaza y dijeran a esa montaña: “muévete”, la montaña se movería.

Mi brazo los sostiene, y la protección del manto de mi Madre los guarda.

Sean justos, y cuiden que la balanza esté siempre inclinada hacia el bien. Pero yo no he venido a salvar justos, sino pecadores. Busquen pecadores, y conviértanlos al bien. Permanezcan en el bien.

Únanse en oración, que la oración fortalece, anima y obtiene. Todo lo que pidan en oración les será concedido, si lo piden sabiendo que les ha sido ya concedido por mi amor.

Ustedes, que son los primeros, sirvan, y sean los últimos. Porque los últimos serán los primeros.

Amen con mi amor. Mis ángeles y arcángeles los protegen en la batalla.

No tengan miedo, que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».

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Madre nuestra: el demonio no puede nada contra ti. Tú pisas la cabeza de la serpiente. Nosotros, tus sacerdotes, debemos confiar en tu intercesión, y en que tenemos el poder, que nos da Jesús, para arrojarlo.

Pero también debemos de reconocernos débiles y frágiles ante las tentaciones, necesitados de la misericordia de Dios para vencer a su enemigo.

Ayúdanos a tener la humildad de reconocernos pecadores, para acudir con confianza a la reconciliación con Dios, y así salir fortalecidos para vencer en todas las batallas.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: yo piso la cabeza de la serpiente, pero es Cristo quien tiene el poder, y a ustedes los hace fuertes.

Mantén abiertos los ojos de tu alma, que son más fuertes que los ojos del mundo. Es el Hijo que llevo en mi seno el que, con su luz, cega los ojos del mundo, para abrir a la gracia los ojos de tu alma, y que puedas verlo con su majestad y poder; y que puedas sentirlo con su amor y su paz; y que puedas creer en Él, y fortalecerte en Él, y vivir en Él, como Él vive en ti.

Entonces tendrás el poder de Él para vencer al enemigo, expulsando a los demonios; y beber su veneno sin que te haga daño, ganando todas las batallas, porque sobre Él no tiene ningún poder.

Aliméntate con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que fortalezca tu debilidad y engrandezca tu pequeñez; para que lo que Él ha sembrado en ti, crezca y dé fruto bueno en abundancia.

Hijo mío: el hombre ha sido creado para el bien, porque ha sido creado a imagen y semejanza del que es el Bien. Y el bien hace siempre el bien. Pero el hombre ha sido creado débil, para que su Creador, que es todopoderoso, lo llene y lo fortalezca, y juntos sean una sola cosa.

Pero ha sido creado en libertad, y en esa libertad se le ha dado la voluntad y el querer, para que libremente quiera entregar esa voluntad en humildad, reconociendo su pequeñez y su debilidad, para que el que todo lo puede lo haga crecer, fortaleciendo esa voluntad con su luz, cegando los ojos del mundo y develando los ojos del alma.

Entonces, hijo, la fortaleza está en la humildad de reconocerse débiles y frágiles, tentados y pecadores, necesitados de Dios, pequeños e indignos, pero como hijos agradecidos y entregados a su bondad y a su misericordia.

Pero a algunos la soberbia los domina. Comparte conmigo el dolor de mi corazón, y ora conmigo por ellos, porque yo piso la cabeza de la serpiente, pero ella ya ha regado su veneno.

Oremos para que Dios aumente su fe y su humildad, para que sepan reconocerse y arrepentirse, y tengan el valor de acudir a la reconciliación y a la amistad de Cristo.

Hijo mío: para un corazón que está completamente entregado a Dios no hay peor dolor y aflicción que saberse tan débil como es, y tan capaz de ofender a Dios. Yo te digo, hijo mío, que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Todos los hombres tienen la capacidad de pecar y ofender, pero también tienen la oportunidad de recibir la gracia que el Espíritu Santo les da cuando se derrama sobre aquellos que lo aman. Es importante que se den cuenta de su debilidad, pero también de su poder. Los demonios solo los tientan, pero son los hombres los que pecan.

Quiero que entiendas bien la diferencia: es el hombre el que tiene el poder de expulsar a Dios de su vida, y tiene el poder de expulsar a los demonios también, si supiera que los demonios son peligrosos. Porque el hombre tiene ese poder: tiene voluntad para resistir y voluntad para caer.

No son los demonios los que ofenden y hieren el Sagrado Corazón de Jesús, son los hombres, hijo mío, tentados por esos demonios, que se dejan convencer y actúan en contra de aquel que los ama, que ha dado su vida para hacerlos partícipes de su gloria, en la eternidad.

Son los hombres los que destierran a Dios.

Son los hombres los que deciden estar con Él o contra Él.

Son los hombres los que deciden permanecer débiles y caer hasta sumergirse en el mundo, en su poder, que los encadena, que los cega y no los deja ver.

Los demonios se regocijan. Pero mira, ellos creen y obedecen. Temen a Dios, saben que no pueden nada con Él. Pero siembran la soberbia de aquel que ha sido expulsado definitivamente del Paraíso, pero que tiene permiso para probar a los hombres, hasta exponerlos a los ojos de Dios, para que vea si son dignos de Él, o si los engaños y las mentiras son más fuertes que su creatura. Y si así fuera ¿puedes imaginar la burla del que gana esa alma, aun cuando ante Dios no es absolutamente nada?

 Tú tienes el poder de la fe. Date cuenta, hijo mío: los demonios y los hombres nada pueden hacer. No pueden siquiera ofender a Dios. No tendrían con qué.

Es importante que sean expulsados del mundo, aunque están empoderados en el mundo. Expúlsalos entonces de los corazones de los hombres, aunque habrá algunos que te juzguen, que te rechacen, que te abandonen, porque sean más fuertes las cadenas que los atan, y que cegan sus ojos y no pueden ver. Pero yo te digo, hijo mío, el amor es más fuerte».

¡Muéstrate Madre, María!