7. CORRESPONDENCIA A LA GRACIA – SER RESPONSABLES
SÁBADO DE LA SEMANA I DE ADVIENTO
Al ver a la multitud se compadeció de ella.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 35-10, 1.6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: “Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: te compadecías de las ovejas de tu pueblo, porque estaban extenuadas y desamparadas. Eran ovejas sin pastor. Les das poderes a tus discípulos para curar enfermedades y expulsar demonios: para ser buenos pastores.
La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Me doy cuenta de que el trabajo sacerdotal es abundantísimo. Y sé que debo ser un pastor “con olor a oveja”. Pero me dejo llevar por el cansancio, o por el desorden, o por la pereza, la desidia, la falta de espíritu de sacrificio. Falta de entrega. Falta de responsabilidad ante lo que me pides. Y sé que, si me das mucho, me pides mucho.
Señor ¿cómo tiene que ser mi entrega? ¿Cómo debo corresponder generosamente a todo lo que me das?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos, pastores del pueblo de Dios: ustedes han sido llamados y elegidos, y sus nombres han sido escritos en el cielo, porque han sido creados a imagen y semejanza del Hijo de Dios, para construir el Reino de los cielos.
Han sido llamados y elegidos para buscar y llamar y encontrar a los que son llamados a ser parte del Reino, para que sus nombres estén inscritos en el libro de la vida.
Pero son ustedes también responsables de alimentarlos, de guiarlos, de conducirlos, de dirigirlos, de instruirlos, para que sus nombres no sean borrados del libro de la vida, sino contenidos para la vida eterna.
Siete son las iglesias, siete espíritus, siete sacramentos, siete sellos que son abiertos por el único que es digno, el Cordero de Dios, que con su sangre ha destruido la muerte del mundo causada por el pecado, para ganarles la vida, para conseguir para Dios un Reino de Sacerdotes, el pueblo santo de Dios, que son todos los que están inscritos en el libro santo de Dios.
Pastores de mi pueblo, reúnanse en torno a la Madre del Cordero, que es la Madre de Dios, obra maestra de su Creación, en cuyo vientre inmaculado fue contenida la Vida, para dar la vida al mundo, por la muerte y la resurrección del Cordero, para rescatar su obra.
Sacerdotes míos: sepan que la humanidad es la gran obra de Dios, y es por mi cruz, mi muerte y mi resurrección que ha sido renovada y recuperada.
En sus manos, amigos míos, he confiado su obra, para que obren ustedes en cada alma.
Miren que estoy a la puerta y llamo. Ábranme la puerta.
Sean misericordiosos y recibirán misericordia.
Sean justos, porque por sus obras serán juzgados».
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Madre nuestra: Jesús se compadecía de las multitudes porque las veía como ovejas sin pastor. Pedía oración por las vocaciones, e instruyó a sus discípulos para que fueran en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel, curando enfermos y echando fuera a los demonios.
Y tú, como buena madre, te sigues preocupando por esas ovejas, y cuentas con el poder para someter a la serpiente, para arrojar a todos los demonios. Ayúdanos para no caer en sus trampas, en sus engaños, y para cumplir eficazmente con nuestro ministerio, recuperando a las ovejas perdidas.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la mujer vestida del Sol. Llevo una corona de doce estrellas sobre mi cabeza, y la luna bajo mis pies. Llevo en mi vientre al Hijo de Dios, y con las plantas de mis pies yo piso la cabeza de la serpiente, para que no distraiga la atención de mis hijos, y no caigan en la tentación, sino que cumplan la voluntad de Dios.
Pero la serpiente es astuta, hijos, conoce la debilidad de los hombres, y aprovecha bien la herida que el pecado original causó en el alma de los hombres. La soberbia somete la voluntad de los hombres cuando deciden usar su libertad no para amar y adorar a Dios, sino para satisfacer su deseo de ser como Dios y decidir el destino y el futuro de cada uno, sin importarles afectar al mundo entero.
El demonio disfraza la debilidad de los hombres, la sexualidad -que es un medio para manifestar el amor de Dios y su obra creadora, y un medio de santificación para compartir su gloria-, en un ídolo falso, en un dios de pecado, un medio despreciable de placer, que solo lo disfruta el diablo.
El plan de Dios para los hombres lo han desvirtuado. Hombre y mujer los creó desde un principio, y les dio poder sobre todo lo creado, para amarlo y para glorificarlo. Pero han usado ese poder para despreciarlo, para lastimarlo, para hacer de sus propios cuerpos un becerro de oro. Peor aún, cuando el mismo Dios les ha enviado a su único Hijo para derramar su sangre sobre la humanidad entera para salvarlos, para liberarlos de la muerte a la que conduce el pecado.
Dios todo lo ve, hijos, todo lo sabe, todo lo conoce. No hay nada oculto a sus ojos. Pero todo lo soporta. Con paciencia espera a que abran sus ojos y sus oídos, y se den cuenta que nada de eso que hacen vale la pena. Solo Dios les da la vida eterna.
Miren cuántos permisos dan los gobernantes al pueblo de Dios. Gobernantes sin fe, que solo ven por su propio interés. La serpiente se los ha tragado, pero sobre su cabeza están mis pies. Cerraré sus fauces, no permitiré que lleven consigo la inocencia de mis niños. Yo los vengo a proteger, y por eso estoy aquí. ¡Acompáñenme!
¿Dónde están los valores que les enseñaron sus padres? ¿Dónde está la fe que les trasmitieron las otras generaciones? ¿Dónde está la bondad de sus corazones?
Los han endurecido, algunos hombres y mujeres. Ya no existe la libertad, sino el libertinaje. Al que exige libertad lo castigan con la opresión, tanto de su conciencia como de su voluntad. Hace falta mano firme, hace falta formación, descubrir el verdadero valor de la vida y los sentimientos del corazón. Al mundo le falta fe, al mundo le falto yo. Aquí estoy para tomar a mis hijos sacerdotes de mi mano, y que conduzcan a mi rebaño.
Divina Pastora yo soy. De mi vientre ha nacido Cristo, el Buen Pastor, modelo de todo hombre, Amo, Creador y Señor, dueño de la vida y de la gloria de Dios. Él instituyó la Sagrada Eucaristía y todos los sacramentos. A cada uno le dio la gracia para ser igual a Dios, a su imagen y semejanza, uniéndolos en Él. Y si bien, la Eucaristía es Él, a los otros sacramentos, por sí mismo le da el mismo valor que Él. Hace valer cada sacramento tanto como Él. Por tanto, el sacramento del matrimonio es tan grande como Él. Así de tanto lo están humillando, así de tanto lo están lastimando, así de tanto es una barbaridad que quieran instaurar como una verdad el matrimonio homosexual.
Hombre y mujer los creó y a procrear los envió. Cualquier cosa distinta al plan de Dios no es de Dios. Todo el que no está con Dios está contra Él, en el bando enemigo con el diablo; también los que se dicen sus amigos y permiten que el placer del libertinaje los domine. Cada uno fue creado en un plan original individual de Dios, para darse, para entregarse, para atraerlos a Él, pero Él respeta su libertad, cuando lo rechazan, cuando no lo quieren amar, aunque el dolor desgarre su Sagrado Corazón. Y, aun así, espera con paciencia, y no se cansa de enviar señales para conseguir su conversión.
He venido a traerles mi compañía, he venido a reunir a los que Dios ha elegido como guías para reunir a sus rebaños en un solo rebaño y con un solo Pastor, también a las ovejas perdidas y a las que no son de su redil.
Yo he venido como buena Madre a preparar el vestido de novia para la Santa Iglesia, con la que mi Hijo ha querido desposarse, pero hay que limpiar cada mancha, porque Él merece una novia vestida de pureza.
Él perdonará todas sus infidelidades, porque por un hombre y una mujer ha venido la desgracia del pecado al mundo; y por un hombre y una mujer ha sido destruido el pecado y el mundo ha sido renovado. Ahora quiero que los corazones de los hombres sean conquistados a través de mi misericordia -para que acepten la gracia del perdón que el Hijo de Dios les ha ganado-, porque yo soy Madre, y yo los quiero a todos.
Mi Hijo no ha venido a buscar a justos sino a pecadores. Y por eso estoy aquí, para pisar la cabeza de la serpiente».
¡Muéstrate Madre, María!
VII, n. 10 SER UN VERDADERO SACERDOTE – SENTIMIENTOS DE BUEN PASTOR
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA MARÍA VIANNEY
Al ver a la multitud se compadeció de ella.
Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 35-10, 1. 6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: “Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando pienso en el santo Cura de Ars me viene a la mente su imagen, sentado en un confesionario, con alba y estola morada, lleno de años, pero lleno de amor, de fe y de misericordia. Frente a él, una fila muy larga de personas esperando confesarse.
Él habla con cada uno y los absuelve de sus pecados. Todos son pecadores, con el corazón contrito y humillado. En ese pequeño sacerdote brilla el rostro de Dios, al ver su humanidad escondida, y revestida por la divinidad de Cristo. Es un sacerdote santo, ejemplo según el modelo de Cristo.
Hoy, que celebramos al santo patrono de todos los sacerdotes, quisiera reflexionar sobre mi sacerdocio, meditando también en el texto evangélico del mandato misionero, de ir en busca de las ovejas perdidas.
Me doy cuenta de que soy solo un hombre, pero que, a través del orden sacerdotal, por tu gracia, estoy configurado contigo, Cristo Buen Pastor, y en esa configuración me haces como tú, para que continúe tu misión.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: es la salvación de las almas la misión de ustedes; es en el altar mi pasión, mi muerte y mi resurrección; pero es el confesionario la cruz que perdona, y que absuelve, y que salva. Esa es la cruz en que se derrama la misericordia que redime, que reconcilia.
Yo pido para ustedes la compañía de mi Madre, para que los ayude a subir a mi cruz, y para que se mantengan en la perseverancia de vivir en la virtud y en el amor su santo sacerdocio.
Que sea el sacramento de la reconciliación la unión en la cruz conmigo.
Que cuando suban al altar y conviertan el pan en mi Carne y el vino en mi Sangre, se entreguen conmigo como ofrenda al Padre para la salvación de las almas.
Que cuando eleven mi Cuerpo y eleven mi Sangre sean uno conmigo en el Calvario y en la cruz.
Que cuando coman mi Carne y beban mi Sangre sean uno conmigo en mi resurrección, y reciban el alimento que da vida eterna.
Alimenten a mi pueblo con el sacramento de mi Eucaristía, en la que entrego mi substancia, mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma, mi Divinidad, mi humanidad, mi presencia, mi don, mi entrega en sacrificio, mi amor hasta el extremo; gracia que santifica, alianza que los une conmigo en un mismo cuerpo y un mismo espíritu, para que tengan vida eterna.
Entiendan su ministerio y cúmplanlo en la virtud.
Que para alimentar hay que reconciliar primero.
Que para reconciliar hay que perdonar; y para perdonar, el pecador debe estar arrepentido. Para arrepentirse deben sentir el dolor causado al amado, y sentir culpa, y confesar el pecado.
Y para amar hay que conocer al amado. Entonces prediquen y evangelicen a mi pueblo, para que me conozcan, para que me amen, para que se arrepientan.
Y estén dispuestos a compadecer y a perdonar por mi misericordia.
Y absuelvan y reconcilien, para que vuelvan al pueblo a la amistad con Dios, y entonces habrán cumplido su misión.
Pero no quieran ser solo un hombre y no deseen ser todo un Dios. Sean sacerdotes en unidad conmigo, que los hace ser hombres y los hace divinos, que los hace ser como yo, Cristos.
Suban a la cruz del confesionario, y mueran al mundo conmigo, despojándose de ustedes, para que sea yo quien viva en ustedes, para que sean instrumentos de mi amor en cada Sacramento, en cada acto de amor.
Manténganse en mi amistad, para que permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes
Para que, cuando los vean, me vean a mí.
Para que, cuando hablen, me escuchen a mí.
Para que, cuando actúen, pueda usar yo sus manos y sus pies.
Para que, cuando entren en el confesionario, sea mi Espíritu el que hable, el que aconseje, el que actúe, el que perdone, el que absuelva, el que reconcilie, pero que sean ustedes los que reparen el desamor con actos de amor.
Y no se alegren por expulsar demonios y someterlos, sino porque sus nombres estén escritos en el cielo.
Vivan su ministerio en la fuerza de la Palabra, y en la quietud y el silencio de la oración.
No pretendan ser grandes, haciendo grandes obras; alégrense de entregarse conmigo en la obediencia y en el servicio.
Amen a mi Madre como la amo yo, para que sean como yo.
Imiten las obras de los santos, que son modelos de virtud, para que sean como yo.
Entreguen su vida conmigo, y mi Padre, que es tan bueno, los recompensará.
Amigos míos: quien quiera ser un verdadero sacerdote, que sea como yo soy.
El que quiera ser un verdadero sacerdote, que conozca la verdad, para que me conozca. La verdad está en la Palabra. El que escucha mi Palabra y la guarda, ya sabe lo que debe hacer, y lo hace con alegría.
Ser sacerdote es tener los mismos sentimientos que yo, y un deseo exequible por la salvación de las almas, que se manifiesta dando la vida por ellas, por amor, para la gloria de Dios.
Yo le he dado a mi Iglesia sacerdotes según mi Corazón, para que sean ejemplo según el modelo, porque el único modelo soy yo.
A Dios se le conoce en la cruz del confesionario, en donde la misericordia es derramada. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Mi rostro es compasivo y misericordioso.
Yo les he dado la gracia a ustedes, mis amigos, para que sean como yo, y les he dado autoridad para que administren y entreguen mi misericordia, y les he dado las llaves del Reino de los cielos, para que aten y desaten. Por eso todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Para que ustedes, mis sacerdotes, sean como yo, deben subirse a la cruz del confesionario, para que den de comer al hambriento, den de beber al sediento, vistan de pureza al desnudo, curen al enfermo, acojan al peregrino, liberen al preso expulsando demonios, entierren al hombre viejo que fue crucificado y muerto conmigo y, absolviéndolo, den vida al hombre nuevo, para que viva conmigo.
Y enseñen, y den consejo, y corrijan, y perdonen, y consuelen, y sufran con paciencia los defectos de los demás, y oren en reparación del hombre viejo, pidiendo la gracia para el hombre nuevo.
Porque si ustedes no perdonan los pecados, ¿quién se salvará?
Y si las almas no se salvan, se les pedirán cuentas a ustedes, y ¿qué cuentas van a entregar?
Pero si derraman mi misericordia, y salvan vidas, ustedes también habrán salvado la vida.
Yo me compadezco de ustedes, mis amigos, porque no saben a dónde van y caminan como ovejas sin pastor. Rueguen al dueño de la mies que envíe más obreros a su mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos.
El modelo del ministerio sacerdotal es la humildad, con la que reconocen su humanidad frágil, débil y necesitada de mi divinidad y mi fortaleza, mi omnipotencia, mi bondad y mi misericordia.
El modelo es el sacrificio, desprendiéndose de los apegos del mundo, olvidándose de sí mismos, para entregarse por completo al servicio de Dios, a través del servicio a los hombres, para la salvación de sus almas.
El modelo es el celo apostólico de mi corazón, para llevar a todas las almas a Dios.
El modelo es la pureza de intención, con la que se revisten las almas de Dios para manifestar su fe con obras.
El modelo es el amor y la Palabra. Yo soy el amor y la Palabra encarnada. Quien no predica el Evangelio no conoce la cruz y la desvirtúa.
Yo los he llamado para que sigan mi modelo, renunciando a sí mismos, y tomando su cruz para seguirme. Y les he pedido que crean en mí, y los he enviado por todo el mundo a predicar la Buena Nueva a toda la creación, con el ejemplo.
El modelo, amigos míos, es que su humanidad se esconda, para que mi divinidad se vea.
Ahora díganme en quiénes yo me veo».
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Madre mía: nuestro santo decía que, mientras este mundo dure, tú estás como inquieta, pendiente de todo, como una madre que tiene muchos hijos, y continuamente está ocupada yendo de uno a otro.
Yo pienso que esa inquietud la manifiestas, en el caso de tus hijos sacerdotes, recordándonos y ayudándonos para que cumplamos fielmente con nuestros deberes ministeriales, dando la vida continuamente por nuestras ovejas.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a parecerme cada vez más a tu Hijo, quien es nuestro único modelo. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo ruego para que todos los sacerdotes sigan el modelo de Cristo, para que vivan sus ministerios en virtud, y sean ejemplo y guía para la conversión de las almas.
Ruego para que los vestidos con que se revisten sean para realzar lo sagrado de sus ministerios, y no para adornar la miseria de sus cuerpos.
Ruego para que, viviendo en humildad, dejen brillar en su persona a Cristo.
Ruego para que conozcan y reconozcan a Cristo como el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Ruego para que se aparten de ustedes los demonios que ponen tropiezos en su camino y les impiden pensar, no como Dios, sino como los hombres.
Yo les daré este tesoro de mi corazón: mi desprendimiento.
Desprendimiento para que entreguen sus talentos y sus dones para servir a la Iglesia, en beneficio de todas las almas.
Desprendimiento para eliminar todo apego a las cosas del mundo.
Desprendimiento para poner todo lo que reciben al servicio de los demás, para salvar a las almas por amor, para la gloria de Dios.
Hijos míos: tengan ustedes los mismos sentimientos que Cristo, y su deseo ferviente por la salvación de las almas. El demonio les hará la guerra, pero no los vencerá, y no les hará daño, porque yo los protejo y piso la cabeza de la serpiente.
Yo ruego para que ustedes, mis hijos sacerdotes, conozcan a Cristo, y sigan el modelo y el ejemplo de humildad y de virtud de aquel hombre que, dejándolo todo, tomó su cruz y lo siguió; que se olvidó de su humanidad para mostrar la divinidad de Cristo; humanidad que Satanás azotaba sin piedad, y que los ángeles le recordaban que tenía que cuidar, cuando le daban de comer y lo hacían descansar, mientras él se desprendía de todo lo que tenía para servir a los demás, con el ardiente deseo de salvar muchas almas y llevarlas al cielo: San Juan María Vianney, que por su vida y su ministerio es llamado el Santo Cura de Ars, modelo de sacerdotes, para que, siguiendo su ejemplo, sean en Cristo verdaderos sacerdotes».
¡Muéstrate Madre, María!