21/09/2024

Mt 9, 36-10, 8

88. EL MILAGRO DE LA VOCACIÓN – LA MEJOR VOCACIÓN: SER CRISTO

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Jesús envió a sus doce apóstoles con instrucciones.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 36-10, 8

En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.

Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas

Iscariote, que fue el traidor. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los Cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú te compadecías de las multitudes porque estaban como ovejas sin pastor. Y me doy cuenta de que hoy la cosecha sigue siendo mucha y los trabajadores siguen siendo pocos. Nos pides oración por las vocaciones, porque cada alma que se entrega a ti es un milagro, solo se entiende como fruto de la gracia de Dios.

Cuántas historias inexplicables hay en la vida de la Iglesia durante estos veinte siglos. La única explicación es que tú eres el que llama, y la oración por las vocaciones hace posible responderte que sí. Tenemos que rezar todos más, para que vengan a la Iglesia las vocaciones que se necesitan. Y los sacerdotes también debemos dar testimonio con nuestra entrega, para fomentar esas vocaciones.

Además, el milagro tiene que seguirse realizando en la vida de todos los que nos hemos entregado a ti: nos sostiene en la fidelidad esa oración.

A los Doce les diste el poder de expulsar a los espíritus impuros, y curar toda clase de enfermedades y dolencias. A nosotros, sacerdotes, también nos has dado gratuitamente tu poder, y vemos que los milagros se producen en nuestras manos, y arrojamos demonios y resucitamos muertos administrando los sacramentos.

Jesús, ¿cómo podemos ejercer ese poder con más fidelidad?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: oren al Padre para que envíe más obreros a su mies.

Yo los he enviado a ustedes para que anuncien mi venida, para que preparen la tierra para la vida.

Ustedes son los responsables de que la semilla que ha sido plantada germine.

Ustedes trabajan y preparan la tierra, y conducen el agua viva de mi manantial de misericordia a todos los rincones de la tierra.

Yo estoy vestido de sangre, derramada para el perdón de los pecados y la redención del mundo, por la justificación que les ha sido merecida por mi cruz.

También visto de agua viva, gracia santificante, para la vida eterna.

Estoy vestido de misericordia.

Ustedes son los conductores de esta misericordia, que es infinita, y que ya ha sido derramada de una vez y para siempre.

Ustedes son los que anuncian el Reino de los Cielos.

Ustedes son los constructores de mi Reino.

Ustedes son los que preparan los caminos de paz, para que, cuando yo vuelva, encuentre a mi pueblo reunido, como la ofrenda de fruta madura de mi siembra.

Ustedes son Elías y son Juan, anunciando la venida del Hijo del hombre, preparando el trono en la tierra para el Hijo de Dios, anunciando el nacimiento del amor en cada corazón, el Verbo encarnado, que es la luz para el mundo, el Camino, la Verdad y la Vida, que nace de la eternidad, para morir y dar vida al mundo para la eternidad, que sube al cielo, para quedarse en presencia viva, cada vez que ustedes anuncian la venida del Hijo de Dios que se hace presente en la Eucaristía.

Pero la mies es mucha y los obreros pocos.

Oren para que el Padre envíe más obreros a su mies.

Oren para que los obreros permanezcan en su labor.

Oren para que los obreros que permanecen perseveren en la fidelidad y en el cumplimiento de sus deberes, para que, cuando yo vuelva, toda la tierra haya sido trabajada, sembrada, labrada, y el agua viva de mi manantial de misericordia haya dado vida a la semilla plantada en cada corazón, para recoger el fruto de mi misericordia.

Ustedes son instrumentos de mi amor, para que mi misericordia llegue a todos los rincones del mundo. Pero si ustedes no la reciben, y si los que la reciben no la entregan, y si los que la entregan no la llevan a la tierra, la siembra no sirve para nada, no hay fruto, no hay cosecha, no hay ofrenda.

Que sea su oración una súplica constante al Padre, para que la tierra sea bien labrada, la semilla plantada sobre tierra fértil, y la misericordia conducida, para que la vida, que es la semilla, germine y dé buen fruto, para que el fruto sea ofrenda a Dios, para la vida eterna.

Ustedes son los labradores. La semilla es la Palabra. La Palabra soy yo.

Siervos fieles: yo los envío, y ustedes van; yo los llamo y ustedes vienen; yo los mando y ustedes hacen lo que yo les digo.

Pero hay algunos a los que es necesario decirles que hagan lo que yo les digo, porque yo los envío y no van, yo los llamo y no vienen, yo los mando y no obedecen.

Yo no me cansaré de llamar a mis amigos con insistencia, y tocaré la puerta en medio de la noche, y aunque me respondan que está cerrada y están acostados, y no quieren levantarse, yo les aseguro que, si no se levantan por ser mis amigos, se levantarán para que deje de molestarlos y me abrirán la puerta.

Miren que estoy a la puerta y llamo, y si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.

Acompañen a mi Madre para que llamen e insistan conmigo, porque todo el que pide recibe, el que busca halla, y al que llama le abrirán. Ella tiene poder porque es mi Madre, y un hijo siempre quiere complacer a su madre, y ella sabe que yo hago lo que me pida, como en la boda de mi amigo, cuando aún no había llegado mi hora».

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Madre nuestra: los sacerdotes somos tus hijos predilectos, sabemos que tu amor de madre intercede para que vengan muchas vocaciones.

Ayúdanos a perseverar en la oración para que vengan abundantes trabajadores para la mies del Señor, para que haya muchos Cristos, buenos pastores de tus ovejas.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: aquí estoy yo, que soy su madre. Y a los hijos se les acoge desde el vientre. Yo acojo a todas las vocaciones que Dios envía.

Oremos, para que los obreros que Dios envía nazcan a la luz y sean portadores de luz.

Oremos, para que los obreros que ya han nacido a la luz del Evangelio sean portadores de la Palabra, anunciando el Reino de los Cielos.

Oremos, para que los que anuncian el Reino de los Cielos sean conducto de la misericordia de Dios, derramada en la cruz de Cristo, para que, con obras de misericordia, construyan el Reino de Dios, para que cuando el Rey venga con todo su poder, majestad y gloria, el fruto para la ofrenda sea abundante.

Oremos, para que en esta espera nazca de mi vientre la luz para el mundo, y que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean conductores de la luz, como las estrellas de mi manto, que brillan por la luz que emana del fruto de mi vientre, para que sean mensajeros de amor, portadores de paz y misioneros de misericordia.

Oremos por los que están por nacer y los que ya nacieron, los que están en formación y los ordenados, los que están cerca y los alejados, para que reciban las gracias para preparar la tierra que siembran, para que la tierra sea buena, para que, al alimentar la tierra, y conducir la misericordia, sea un torrente de agua de vida que dé fruto en abundancia, para la ofrenda al único Dios verdadero, el que da la vida eterna, el que era, el que es y el que ha de venir.

Hijos míos: con lágrimas suplicantes los llamo, y con poder de Madre los mando.

Sean obedientes, como niños, y acudan con prontitud a mi llamado, para que construyan el Reino de los Cielos en la tierra.

Yo les doy este tesoro de mi corazón: mis lágrimas.

Lágrimas de amor y de dolor, de alegría y de sufrimiento, de fe y de esperanza, de ternura y de compasión.

Lágrimas que suplican y consiguen misericordia.

Con estas lágrimas construyan, porque todo lo que pidan, compartiendo los sentimientos de mi corazón, les será concedido.

Pidan la salvación de mis hijos.

Pidan al Padre, como pido yo y como pide mi Hijo, cosas buenas, con insistencia, aun en medio de la noche, hasta que les haga caso.

Pidan con insistencia y con confianza, porque está escrito que el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan.

Yo descanso entregando a mi Hijo a ustedes, sus amigos, para que todos mis hijos se salven.

A ustedes se les dio poder gratuito para que vayan por el mundo a proclamar la Buena Nueva del Reino de los Cielos, para curar a los enfermos, para resucitar a los muertos, para expulsar a los demonios. Y han sido enviados sin pertenencias, a llevar la paz al mundo, porque la gracia de Dios les basta.

A ustedes les ha sido dado el poder de conquistar los corazones del pueblo de Dios, y ya saben lo que tienen que hacer.

Yo sufro por los que no los escucharán y por los que no los recibirán, porque ustedes al que llevan y al que entregan es al Hijo de Dios, y el castigo será riguroso para el que, siendo llamado con insistencia, aun así, no le abra la puerta.

No se cansen de llamar, no se cansen de insistir y, ante la ingratitud de algunos, vean la generosidad de otros, y sean siempre buenos y misericordiosos».

¡Muéstrate Madre, María!