17. CONFIADOS EN JESÚS – ASTUTOS, PRECAVIDOS, PRUDENTES
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
No serán ustedes los que hablarán sino el Espíritu de su Padre.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 10, 16-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “Yo los envío como ovejas entre lobos. Sean, pues, precavidos como las serpientes y sencillos como las palomas.
Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los enjuicien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes.
El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin, se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Yo les aseguro que no alcanzarán a recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del hombre”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: desde el comienzo de la predicación del Evangelio por parte de tus discípulos se fueron cumpliendo tus palabras. No han faltado persecuciones en tu Iglesia, y eso lo permites con el fin de que podamos dar testimonio de ti, porque el discípulo no es más que el maestro, y tú entregaste tu vida en la cruz, desechado por los hombres, para salvación nuestra.
Esas persecuciones a lo largo de los siglos han sido de distintas maneras. No solamente se ha tratado de azotes y cárceles, y dando muerte a tus elegidos, sino también con calumnias, acusaciones falsas, presiones, difamaciones, insultos, burlas, incomprensiones, desprecios, abandonos, y todas las diversas faltas de caridad y de misericordia que podemos sufrir todos los que queremos identificarnos contigo, tanto por parte de tus enemigos, como, algunas veces, de tus propios amigos.
Señor: yo sé que debo tener mucha fe para superar todo eso, y confiar en que el Espíritu Santo me ayudará siempre a dar respuesta ante las injusticias. Te pido la fortaleza necesaria para no traicionarte nunca y mantenerme firme, por amor a ti.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes, líderes que guían a mi pueblo hacia la tierra prometida: caminen con paso firme sobre el agua, confíen en mí y tengan fe, que yo estoy con ustedes todos los días de su vida.
Yo soy quien los acompaña en medio de la tormenta, de las tribulaciones, de la tempestad. Soy yo quien los protege y los salva, quien los guía hacia la luz en medio de la oscuridad.
Y cuando su fe los traicione y se hundan en el mar, tómense de la mano de mi Madre, que ella los auxiliará, y los hará caminar seguros, sintiendo el agua como roca, y los protegerá de las fieras con dientes afilados y de la tempestad.
Y si aun así sintieran que su falta de confianza los traiciona, abandónense en Ella como un niño, y los llevará en sus brazos.
Manténganse en la alegría de vivir mi Palabra, de caminar conmigo, de mi promesa de amor, de la plenitud en mi encuentro.
Alégrense como un niño cuando abraza a su madre, como un padre cuando encuentra al hijo perdido, como el amigo que confía en el amigo, como el novio espera a la esposa en el altar.
Amigo mío: confía en Dios. Abandónate en mis manos y obedece. Quiero tu disposición, tu entrega total. Demuéstrame cuánto me amas, y déjame abrir tu corazón y desnudar tu alma. Los ángeles y los santos te acompañan. Mi Madre te lleva de su mano y yo estoy contigo todos los días de tu vida.
Por ti yo di mi vida, como la di por cada uno de los hombres, como la doy constantemente en un único y eterno sacrificio, que conmemoran en cada misa, por el que sus pecados quedan perdonados.
El que cree en mí es salvado y tiene la vida eterna. No permitiré que las almas por las que yo me entregué se pierdan.
Yo perdonaré sus infidelidades y los amaré, aunque no lo merezcan, aunque me traicionen una y otra vez.
Yo no desistiré, antes bien, los restauraré para que den fruto abundante. De mí, que soy fruto bendito del vientre de mi Madre, proceden todos sus frutos, porque yo soy el que soy. Y así les dirás: Yo soy me ha enviado a ustedes.
Todo pasará, pero mis palabras no pasarán. Y será cumplida hasta la última letra. Vive en la alegría de saberme tuyo y de saberte mío. Esto es lo que yo te mando.
Repara con tu amor las heridas más profundas de mi Corazón. Mantente a mi servicio y déjate acompañar por mi Madre, testimonio de mi amor por ti, para que pronuncies tu fe, testimonio de tu amor por mí.
Mi Palabra es esperanza, es luz, es mensaje de amor, de consuelo, de paz. Es promesa de vida nueva, de eternidad, de gozo, y plenitud en el Reino de los cielos, en donde reina la gloria de Dios Padre.
Mi Palabra es invitación a participar de esta nueva vida de felicidad, compartida en unidad con el Padre, y con el Hijo, por el Espíritu Santo, quien los atrae hacia mí, quien lleva sus palabras y sus acciones para que nunca se equivoquen, para que se mantengan en el camino conmigo.
Hay una sola cosa que no puedo hacer: no puedo ser amado sin amar, no puedo recibir sin dar, sin entregar, sin darme. Porque no puedo negar la substancia de la que he sido engendrado: yo soy el amor».
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Madre mía: da mucha seguridad saber que tú vas siempre a nuestro lado, sobre todo cuando vienen las dificultades, las contrariedades. Nos cuidas y nos proteges todo el tiempo, no solo para evitarnos cualquier daño, sino para decirnos cuál es el camino seguro.
Ayúdanos a comprender bien cuáles son los designios divinos, aunque a veces nos cueste aceptar que Dios permita que las cosas cuesten. Que tengamos en cuenta que todo es para bien.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: tú me acompañas y estás bajo la protección de mi manto. Yo te he llamado y me has escuchado. Hay muy pocos corazones dispuestos a escuchar.
Ustedes, mis hijos sacerdotes, han sido enviados como ovejas en medio de lobos. Pero no caminan solos, caminan conmigo. Yo los guardo bajo la protección maternal de mi manto, y mi camino es seguro.
Así como son enviados, yo los bendigo, para que anden en el camino con astucia y humildad, y nunca se detengan.
Yo les doy este tesoro de mi corazón: mi entendimiento.
Entendimiento para que comprendan las verdades reveladas de Dios en su corazón, y construyan su santidad sobre cimientos firmes.
Entendimiento para que descubran mis tesoros y mediten todo en sus corazones.
Entendimiento para que abran su corazón, y penetren en la profundidad del amor de Dios, para que lo hagan suyo; y, una vez enriquecido, transmitan con la Palabra su fe, para que se confíen totalmente a Dios y crean absolutamente en todo lo que Él les dice.
No se preocupen por lo que habrán de decir. El Espíritu Santo abrirá sus corazones para recordarles todas las cosas, y para que descubran mis tesoros y los entreguen; y hablará por ustedes para recordarles todas las cosas que mi Hijo les ha dicho.
Es tiempo de escrutar sus corazones, para que expongan los designios del Señor. Todo lo deben hacer en oración, invocando la presencia del Espíritu Santo, en la disposición de entregarle su voluntad, para que Él actúe.
Hijitos, es tiempo. Sean prudentes, sean astutos y sean sencillos. Yo los acompaño y los ayudo. Abandónense en mi Inmaculado Corazón, confíen totalmente en mi Hijo y obedézcanlo. Permanezcan unidos en el amor del Sagrado Corazón de Jesús, y perseveren en la oración y en la disposición, recibiendo, meditando, obedeciendo, confiando, amando, porque el que persevere hasta el final se salvará».
¡Muéstrate Madre, María!