24. EL DON DE LA SABIDURÍA – PERMANECER EN LA HUMILDAD
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO
Escondiste estas cosas a los sabios y las revelaste a la gente sencilla.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nuestra pequeñez nos impide conocer los misterios de la vida de Dios, de modo que necesitamos de la Revelación. Leemos en la Carta a los Hebreos que de muchos modos habló Dios en el pasado, a través de los Profetas; y en los últimos días a través de ti.
Hoy nos dices que el Padre escondió estas cosas a los sabios y entendidos, y las ha revelado a la gente sencilla. Y que nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Yo te pido, Jesús, que me des en abundancia tu verdad, reconociendo mi pequeñez, para que pueda conocer al Padre y contar con los tesoros de tu sabiduría.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: cómo deseo que ustedes, mis amigos, me conozcan, para que me amen, para que me sigan, para que crean en mí, para darles mi agua viva, para llevarlos hacia fuentes tranquilas y reparar sus fuerzas, para saciar su sed.
Yo los compadezco, y su sed es mi sed. Yo quiero saciar mi sed bebiendo con ustedes.
Yo soy la fuente de agua viva. El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, y será en él fuente de agua para la vida eterna.
Los que caminan en el desierto y tienen un poco de agua, están cegados por el egoísmo, y no me ven.
O sí me ven, pero no me reconocen.
Están cansados, agobiados y sedientos, porque llevan cargas muy pesadas.
Están cargados de poder, dinero, propiedades.
De lujuria, placer, viajes, excesos, vida social, desenfrenos, doble vida, abusos.
De vicios, depresión, ansiedad, enfermedad, aflicciones, pereza, preocupaciones, miedo, angustia, inseguridad, resignación, desolación, apegos del mundo
De trabajos pesados, activismo, deseo de sobresalir, ocupaciones del mundo.
La carga es una: infidelidad.
No se dan cuenta de que al compartir el agua con los que nada tienen se convierte en fuente inagotable de vida. Porque el que dé de beber, aunque sea un vaso de agua fresca a uno de mis pequeños, tan solo por ser discípulos, no perderá su recompensa. Y está escrito que el cántaro de harina no se quedará vacío, y la aceitera, de aceite no se agotará, hasta el día que Dios haga llover sobre la tierra.
Yo les doy la fuente de agua viva que nunca se acaba, porque mi Palabra es Palabra de vida eterna. Yo quiero saciar la sed de los más necesitados, de los que creen saberlo todo y poseerlo todo, pero que caminan en sus desiertos sin una gota de agua. Son los poderosos y letrados, los sabios y entendidos. Algunos son sacerdotes, algunos obispos y otros cardenales.
Yo les he revelado las cosas de mi Padre, para que me conozcan, para que me den a conocer, para que tengan los mismos sentimientos que yo, para que me amen y se conviertan, para que hagan penitencia y reparen mi corazón.
Sacerdotes elegidos, pastores escogidos para guiar a mi pueblo, amigos míos: yo los he enviado al mundo, pero ustedes no son de este mundo. Les he dado el poder de cambiar el mundo, convirtiendo las almas del mundo acercándolas a mí.
Es el enemigo el que los oprime y los encadena; es la tentación la que los domina; es el pecado el que los ciega y no los deja ver. Abran los ojos y vean: yo soy el Cordero de Dios que entregó la vida para el perdón de los pecados y la salvación del mundo.
El mundo sufre bajo el poder que se le ha dado al príncipe de este mundo. Por eso yo les mando morir al mundo, para vivir en la alegría y la plenitud de mi encuentro, sabiendo que mi Reino está en el Cielo.
Es mi misericordia poder de libertad.
Es el perdón poder de salvación.
Es mi Palabra poder para conquistar, para convertir, para salvar.
A ustedes se les ha dado el poder para vencer al pecado. Abran los ojos, no se dejen dominar.
Es el demonio menos que ustedes, no se dejen engañar.
Es la protección de mi Madre la que vence al dragón, y es por mi espada el triunfo de su Inmaculado Corazón.
Despierten, rompan las cadenas, liberen a mi pueblo, condúzcanlo a la tierra prometida con humildad, porque el más grande entre ustedes será el más pequeño y el más pequeño será el más grande. Es en la sencillez en donde se ha revelado la grandeza de mi Palabra».
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Madre mía: tu Hijo Jesús es la sabiduría encarnada. Yo pido la sabiduría para saber administrar y recibir su misericordia, para conocer la verdad, para saber renunciar al mundo, tomar mi cruz y seguir a Cristo.
Tú conoces mis necesidades, ayúdame a permanecer con tu Hijo en la oración, amando a Dios por sobre todas las cosas, sirviendo a la Iglesia, y enriqueciéndome con tus tesoros, para que sea sabio, para que sea santo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: yo soy Madre, y conozco a cada uno de mis hijos y sus necesidades, y les doy mi auxilio para que nada les falte.
¿Y tú tienes necesidad de alguna otra cosa?
Todo ha sido escrito ya, y se cumplirá hasta la última letra de la ley. Nadie debe añadir ni quitar ni una sola palabra de lo que ha sido escrito ya. La Palabra expresa la sabiduría de Dios.
La sabiduría no está en la inteligencia, ni en conocer las cosas del mundo.
La sabiduría está en la Palabra encarnada.
La sabiduría está en el amor.
La sabiduría es amar a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo. Es un don de Dios que nos hace a su imagen y semejanza. Esa es la sabiduría del amor. Dios es el amor. El que conoce a Dios conoce la verdad, y el que conoce la verdad es sabio. El sabio que conoce la verdad sabe que Dios es compasivo y misericordioso, pero también es justo.
La sabiduría proviene del amor.
La sabiduría está en el amor, porque si no tienes amor, nada tienes. El amor es paciente, es amable, no es envidioso ni engreído, no busca interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal. El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor es infinito.
La sabiduría proviene del corazón. El sabio conoce el verdadero rostro de Dios contemplando el rostro de Cristo.
La sabiduría está en la cruz, que refleja la verdad.
El sabio renuncia a sí mismo entregando su voluntad para abrazar la cruz de cada día.
El sabio camina siguiendo a Cristo con los pies en la tierra y el corazón en el Cielo, que es donde está su tesoro.
El sabio vive en la virtud de la fe, la esperanza y la caridad.
El sabio conoce el camino y sabe a dónde quiere llegar. El camino es la cruz de Cristo, para llegar a Dios.
El sabio resiste a la tentación, porque sabe pedir la gracia, porque sabe que no puede solo, y no pretende salvar al mundo con sus propias fuerzas.
El sabio es humilde y se reconoce en sus miserias necesitado de Dios.
El sabio pide, espera, recibe y comparte.
El sabio es compasivo y misericordioso, porque sabe que solo Dios es justo.
Hijo mío: recibe la sabiduría por la experiencia del amor de mi Hijo. Vive en la sabiduría practicando la virtud. Expresa la sabiduría amando, sirviendo, alabando, y adorando la verdad que es Eucaristía; disponiéndote a la oración, recibiendo y compartiendo, porque la sabiduría viene del amor, y no es para guardar.
La sabiduría es un tesoro de mi corazón. Es conocer a Cristo, contemplar a Cristo, amar a Cristo, seguir a Cristo.
La sabiduría se atesora en la pureza de intención del corazón con la riqueza de la fe, la esperanza y el amor.
Contempla la sabiduría de los santos, porque todos fueron sabios antes de ser santos. El don de la sabiduría te conduce a la santidad, porque el sabio conoce al que es el Camino, la Verdad y la Vida.
La sabiduría no es un fruto del esfuerzo de los hombres, sino que es un don que se alimenta con la oración. Es sabio el que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios, el que conoce a su Maestro y sabe que no puede ser más que Él, pero por la gracia divina sí puede ser como Él, y esa sabiduría, bien aplicada, convence, convierte, y conduce a las almas a Él. La suya primero, porque el sabio aprende que al Padre se llega a través del Hijo. El Hijo es Cristo, y Cristo es él.
El sacerdote es Cristo y sin Cristo las almas no pueden llegar al Padre. Por tanto, el sacerdote es responsable de unir a las almas en Cristo para llevarlas al Padre. De eso se tratará su juicio.
Oremos, hijo, pidiendo el don de la sabiduría, para que la recibas y la compartas.
Oremos, para que permanezcas en la caridad, obrando con misericordia.
Oremos, para que te dispongas a recibir el amor, que conozcas el amor, que ames el amor, y con ese amor ames a Dios por sobre todas las cosas, y lo demuestres por medio del servicio al prójimo.
Oremos por la pureza de intención de tu corazón, para que, al administrar la misericordia, sea tu fin llevar a las almas al conocimiento del que es la Verdad, para darle gloria. Porque nadie conoce al Padre si no es el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
¡Muéstrate Madre, María!