LA REVELACIÓN DE LAS ROSAS – MANTENERSE PEQUEÑOS
FIESTA DE SAN JUAN DIEGO
Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: hoy celebramos con especial alegría la memoria de San Juan Diego, preparándonos para la celebración de la fiesta de Santa María de Guadalupe.
Qué adecuadas para el día de hoy son esas palabras tuyas, cuando exultas de gozo con el Padre porque ha revelado “estas cosas” a la gente sencilla.
El mismo Juan Diego se sentía indigno de presentarse al obispo con el mensaje de nuestra Madre, pero ella le dijo expresamente que era precisa su mediación para que se cumpliera su voluntad.
Yo también reconozco mi indignidad, pero he sido elegido por ti para llevar tu mensaje de salvación a todas las almas. Te pido que me ayudes para que, con humildad, esté siempre dispuesto a ser instrumento tuyo, consciente de que me has revestido de los dones y gracias necesarios para dar fruto.
En la tilma de San Juan Diego quedó grabada la imagen bendita de nuestra Madre, con señales claras de estar embarazada. Te llevaba a ti en su vientre. Eso me hace pensar en que yo, sacerdote, configurado contigo, estoy revestido de Cristo, debo portar tu imagen cuando ejerzo mi ministerio.
Jesús, tu parecido físico con tu Madre debe ser asombroso, ¿cómo puedo contemplar tu rostro cuando miro el rostro de Santa María de Guadalupe?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: ven.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre, y mi Palabra es la misma, ayer, hoy y por los siglos. Ven a contemplar mi eternidad.
Contempla en el rostro de mi Madre el reflejo del rostro de la misericordia que lleva en el vientre.
Yo soy el rostro de la misericordia de Dios.
Yo soy la misericordia infinita del Padre, derramada para los hombres. Misericordia que es expresión del amor de Dios, de su poder infinito y de su eternidad.
Contempla en su vientre la Eucaristía, que es la Carne y la Sangre del Cordero, en el cuerpo y en la sangre de la Madre del Cordero.
Es ella, en su pureza inmaculada, la primera persona que se une a Dios en Cristo, por el Espíritu Santo, para siempre.
Es ella la primera persona que participa del banquete del Cordero, y recibe y entrega la misericordia de Dios hecho hombre.
Es ella la primera persona que renuncia a sí misma y dice sí, para tomar la cruz de Jesús, en la que la misericordia de Dios es derramada, para aceptarla, para abrazarla, para seguirlo.
Es ella la que se hace esclava del Señor para hacerse Madre de misericordia.
Es ella la que acepta por libre voluntad ser llena por el Espíritu Santo, entregando su voluntad para vaciarse de sí misma y ser cubierta con la sombra del Espíritu Santo, para hacerse Madre de la gracia.
Y siendo engendrado el Hijo de Dios en su vientre, fue engendrada en ella la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, el consejo, la fortaleza, la piedad y el temor de Dios.
Y fue engendrada la luz, para llevar en la luz el rostro de la misericordia de Dios a todos los hombres del mundo.
Rostro que se impregna en un lienzo, no por rosas, sino por la sangre del Cordero que quita los pecados del mundo, para que el mundo vea el rostro de la misericordia.
Rostro de Dios entregado y muerto en manos de los hombres.
Rostro de perdón para la filiación divina.
Rostro sepultado para ser resucitado, y mostrar al mundo el verdadero rostro de Dios, vivo, glorioso, todopoderoso y eterno.
Es en mi eternidad mi divinidad y mi humanidad en el vientre de mi Madre, caminando en el mundo entre la gente, muerto en la cruz y resucitado en la gloria del Padre, que por su misericordia incluye a todos los hombres en el Hijo, para hacerlos hijos, partícipes de su eternidad.
Es mi Madre Reina del cielo y de la tierra por toda la eternidad. Quien va a ella viene a mí, por el Padre que los atrae hacia mí, para que en mí sean unidos al Padre por el Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo está con ella.
Yo los llamo, pastores míos, para que todos los que estén cansados vengan a mí, para que en torno a mi Madre digan sí, por su propia voluntad, renunciando a sí mismos y a su libertad, para ser esclavos del Señor, para aceptar con un sí en conciencia la cruz, para vaciarse de sí, para llenarse de mí, recibiendo la misericordia de Dios, que perdona, que limpia, que sana, que conduce, que une, que reconcilia, que purifica, estableciendo la paz en los corazones contritos y humillados, arrepentidos y entregados, que dejan todo para seguirme, para llevar a todos los rincones del mundo la misericordia de Dios: la Palabra y la Eucaristía, alimento para la vida eterna.
Sacerdotes míos: vengan a mí los que estén cansados y agobiados que yo les daré alivio.
Vacíense de ustedes mismos y entréguenme su carga pesada, que yo la cambiaré por la mía, que es ligera.
Entréguenme sus culpas por sus pecados.
Entréguenme sus preocupaciones y sus miedos.
Entréguenme sus trabajos y sus cansancios.
Entréguenme su voluntad y su libertad.
Pero sumérjanse en el mar de mi misericordia, para que su entrega sea total, entregando las concupiscencias de la carne, la infidelidad, la idolatría, el desamor, las malas pasiones, los malos pensamientos, la fornicación, la masturbación, la pornografía, la prostitución, la violación, la pedofilia, la homosexualidad, el egoísmo, la deshonra, el uso en vano de mi nombre, la falta de devoción y de celebración de mis fiestas, la mentira y el falso testimonio, la avaricia, el asesinato, el adulterio, la injuria, la ignominia, la lujuria, la gula, la codicia, la envidia, la pereza, la ira, la soberbia, la desobediencia, la ambición de poder y de riqueza, la falta de amor y misericordia con el prójimo, la apatía, la infidelidad, la desconfianza en mí, la falsa predicación, la falta de virtud.
Entréguenme todo y entréguense a mí arrepentidos, porque yo un corazón contrito y humillado no lo desprecio. Yo lo recibiré y lo transformaré para retornarlo a ustedes en misericordia, en perdón, en absolución, en virtud, en celo apostólico, en fidelidad, en amor, en confianza, en compasión, en alegría, en indulgencia, en fortaleza, en sabiduría, en entendimiento, en consejo, en ciencia, en piedad, en temor de Dios, en fidelidad y en amistad.
Entréguense totalmente a mí, amigos míos, para que yo viva en cada uno de ustedes, como cada uno de ustedes vive en mí. Entonces, yo pondré mis palabras en su boca, y mi rostro en su rostro, y mis manos en sus manos, y mis pies en sus pies, y tomaré sus corazones para unirlos al mío.
Cuando ustedes, mis amigos, renuncien a ustedes mismos, tomen su cruz y me sigan, yo los haré descansar, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
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Madre nuestra: tú le pediste a san Juan Diego una muestra de su fe, pidiéndole que subiera al cerrillo por las rosas. Como fruto de esa fe contamos con tu imagen bendita.
Yo me acojo a las palabras que le dirigiste a él en un momento de aflicción: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”. Reconozco mi pequeñez, y te pido: ¡muéstrate que eres madre!
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: aquí junto a mí está mi hijo el más pequeño, mi amado Juan Diego. Contempla su vida y dime, ¿quién era él? Él era mi elegido, mi consentido, mi instrumento bendecido. Su corazón es el cimiento de la gran obra de Guadalupe.
Gracias a su pequeño, México es mío y yo soy su Reina. Mira lo que alguien tan pequeño me ha conseguido, y a todo el continente también, y al mundo entero. Porque gracias a que él supo reconocer su pequeñez, su impotencia, su sencillez, su nada, Dios tuvo libertad de obrar a través de su alma.
Y cuánta alegría conseguida para el cielo por tantos hijos míos que van a mi casita a pedir con fe y a recibir misericordia de Dios a través de las gracias que tengo en mis manos para ellos: mi amor maternal, mi cobijo, mi protección, mi compañía, mi intercesión, que consigue para ellos los favores de Dios.
Mira lo que es Guadalupe el día de hoy, y voltea para atrás, y dime quién era el que conmigo todo esto comenzó. Dime, ¿acaso el obispo la primera vez y la segunda vez le creyó?
Yo le di una señal, porque él, mi más pequeño, la pidió. Porque insistió en su poquedad, en su incapacidad, en su poca honorabilidad, y en esa desproporción que lo hacía sentirse incapaz de cumplir con su misión. Pero la pidió por su fe, porque sabía que a mí sí me creerían. Porque él creyó en mí y, aunque me llamaba niña y se escondía de mí, sabía que yo del cielo venía, y que lo encontraría. Y dijo sí.
Pues yo te digo que tú eres mi hijo sacerdote predilecto, el más pequeño, pero no tan pequeño como lo era Juan Diego: tú eres un sacerdote de Cristo, tienes una dignidad y un alma sacerdotal que avala tu verdad. Yo te pido tu entrega, tu disposición, tu fe, tu convicción, pero sobre todo tu amor a la Sagrada Eucaristía y a la Madre de Dios.
Hijos míos, sacerdotes: las rosas que plasmaron mi rostro en una tilma son un símbolo de fe y de amor.
Rostro que se queda para darles esperanza.
Rosas de muchos hombres del mundo que, unidos en la eternidad de Dios, claman al cielo con su esperanza entregada en una mujer, que es Madre de Dios y de los hombres.
Madre que lleva a todos sus hijos a Dios, por medio del Hijo, fruto bendito de su vientre, para llevar la luz al mundo, y en esa luz la misericordia, para todos los hombres del mundo.
Madre que pisa la cabeza de la serpiente mientras los protege en su vientre.
Yo los llamo, para que, con su oración, me traigan rosas, y por su fe sea plasmado el amor en el rostro de cada uno de ustedes, para que sean para el mundo rostros de misericordia, rostros de Cristo que derrama su amor en obras de misericordia.
Yo quiero mostrarme Madre, derramando mi amor y mi auxilio por medio de la misericordia de mi Hijo para ustedes, para que la reciban y la entreguen, para que se reúnan conmigo y reciban los dones y las gracias del Espíritu Santo, porque en mi seno llevo a Dios y el Espíritu Santo está conmigo.
Pero las gracias se derraman de arriba hacia abajo. Por tanto, permanezcan unidos y en fidelidad al Sumo Pontífice, a la roca que representa a Cristo, sobre la cual se construye el Reino de los Cielos en la tierra, el hombre al que mi Hijo ha confiado su Palabra y su nombre, encomendándole la misión de llevar su reconciliación a todos los hombres del mundo por su misericordia: el Papa».
¡Muéstrate Madre, María!
VI, n. 49 y 50. REPARAR CON AMOR – CORAZÓN SACERDOTAL, CORAZÓN SAGRADO
SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (A)
EVANGELIO
Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la devoción a tu Sagrado Corazón está muy arraigada en el pueblo cristiano. Y es que necesitamos contemplarte en tu santísima humanidad, para darnos cuenta de que nos amas con corazón de hombre, y que te duelen nuestras ofensas cuando herimos tus sentimientos de hombre.
Esa devoción nos habla de reparación. Tu Corazón fue traspasado por la lanza cuando ya estabas muerto en la cruz, pero esa herida nos mostró tu gran amor por nosotros, al derramar las últimas gotas de tu sangre. De ahí brotaron los sacramentos, fuente de gracia y de amor. Eso es lo que nos produce alivio.
Tú nos invitas a acudir a ti cuando estamos fatigados y agobiados por la carga. Lo que más agobia es la carga de nuestros pecados, y el cargo de conciencia cuando no estamos cumpliendo como tú esperas de nosotros.
A veces pensamos que la carga que nos agobia es la cantidad de trabajo que exige el ministerio sacerdotal. Nos cansamos y agobiamos, y es comprensible. Pero es verdad también que muchas veces encontramos descanso cuando aligeramos a las ovejas de sus cargas a través de nuestro ministerio.
Eres tan bueno, Jesús, que nos concedes esas alegrías, y luego la recompensa en el cielo. Ese es nuestro descanso.
Señor, sé que debo reparar con amor, ¿cómo puedo ser dócil a mi conversión y contagiar a otros corazones?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: vengan, contemplen mi Corazón ardiente de amor, traspasado de dolor, desbordante de misericordia. Entren en él, y desde aquí contemplen mi rebaño.
Contemplen mi Corazón vivo y palpitante, y sientan calor y abrazo, seguridad y abrigo; y el tiempo detenido, gozo, alegría, paz, y un deseo de entrega total, para siempre, al experimentar el amor de mi Sagrado Corazón.
Y desde ahí contemplen el mundo y a los hombres que viven en el mundo, que es todo lo que yo amo y deseo atraer hacia mí.
No se turbe su corazón ni se acobarde.
Yo les doy la alegría de mi Corazón, para que hagan mis obras con la alegría y el amor de mi Corazón. Y voy a inflamar sus corazones de tanto amor, que podrán realizar todo lo que yo les pido, no con sus pocas fuerzas, sino con el poder y la fuerza de mi amor, para que su entrega sea total, porque solo por amor se puede dar la vida.
Yo los uno a mi Corazón para configurarlos conmigo, y apacentar yo mismo, a través de ustedes, a mis ovejas, y las haga descansar, y encuentre a la perdida, y traiga de vuelta a la descarriada, y cure a la herida, y robustezca a la débil, y cuide a la fuerte.
Nadie puede venir a mí si mi Padre, que me ha enviado, no lo atrae.
Mi Padre me ha concedido atraer a las almas a mí, a través de ustedes, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Ustedes son enviados a atraer a las almas a mí, a través de la misericordia y el amor derramado desde mi Sagrado Corazón, que es Carne, Sangre, Alma, y Divinidad, que es Eucaristía.
Desde ahí el amor ha sido derramado en sus corazones por el Espíritu Santo, que les ha sido dado, para que sean configurados conmigo, y pongan su fe por obra, y den fruto, y ese fruto permanezca.
Permanezcan acompañando a mi Madre al pie de mi cruz, para que regresen al amor primero, el amor que ha sido derramado desde mi Sagrado Corazón, que ha sido traspasado por el pecado, y al que yo les pido una entrega total.
Sacerdotes, apóstoles míos: no endurezcan sus corazones. Déjense amar por mí, recíbanme, déjenme entrar, que yo transformaré sus corazones de piedra en corazones de carne, para que sean sensibles como yo, para que sean compasivos y misericordiosos como mi Padre es.
No tengan miedo a ser heridos, porque cada herida los acerca a mí y los une en mi dolor, y ese dolor redime, y sana, y transforma.
Que sean sus corazones mansos y humildes, dóciles a la conversión, para que sean unidos a mi Corazón.
Que esa conversión contagie a otros corazones, para que sean tocados por mí y transformados en mi amor.
Que procuren la unión, que es así cuando todos los corazones están unidos al mío en un mismo cuerpo y un mismo espíritu, que será la unidad y la paz del mundo.
Déjense amar por mí y permanezcan en mi amor. Que mi Corazón sea su refugio permanente.
Vayan y anuncien que el Reino de los cielos está cerca, que es en cada corazón en donde empieza mi Reino.
Mi Corazón ha sido traspasado por el hombre hasta el centro, y es ahí, en la unidad con el Padre, por el Espíritu Santo, en esa Trinidad y por este Corazón, que ha sido expuesta al mundo la divinidad del único Dios verdadero, que por amor derrama su misericordia sobre toda la humanidad, para hacerlos hijos con el Hijo, coherederos de su Reino.
Es mi Corazón Sagrado fuente de misericordia.
Es mi Corazón Sagrado el centro del amor, la fuente del amor, que amó hasta el extremo al quedarse entre los hombres como alimento, como fuente de vida y de salvación.
Es mi Corazón Sagrado quien se entregó amando hasta el extremo a cada uno, exponiéndose y entregándose de una vez y para siempre.
Es mi Corazón Sagrado quien sufre el desprecio del pecado, de la indiferencia, del desamor.
Es mi Corazón Sagrado quien sufre la herida más grande, causada por la traición de un amigo.
A ustedes los llamo amigos. En la unción he dejado en sus manos el poder de transformar el pan y el vino, convirtiéndolos en mi Carne y en mi Sangre, quedando expuesto, para que me amen, para que me adoren, para que me entreguen. Pero quedo expuesto también, como mi Corazón, a la traición y al desamor. Y, aun así, me entrego yo.
Que por mi Corazón Sagrado sean ustedes sacerdotes santos.
Que sea mi Corazón Sagrado expuesto la prueba de mi amor y mi confianza en ustedes.
Que sea mi Corazón Sagrado fuente de luz, de calor y de vida.
Que sea mi Corazón Sagrado y Resucitado el refugio y la unidad de cada corazón que amo.
Reparen mi Corazón herido, ultrajado, y lastimado por ustedes mismos que dicen amarme, y que yo tanto amo, mis elegidos, mis más amados, mis sacerdotes.
¿Por qué no todos me aman?
¿Por qué no se compadecen de este doloroso Corazón que tanto los ama?
Al menos ustedes ámenme.
A ustedes, amigos míos, les entrego mi Corazón Sagrado. Repárenlo con su amor».
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Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: te ofrezco mi corazón, contrito y humillado, para que lo renueves, uniéndolo al tuyo. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: permanezcan en el Sagrado Corazón de mi Hijo, desde donde han sido bendecidos y cubiertos de la preciosísima sangre de Cristo, para ser protegidos y preservados de tentaciones y del pecado, para que se mantengan unidos a Él, unidos a mí, en un solo corazón.
El Sagrado Corazón, que está en la cruz y es traspasado por el dolor del pecado, es el mismo Corazón que, por transubstanciación, está en el altar y es Eucaristía. Y es traspasado por los que no creen en Él, por los indiferentes, por los fríos, pero, sobre todo, por los tibios.
La Eucaristía es el Corazón de la Santa Iglesia, a través de la cual se derrama el amor y la misericordia del Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz.
Configurarse con ese Corazón es configurarse con la Eucaristía en cada consagración, y mantener esa configuración toda su vida, porque ustedes son hostias vivas, la Carne y la Sangre de Cristo, que no es de este mundo, pero que vive en medio del mundo».
¡Muéstrate Madre, María!
10. DESCANSO PARA EL ALMA – EL YUGO DE LA PALABRA DE CRISTO
EVANGELIO DEL DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Soy manso y humilde de corazón.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: solo tú puedes decir con toda seguridad esas palabras: “aprendan de mí”, porque eres perfecto Dios y perfecto hombre. Es verdad que en tu Iglesia también ha habido hombres y mujeres santos, de los cuales también aprendemos, pero nosotros tenemos limitaciones y defectos, y debemos ser humildes.
Todos podemos aprender de ti meditando el Evangelio. En primer lugar, a través de tus palabras, que son palabras de vida eterna. Y, en segundo lugar, a través de tu vida, de tu ejemplo, de lo que nos cuentan los diversos pasajes de la Escritura.
Hoy nos pides tú mismo que tomemos tu yugo y aprendamos de ti. Y la lección es de mansedumbre y humildad. Me queda claro: tomar el yugo es someterse, es obedecer, es olvidarse de uno mismo para servir. Tú te hiciste obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y yo quiero aprender de ti a llevar el yugo suave de la obediencia total al Padre.
Jesús, yo quiero descansar en ti. ¿Cómo debe ser ese descanso?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo soy el Buen Pastor y a mis ovejas nada les falta.
En verdes praderas las hago reposar.
Las conduzco hacia fuentes tranquilas y reparo sus fuerzas.
Las guío por el sendero recto, por el honor de mi nombre.
Aunque caminen por valles oscuros nada temen, porque están conmigo.
Mi vara y mi cayado les dan seguridad.
Preparo una mesa ante ellas en medio de sus enemigos.
Yo unjo su cabeza con perfume y su copa rebosa.
Mi bondad y mi amor las acompañan todos los días de su vida.
Y habitarán en casa del Señor eternamente.
Yo soy el Buen Pastor y conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. Así como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre.
Yo doy mi vida por mis ovejas. Yo reúno a mis ovejas en un solo rebaño y con un solo Pastor.
Yo soy el Buen Pastor y doy mi vida por mis ovejas. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente, para recuperarla de nuevo.
Amigos míos: vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados por la carga y yo los haré descansar. Ustedes descansan recibiéndome. Yo descanso entregando mi amor. Mi Madre descansa entregándome a mis amigos.
Mi corazón herido descansa en ti cuando te lo doy, porque yo te lo doy y tú lo recibes para amarlo, para cuidarlo, para acariciarlo, para aliviar mis heridas, para repararlo.
Yo te entrego mi amor, tú lo recibes y me amas, y ese es mi descanso.
Yo descanso cuando entrego mi Cuerpo y mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad, en la Eucaristía. Ven y descansa tú conmigo, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Los mandamientos de la ley de Dios son como suave yugo que conduce por el buen camino, que los mantiene unidos a mí.
El yugo de mi Palabra es suave, porque la obediencia que yo les pido es en libertad. Cumplir los mandamientos y mantener mi Palabra los hace verdaderamente ser mis discípulos y conocer la verdad. Y la verdad los hará libres.
La libertad es descanso para el alma.
Descanso son los sacramentos.
Descanso es el confesionario y el altar.
Descanso es la oración.
Descanso es cumplir la voluntad del Padre.
Descanso es vivir la santidad.
Descanso es la unión en la Eucaristía, verdadera comunión.
Por la bondad de mi Padre, yo les digo que, a quien medite mi Palabra, le dará la inteligencia para comprenderla y encontrar la verdad, para que crean en mí y se conviertan, para que aligeren la carga del pecado, arrepintiéndose y pidiendo perdón, aprendiendo de mí, que soy manso y humilde de corazón, siendo buenos los unos con los otros, cumpliendo mis mandamientos, llevando a mí a las almas necesitadas, para que les dé mi paz, para que crean en mí, para que les conceda, en este mundo, la gloria de mi cielo, y en el otro, la vida eterna de mi resurrección».
Sacerdote mío: descansa en mí como yo descanso en ti.
Descansa en mí, pero nunca te canses de mí.
Descansa en mí, pero sigue caminando y construyendo mis obras.
Y cuando te canses, descansa en mí.
¡Ánimo! Yo he vencido al mundo. Yo renovaré tus fuerzas. Confía en mí y abandónate en mis brazos, y permanece en mí como yo permanezco en ti. No puedes nada sin mí, pero conmigo conquistarás el mundo entero, correrás sin cansarte y caminarás sin fatigarte.
Pero no vengas solo, tráeme a mis otros amigos. Yo les daré alivio, les daré descanso, les daré protección, les daré auxilio, les daré la compañía de mi Madre, belleza concebida sin pecado, inmaculada, santa y pura, para que Ella los enseñe a ser como yo, mansos y humildes de corazón, para que los lleve al abrazo misericordioso del Padre.
Eres mío, todo lo tuyo es mío, y todo lo mío es tuyo. Trae contigo a más de mis amigos, y yo les daré a mi Madre».
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Madre nuestra: nosotros también debemos aprender de ti. Eres el modelo perfecto, la Inmaculada, no hay en ti mancha.
Tú aprendiste directamente, por las lecciones que te daba el Espíritu Santo. También a través de todas tus experiencias de la vida de Jesús. Escuchabas y ponías en práctica todo, con la mayor perfección.
Y guardabas todo en tu corazón, para luego enseñarnos a nosotros.
Tú eres una madre buena, y abres tus brazos para recibirnos cuando estamos cansados y agobiados por la carga. Enséñanos a nosotros a ser un buen descanso para nuestros hermanos.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: te daré este tesoro: mi bondad.
Bondad para hacer el bien, también a los que hacen mal.
Bondad para transformar el mal en bien.
Bondad para comprender a los demás.
Bondad para ayudar a los necesitados.
Bondad para entregarte por completo a los demás.
Bondad para olvidarte de ti mismo y pensar en los demás.
Bondad para recibir la carga de los demás y hacer su carga ligera.
Bondad para construir las obras de Dios con amabilidad, generosidad y firmeza.
Bondad para comprender que solo Dios es bueno.
Puedes vivir desde ahora inmerso en la eternidad de Dios y de su bondad, viviendo en santidad, perfeccionando tus virtudes, cumpliendo lo que mi Hijo te manda para hacer su voluntad.
Pero hay que esforzarse, hay que luchar. La batalla es todos los días, no hay tregua ni descanso, pero el yugo de mi Hijo es ligero y suave. Entrégale tus trabajos, tus desvelos, tus molestias, tu debilidad, tu flaqueza, tu miseria, tu sueño, tu cansancio, y toda tu voluntad. Deja que Él se ocupe de ti y de tus cosas, mientras tú te ocupas de Él y de sus cosas.
Hijo mío: una gran misión te ha encomendado tu Señor, y serás fuerte en la medida que seas débil, y lo reconozcas, porque en Cristo está tu fortaleza. Pero no por eso dejes de luchar. Debes luchar todos los días, sabiendo que cuentas con la ayuda de Jesús, y que, cuando eres débil, eres fuerte.
Que no pase un día sin haber luchado, sin haberte esforzado por cumplir su voluntad. Porque, hijo, el tiempo de los hombres es limitado.
Orden, prioridad. Primero lo necesario, después lo importante. Lucha, lucha para conocer cuál es tu debilidad, y pídele a Jesús que te ayude, porque ese es tu mayor obstáculo para alcanzar la santidad.
Una gran carga hay sobre tus hombros, y una gran responsabilidad. Pero recuerda que es una carga ligera, porque no es tuya, es de aquel que la lleva: mi Hijo Jesucristo. Y tú, tan solo eres como el Cirineo.
Entonces, alégrate, porque ese cansancio de tu cuerpo alivia las heridas del Sagrado Corazón de Jesús, y repara el mío. Que esa sea tu motivación, tu seguridad, tu disposición a tu entrega.
Yo te abrazo, y te hago descansar con el yugo de Cristo, con la ternura de mis brazos y el amor de mi corazón de Madre».
VII, n.31. VIVIR EN LA HUMILDAD – DEJARSE AYUDAR
EVANGELIO DEL LA FIESTA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: san Francisco de Asís es un santo muy querido y venerado en todo el mundo. Es un gran ejemplo y modelo, entre otras cosas, de pobreza y de humildad. Su obra permanece dando fruto después de algunos siglos.
Una vida entregada y desprendida, con un gran afán de servir a la Iglesia y a las almas, siempre es muy atractiva.
Hoy nos encomendamos a su intercesión, y le pedimos especialmente que nos enseñe a imitarte a ti en tu humildad.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes, apóstoles míos: ustedes, que han sido perseguidos, humillados, ofendidos, calumniados, atacados, prisioneros, incomprendidos, heridos, injuriados, desterrados, alejados del mundo, ignorados o maltratados por causa de mi amistad, regresen al amor primero.
Ante mi trono póstrense en el suelo en un acto de humildad, suplicando que sea fortalecida su humildad, demostrando su fragilidad, su pequeñez, su necesidad ante la omnipotencia de Dios.
Pidan los dones y las gracias del Espíritu Santo, y recibirán mi fortaleza y mi poder para salir a conquistar el mundo para el Reino de Dios, que es a donde yo los he enviado, porque al mundo se le conquista con humildad.
Es la humildad alimento para el orgullo de sus adversarios, que engordan hasta ser consumidos por su propio orgullo en su egoísmo, y así ser destruidos. Porque sus adversarios, son también mis adversarios, y sus enemigos son también mis enemigos.
Permanezcan en mi amistad, permaneciendo en la virtud, viviendo en la humildad, practicando la humildad, obrando con humildad, sirviendo al prójimo.
Todo lo que pidan en mi nombre, les será concedido. Pidan humildad, porque es en la humildad que se desprecian para ser ensalzados; que renuncian a ustedes mismos, para que sea yo quien viva en ustedes; que se reconocen creaturas de Dios Padre, para ser hijos conmigo, y dar gloria eterna a Dios.
Y dispónganse a recibir un corazón suave, de carne, que sea humilde, para que sea humillado. Porque un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio.
Corazón humilde, corazón de niño, corazón santo. Sean ustedes como niños, sean ustedes sacerdotes santos.
Permanezcan en unidad, en la humildad del servicio, practicando en la virtud su ministerio, para que sean ustedes Cristos, alianza entre Dios y los hombres, para la unión indisoluble de los matrimonios, de las familias, de las comunidades, de la gran familia de Dios».
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Madre mía: tú eres Reina de la humildad, te reconociste esclava del Señor y, al mismo tiempo, dijiste a Isabel que tu espíritu se llenaba de gozo porque Dios puso sus ojos en la humildad de su esclava.
La humildad es la verdad, y en ese ambiente nació y creció tu Hijo Jesucristo, quien es especialmente nuestro modelo.
San Francisco y todos los santos nos enseñan a vivir esa virtud, pero todos han querido imitar a Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: enséñame a seguir los pasos de tu Hijo, aprendiendo de Él. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: es la humildad el principio de la unidad.
Demos gloria a Dios Padre porque ha mirado la humillación de su esclava, y ha enviado a su único Hijo al mundo para ser ejemplo, camino, verdad y vida desde su nacimiento.
Porque fue engendrado en el vientre y en el corazón de una humilde esclava del Señor, que lo recibió en el seno de una familia humilde, que creció bajo la custodia de la humildad de un padre que lo recibió como hijo, por obediencia.
Y siendo Dios, vivió como hombre entre las miserias de los hombres, dando ejemplo de virtud y de humildad, aunque en Él no había miseria alguna.
Y trabajó en una familia dando ejemplo, glorificando a Dios, sirviendo a los demás por medio de su trabajo, consiguiendo por providencia divina el sustento diario de manos de los hombres, a cambio de su trabajo.
Es en el servicio, hijos míos, en donde se demuestra la humildad, en donde reconocen los dones que Dios les ha dado para darle gloria por medio de su entrega en servicio a los demás.
Y fue ejemplo mi Hijo de unidad, viviendo en medio de una familia, unidos en comunidad.
Y fue ejemplo de desprendimiento y de renuncia a su voluntad y a sí mismo, al reconocerse Hijo de Dios entre las miserias de los hombres, entregando su vida para conseguir la misericordia del Padre, para el perdón de los pecados de los hombres y la salvación del mundo, para la gloria de Dios.
Y fue ejemplo de humildad en esa entrega en la que vio a los ángeles caídos del cielo por su soberbia, y al hombre manchado de pecado, por su orgullo y su egoísmo, siendo conquistado por la mentira en medio de la falsa belleza del mundo.
Y se entregó por causa de los hombres, que fueron creados para la gloria de Dios, quien hizo al hombre poco inferior a los ángeles, pero envió a los ángeles al servicio de los hombres, para que los hombres con los ángeles, y los cielos y la tierra, y todo lo creado, glorifiquen a Dios.
Y padeció humillado, y murió humillado, para resucitar glorificado, por la gracia de Dios.
Es en la humildad que se glorifica al Señor. Unan su oración a la mía, en una sola súplica, ofreciendo su vida para pedir al Padre la misericordia para ustedes, mis hijos sacerdotes, y la gracia de corazones contritos y humillados, para que permanezcan en la virtud de la humildad, alimentada por la fe, la esperanza y la caridad, para que se reconozcan pequeños, pecadores, frágiles, necesitados de la omnipotencia de Dios.
Hijo mío: la humildad es la virtud que te lleva al encuentro de la verdad. Jesús te ama más mientras más pequeño. La humildad, la sencillez, la generosidad, el amor con el que te desprendes de todo para entregarte a su misericordia; la confianza con que te abandonas en las manos del Padre en su divina providencia, y la docilidad que mantienes para dejar actuar al Espíritu Santo en tu corazón, dejando la puerta abierta para que actúe libremente en tu alma bien dispuesta.
Él ama todo de ti. Él es en ti. La misma cruz comparten. Configurado estás con Él, viviendo todo por amor y con amor. Lo has dejado todo por Él, y eso te hace parecerte más a Él, y no hay nada que ame más el Padre que a su propio Hijo Jesucristo. Por tanto, hijo mío, ¡alégrate conmigo!
Hay un hombre santo aquí, junto a mí, que su vida entregó para alabar y glorificar al Señor, dejándolo todo, soportándolo todo, incluso el rechazo de su propia familia, dando ejemplo de que la caridad debe ser primero que la eficacia, y que la bondad a toda soberbia sobrepasa. Su misión fue llevar la paz de casa en casa con alegría, con sencillez, cantando, amando, demostrando la grandeza de que ser un siervo inútil los hace ser instrumento perfecto. Aprende de él, encomiéndate a él.
La vida de san Francisco de Asís sea luz para ti y para todos aquellos que guías. Que interceda por la humidad y sencillez de cada uno, para que sepan hacerse pequeños como niños y disfrutar, amar y valorar la grandeza y la belleza de la creación de Dios en cada persona, en cada creatura, en cada ser vivo, en cada lugar de esta tierra y sepan ver la gloria de Dios en la naturaleza.
Proteger la vida no es solo cuidar a los no nacidos, sino proteger la creación de Dios, a todo ser vivo. Aprecia la belleza del mundo, hijo mío».
¡Muéstrate Madre, María!