26. SACRIFICIOS POR AMOR – MISERICORDIA Y NO SACRIFICIO
VIERNES DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO
El Hijo del hombre también es dueño del sábado.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 1-8
Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: “Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado”.
Él les contestó: “¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan solo los sacerdotes?
¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso cometen pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo.
Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Palabra del Señor.
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Señor Jesús: te lamentabas de que los fariseos se fijaran más en la letra de la ley que en la caridad. El sábado se hizo para el hombre.
¿De qué servía cumplir el precepto del sábado si no se hacía por amor? Eso es lo que tú reclamas, que les faltara amor.
Tú entregaste tu vida en la cruz por amor nuestro, y yo debo administrar tu misericordia a través del ministerio sacerdotal. Entiendo que debo sacrificarme contigo por amor.
¿Qué debo hacer para poder permanecer en ti, como tú lo haces en mí? ¿Cómo debo seguir tu llamado?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: reciban lo que yo quiero darles, aunque sea en sábado.
Si tan solo ustedes, mis amigos, comprendieran qué es lo que yo quiero: misericordia quiero y no sacrificios.
Misericordia es sacrificio hecho con amor, para el bien de otros, por amor a Dios.
Las obras y los sacrificios hechos sin amor no son agradables a Dios, no sirven para nada. La base de toda gran obra es el amor.
Pero toda obra de misericordia debe realizarse practicando las virtudes, con amor, uniendo sus trabajos y sacrificios al mío en mi cruz, que ese es el único sacrificio agradable al Padre, por el cual se ha derramado la misericordia para el mundo entero.
Mi misericordia es para todos, para los buenos y para los malos, para los ricos y para los pobres, para los justos y para los pecadores, porque todos son necesitados.
Comprendan bien, que no quiero holocaustos ni sacrificios, porque el Padre no los aceptaría. Quiero que se amen los unos a los otros como yo los he amado, con misericordia.
Yo me doy para amarlos y estoy con ustedes todos los días de su vida, en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad, en Eucaristía.
Y los alimento, y les doy de beber, y los visto, y los sano, los libero y les doy vida.
Yo soy alimento de vida y fuente de salvación.
Yo soy la resurrección y la vida; el que crea en mí, aunque muera, vivirá.
Yo enseño y aconsejo, corrijo y perdono, consuelo y sufro con paciencia sus errores.
Yo ruego al Padre por ustedes, mis amigos, para que los proteja del maligno; y por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí.
El que obre conforme a la voluntad de Dios y crea en mí, que apele a mi divina misericordia.
Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.
Sacerdotes míos, pastores del pueblo elegido de mi Padre: vuelvan al amor primero, atiendan mi llamado. No son ustedes los que me han elegido a mí, yo los he elegido a ustedes. Y ustedes han dicho que sí. Y me han conocido. Y me han amado. ¿Por qué ahora algunos se voltean y me dan la espalda?
No los he llamado para ser servidos, los he llamado para servir.
No los he llamado para vivir como hombres en el mundo; los he sacado del mundo para que renuncien a vivir los placeres de los hombres y del mundo.
No los he llamado para perdonar sus pecados, porque sus pecados ya han sido perdonados; los he llamado para salvar al mundo, para renunciar a ese pecado del cual los he liberado, y al cual ustedes quieren regresar; los he llamado a despertar. He roto las cadenas de la esclavitud: no vuelvan a ser prisioneros. Eso, amigos míos, se llama ingratitud.
No los he llamado para alimentarse y saciarse; los he llamado para alimentar a mi pueblo, para darles de beber del agua viva de mi manantial, para darles vida nueva.
No los he llamado para que se acomoden en la riqueza, en el placer y en el poder; los he llamado para que sean humildes y mansos de corazón, y así dirijan a mi pueblo como cabezas de cada rebaño, unidos a mi cuerpo, en el que la cabeza soy yo.
No los he llamado a trabajar para mí a cambio de un sueldo; los he llamado a servir a mi pueblo, para servirme a mí en la pobreza, en la castidad, en la caridad, en la obediencia y en el amor. Y ya les he dicho que su recompensa está en el Cielo.
Atiendan mi llamado. Vuelvan al amor primero. Vuelvan a contemplar mi rostro.
Conviértanse, arrepiéntanse, regresen y pidan perdón.
Sean ustedes compasivos y misericordiosos, como mi Padre que está en el Cielo es compasivo y misericordioso.
Amen ustedes como mi Padre los ha amado, hasta el extremo, entregando a su único hijo en sacrificio, para perdonar, para redimir, para salvar.
Sean ustedes como el Hijo que se entrega inmolado, como Cordero en sacrificio, para alimentar al pueblo elegido, y con su sangre apacentar la ira del Padre, transformándola en misericordia que perdona, que salva.
Sean ustedes como mi Padre y cumplan su voluntad, porque ustedes han sido creados por Él a su imagen y semejanza.
Acepten el auxilio de mi Madre, y déjense guiar hasta mí, para que me encuentren, para que me amen, para que cambien la tristeza de mis ojos por alegría, para que contemplen mi rostro, y regresen y permanezcan en el amor. Yo soy el amor, y ustedes son mis amigos, la tristeza y la alegría de mis ojos. Yo los envié al mundo, no para vivir en el mundo, sino para vencer conmigo al mundo.
Luchen con valentía contra las perversidades del demonio, sabiendo que tienen asegurada la victoria, pero sabiendo también que no hay victoria sin batalla.
Manténganse en el auxilio y la protección de mi Madre y en la unidad de mi Iglesia.
No caminen como ovejas sin pastor, caminen conmigo. Yo soy su Pastor y yo reúno a los humildes, y disperso a los soberbios de corazón.
He dejado un pastor sentado en un trono en la tierra, mientras yo estoy sentado en mi trono en el Cielo, a la derecha del Padre. El día ha de venir en que se levante el que está en el trono en la tierra, cuando venga yo de nuevo con la espada de la justicia. Manténganse en unidad en el rebaño del pastor en el que yo he confiado, y quien me dará cuentas de ustedes».
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Madre nuestra: tú nos has traído a Jesús a la tierra, y Él es la misericordia.
Su sacrificio en la cruz fue suficiente para pagar la deuda debida por nuestros pecados. Pero también nos dijo que el que quiera ser su discípulo debe renunciar a sí mismo y tomar su cruz de cada día.
A los hombres nos cuesta hablar de sacrificio, porque implica sufrir. Necesitamos la gracia de Dios para aceptarlo, conscientes de que debemos unirnos al sacrificio de tu Hijo.
¿Cómo entender bien esas palabras de Jesús sobre la misericordia y el sacrificio?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: he venido a enseñarte, para que aprendas, lo que quiere decir ‘misericordia quiero y no sacrificios’.
Quiero explicarte lo que pasa cuando contemplas al mismo Cristo pendiente de la cruz, suplicándote misericordia.
Mira hijo, los hombres no han entendido el misterio de la cruz, tienen miedo de participar con Él, porque tienen un rechazo natural al sufrimiento. Si ellos supieran –especialmente ustedes, mis hijos sacerdotes–, que todo el sufrimiento es causado por el pecado, y que todo el pecado ha sido concentrado en mi Hijo crucificado, se darían cuenta de que precisamente ese es el sacrificio: asumir todas sus culpas, morir, pagar sus deudas para darles vida, no solo en esta vida, sino en la vida eterna, en donde todo será alegría, porque la eternidad se vive en Dios y en su gloria. Eso, hijo mío, se llama misericordia.
Participar con Cristo es hacer sus obras. Unirse a la cruz no es sufrir, sino ayudar al que sufre; no es llorar, sino consolar al que llora, al que está triste; no es pasar hambre, sino alimentar; no es morir de sed, sino dar de beber; no es dar lástima, sino dar ejemplo heroico de santidad.
Eso es lo que mi Hijo ha venido a pedirte, eso es lo que ha venido a buscar. Quiere abrir tus ojos para que te des cuenta de que el dueño de todo es Él. Él es dueño de la ley. No hay nadie más grande que Él, no hay nadie a quien debas obedecer sino a aquel que te creó, que te dio la vida, que te amó primero, que te eligió y que te envió como profeta de las naciones a cumplir una gran misión: la consumación puesta en obra del amor de Cristo a su Iglesia. Eso es derramar su misericordia hasta la última gota.
Él es el principio y el fin. Su misericordia es infinita, hijo mío, pero Él ha derramado su sangre aquí, y en esa sangre está contenida esa misericordia.
Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre de misericordia.
La misericordia de Dios es para que alcancen la salvación, que es Cristo.
Él mismo instituyó el sacerdocio para continuar su obra redentora para cada uno de los hombres.
Por eso, hijos, sin sacerdote no hay Cristo y sin Cristo no hay salvación.
Es el sacerdote el administrador de la misericordia, para la salvación. Es el que la recibe y la entrega.
Yo misma no tengo ese poder. Solo el sacerdote configurado con Cristo lo puede hacer.
Recurran a la oración y a mis lágrimas para pedir misericordia.
Yo pido oración, sacrificio y consagración a mi Inmaculado Corazón.
Quiero que comprendan que el sacrificio que yo pido es por el amor, con el amor y en el amor, para servir a los demás.
Su nombre es Misericordia».
¡Muéstrate Madre, María!
VII, n. 32. CONFIAR EN LA MISERICORDIA DE DIOS – EL PODER DEL SACERDOTE
EVANGELIO DE LA FIESTA DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA
Misericordia quiero y no sacrificios
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 1-8
Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con Él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: “Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado”.
Él les contestó: “¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan solo los sacerdotes?
¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso cometen pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo.
Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: me alegra hoy celebrar la fiesta de Santa Faustina, a quien tú elegiste para que difundiera por todo el mundo la devoción a la Divina Misericordia, que en nuestro tiempo ha querido la Providencia que la tengamos especialmente presente, entre otras cosas, después de haber convocado el Santo Padre Francisco el Año de la Misericordia.
Se me viene a la mente tu imagen como Señor de la Misericordia, que pediste pintar para que fuera venerada en el mundo entero. Apareces vestido con una túnica blanca sencilla, con llagas en tus manos y en tus pies descalzos. Con una mano bendices y con la otra tocas tu pecho, del que salen rayos de luz blanca, que simbolizan el agua que justifica las almas, y rayos de luz roja, que simbolizan la sangre, que es vida del alma. Es imposible no pensar en tu corazón traspasado por una lanza, de donde sale sangre y agua.
Nos dejaste también, a través de ella, la devoción de la Coronilla, para pedir al Padre misericordia, por tu dolorosa Pasión, para nosotros y para el mundo entero.
Señor, yo quiero ser un apóstol fiel de tu Divina Misericordia. Enséñame.
¡Jesús, en ti confío!
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: la misericordia de Dios es darse como Padre a través del Hijo, para hacerlos hijos en el Hijo, y darles su heredad.
Quiero que se sepan hijos y quieran ser hijos, y que agradezcan la filiación divina, que es la más grande obra de misericordia del Padre, porque Él mismo se da a los hombres a través de mí.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.
Yo he ganado para ustedes, con mi vida, el derecho que los justifica y dignifica como hijos, y que los hace exclamar ¡Padre!, para que todos sean uno, como el Padre en mí y yo en Él; que sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Él me ha enviado.
No hay misericordia más grande que esa en la que el Padre mismo se hace al hombre, porque se da a través del Hijo, hecho misericordia, para darles todo lo que necesitan, y que a través de la oración le pidan, diciendo “Padre nuestro”, porque todo el que pide, recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre.
¿O acaso habrá alguno que, si el hijo le pide pan, le dé una piedra; o si le pide un pez le dé una culebra? Con más razón sabrán que el Padre les dará cosas buenas a sus hijos. Por tanto, la misericordia del Padre, que yo derramo en mi cruz, es su providencia divina, y ese es el derecho que yo he ganado para los hijos: el derecho de recibir la misericordia de su Padre.
Ustedes acompañen a mi Madre al pie de la cruz, y aprendan de ella a pedir misericordia para sus hijos, como ella la pide para mí, porque en mí están todos sus hijos, en un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Ustedes son conducto de mi misericordia, instrumentos para transmitir el amor de Dios a las almas. Reciban mi misericordia para que la transmitan.
Quiero que descubran el poder de intercesión que yo he confiado a ustedes.
Quiero que permanezcan en el silencio de la oración, orando al Padre por todas las almas.
Quiero que permanezcan en un encuentro constante conmigo, porque son míos.
Quiero que acompañen a mi Madre al pie de la cruz, pidiendo, recibiendo, escuchando.
Quiero que se abandonen en mis brazos crucificados, en una súplica constante al Padre, como pide mi Madre, por los méritos de su Hijo crucificado y mi corazón expuesto.
Quiero que permanezcan en mi Sagrado Corazón, porque es desde ahí la oración escuchada, la petición al Padre concedida, y la misericordia derramada.
La misericordia del Padre es tan grande que la da a todos los hijos, pero le da más al que necesita más.
La misericordia de Dios es infinita, y es para todos, especialmente para los más pecadores, porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
Miren a Faustina, apóstol de mi misericordia, y pidan su intercesión, para que nunca se cansen de transmitir misericordia, abandonándose en mi confianza, y soportando todo sufrimiento en la alegría de mi amor.
Amigo mío: confía en mí.
Misericordia es lo que he tenido contigo. Porque no me conocías, pero creíste en mí, y confiaste en mí; y estabas enfermo y yo te curé; y estabas en peligro y yo te cuidé; estabas perdido y yo te encontré, y te llamé por tu nombre, y viniste conmigo, y me entregaste tu corazón.
Yo te he sanado, te he curado, te he dado de comer y te he dado de beber, te he liberado de tus prisiones, te he dado casa, te he vestido, te he aconsejado, te he instruido, te he consolado, te he perdonado, te he corregido, contigo he orado, contigo he sufrido, te he amado. Tú me has conocido y me has amado.
Aprende qué es la misericordia, cómo se siente la misericordia, cómo se pide la misericordia, cómo se recibe la misericordia, cómo se vive la misericordia.
Pide misericordia para los que no saben pedir.
Pide misericordia para todos mis sacerdotes, para que sean convertidos sus corazones, para que sean corazones humillados, que sepan sufrir por el daño que me causan, que sepan arrepentirse, que pidan perdón, para que sean transformados en corazones suaves, vivos, ardientes, como el mío.
Pide al Padre que derrame abundantes gracias y misericordia sobre ellos, y les conceda entregarse a Él, por medio de obras de misericordia para todas las almas.
Porque la misericordia es para todos, para los buenos y para los malos, para los justos y para los pecadores, para los ricos y para los pobres, para los que se arrepienten y para los que no saben lo que hacen.
Misericordia es Dios abajado al hombre para elevar al hombre.
– es aceptar al hombre a pesar de sus miserias;
– es perdonar al hombre, a pesar de su culpa;
– es acoger al hombre a pesar de sus pecados;
– es compadecer con él;
– es llenarlo de lo que carece, transformarlo para hacerlo puro, para hacerlo santo, para que pueda llegar a Dios.
Misericordia es darse, es entregarse por medio del prójimo a Dios.
Reza el Rosario, porque a quien lo reza mi Madre lo acompaña y reza con él. Cada cuenta del Rosario es una súplica de misericordia en mi nombre. Y todo lo que pidan en mi nombre yo se los concederé. El que cree en mí, hará las mismas obras que yo.
Sacerdotes: yo soy el Hijo de Dios. El que crea en mí vivirá para siempre.
Es por mi culpa que he sido crucificado y muerto en la cruz. Porque he venido a compadecer las miserias de los hombres, y las he hecho mías, asumiendo la culpa de todos sus pecados; expiando, con mi pasión y muerte, todos los pecados; entregándome a los hombres y exponiendo mi corazón, para que sea saciada su sed con la sangre y el agua de mi Sagrado Corazón.
Para entregarme, para que sean alimentados con mi carne pura y santa, que nutre el cuerpo y el alma.
Para transformar su carne y su alma impura y corrompida por el pecado en carne incorrupta y en alma eterna en el último día.
¡Ay de ustedes los que creen que conocen al Hijo del hombre, y cuando Él venga no estén en vela!, porque, aunque corran asustados y llenos de miedo, y se escondan, mi justicia llegará hasta donde no hubo misericordia.
Sacerdotes míos: yo les digo que la misericordia de Dios es para todos. Pidan, reciban y compartan mi misericordia en los confesionarios, en el altar, en el ambón, en el bautisterio, en el hospital, en la cárcel, en la calle, en los hogares, y en todos los lugares.
Tengan misericordia para el desvalido, para el enfermo, para el hambriento, para el sediento, para el desnudo, para el preso, para los vivos, para los muertos.
Misericordia para el ignorante, para el que se equivoca, para el pecador, para el que está solo, para el que sufre, para el que necesita consejo, para el que está cerca, para el que está lejos.
Fortalézcanse en la oración, para que, por medio de la compasión y la misericordia, acojan a todas las almas y consigan conmigo la redención, para que lleven ustedes a todo el pueblo a la reconciliación con Dios.
Amigo mío, te diré lo que yo quiero: Misericordia quiero y no sacrificios».
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Santa Faustina: me alegro contigo en la fiesta que hoy se celebra en tu honor en el cielo, y pido tu consejo para vivir y ejercer mi ministerio con más confianza en la Divina Misericordia. Déjame entrar a tu corazón para escucharte.
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«Apóstol de Jesús, repite conmigo: Jesús en ti confío, Jesús en ti confío, Jesús, en ti confío.
Eso es todo lo que tienes que hacer para ser todo de Él. La misericordia derramada de su Sagrado Corazón también eres tú, apóstol de su amor. La misericordia de Jesús, el Hijo de Dios, es también cada instrumento que Él nos dio para administrar los sacramentos.
Tú eres, sacerdote de Cristo, misericordia infinita de Dios. Y la misericordia de la Madre de Dios quiere reunirlos a ustedes, instrumentos de Cristo, en torno a Ella, para que renueven sus compromisos, y sirvan con fidelidad y eficacia al Señor.
La misericordia de la Madre de Dios son sus benditas obras, para que conozcan al Hijo, y lo amen. Pero nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Ella ha sido bendecida por esa gracia que se le da a la gente sencilla. Por eso, a través de la Madre, es posible conocer al Hijo, sumergiéndose en la misericordia derramada del Sagrado Corazón del Hijo, gracia santificante y transformante que justifica y salva, luz radiante que ilumina y renueva, rayos brillantes que provienen de la sangre y el agua del corazón abierto, expuesto, en el costado de Cristo.
Tú eres como yo, apóstol de la misericordia divina. Y aquí estoy yo, para interceder por ti, y por todos los que entregan su vida acompañando a María.
Ustedes, los sacerdotes, instrumentos de la misericordia de Dios, necesitan primero recibirla, para poder conducirla a las almas, proveniente del Corazón de Dios. Pero si no están dispuestos y abiertos a la gracia, ¿cómo van a recibir la misericordia para llevarla a las almas?
Es necesario que los que son apóstoles recen, ofrezcan sacrificios y confíen en Jesús, como yo, intercediendo por aquellos que necesitan convertir su corazón.
Yo te invito, apóstol de Cristo, apóstol de su amor, a motivar al rebaño que te ha sido confiado a que recen con devoción la Coronilla a la Divina Misericordia, que la misericordia misma me dio.
Conseguiremos del cielo muchas gracias para aquellos que son instrumentos, pero están cerrados, y no conducen la misericordia de Dios, y no la aceptan tampoco para ellos, por lo que permanecen sumidos en sus miserias, perdidos en el olvido y en la indiferencia de tantos regalos cerrados que les ha dado Dios, y han despreciado.
Yo te aseguro, porque así lo ha prometido Jesús, que el Padre eterno, por la gracia del Espíritu Santo, y la intercesión de la Omnipotencia Suplicante de la Madre de Dios, que cada Coronilla rezada conseguirá para cada sacerdote su conversión, ya sea que el sacerdote la rece, o que la rece un alma con la recta intención de interceder por su conversión.
Yo te agradeceré que tú la reces. Conseguirás mucha gracia de Dios, aunque no te des cuenta.
No sabes todavía la eficacia tan grande que tiene esa oración, pero yo sí lo sé, a mí me la dio, y desde el cielo yo veo lo que a través de ella hace el Señor. Él te da su poder para expulsar demonios, para convertir corazones, atravesándolos con la espada de dos filos.
Yo te amo a ti, Cristo vivo, y te digo: cuenta conmigo. Yo en ti confío».
¡Muéstrate Madre, María!