21/09/2024

Mt 13, 18-23

35. TIERRA BUENA, TIERRA DE MARÍA - DEFENDER LA VERDAD

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Los que oyen la palabra de Dios y la entienden, ésos son los que dan fruto.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 13, 18-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Escuchen ustedes lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.

Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.

Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.

En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto; unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta”. 

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la parábola del sembrador habla de la disposición del corazón para recibir tu Palabra. Y, en función de eso, qué tanto fruto podrá dar.

Los sacerdotes debemos tener buena disposición, ser tierra buena, igual que todos, pero también debemos ser buenos transmisores de tu Palabra, la semilla, para suscitar entre las almas esa buena disposición.

Lo bueno, Jesús, es que, como tú eres la Palabra, el Espíritu Santo se encargará de ayudarme a ser un buen transmisor, un buen sembrador de esa semilla en las almas. Yo quiero ser dócil a sus inspiraciones para cumplir bien con mi ministerio.

Es una tarea difícil, cansada, pero sé que cuento con la gracia de la vocación para superar todo, además del esfuerzo que debo poner para alimentar con mi oración todo mi trabajo sacerdotal. Quiero ser buena tierra. Sé tú, Jesús, mi sembrador.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: tú eres mío, y hasta tu cansancio me pertenece. Ven, que yo te aliviaré.

 Tú escogiste la mejor parte, y a pesar de tu cansancio, de la humillación, de la angustia, de la incomprensión, de la soledad, de tus pocas ganas; a pesar de ti, no te será quitada.

Yo conozco todo de ti, y te llevo en mis brazos cuando ya no puedes más. Yo te protejo, y protejo el tesoro que llevas dentro, como a un niño en el vientre de su madre, que fue engendrado, y se alimenta, y crece, porque ella dijo sí y está dispuesta. Lo demás lo hago yo.

Ha sido escuchada tu oración, porque yo te tenía consagrado desde antes de nacer, y ya te conocía; y profeta de las naciones te constituí. Y por tu disposición, ha sido sembrada la semilla, en la tierra estéril que no había dado fruto, y que yo he hecho tierra fértil y fecunda: tu corazón, que dará mucho fruto, a imagen del Hijo único de Dios, que se hizo hombre.

Yo te pido que cuides bien la obra que Dios ha hecho en ti, que la protejas con tu vida, que reces por ella, para que la alimentes y la hagas crecer, para que dé frutos, y esos frutos permanezcan. Y, aunque no todos los frutos verás, continuarán de generación en generación. Yo te pido oración y disposición. De todo lo demás me encargo yo.

Amigo mío: permanece en mi amor, tu oración es agradable al Padre, sé generoso.

 Yo cumpliré mi promesa. No te dejaré. Sigue dispuesto a recibir mi gracia, con el corazón encendido con el fuego de mi amor, enciende tú el celo apostólico de tu vocación, entrégate y acompaña a mi Madre.

Sacerdotes, Pastores míos: este es un llamado de amor.

Reciban la misericordia de Dios.

Escuchen mi Palabra.

Enciendan sus corazones y manténganse unidos como Pastores de un mismo rebaño, como ovejas de un mismo Pastor.

Sean ovejas y sean Pastores.

Sigan a su Pastor y déjense guiar por mí. Yo soy el buen Pastor.

Sean mansos y humildes de corazón, para que sean dóciles a mi Palabra.

Yo soy el sembrador.

Yo siembro la semilla en tierra fértil. Defiendan con celo lo que yo he sembrado en ustedes. No dejen que sea robado el tesoro que llevan dentro: su vocación.

El demonio es el que siembra duda. Yo siembro amor.

El demonio es el que siembra miedo. Yo siembro temor de Dios.

El demonio es el que los hace débiles. Yo los fortalezco en la obediencia y en la confianza.

Mantengan firme su fe.

El que tenga oídos que oiga y atienda mi llamado».

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Madre nuestra: el Espíritu Santo fecundó tu vientre, como tierra buena, digna morada del Verbo de Dios, de quien ha venido para todos los hombres un fruto abundante.

Eres la tierra más pura y fecunda: tierra de María. Tierra buena y fértil, en donde no puede ser sembrada la cizaña.

Tus padres dieron a luz a la Pureza, a la Belleza, a la Inmaculada, a la Siempre Perfecta y Virgen, a la Estrella de Mar y Reina del Cielo y de la Tierra, a la Niña y a la Madre, que guardaría la inocencia y el amor, para ser el Arca en donde se guardan los tesoros de Dios.

Fuiste una niña que creció en el seno de una familia. Después fuiste la Madre que daba a luz y hacía nacer, alimentaba y hacía crecer al fruto bendito de su vientre, por el que todas las naciones serían reunidas, por el que se harían nuevas todas las cosas, por el que los hombres alcanzarían la gloria de Dios.

Entiendo muy bien que en aquella visita familiar a tu prima Isabel tu alma exultara de gozo, dando gracias a Dios, mientras ella bendecía al fruto de tu vientre.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: intercede por mí para que sea tierra buena, y dé fruto abundante para la familia de Dios, que es tu Iglesia. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: mi Hijo Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es la Palabra, y la Palabra es la semilla. De la semilla brota la vida de los hombres. La Palabra está viva. El fruto que proviene del desarrollo provechoso de su vida no depende totalmente de la semilla, sino de la transformación de esa vida que de la semilla brotó, y del trato que se le dio, del alimento necesario para su desarrollo y su crecimiento, del agua, y las condiciones del ambiente en donde se encuentre, y de lo que crece a su alrededor. Todo influye y afecta positiva o negativamente la cantidad y la calidad del fruto que ha de dar. Por tanto, depende de cada uno cuidar la vida que Dios le dio.

No solo del sembrador, sino de los obreros de la mies, depende el fruto cosechado para Dios. Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, que son los obreros de la mies del Señor, afecten positivamente todos los ambientes.

Les está ganando terreno la cizaña, y ya saben que mi Hijo Jesucristo no les permitirá arrancarla. Por tanto, deben, como yo, con la planta de sus pies pisarla, aplastarla, para evitar que a la buena planta le quiten el sol, le hagan sombra, le roben el alimento y el fruto, el ciento por uno, que espera el Señor.

Tú eres, hijo mío, con Él, sembrador y obrero de la mies de tu Señor. Aprovecha el instrumento que se te dio, para hacer productiva la cosecha, y le des frutos buenos, maduros y dulces, los mejores que ha dado la tierra que Él te dio.

Yo bendigo a mi Señor por su misericordia, y le pido para ustedes fe, esperanza y amor, a través de la Palabra de Dios.

Y a ustedes les pido que tengan la disposición a la oración, para recibir al Espíritu Santo, que les recordará todas las cosas.

Dios realiza sus obras desde lo más pequeño, pero en lo más sagrado: el seno de una familia. Es por eso que la familia es tan atacada por el enemigo, y es ahí en donde siembra la cizaña.

Yo realizo mis obras en el seno de la familia de Dios: la Santa Iglesia, de la cual yo soy Madre, y Cristo es cabeza.

Yo intercedo para que mis obras den frutos en abundancia, para alimentar y hacer crecer a cada una de las obras más perfectas de Dios, que son ustedes, mis sacerdotes; para que ustedes mismos reconozcan que han pecado, y se arrepientan, y pidan perdón a Dios, poniendo en Él su esperanza. Todo ha sido escrito ya y se cumplirá hasta la última letra.

El campo ha sido sembrado por la mano del Señor, la semilla tiene vida y la tierra es fecunda.

Yo les doy este tesoro de mi corazón: mi constancia.

Constancia para perseverar en la fe, en la esperanza, pero sobre todo en el amor.

Constancia para que, con motivación, voluntad y esfuerzo, cumplan con su misión hasta el final.

Constancia para que me acompañen a construir, edificar, realizar y dar mucho fruto, para la gloria de Dios.

Yo los bendigo».

¡Muéstrate Madre, María!