50. EN LA BARCA DE PEDRO - LA MANO DE DIOS QUE SOSTIENE Y SALVA
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Mándame ir a ti caminando sobre el agua.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 14, 22-36
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.
Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!”. Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.
Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!”. Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.
Palabra del Señor.
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Señor Jesús: estamos acostumbrados a considerar la barca de Pedro como una figura de la Iglesia. Tantos pasajes del Evangelio que nos hablan de esa barca, en donde navegamos todos, y en la que se suceden milagros, pescas milagrosas.
Hoy consideramos a la Iglesia como una barca que flota sobre un mar embravecido, de grandes olas, y se estremece entre la turbulencia de fuertes vientos que la golpean sin piedad, y parece que se hunde. Pero sabemos que está fuertemente protegida: es casa de oración y está cubierta por el manto de María.
A pesar de la tormenta, la barca flota, y se mantiene firme sobre las aguas.
Señor, ayúdame a meditar eso en mi corazón, y a ser muy fiel a la columna principal sobre la que se mantiene de pie la Iglesia –a pesar de las olas y los vientos fuertes–, que es el Papa, quien, con su fe, con su humildad, y sus oraciones, sostiene la fe de las demás columnas.
Él también permanece con la puerta abierta, invitando con insistencia a todos a subir a la barca. Dame la fe para poder caminar sobre el agua, para, con esa fe, lograr que muchos se suban y no se pierdan, para que tengan guía, y no caminen como ovejas sin pastor.
Y ayúdame también para mantenerme muy fiel a mi ministerio, aunque vengan las tormentas y dificultades en mi vida, confiando en que siempre me tenderás la mano, para sostenerme y salvarme.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo te mandé venir a mí, y tú, por tu fe grande, caminaste sobre las aguas sin miedo, sin detenerte, hasta llegar a mí. Y yo te abracé y te subí a mi Barca, que son las siete Iglesias reunidas en una sola Iglesia.
Yo te mando a seguir caminando sobre las aguas, sin miedo, para que fortalezcas tu fe, a través de tus obras de amor y de misericordia, sirviendo al Papa, y así él, a su vez, extienda mi mano y mi salvación a todas las almas, para que confíen en que él es Pedro, y sobre esa roca yo construyo mi Iglesia.
Algunos de mis sacerdotes son hombres de poca fe, que dudan y se ahogan, y necesitan ser rescatados para que fortalezcan su fe y, cuando yo vuelva, encuentre esta fe sobre la tierra.
Yo sigo presente en mi Iglesia, a través de mi mano extendida, que ayuda, que sostiene, que salva. Es la voz de mi Vicario, quien da ánimo a los corazones intranquilos, para que no tengan miedo, porque aquí estoy yo para salvarlos.
El llamado que yo les hago a ustedes, a cada uno de los que mi Padre me ha dado y a los que el Espíritu Santo ha configurado conmigo por el don de la vocación al sacerdocio, es el don más grande de mi Corazón.
Yo les he pedido que dejen todo, también sus seguridades, y vengan conmigo. Pero el don es tan grande, que no son ustedes los que me han elegido, sino que soy yo el que elige a cada uno de ustedes, para que en ustedes sea yo. Tan grande así es el don.
Todos ustedes han sufrido un momento, o muchos, de duda. Y luego se avergüenzan y sufren por la culpa, cuando descubren esta verdad en un encuentro cara a cara conmigo, y me prometen fidelidad. Se postran para jurarme entrega total, y ofrecerme su amistad. Y yo digo sí, porque mi sí es eterno, infinito, y mi mano la extiendo para sostenerlos cuando se dan cuenta de que el que los ha elegido es el Hijo de Dios.
El Espíritu Santo ha infundido en ustedes el deseo de descubrir en este sí su alma sacerdotal, y la mía unida a ustedes. Y lo que descubren es su indignidad y su pequeñez, pero también su poca fe. Pero yo estoy aquí para salvarlos, asegurándome de que cumplan sus promesas.
La alegría que viven ese día de su Ordenación es inmensa, porque adquieren mis mismos sentimientos en una sola configuración con Cristo Buen Pastor, hombre y Dios. Y, animados, caminan con esa alegría cuando son enviados a cumplir los ministerios encomendados, exultando de gozo desde el primer día.
Pero luego vienen las tormentas, los vientos fuertes, los problemas que el mundo les presenta, para confirmar su fidelidad, para mantenerse en mi amor y mi amistad, dándose cuenta de que solos nada pueden. Yo extiendo mi brazo para rescatarlos, para perdonarlos, para convertirlos, para confirmarlos en la fe, y conservarlos en mi amor y en mi amistad.
Ustedes tienen mi poder, pero, por su falta de fe, muchos ni cuenta se dan. Caminan con valor, pero la duda les infunde terror y se hunden en el mar de la soberbia. Y algunos se ahogan, porque yo quiero salvarlos y no me dejan.
Yo les pido que me vean, y crean, para que, renovando su alma sacerdotal, regresen al amor primero conmigo, como el primer día, en el que se entregaron a mí como siervos y yo los llamé amigos. Ahí tienen a mi Madre, ella sostiene mi brazo.
Amigo mío: yo confío en ti y en tu fidelidad. Cumple tus promesas. Sigue caminando, no te detengas. Aunque los vientos sean fuertes, aunque haya grandes tormentas, aunque la oscuridad de la noche te impida ver el camino, aquí estoy. No soy un fantasma, yo soy de carne y hueso, verdadero hombre y verdadero Dios. Toma mi mano y dale seguridad a tu rebaño. No tengas duda en que yo aprendí a hacerme obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Lo que mi Madre pida, haré. Y eso mismo harás tú.
Hagan ustedes, mis amigos, lo que tengan que hacer, para subirse a la Barca. Es a mi Madre a quien ustedes deben reconocer. Los medios se les han dado, la ayuda la tendrán, y nada les faltará. Pero, aunque la mano de Dios esté extendida, se necesita la disposición, y la acción de su mano extendida, tomando la mano de Dios.
No tengan miedo. Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».
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Madre mía: yo te pido que, con tu auxilio e intercesión, el Papa fortalezca su fe, porque él camina sobre las aguas mientras ora a tus pies, pidiendo como un niño pide a su madre, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, mientras tus hijos suplican con grito desesperado: ¡sálvanos, Señor!
Madre, yo pido tu auxilio:
– para que tu Hijo, a través de su mano extendida, derrame sobre todos misericordia;
– para que nos sostenga y nos mantenga seguros en la barca;
– para que abramos los ojos y nos postremos, reconociendo y adorando al Hijo de Dios, que está al centro de la barca, y que es el corazón de la Iglesia, y es Eucaristía;
– para que se calme el viento, y el mar recupere la paz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ¿por qué tienen miedo? ¿De qué se preocupan? ¿Acaso no estoy yo aquí que soy su madre? ¿Tienen necesidad de alguna otra cosa?
Tómense de la mano que, con amor y misericordia, extiende mi Hijo para ustedes, a través de la oración y de la contemplación en mi compañía, y encontrarán el camino más directo y más seguro de vuelta a la casa del Padre.
Yo les aseguro que después de la tormenta vendrá la calma.
Yo les llevo el auxilio de la mano de mi Hijo, dándoles de comer cuando tienen hambre, y dándoles de beber cuando tienen sed; vistiéndolos cuando están desnudos, y visitándolos cuando están enfermos.
Yo los acojo cuando son peregrinos, y los visito cuando están presos.
Yo los asisto en la hora de su muerte.
Yo enseño al que no sabe, y doy buen consejo al que lo necesita.
Yo corrijo al que se equivoca, y perdono al que me ofende.
Yo consuelo al que está triste, y sufro con paciencia sus defectos.
Pero, sobre todo, y en primer lugar, ruego por los vivos y los muertos.
Yo les llevo la misericordia de Dios con mi intercesión de Madre y las oraciones y obras de tantos hijos míos que me acompañan, y que, a través de sus testimonios de vida, ayudan al fortalecimiento de su fe».
¡Muéstrate Madre, María!