54. MOVER MONTAÑAS – VENCER LAS DIFICULTADES
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Si ustedes tienen fe, nada les será imposible.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 17, 14-20
En aquel tiempo, al llegar Jesús a donde estaba la multitud, se le acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo: “Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido curarlo”.
Entonces Jesús exclamó: “¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráigame aquí al muchacho”. Jesús ordenó al demonio que saliera del muchacho, y desde ese momento éste quedó sano.
Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?”. Les respondió Jesús: “Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ‘Trasládate de aquí para allá’, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: le reclamas a tus discípulos su falta de fe. No pudieron echar fuera al demonio por esa razón. Y la fe se adquiere como fruto de la gracia, igual que la esperanza y la caridad. Las tres virtudes son imprescindibles para cumplir bien con la misión apostólica.
No se trata solamente de arrojar demonios, sino de adquirir una plena identificación contigo, adquiriendo vida sobrenatural, haciendo obras de fe, de esperanza y de amor.
Jesús, yo confío en ti, quiero llenarme de ti para poder ser un buen instrumento tuyo, y arrojar demonios, y sanar enfermos, y predicar el Evangelio a toda creatura. Y administrar el sacrificio de tu Cuerpo y de tu Sangre, para dar vida eterna.
Fortalece mi fe, mi esperanza y mi amor, para llevar a todos tu misericordia.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes míos: si tuvieran fe, no solo moverían montañas, sino corazones.
Si tuvieran esperanza, no solo caminarían sin descanso y con alegría, sino que se entregarían en mis brazos en la seguridad de mi encuentro.
Si tuvieran amor, no les faltaría nada.
Pastores míos: vivan su fe, para que crean en mí.
Prediquen mi Palabra llevando esperanza, viviendo en la esperanza de mis promesas.
Practiquen el amor, sirviendo con toda su voluntad entregada en la voluntad de mi Padre, actuando con caridad.
Ustedes que dicen amar a Dios sobre todas las cosas, crean, y confíen en el amor.
Ustedes que dicen tener fe en Dios, crean y confíen en mi amor.
Ustedes que dicen esperar en mí, crean y confíen en que yo soy Dios todopoderoso y eterno.
Y cuando sientan que su fe se apaga, confíen en mí.
Y cuando sientan que su esperanza se acaba, confíen en mí.
Y cuando sientan que su amor se enfría, confíen en mí, y llámenme, y pídanme, y reciban mi amor, y yo encenderé sus corazones para que crean en mí, para que esperen en mi amor, para que amen conmigo.
Yo soy el amor. Yo soy el camino, la verdad y la vida.
El que cree en mí no se pierde, camina por camino seguro, vive en la verdad y en la alegría.
En la dificultad, confíen en mí. Y en la oscuridad, confíen en mí. Y en el dolor, confíen en mí. Y en medio de la tentación, entréguenme su voluntad y confíen en mí.
Y cuando su confianza se debilite, manténganse en mi amor, y yo fortaleceré su fe y les devolveré la esperanza.
Una sola cosa les pido: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ustedes mismos. Entonces serán ejemplo, y los admirarán, y los seguirán.
Pero déjense seguir y déjense alcanzar, y demuestren mi amor en la compasión y en la misericordia, viviendo en la sencillez y en la alegría.
Para que sean como yo, y vean con mi mirada; y escuchen mi voz, y hablen con mi Palabra, y caminen en mi camino.
Para que los vean, para que los escuchen, para que los sigan, para que me encuentren, para que me conozcan, para que me amen, para que nunca más se pierdan, para que se arrepientan y pidan perdón.
Y entonces demuestren ustedes mi amor por medio de mi misericordia, y perdonen, y sanen, y expulsen demonios, y absuelvan, y salven».
+++
Madre mía: el relato del pecado original en la Sagrada Escritura nos presenta esa caída como consecuencia de la soberbia, del hombre que se quiere hacer igual a Dios. El demonio, el enemigo de Dios, solo quiere separar al hombre de su creador, y su arma es el engaño, deslumbrando con el atractivo de las cosas del mundo.
Y el remedio, para sanar esa herida del pecado, fue la humildad de Dios, que se hace hombre; y la humildad de la creatura, que se reconoce esclava del Señor.
Los sacerdotes tenemos la misión de arrojar demonios, en nombre de Jesús, pero necesitamos fe y, sobre todo, la fortaleza de la humildad, para ganar todas las batallas.
Ayúdanos, Madre, para que sepamos reconocer nuestra debilidad, reconciliándonos con Jesús, quien es el que nos da la fuerza.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: ¿qué escándalo más grande puede haber, sino la cruz de Jesús?
Pues yo les digo que, aun a quienes causaron ese escándalo, crucificando a Jesús, Él los perdonó. Y yo también los perdoné. Perdónenlos ustedes también.
A algunos de ustedes, mis hijos sacerdotes, les falta fe. Yo pido la fe que les falta, para entregarse totalmente y con confianza en la cruz de su Señor, sabiendo que Él murió, y todos mueren en Él; pero que resucitó, y todos resucitarán también.
El demonio busca someter a mis sacerdotes y obispos. Por eso estoy aquí, porque los amo y quiero protegerlos; porque mis hijos, los laicos, merecen no ser arrastrados con ellos al fuego del infierno.
¡Ay de aquellos que crucifican al Vicario de Cristo, aunque sea con la lengua, con el pensamiento, provocando división, escándalo, entre los más sencillos del pueblo, y los hagan caer en la tentación de herir con el filo de la navaja de la traición a mi Hijo Jesucristo, con quien él está configurado como Buen Pastor!
Y cuando esos de los que les hablo son sacerdotes u obispos, que han jurado entregar su vida al servicio de Dios, sufre mi corazón y el Corazón de Cristo. Son sus amigos, y son mis hijos predilectos, los elegidos de Dios para llevar al mundo su misericordia a través del perdón.
Yo piso la cabeza de la serpiente, pero es Cristo quien tiene el poder y los hace a ustedes fuertes.
Ustedes tienen abiertos los ojos del alma, que son más fuertes que los ojos del mundo. Es el Hijo que llevo en mi seno el que, con su luz, cega los ojos del mundo, para abrir a la gracia los ojos de su alma, y que puedan verlo con su majestad y poder; y que puedan sentirlo con su amor y su paz; y que puedan creer en Él, y fortalecerse en Él, y vivir en Él, como Él vive en ustedes.
Entonces tendrán el poder de Él para vencer al enemigo, expulsando a los demonios, y para beber su veneno sin que les haga daño, ganando todas las batallas. Porque sobre Él no tiene ningún poder.
Aliméntense con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que fortalezca su debilidad, y engrandezca su pequeñez, para que lo que Él ha sembrado en ustedes crezca y dé fruto bueno en abundancia.
Hijos míos: el hombre ha sido creado para el bien, porque ha sido creado a imagen y semejanza del que es el Bien. Y el bien hace siempre el bien.
Pero el hombre ha sido creado débil, para que su Creador, que es todopoderoso, lo llene y lo fortalezca, y juntos sean una sola cosa.
Pero ha sido creado en libertad, y en esa libertad se le ha dado la voluntad y el querer, para que libremente quiera entregar esa voluntad en humildad, reconociendo su pequeñez y su debilidad, para que el que todo lo puede lo haga crecer, fortaleciendo esa voluntad con su luz, cegando los ojos del mundo y develando los ojos del alma.
Entonces, hijos míos, la fortaleza está en la humildad de reconocerse débiles y frágiles, tentados y pecadores, necesitados de Dios, pequeños e indignos, pero como hijos agradecidos y entregados a su bondad y a su misericordia.
Yo piso la cabeza de la serpiente, pero ella ya ha regado su veneno. Yo ruego por ustedes para que la soberbia no los domine, para que Dios aumente su fe y su humildad, para que sepan reconocerse y arrepentirse, y tengan el valor de acudir a la reconciliación y a la amistad de Cristo.
Compadézcanse del dolor de mi corazón».
¡Muéstrate Madre, María!