VII, n. 30 DEJARSE AYUDAR POR EL ÁNGEL CUSTODIO – BIEN ACOMPAÑADOS
EVANGELIO DE LA FIESTA DE LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS
Sus ángeles en el cielo ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 1-5. 10
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”.
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: en la Sagrada Escritura aparecen muchas veces los ángeles, cada uno con una misión concreta, sirviendo a Dios y a los hombres.
Es un gran consuelo saber que todos tenemos a nuestro ángel custodio, quien tiene la misión de acompañarnos para ayudarnos a llegar al cielo al final de nuestra vida.
Él se encarga de hacerme presente lo que Dios quiere de mí, pero debo estar atento, escucharlo y ser muy dócil.
El problema, Jesús, es que a veces no lo tengo presente, y desaprovecho esa ayuda.
¿Qué debo hacer, Señor, para aprovechar mejor esa protección?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: obediencia a Dios, y fidelidad, como sus ángeles del cielo.
Recuerden que ustedes tienen compañía. Porque Dios ha amado tanto al mundo, que envió a su único Hijo para hacerlos suyos a todos. Y antes de enviar a su Hijo, envío a sus ángeles buenos, destinando uno para cada alma que vive en el mundo, para cuidarlos, para protegerlos, para ayudarlos, para guiarlos hacia la salvación, para conducir las gracias, para mantenerlos en la obediencia y en la fidelidad, para enseñarles el camino para regresar al Padre.
Y aunque los hombres no los recibieron, y no vieron y no oyeron, ellos obedecieron, y permanecieron junto a los hombres para cumplir su misión. Y oraron al Padre suplicando misericordia, porque los hombres se habían olvidado de Dios.
Pero los ángeles no fueron suficiente. Y así Dios se hizo hombre, para abrirles los ojos y los oídos a los hombres, para tocar sus corazones, para salvarlos y mostrarles el camino para regresar a Dios. Pero los hombres no lo recibieron, y no vieron y no oyeron, y lo rechazaron y lo desterraron crucificándolo.
Y el Hijo del hombre, que es Hijo de Dios, fue obediente hasta la muerte, por amor al Padre y a los que el Padre tanto amó. Y se hizo ejemplo para los hombres y para los ángeles, y se hizo camino y verdad y vida.
Son los ángeles enviados a los hombres como expresión del amor de Dios. Reciban y obedezcan a su ángel, amigos míos, que es quien los cuida y es quien los guía. Acepten su protección, y entiendan cuál es su misión. Es en la obediencia en donde se demuestra la disposición y la entrega a la voluntad de Dios.
Los ángeles custodios han sido enviados por mi Padre por delante de cada uno de los hombres, para cuidarlos en el camino. Pero los hombres deben ser dóciles y dejarse ayudar y guiar, deben respetarlos y obedecerlos, porque el celo por la casa de mi Padre los devora.
El Padre ha enviado a sus ángeles por delante para que con ayuda del Espíritu Santo ustedes, mis sacerdotes, fortalezcan su fe y renueven sus compromisos, porque todo el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama».
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Enséñame, Jesús, a obedecer, y a cumplir tus deseos, como el ángel que te acompañó y te cuidó desde que estabas en el vientre de tu Madre.
Habrá sido un ángel hermoso, que permanecía junto a ti. Te contemplaba y te adoraba. Y metido en sus recuerdos imagino que me susurra al oído, hablándome de ti:
«Yo lo acompañé y lo cuidé desde que estaba en el vientre de su madre.
Lo vi nacer y lo arrullé.
Jugué con Él y lo vi crecer.
Lo protegí y lo aconsejé.
Le serví y le obedecí.
Lo amé y lo adoré.
Lo acompañé en su caminar y lo ayudé a descansar.
Lo consolé y lo acompañé cuando todos lo abandonaron.
Y permanecí en obediencia al Padre, permitiendo la entrega del Hijo de Dios a los hombres, en obediencia al Padre.
Y consolé aquel Niño que arrullé y que cuidé, que vi crecer y que tanto amé.
Y lo vi ser traicionado, atacado, azotado y calumniado.
Y lo vi ser burlado y coronado con espinas.
Y lo vi tomar una caña en lugar de un cetro.
Y lo vi confirmar ser el Rey de su Reino que no es del mundo.
Y lo vi soportar y callar.
Y lo vi entregarse en manos de los hombres, por amor a los hombres.
Y lo vi colgar de una cruz, con su carne destrozada y su sangre derramada.
Y Él estaba a mi cuidado y yo sabía que Él era el Hijo de Dios.
Y todo el cielo adoraba a Dios, sosteniendo con alabanzas al Hijo de Dios hecho hombre, muerto por los hombres.
Y lo acompañe al sepulcro y de ahí a los infiernos.
Y lo vi triunfar y lo vi surgir de entre los muertos, y lo vi vencer al mundo y subir al cielo y sentarse a la derecha del Padre, quien lo coronó de gloria con el Espíritu Santo.
Y lo vi permanecer con los hombres, en cada entrega, en cada cruz, en cada ofrenda, en cada Eucaristía. Es en la obediencia que se glorifica a Dios».
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Madre mía, Reina de los Ángeles: yo, tu sacerdote, agradezco la ayuda que me presta mi ángel custodio para mantenerme en el camino de la sencillez y de la humildad, haciéndome como niño, consciente de que ese es el camino correcto hacia la santidad.
Cuida mis manos, para que sean como las manos de un niño, fuertes, limpias y puras. Manos que bendicen, manos que consagran, manos que se entregan para compartir el sacrificio, manos que elevan el Cuerpo y la Sangre de Cristo, manos que entregan a Dios, en cada Eucaristía, a cada hombre, en cada Comunión. Manos que los ángeles mantienen limpias, procurando la pureza de mi corazón.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdanos a evitar la indiferencia en el trato con nuestro ángel custodio, y a fomentar la amistad con nuestro ángel ministerial, para el mejor servicio a Dios y a todas las almas. Y enséñanos, con los santos y los ángeles, a adorar y glorificar a Dios. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: la sencillez y la humildad es el camino correcto hacia la santidad. Los ángeles custodios de cada uno los ayudan a mantenerse en el camino. Procuren ustedes la amistad con sus ángeles custodios, y a través de ellos presenten al Padre sus sacrificios como ofrendas, uniéndolos al único sacrificio agradable al Padre: la pasión y muerte de mi Hijo Jesucristo. Ya saben lo que tienen que hacer.
Los ángeles son su compañía y su protección. Ellos los llevan en el camino de la perfección. Son sus compañeros para ayudarlos en todo momento de tentación; para cuidarlos de todo peligro; para mantenerlos en la obediencia, en la virtud y en la fidelidad al amor de Dios; para que entreguen en sus manos muchos frutos como ofrenda a Dios. Ustedes, mis hijos sacerdotes, son los niños de los ojos de Dios.
Los Ángeles, los Arcángeles, Serafines, Querubines, Principados, todas las Denominaciones y Potestades, me han reconocido como la Madre de Dios. Se han sometido bajo mis pies como Reina de los cielos y la tierra, del universo entero. Ellos son creaturas hermosas creadas por Dios para darle gloria, para servir al Hijo de Dios hecho hombre, que siendo Dios, ha adquirido la naturaleza humana, menor a la de los ángeles, haciéndose nada, pero conservando la naturaleza divina, que lo es todo.
Los ángeles lo han acompañado en todo momento. Uno de ellos ha anunciado su encarnación, y muchos de ellos su nacimiento. Que nadie piense que mi Hijo estuvo solo en algún momento. Yo reconozco el cumplimiento de la misión que el Padre les encomendó. Nunca lo dejaron solo.
Ellos son los primeros adoradores del Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios. Ellos son custodios de la Sagrada Eucaristía. Quiero que sean reconocidos como las creaturas más humildes y más obedientes a la voluntad de Dios.
Que sean ustedes como los ángeles, y aprendan de ellos su delicadeza al respeto de la voluntad de los hombres, que es ajena a ellos; su cumplimiento del deber con perfección en todo lo que les manda Dios hacer, particularmente a cada uno en su misión.
Los ángeles nunca abandonan, ellos obedecen fielmente lo que les manda su Señor, y a mis pies se someten porque el Rey está en mis brazos, y ellos se postran para adorar a su Señor.
Los ángeles rebeldes, los desobedientes, los soberbios, ya han sido arrojados del cielo, expulsados de la presencia de Dios en su eternidad.
Los que han sido fieles, los que se han quedado en su presencia, lo ven cara a cara, suben y bajan del cielo a la tierra, de la tierra al cielo, llenando la tierra de la gloria de Dios.
Pero los hombres tienen los ojos cerrados, no pueden verlos, y al no verlos cometen contra ellos el más grave pecado de caridad que es la indiferencia. No los tienen en cuenta, aunque todo el tiempo están bajo sus cuidados.
Yo quiero, hijos míos, que agradezcan la bondad de Dios, agradeciendo a cada ángel su presencia, su paciencia, sus cuidados, su obediencia, su guía, porque ellos los mantienen en el camino, junto a mí.
Dios los bendice a ustedes con su compañía, los protege con su ayuda cada día, librando las batallas.
Sus ángeles los acompañarán noche y día, y después por toda la eternidad. Qué maravillosa compañía. En ellos se refleja la gloria del Hijo del hombre y su divinidad, la luz de la verdad. Aprendan de ellos, hijos míos, la obediencia a la divina voluntad y enseñen eso a sus hermanos.
Yo les pido a ustedes que traten de amistad a su ángel custodio. Confíen en que no están con cada uno como una sombra, sino como un halo de luz que los hace brillar ante los ojos de Dios.
Aprendan a orar, pidiendo a los ángeles custodios de sus ovejas que los conduzcan cada día a la presencia de Dios, a través de la adoración del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, su Rey y Señor, y pidan a su propio ángel ministerial que custodie su ministerio particular y los conduzcan hacia mí, como a un niño perdido lo llevan a los brazos de su madre, para que, con mi ayuda y mi compañía, con mi auxilio y mi intercesión, consigan la renovación de su alma sacerdotal.
Encomiéndense a los ángeles que los acompañan en la tierra y a los ángeles que interceden por ustedes en el cielo.
Aprendan de ellos a obedecer y a cumplir la voluntad de Dios sin cuestionar, sin preguntar, sin disentir, sin pensar; solamente discernir y aceptar como hizo Jesús acompañado por ellos, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, guiado hasta la cruz por ellos.
Quiero que sepan que nunca están solos; que abran sus ojos y vean que Dios los ama y lo demuestra también a través de sus ángeles, protegiéndolos del maligno, apartándolos de la tentación y del camino del mal y de la perdición; porque, les aseguro, ellos no quieren arrojarlos al infierno cuando sea el tiempo, pero obedecerán. Cuando la orden les sea dada, a los buenos de los malos los separarán, y ante un ángel, hijos míos, les aseguro, la fuerza del hombre es solo debilidad.
Alégrense los que cumplen la ley de Dios y hacen su divina voluntad, porque ángeles verán y pensarán que ven a Dios, porque su fulgor y su hermosura los deslumbrará; pero, ante la belleza de Dios, nada son, no hay nada igual; mas con ellos lo alabarán, hosanna en el cielo cantarán.
¡Muéstrate Madre, María!