59. ENVIADOS COMO NIÑOS – HACERSE PEQUEÑO
MARTES DE LA SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 1-5.10.12-14
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?”.
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que, si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la imagen más común de los niños refleja su alegría. Los niños son alegres porque no están pensando en problemas o situaciones difíciles. Ellos gozan de la vida, y confían todo a sus padres. En todo caso, sus padres son los que se tienen que preocupar de ellos.
Tú nos pides que nos hagamos como niños. Y lo entiendo así. Debemos vivir siempre con la alegría de los hijos de Dios, confiando en que estamos en los brazos providentes del Padre que está en los Cielos, quien es todopoderoso y nos quiere más que una madre puede querer a sus hijos.
Hoy también nos hablas de alegría con la imagen del buen pastor, que se alegra por recuperar a la oveja perdida. Y también pienso en Dios, quien no solo me cuida y me quiere como un padre a sus hijos, sino que me perdona y me recupera si me he perdido. Y yo me alegro con su alegría.
Jesús: reconozco que la alegría es parte importante de mi camino, y es fundamental que sea alegre, para acercar a otras almas a ti, con mi testimonio de vida. Enséñame a ser un niño alegre.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: tú serás la alegría de mi rebaño.
Yo te llevaré a donde están reunidas las noventa y nueve ovejas de mi rebaño, que dejé para venir a buscarte.
Te mostraré lo que hago yo con la oveja que se pierde, y que yo mismo salgo a buscar, y cuando la encuentro la curo, la abrazo y la cuido, para hacerla como mis más pequeños.
De esta alegría está lleno el Cielo, de la alegría de los más pequeños, de los que son como yo, porque los que son como yo son los que entran en el Cielo.
Yo te he elegido entre mis amigos, mis sacerdotes, mis pastores. No eres tú el que me ha elegido. Soy yo quien te ha elegido a ti, para que seas como yo, para que seas como niño, y seas modelo de inocencia, de pureza, de obediencia, de abandono, de confianza, de fidelidad, de amistad sincera, de buena voluntad, de fe, de esperanza, de caridad, de servicio, de entrega, de alma agradecida, de alegría, de paz; para que seas guía para los hombres del mundo hacia la salvación, el camino, la verdad y la vida, porque yo soy, y ellos son por mí, conmigo, y en mí.
Yo te he elegido y te he puesto al frente, para que administres mis bienes y los repartas entre los hombres, entre los ricos y los pobres, y yo te envío para que llegues hasta los más necesitados, a todos los rincones del mundo, y lleves mi gloria en tu sonrisa de niño, para que se vea que en tu pequeñez está mi grandeza, en tu humildad mi poder y en tu debilidad mi fortaleza.
Entonces el mundo verá que basta ser como un niño pequeño para poder entrar en el Reino de los Cielos.
Un niño se ciñe a la obediencia de sus padres, y no hay mejor cosa que quiera hacer que agradarles y recibir su amor y su abrazo.
Un niño llama la atención de su padre para pedir lo que quiere y recibir lo que necesita.
Un niño se deja llevar de la mano de su padre y va a donde él va, y hace lo que él le dice, y vive sin preocuparse, porque confía, como hijo, en la providencia y en el amor de su padre.
Un niño siempre dice la verdad, porque es lo único que conoce.
Un niño juega como niño y sueña a ser grande.
El alma de un niño es misericordiosa, porque un niño es generoso y se da, pero también pide y siempre está dispuesto a recibir con emoción, con alegría, con ilusión, con esperanza.
El rostro de un niño es alegre y es señal de corazón satisfecho, porque un rostro triste es de preocupación y afán.
Un niño no se preocupa por el mañana, disfruta hoy y deja que el mañana se preocupe de sí mismo. Bástale a cada día su propio afán.
Un niño se abandona en los brazos de su madre, y en la seguridad de su protección y de su auxilio en todo momento.
Un niño camina con su madre, la sigue a dondequiera que va, y permite y espera que ella lo alimente, le dé de beber, lo vista, lo acoja en su casa, lo cure, lo ayude, lo aconseje, lo enseñe, lo corrija, lo consuele, lo perdone, le tenga paciencia por sus errores, lo proteja y rece por él.
Un niño crece en estatura, en sabiduría y en gracia de Dios, cuando el modelo que sigue soy yo, ceñido a mis padres en el seno de mi Sagrada Familia: Dios Padre y la Santa Madre Iglesia.
Pero algunos de ustedes, mis amigos, no están siendo modelos, no se están ciñendo a la obediencia de sus padres. Se quedan en el templo, pero se olvidan de ser niños por querer ser grandes, y se pierden.
Y buscan reconocimiento entre los doctores y los sabios, y se pierden.
Y asumen servir a Dios sin buscar a Dios, y se pierden.
Y proclaman la ley de Dios, pero no la cumplen, y se pierden.
Y predican la Palabra de Dios, pero no la entienden, y no la guardan, y se pierden.
Y obedecen primero a la voluntad de los hombres que a la voluntad de Dios, y se pierden.
Y salen del templo para caminar en medio del mundo, pero no pretenden perder su vida llevándome a los demás, sino encontrarse ellos mismos, y piensan como los hombres, y se pierden.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por mi Palabra, la salvará.
Yo los envío a ustedes, mis amigos, como niños, a llevar la paz a cada casa, a cada familia, a cada alma. Pero, si no los reciben, volverá la paz a ustedes para que la lleven a otra parte.
El que reciba a uno de estos niños en mi nombre a mí me recibe. Y el que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, tan solo por ser mi amigo, no perderá su recompensa.
Pero más grande será el premio para el que reciba a uno de estos pequeños que ha perdido el camino, que ha olvidado la verdad, que ha descuidado la fe y la esperanza de vida, y lo devuelve al abrazo misericordioso del Padre, que no quiere que se pierda ninguno.
Porque cuando estaba yo con ellos cuidaba en su nombre a todos los que me había dado. Y velé por ellos, y ninguno se perdió, menos el que tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora estoy sentado a la derecha del Padre y les digo esto para que tengan mi alegría en cada uno, para que se ayuden unos a otros, para que se amen los unos a los otros como yo los he amado.
Yo llamo a mis ovejas para que reciban y sigan a mis pastores, y los tomen como modelo para entrar en el Reino de los Cielos. Pero algunos no están siendo modelo, y se pierden con ellos.
Yo llamo a las ovejas a través de mi Madre, para que los ayuden y mis pastores se conviertan, y vuelvan a ser como niños, y ninguno se pierda, para que sean como yo soy, y sean pequeños, para ser grandes en el Reino de los Cielos».
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Madre mía: me enamoran tantas imágenes tuyas con el Niño Jesús en brazos, manifestando tu ternura y amor por el Hijo de Dios.
Yo me veo también allí, en tus brazos, como otro Cristo, confiando en tu ternura y tu amor. Ayúdame a mí a mantenerme pequeño en la tierra, para ser grande en el Cielo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ustedes son elegidos para ser grandes, como modelos de Cristo. Pero, para ser grandes, primero deben hacerse pequeños, humildes y sencillos de corazón, como los niños, porque el que no se haga como niño no entrará en el Reino de los Cielos, pero el que se haga como niño será el más grande en el Reino de los Cielos.
Cada niño es una nueva oportunidad, un nuevo inicio en la humanidad, un nuevo comienzo para amar, para transformar el mundo para darle gloria a Dios.
El corazón de un niño es corazón de carne, suave, puro.
La inocencia de un niño es su voluntad unida a la de Dios, esperando, confiando, amando, abandonado en su providencia y en su bondad de Padre, de Madre, de Hermano, de Amigo.
Un niño es un libro sin escribir, una historia sin comenzar, un regalo sin terminar, entregado por las manos de Dios a los hombres, para enseñar, para aprender, para hacer crecer, para construir con Él y hacer más grande su Reino.
Un niño es semilla plantada en la tierra, que es la familia. Es oportunidad para el hombre de hacer que la tierra sea fértil y la semilla dé fruto bueno para ofrecer a Dios, para agradar a Dios, para unirse en Dios.
Es en el niño en donde se manifiesta la obra maestra de la creación de Dios.
Yo los llamo a ustedes para que abran su corazón, para que entreguen su voluntad y vuelvan a ser niños, para que crezcan en el amor por el que el Padre los lleva al Hijo y el Hijo los une al Padre.
Cada niño, cada bebé, es mi cordero. Yo lloro por mis hijos, sufro por mis corderos. Es por mi oración que yo me entrego por ellos, para que los dejen nacer, para que los hagan crecer, para que se mantengan unidos en el rebaño y nunca se pierdan, para que, si un día se perdieran, vean la luz y encuentren el camino de vuelta a la casa del Padre.
Yo vengo a traerles mi auxilio y mi misericordia, para que todos ustedes se salven, porque el Padre que está en el Cielo no quiere que se pierda ninguno de sus pequeños.
Yo les doy este tesoro: la inocencia de mi corazón.
Inocencia para que acojan a todos mis pequeños y no desprecien a ninguno.
Inocencia para que sean modelo de un corazón de niño, y tengan los mismos sentimientos de Cristo.
Alégrense de su inocencia, porque ustedes son la alegría del Cielo».
¡Muéstrate Madre, María!