63. LAS VOCACIONES AL SACERDOCIO – VOLVER AL AMOR PRIMERO
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
No les impidan a los niños que se acerquen a mí porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 19, 13-15
En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos regañaron a la gente; pero Jesús les dijo: “Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos”. Después les impuso las manos y continuó su camino.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: este pequeño pasaje del Evangelio se interpreta habitualmente fijando la atención en la infancia espiritual, en la importancia de las virtudes de la humildad y la sencillez, propias de los niños.
Hoy quiero meditar en la importancia de cuidar las vocaciones al sacerdocio, dejando que esos niños se acerquen a ti, porque les has metido en el corazón el deseo grande de ser como tú, de vivir tu vida, de ser otro Cristo.
Pienso primero en que los sacerdotes debemos tener un celo grande por las almas, que incluye buscar vocaciones entre nuestras ovejas, poniendo los medios humanos y sobrenaturales necesarios, rogando al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos y dando ejemplo de una vida sacerdotal entregada, que motive a los jóvenes a entregarte su vida.
Pido por las familias, para que formen hogares de verdadera vida cristiana, en donde puedan prender las vocaciones de entrega a Dios, no solamente al sacerdocio, sino también a la vida consagrada y a todas las diversas formas de entrega como el Espíritu Santo va suscitando en la Iglesia.
Y luego pido por los sacerdotes formadores de los Seminarios, para que cuiden ese tesoro que has puesto en sus manos, no solamente esmerándose en lograr una buena preparación académica, sino, sobre todo, haciéndolos almas de oración y de afán apostólico, buenos hijos de Dios y con un tierno amor a María Santísima.
Señor, yo quiero también aprender, volver a mi amor primero, renovar mi alma sacerdotal, reconociendo mi indignidad, pero confiando en la ayuda de tu gracia, para seguir diciéndote sí todos los días de mi vida.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: vengan a compartir conmigo la alegría del Reino de los cielos. Es la alegría de mi Madre, que contempla a sus niños, los más pequeños: las vocaciones en los Seminarios, que conservan la inocencia del primer amor, la emoción de mi llamado y el deseo ferviente de un corazón ardiente por servir a Dios.
Corazones de niños que escuchan, que sienten, que son de carne.
Pureza de corazón reflejada en la inocencia de sus miradas enamoradas, que no alcanzan a divisar la grandeza del amor de Dios que los motiva a decir sí y dejarlo todo para seguirme.
Corazón desbordado de la emoción de una entrega decidida, valiente, creciente, a la voluntad de Dios.
Alegría incontenida del alma que exulta de sorpresa ante la indignidad de la vocación recibida.
Llamado inexplicable, que escruta las profundidades del hombre, y le da el entendimiento del Espíritu Santo; que escruta las profundidades de Dios, para aceptar con humildad este llamado, por el que experimenta la realidad incruenta de hacerse sacrificio, unido al único sacrificio redentor del mismo Cristo, que los llama porque no son hombres cobardes, sino hombres de fe, para preservar la salvación de las almas.
Amigos míos: acompañen a mi Madre y recen por sus niños, los más pequeños, desde el inicio de su entrega, para que, por medio de su oración, sostengan su fe y protejan su inocencia, para que no les sea robada, para que conserven en su corazón la emoción con la que reciben su llamado y deciden dejarlo todo, para ser parte de mi alegría en esta maravillosa aventura que vive cada día el sacerdote conmigo.
Oren para que los padres de familia no trunquen las vocaciones de sus hijos, y para que los Padres de los Seminarios los reciban con el mismo entusiasmo con que ellos mismos fueron llamados.
Oren por los sacerdotes responsables de acoger y guiar a las vocaciones, para que mantengan encendidos sus corazones y permanezcan ellos también fieles a sus promesas y a su vocación, para que sean ejemplo.
Oren para que los errores de ellos no perjudiquen la salud de los más pequeños, porque todas las vidas son mías, tanto la del padre como la del hijo. Por tanto, que no cargue el hijo con la culpa del padre, ni el padre con la culpa del hijo. Antes bien, que el padre se encargue de formar al hijo, para que aprenda a ser un hombre justo; para que aprenda a obrar con misericordia; para que aprenda a observar mis preceptos y cumpla mis mandamientos; para que aprenda a ser un hombre de oración, y a vivir en amistad y en comunión conmigo; para que aprenda que si quebranta alguno de mis mandamientos será responsable de sus propios crímenes, y aprenda a humillar su corazón, y, arrepentido, pida perdón en el sacramento de la Confesión.
Que los padres sean responsables de mantener, en cada uno de los hijos, un corazón de niño.
Acompañen a mi Madre para que acojan la vocación de cada hijo con la ternura de su corazón».
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Madre mía: en los Seminarios no debe faltar ese encuentro cotidiano contigo, en la oración y en la formación de tus niños.
Con toda seguridad todas las vocaciones al sacerdocio han llegado de tu mano, pero deben reforzar tu amor, porque eres tú quien va a acompañar al sacerdote toda su vida, como buena Madre, sabiendo también que a Jesús se va y “se vuelve” por María.
Te pido por las vocaciones, para que haya muchos y muy santos sacerdotes, para servir al pueblo de Dios, que está sediento de gracia, y hambriento del pan de la Palabra de tu Hijo, y del alimento de su Cuerpo y de su Sangre.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo quiero mostrarme madre con mis hijos los más pequeños, mis vocaciones al sacerdocio, para que no les impidan acercarse a mi Hijo, porque Él los llama para que sean como niños, porque de los que son como niños es el Reino de los cielos.
Yo les doy este tesoro: la ternura de mi corazón, para que con mi ternura reciban y acojan a mis niños, los que son llamados a servir a mi Hijo, pero que no son llamados siervos, sino amigos.
Ternura para conservar sus corazones siempre suaves y sus sonrisas de niños.
Ternura para acompañarlos en el camino y preservar su inocencia.
Ternura de madre para hablarles del Hijo y enseñarles a perseverar ante las dificultades como lo hace un niño: confiando en el amor de su padre, esperando en la providencia de su padre, abandonándose en la seguridad del abrazo de su padre, dispuesto siempre a recibir lo que por heredad merece, no porque él lo merezca, sino por la filiación divina que le ha merecido mi Hijo, por su muerte y su resurrección.
¡Muéstrate Madre, María!