22/09/2024

Mt 19, 16-22

67. LLAMADOS PARA SALVAR ALMAS – DESPRENDIDOS DEL MUNDO

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en el cielo.

Del santo evangelio según san Mateo: 19, 16-22

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un joven y le preguntó: “Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la vida eterna?”. Le respondió Jesús: “¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno: Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos”. Él replicó: “¿Cuáles?”.

Jesús le dijo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo.

Le dijo entonces el joven: “Todo eso lo he cumplido desde mi niñez, ¿qué más me falta?”. Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”.

Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: qué triste historia la del joven rico, a quien llamaste a tu servicio después de mirarlo con amor de predilección, pero no quiso seguirte, porque estaba demasiado apegado a sus bienes. Él cumplía los mandamientos, era bueno. Pero no quiso ser perfecto, por egoísmo.

Tú también me llamaste para ir a ti. Mi misión es seguirte para salvar almas, y si no estoy desprendido del mundo resulta difícil cumplir tu voluntad, porque son estorbos.

Tú eres el mejor modelo de desprendimiento, porque te anonadaste tomando la forma de siervo, completamente despojado de ti mismo. Quiero aprender de ti.

Sé que no basta ser bueno, cumplir los mandamientos, sino que la mía debe ser una entrega total, desprendido hasta de mi propia honra, con tal de servirte como tú quieres. Llamado para salvar almas, buscándolas ahí donde estén, para que vuelvan a la casa del Padre.

Jesús, tú me pides ser perfecto, ¿cómo esperas que lo sea?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: mi Padre ha llamado a los hombres de tantas maneras, los ha esperado, los ha colmado de bienes, y no han querido venir, no han encontrado el camino, se han perdido. Entonces me ha enviado a mí.

Me he despojado de la majestad de mi Padre, para ir a buscarlos. Me ha enviado como uno más entre ustedes, para compadecer, y vivir, y ser llamado como uno de ustedes.

Y he nacido hombre entre los hombres, y he crecido y aprendido a ser hombre, y a buscar, y a escuchar, y a encontrar, y a dejarme ser encontrado.

Y les he mostrado el camino, y los he llamado para que vengan conmigo. Pero no todos quieren venir.

Me he despojado de las ataduras del hombre, de todo lo que lo ata al mundo, para mostrarles que es así como se va al Padre. Pero no quieren venir.

Entonces les he mostrado que querer ser bueno y portarse bien no es suficiente. Suficiente es darlo todo, entregarse todo, para ser libre de toda atadura y poder subir al Padre.

Y entonces me he inmolado por mi propia voluntad, por obediencia a mi Padre, hasta hacerme nada para serlo todo, hombre y Dios resucitado, haciéndolos uno conmigo. Pero, aun así, muchos no han venido, y se han ido y se han perdido.

Sacerdotes míos: ¿en dónde están? ¿Por qué les llamo y no vienen? ¿Por qué no me escuchan y cierran sus oídos? ¿Por qué se van?

Vengan conmigo, que yo les llamo para que vengan conmigo a buscar. Porque yo no he venido a buscar a justos sino a pecadores.

A ustedes, mis pastores, los he llamado primero, y los he llamado amigos, para que vengan conmigo. Salgan de su tibieza y de su comodidad, entréguense conmigo y salgan a buscar a todos los confines del mundo, que es a donde yo los he enviado.

Dejen a las ovejas de sus rebaños a mi cuidado, y vayan a buscar a las ovejas que se han perdido, a las que no encuentran el camino, a las que se han ido y no saben cómo regresar.

Vayan hasta donde se esconden, en los barrios más pobres, en las cárceles, en los palacios de los ricos, en los mercados, en los gobiernos, en las calles, en donde puedan buscar, y llévenme en la Palabra, y llévenme en el silencio, y llévenme en la oración, y llévenme en sus obras, para que me conozcan, para que quieran venir conmigo.

Salvar almas es la misión que les he encomendado.

Dejarlo todo y seguirme, es lo que les he pedido, es así como me siguen, es así como ustedes vienen conmigo.

Sacerdotes, amigos míos: no basta con intentar ser bueno, porque solo mi Padre que está en el cielo es bueno.

Imiten al Hijo del Padre, que los ha venido a buscar, y vayan, y busquen, y encuentren, y amen a los que los desprecian, a los que los critican, a los que los calumnian, a los que no los quieren, a los que no me conocen, a los que no me aman, a los que están lejos de mí, a los que por sus obras demuestran ser sus enemigos. Porque ¿qué mérito tiene amar a quien los ama?

Yo les digo: amen a sus amigos y amen a sus enemigos, y rueguen por los que los persiguen, para que sean ustedes perfectos como mi Padre que está en el cielo es perfecto.

Pidan y confíen en mi Padre, y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá, porque ustedes por mí son hijos, y si ustedes, que son malos, dan a sus hijos cosas buenas, ¿cuánto más no les dará mi Padre que es tan bueno?

Hagan ustedes a los otros lo que quieren que hagan con ustedes.

No todo el que me diga ‘Señor’ entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre.

Acudan a mi Madre, para que, al ser llamados, encuentren el camino, para que vengan conmigo.

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Madre mía: el desprendimiento total cuesta mucho, pero sé que es necesario tener el corazón libre, para que pueda cumplir bien con mi ministerio.

Me sirve mucho pensar en Jesús en la cruz, desprendido de todo.

Ayúdame y enséñame a sacar fuerzas de la celebración de la Santa Misa, para imitar al Maestro también en eso.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo permanezco al pie de la cruz en este continuo sacrificio, entregando a todos mis hijos conmigo. Vengan aquí, y déjenme cubrirlos bajo la protección de mi manto, para ofrecerlos en cada ofrenda con Él y conmigo, y con todas las almas, para que, durante la celebración de la Eucaristía, seamos participes de la pasión, crucifixión y muerte, resurrección y redención en Cristo.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, se entreguen totalmente en la cruz, dejándolo todo, completamente pobres y desnudos, con el corazón contrito y arrepentido, abriendo sus brazos para recibir, para entregar, para acoger, para ofrecer, para buscar, para reunir, para perdonar, para reconciliar, para bendecir, para darles a ustedes la paz.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, sufran la iniquidad, la persecución, la tentación, y se mantengan firmes y dispuestos a permanecer en la cruz, orando, ofreciendo, pidiendo, suplicando, alabando, adorando, cumpliendo la Palabra de Dios, recibiendo los dones y las gracias para fortalecerse, para recibir en el amor la sabiduría y la prudencia, para perseverar en la santidad. Y, por esta entrega, conseguir la conversión de todos los corazones, y la unidad para la paz del mundo.

Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean santos, por los dones recibidos del Espíritu Santo, y sean fieles instrumentos de la gracia y la misericordia de Dios para todos los hombres. Que permanezcan en el amor, amándose los unos a los otros como Él los ha amado.

Yo soy la Omnipotencia Suplicante y uno mis súplicas a la oración de las almas que rezan el Rosario pidiendo mi intercesión por mis hijos sacerdotes, los que demuestran amar a Dios por sobre todas las cosas y lo siguen, y por los que siguen atados al mundo; por los que lo alaban y por los que lo critican; por los que lo sirven y por los que se van; por los que acuden a su llamado y por los que se quedan, y se alejan, y se pierden, para que sean encontrados.

Mis súplicas conceden el favor de Dios a las almas consagradas a mi Inmaculado Corazón, para abrir corazones endurecidos, y cambiar los corazones de piedra en corazones de carne; y a las que me ofrecen sacrificios con obras de amor, para reparar el desamor que tanto daño causa al Sagrado Corazón de Jesús.

Yo quiero almas que oren, consagren, hagan sacrificio y amen a mis sacerdotes. A los que aman a mi Hijo y a los que lo traicionan. Que oren al Padre para recuperar lo que se ha perdido. Porque, hijos míos, yo los quiero a todos».

¡Muéstrate Madre, María!