VII, n. 5. BEBER EL CÁLIZ – LA DIVINA VOLUNTAD PARTICULAR
FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL
PRIMERA LECTURA
Llevamos siempre la muerte de Jesús en nuestro cuerpo.
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios: 4, 7-15
Hermanos: Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos. Por eso sufrimos toda clase de pruebas, pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos (…).
EVANGELIO
Beberán mi cáliz.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 20-28
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella respondió: “Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino”. Pero Jesús replicó: “No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?”. Ellos contestaron: “Sí podemos”. Y él les dijo: “Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado”.
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: ante la pregunta que tú hiciste a Santiago y a Juan, resuena fuerte la respuesta de tus discípulos, llenos de una fuerza que no era humana, sino sobrenatural: “sí podemos”. No sabían, a ciencia cierta, qué significaba beber ese cáliz que les ofrecías, pero estaban dispuestos.
Y es que tus amigos, los sacerdotes, somos conscientes de que llevamos un tesoro en vasija de barro, de modo que sabemos que esa fuerza extraordinaria, que también nos pides para seguir tus pasos, proviene de Dios, y no de nosotros mismos.
El tesoro eres tú mismo: el Camino, la Verdad y la Vida. Eres tú en la Sagrada Eucaristía. Es la fe, la esperanza y la caridad. Es tu Iglesia.
Ayúdame, Jesús, a custodiar bien ese tesoro, y a estar siempre dispuesto a beber tu cáliz.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes míos: yo les entrego a ustedes, por mi misericordia, los tesoros del corazón de mi Madre. A ustedes, que son los últimos, mis servidores, para que sean los primeros en recibir, para luego transmitir el tesoro más grande de Dios: la verdad.
Yo he venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz, y el que obra la verdad va a la luz, para que se note que sus obras están hechas según Dios.
Yo he puesto ese tesoro en vasijas de barro. A ustedes les ha sido dado el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve y no lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive en ustedes y está en ustedes.
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si me conocen a mí, conocen también a mi Padre.
Yo les pido sensibilizar sus corazones y disponerse a recibir este tesoro, que deben cuidar y transmitir, con la gracia que les ha sido dada: la fe.
Los tesoros de Dios se guardan en vasijas de barro, para que se vea que la fuerza proviene de Dios y no de los hombres. La vasija de barro es la humanidad del hombre y el tesoro es la divinidad, que soy yo: Cristo.
Yo he puesto mi morada entre hombres, y en mí se contiene la gracia, la fe y los dones del Espíritu Santo, porque nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ si no es movido por el Espíritu Santo, en el que todos han sido bautizados, para formar un solo cuerpo y un mismo Espíritu –del cual yo soy cabeza: la Santa Iglesia, que es como vasija de barro, formada por muchos miembros–, en el que se contiene el tesoro más preciado, que es el corazón de la Iglesia: la Eucaristía.
Es por tanto la Iglesia la casa de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. Yo los he llamado a ustedes como apóstoles de la verdad, para que reciban, cuiden y entreguen el tesoro de la verdad. Yo le he dado al mundo pastores para cuidar mis rebaños, pero algunos de mis pastores se han olvidado de mis ovejas.
Ustedes, mis pastores, son los que han recibido el llamado para beber de mi cáliz y gozar en unidad conmigo. Yo pido a mi Madre que ella también los llame para que los llene de valor y encienda su deseo de permanecer en mi amor.
Sacerdotes, apóstoles míos: renuevo este llamado que un día les hice. El llamado que atendieron y aceptaron, cuando dijeron sí, cuando vinieron a mí, cuando entendieron que fui yo quien los eligió desde siempre y para siempre, que fui yo quien los amó primero, que fui yo quien los invitó a beber de mi cáliz.
Acepten este llamado, y vuelvan a mí, para que beban de este cáliz y sean uno conmigo.
No tengan miedo a la muerte. Tengan temor a que la muerte los sorprenda distraídos, viviendo en el pecado, lejos de mí. Tengan temor de Dios, para que en la muerte encuentren vida.
No teman morir al mundo, porque yo los he sacado del mundo, y ustedes no pertenecen al mundo.
Reúnanse en torno a mí, para que beban mi cáliz, y entregando su vida, sean miembros de un solo cuerpo y de un mismo espíritu.
Pero sepan que todos los miembros benefician y afectan al cuerpo. Y si uno está enfermo, y si sufre dolor, todo el cuerpo se afecta, todo el cuerpo duele.
Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. Sanen a los enfermos y atiendan a los desvalidos. Y el que quiera ser el primero que sea el último, porque yo no he venido a ser servido sino a servir.
Manténganse en la unidad, y ayúdense entre ustedes. Pero, si su mano es ocasión de pecado, córtenla, para que no contamine otras partes del cuerpo. Y si su ojo es ocasión de pecado, sáquenlo, para que no dañe a todo el cuerpo.
Beban de este cáliz que les dará fortaleza, para que vivan en la fe, en la esperanza y en el amor, en unidad conmigo».
+++
Madre mía: la madre de los hijos de Zebedeo era una de las mujeres que te acompañaban. Como toda buena madre, quería lo mejor para sus hijos. Los dos habían sido elegidos por Jesús como Apóstoles, y ella sabía que la intercesión de la madre es poderosa. Se atreve, con valentía y fe, a pedirle a Jesús los puestos de honor para sus hijos.
Tú eres la omnipotencia suplicante, y Jesús te dejó como madre nuestra. Tu poder de intercesora no tiene comparación. Muestra que eres madre, y pide para mí a tu Hijo lo que yo no sé pedir, y tú sí sabes bien que lo necesito.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijo mío, sacerdote: nadie puede juzgar ni culpar a una madre por pedirle y suplicarle a Dios lo que ella considera mejor para sus hijos. Esas peticiones deberían de alabarse, porque son intercesión con toda la fuerza del amor de un corazón a imagen de Dios. Corazón de madre, porque Dios, que es amor, es padre y es madre, y para sus hijos lo tiene todo, los conoce a cada uno, y sabe para cada uno qué es lo mejor.
No está mal desear el mejor lugar en la gloria de la eternidad. Desear sentar a los hijos a la derecha y a la izquierda de Cristo es desear la santidad, y en el intento la vida entregar, sirviendo a cada hijo con los medios que Dios a ellas les da, para que ellos, cubriendo sus necesidades humanas, y sus miserias, con la misericordia de Dios, a través de las obras buenas de ellas, puedan esa gloria alcanzar.
Y el que crea que no tiene una madre que ore, que pida, y que suplique a Dios por él con todo su corazón –porque no sea buena o porque esté enferma, o en este mundo ya no exista–, que voltee a verme.
Aquí estoy yo, que intercedo por cada hijo, y le pido a Dios para él lo mejor. Y lo mejor es el cáliz de Cristo, y los dones del Espíritu Santo, para que lo puedan beber. Cáliz de la Pasión, que su Señor ya vivió, y que ellos deben aprender a soportar en configuración con Él.
Sufrimientos en esta vida tendrán, para parecerse a Él, pero toda la ayuda de Dios, como padre proveedor conseguirán, si tan solo creen que Cristo es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo para salvarlos, porque los ama tanto, que no duda en darlo todo, hasta su vida, para recuperarlos.
Por tanto, tengan ustedes, hijos míos, esta visión: la gloria del Paraíso, la vida eterna, junto a cada uno de sus hermanos, unidos en Cristo, sumergidos en Dios. Que la cruz sea tan solo la transición de la muerte a la vida, camino a la resurrección. Pero esta transición implica servicio, amándose unos a otros, como Cristo los amó, cuidándose unos a otros, procurándose, sabiendo que no están solos. El pueblo de Dios camina unido como cuerpo místico de Cristo.
Hijo mío: entrégate en mis brazos y confía en mí. Déjame mostrarte que soy Madre. Tú eres amigo de mi Hijo. Te ama tanto, que te ha entregado a mi cuidado. Yo amo todo lo que Él ama. Reconoce que eres mi hijo, y déjame ser madre.
Yo conozco, hijo, tu sufrimiento. Compadezco tu dolor y comparto tu alegría, porque tú eres hijo y eres pastor.
Un hijo pide desde su pequeñez, con humildad, todo lo que necesita.
Una madre pide todo lo que sus hijos necesitan.
Una madre intercede, abraza, consuela, acompaña, escucha, compadece, tiene piedad, protege, asiste, auxilia, es compasiva y misericordiosa.
Una madre tiene el poder de hacer todas las cosas, porque una madre ama, entrega su vida por sus hijos, confiando, intercediendo, con oración y sacrificio.
Una madre disminuye, para que su hijo crezca, se hace pequeña, se hace última, pero nunca abandona.
Hijo mío: es necesario que confíes en mí, que te abandones en mí, que renuncies totalmente a ti, que abraces tu cruz y que sigas a Jesús.
Yo te ayudo, yo te llevo, yo te acompaño. Yo soy Madre y comparto mi cruz corredentora contigo, que está unida a la de Jesús, para que la abraces, para que seas todo mío, para que seas todo de Jesús, para que seas configurado como cordero, en su cuerpo, en su sangre, en su humanidad, en su divinidad, en su cruz, en donde se vencen todas las batallas, con el poder del amor.
Los ángeles y los santos te protegen y te acompañan, y el Espíritu Santo actúa en tu corazón, manteniéndolo encendido, para que los dones que te han sido dados sean puestos por obra, para que den buen fruto y ese fruto permanezca.
Atesora el celo apostólico que te ha sido dado, la fe y el amor de tu corazón, para servir a la Iglesia, purificando a fuerza de oración y sacrificio todo lo inmundo, que solo así puede ser sanado».
¡Muéstrate Madre, María!