22/09/2024

Mt 21, 33-43. 45-46

17. PILARES DE CONSTRUCCIÓN – FORMARSE PARA RENOVARSE

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA II DE CUARESMA

Éste es el heredero, vamos a matarlo.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 21, 33-43.45-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.

Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.

Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.

Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?”. Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.

Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?

Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: cómo duele considerar en la oración esa parábola, cuando leemos “este es el heredero, vamos a matarlo”, y también aquello de “la piedra que desecharon los constructores…”.

Y duele más, Señor, considerar que sigue habiendo viñadores homicidas y constructores irresponsables que te desprecian.

Yo pienso en tu presencia real en la Sagrada Eucaristía, y en tantos sacrilegios que se cometen cuando te vuelven a desechar. No puede ser que un sacerdote te trate de cualquier manera en el Santo Sacramento.

Porque a ti te duele más, cuando se da, el desprecio de tus ministros, a quienes nos has confiado la administración de tu Cuerpo y de tu Sangre.

Jesús, que no se meta en mí la rutina cuando celebro la Eucaristía. Que me dé más cuenta de lo que significa ese Misterio de nuestra fe. Que sea consciente del valor de las ofrendas que te presentamos en el altar.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: yo he sido arrojado a un calabozo oscuro, frío y húmedo. He sido traicionado, vendido, entregado, preso, atado y encadenado por el pecado de los hombres. Y el pecado de los hombres me ha golpeado, humillado, lacerado, flagelado, escupido, burlado, torturado, oprimido, desechado del mundo, pagando el precio de ese pecado para salvarlos, recuperarlos, para redimirlos, para llevarlos a Dios a través de su misericordia.

Amigo mío: al menos tú, piensa en mí, cree en mí, vive en mí, y adora mi Cuerpo y adora mi Sangre en la Eucaristía.

Acompaña a mi Madre y vive en la fe, al pie de la cruz, adorando mi Cuerpo, adorando mi Sangre, todo el tiempo.

En cada obra.

En cada acción.

En cada rezo.

En cada oración.

En cada trabajo y en cada fatiga.

En cada sufrimiento y en cada alegría.

En cada sacrificio y en cada ofrecimiento.

En cada palabra y en cada silencio.

En cada acto de fe, de esperanza y de caridad.

En cada obra de misericordia.

En todo momento y en todo lugar, amando a Dios por sobre todas las cosas, y a tu prójimo, como yo te amo.

Quiero que me adores con tu vida y con tu ejemplo, siendo testimonio de mi amor y testigo de mi misericordia.

Quiero que me adores acompañando a mi Madre al pie de mi cruz, llevando al mundo mi misericordia.

Quiero que me adores en compañía de mis ángeles y de mis santos en medio del mundo.

Quiero manifestar al mundo mi deseo de unión a través de la adoración a mi Cuerpo y a mi Sangre, a través de la fe y de las obras, transformando tu tiempo en esta vida en una eternidad, en comunión en mi cuerpo, compartiendo el tiempo y el amor fraterno, promoviendo la unidad y la paz.

Yo voy a cambiar tu corazón y te daré un nuevo corazón: el mío.

Permanece dispuesto, y haz lo que yo te digo».

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Madre mía, mujer eucarística: no sé cuánto tiempo pudiste en esta tierra recibir a tu Hijo en la Sagrada Eucaristía, pero sí me imagino que no hay un ejemplo más grande de piedad y devoción a Jesús Sacramentado que el tuyo, porque tus misas y comuniones estarían llenas de amor, con un deseo muy intenso de recibirlo cada día en tu corazón.

Yo quisiera recibir al Señor con esa pureza, humildad y devoción con que tú lo recibiste.

Ayúdame también, Madre, a manifestar mi amor a tu Hijo cuando celebro el santo sacrificio del altar. No solo quiero evitar la más mínima muestra de desprecio, sino que quiero tratarlo con delicadeza de enamorado.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ¿cómo debe ser mi misa? ¿Cómo debo vivir la celebración eucarística? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: es tiempo de la cosecha, pero nadie sabe ni el día ni la hora.

Es tiempo de lucha y de misericordia.

Es tiempo de creer y de ofrenda.

Es tiempo de adoración eucarística, para la unidad y la paz.

La misericordia es la manifestación de la caridad, y la caridad es la manifestación del amor de Dios. Por eso la misericordia de Dios es infinita, porque Dios es amor.

Es tiempo de reconocer a mi Hijo y creer en esta manifestación, expresada en la Santa Eucaristía.

Es tiempo de reconocer a mi Hijo, la piedra que desecharon los constructores y ahora es la piedra angular.

Es tiempo de creer, porque, en verdad, todo el que cree tiene vida eterna.

Cree en que la Eucaristía es la piedra angular, la manifestación de Dios mismo, porque es el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Cree en que Él es el único Hijo de Dios, que se une al Padre por el Espíritu Santo.

Cree que es un solo Dios verdadero en Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, y no se pueden separar.

Por tanto, la Eucaristía es divinidad trinitaria, manifestada en el Cuerpo y en la Sangre del Hijo, en presencia viva, para atraer al hombre a Dios, para alimentarlo y divinizarlo, porque ha sido creado a su imagen y semejanza para ser parte.

Pero nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él.

El que come de este pan vivirá para siempre, porque es la carne que Él da para la vida del mundo.

Pan de vida, que es pan vivo bajado del cielo, es Eucaristía.

Es don que se entrega.

Es comunión que une.

Es alimento y bebida de salvación.

Es gratuidad infinita.

Es gracia que santifica al hombre, para llegar a Dios.

Es ofrenda, en la que el hombre une el sacrificio de su trabajo al único sacrificio agradable a Dios: el sacrificio de Cristo.

Es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo.

Es vida, pasión, muerte de cruz y resurrección.

Es la manifestación por excelencia de la caridad y la misericordia de Dios, que amó tanto al mundo, que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

Y el Hijo, habiendo amado a los que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo, entregándose en Eucaristía.

El que cree, y come y bebe el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tiene vida eterna. Pero, el que indignamente lo bebe y lo come, bebe y come su propia condena.

Yo quiero reunirlos conmigo, porque el tiempo está cerca, y es necesario que crean.

Es tiempo de cosecha para la ofrenda, y está escrito que los últimos serán los primeros.

Es tiempo de que se arrepientan y crean en el Evangelio, porque es tiempo de misericordia.

Es tiempo de que prediquen y practiquen lo que predican, que demuestren la fe, la esperanza y la caridad con obras de misericordia, obrando con el ejemplo, siendo Cristos en el mundo, cumpliendo la ley de Cristo, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como Él los ha amado.

No es tiempo de resignación, sino de lucha.

No es tiempo de cobardía, sino de valor.

Es tiempo de triunfo y de santidad, para conseguir la unidad y la paz.

Es tiempo de almas eucarísticas, como yo, que se reúnan conmigo, para que me imiten, para que lo adoren, para que lo amen, para que sean encendidos sus corazones, y ya no sean ellos, sino Cristo quien viva en ellos, para que lo lleven al mundo, derramando su sangre en la cruz para la salvación del mundo, a través de su misericordia.

Es tiempo de cosechar los frutos de mi siembra: almas eucarísticas, llenas de fe, esperanza y caridad, que creen, adoran, esperan y aman a Cristo Eucaristía, para que den ejemplo y testimonio de fe».

¡Muéstrate Madre, María!