22/09/2024

Mt 22, 15-21

46. RENUNCIA Y ENTREGA – ENSEÑAR A ADORAR A DIOS

EVANGELIO DEL DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 22, 15-21

En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo.

Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: “Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”.

Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo”. Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Y Jesús concluyó: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tus palabras del Evangelio de hoy muchas veces se utilizan mal, como pretendiendo excluir a Dios de la vida de los hombres, como si hubiera algunos ámbitos, los del César, en los cuales no cupieras tú.

Es el conflicto que podría surgir también en cada persona, sobre todo cuando te quieren negar algún espacio de su vida. Tenemos tantas ataduras a las cosas de la tierra.

¡Cómo cuesta, Jesús, olvidarse de uno mismo y pensar en Dios y en los demás! No nos damos cuenta de que estando contigo estamos seguros, porque tú no puedes abandonar a los que te aman.

A nosotros, sacerdotes, nos pides una entrega total, una renuncia verdadera, con la promesa del ciento por uno, y la vida eterna. Y a pesar de eso nos olvidamos y buscamos nuestras seguridades, sin contar contigo. Se necesita fe para alcanzar un verdadero abandono.

Como siempre, tú eres nuestro modelo, y tú fuiste el primero en enseñarnos a confiar: el Padre te abandonó en los brazos de tu Madre, confiando en que ella y San José cumplirían fielmente el plan de Dios, para que pudieras llevar a cabo tu misión en la tierra.

Señor, ¿cómo esperas que sea la renuncia de un sacerdote?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: abandónate en mí.

Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura.

Renuncia a ti y abandónate en mí.

Renuncia a todas tus ataduras, a todo lo que no es tuyo, hasta a ti mismo, porque nada te pertenece, solo la voluntad que te he dado para decidir odiarme o amarme, traicionarme o seguirme, crucificarme o adorarme, morir o vivir conmigo. Todo lo demás no es tuyo, es mío.

Reconoce tu debilidad y tu necesidad de mí, para renunciar al mundo, para romper tus cadenas, para renunciar a tus preocupaciones, a tus pasiones, a tus deseos, a tus pensamientos, a tus sueños, a tus placeres, a tus falsas seguridades, a tu soberbia y a tu egoísmo, que te impiden confiar totalmente en mí y aceptarme como el dueño de tu existencia.

Yo soy quien te hace renunciar, y en esa renuncia está tu cruz, la que debes cargar tras de mí para seguirme, la que yo cargo por ti, crucificando al mundo, venciendo a la cruz, venciendo en esta renuncia de ti mismo al mundo, para hacer mi voluntad, cumpliendo mis mandamientos, amando a Dios por sobre todas las cosas, amando al prójimo como yo te amo.

Es así como te abandonas en las manos de mi Padre, entregándole tu cuerpo y tu alma en el mundo, entregándole tu espíritu en la cruz hasta el último suspiro.

Entrégate así, abandonándote en las manos del Padre que está en el cielo, como un niño en los brazos de su madre, confiando, esperando, recibiendo, amando.

Sacerdote mío: entra en mi corazón, y abandónate en la confianza de los brazos de mi Madre, en la seguridad de ser saciado, protegido, amado. Ella está llena de Sabiduría, de Ciencia, de Entendimiento, de Consejo, de Fortaleza, de Piedad y de Temor de Dios, porque el Espíritu Santo está con ella, y comparte el mismo Espíritu con el Hijo, que lleva su sangre corriendo por sus venas, y que fue alimentado y saciado por ella, mientras estaba completamente abandonado en las manos en las que el Padre puso su confianza.

Recibe al Espíritu Santo para que te llene de sabiduría. No de la sabiduría de los hombres, sino de sabiduría divina, para que puedas renunciar al mundo, dejando casa, padre, madre…, para que tomes tu cruz y me sigas.

La renuncia es entregarme todo en mis manos, aceptando tu pequeñez, entregándome tu voluntad para hacerte libre, y en esa libertad sea la cruz tu camino, rompiendo toda cadena y toda atadura con el mundo, para que en plena libertad me sigas, abandonándote totalmente en mi confianza, entregándome tu cuerpo y tu alma, para ser transformado en la perfección de la virtud, para transmitir mi amor en obras por mi misericordia y mi justicia.

Es el abandono en Dios, el fruto de la sabiduría de Dios derramada sobre el hombre. Abandono en la confianza de un Dios que es Padre y que es Madre, y es Providencia. No te preocupes por lo que has de comer, ni con lo que vas a vestir tu cuerpo. Él alimenta a las aves del cielo y viste a las flores del campo. No tengas miedo, y todo lo que te digo en la oscuridad muéstralo a la luz, y todo lo que te digo al oído proclámalo sin temor, porque todos los cabellos de tu cabeza están contados.

La perfección en la virtud está en el querer, en el confiar y en el amar. Eso depende de tu voluntad entregada en la voluntad de Dios, que se dona transformando tu querer en fe, tu confianza en esperanza y tu amor en caridad, para que obres con su misericordia y su justicia.

Todo querer viene de Dios, y toda confianza viene de Dios, y todo amor viene de Dios, y todo don viene de Dios.

Pide querer, pide confiar, pide amar. Cumple la ley de Dios, y todo lo demás se te dará, para que renuncies al mundo, para que tomes tu cruz y me sigas.

Renunciar es crucificar la mentira para vivir en la verdad, crucificar el pecado para vivir en la virtud, crucificar tu voluntad para aceptar mi voluntad.

Tomar tu cruz es aceptar el camino, la verdad y la vida.

Seguirme es abandonarte totalmente en mí, para que no seas tú sino yo quien viva en ti. Esta es la sabiduría que viene de mí, y es mi deseo que llegue a ti, que has dejado todo para tomar tu cruz y seguirme, que has sido llamado y elegido para ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

Sacerdote mío: yo te mando dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Tú eres instrumento de Dios para devolverle a Dios lo que es suyo.

Tú has sido enviado a proclamar el Evangelio con la autoridad de Dios, porque es la Palabra de Dios.

Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos de corazón, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por mi causa y por mi justicia.

No busquen tesoros en la tierra, pongan su corazón en el cielo, porque donde está su corazón está su tesoro.

Abandónate en las manos de mi Padre siguiendo mi camino, permaneciendo en oración, pidiendo y recibiendo los dones del Espíritu Santo, adorando y agradeciendo, aceptando y entregando por tus obras la misericordia y el amor de Dios, llevando el alimento por la Palabra y la Eucaristía a todos los rincones del mundo, iluminando con tu luz, reconciliando al mundo conmigo, construyendo y edificando mi Reino, restableciendo la paz y la unidad de mi pueblo en un solo pueblo, una sola Iglesia, un solo cuerpo y un mismo espíritu.

El hombre sabio se abandona totalmente en Dios. De modo que la muerte para el hombre justo que se abandona en las manos de Dios es éxtasis de amor, es esperanza, es abandonar el espíritu hasta el último suspiro, en la bondad y misericordia del Padre, en la confianza del encuentro definitivo con su Creador y en la unión en la vida eterna».

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Madre mía: Jesús dio la respuesta perfecta a la pregunta capciosa que le hicieron, y se sirvió para ello de la imagen del César. Y a mí me hace pensar en la imagen de Dios de la que habla el libro del Génesis en el relato de la Creación.

El pecado original y todos los pecados de los hombres han dañado esa imagen de Dios impresa en el alma por querer divino. Tú eres la mujer pensada por el Creador cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. Tu Hijo vino al mundo para saldar la deuda debida por el pecado, y así recuperar para la humanidad la perfección perdida.

Reconozco que yo, sacerdote, debo ser un fiel instrumento en manos de Dios, para administrar eficazmente la gracia en favor de los hombres, puliendo y tallando cada alma, cada oveja de mi rebaño, para que recupere en su alma la verdadera imagen de Dios.

Ayúdame, Madre, para ser muy dócil al Espíritu Santo, y primero me convierta yo, para poder cumplir muy bien con mi misión dando fruto, y que ese fruto permanezca.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijo mío, sacerdote: hay cosas que no se ven con los ojos mortales de los hombres, pero el cielo entero las ve, y son reales, más reales de lo que los ojos mortales pueden ver. Los ángeles y los santos nos acompañan, y todos los que están aquí en el cielo ven lo mismo que yo veo: a Cristo en ti.

Que no te engañe la visión ordinaria del mundo, que solo puede ver lo que le conviene para los intereses del mundo.

Que tu visión sea siempre completa y total, conservando la visión sobrenatural. Esa es la verdadera realidad.

Lo que no se ve no por eso no existe. A veces lo que verdaderamente existe no se ve.

Lo que quiero enseñarte es que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Y si el hombre es de Dios, y está hecho a su imagen y semejanza, ¿por qué no se ve en algunos la perfección de Dios?

La perfección de Dios debería reflejarse en cada hombre. Pero el pecado, cuando tiene dominado al hombre, lo mancha, desvirtúa esa imagen de la perfección. Sin embargo, lo que es perfecto está hecho a imagen de lo perfecto, permanece intacto en la esencia de su ser, y eso es lo que los hace alcanzables a la santidad, que ha de ser deseable.

Lo que quiero decirte, hijo mío, es que la naturaleza del hombre es por esencia amable, y el pecado, que es la mentira, y lo opuesto a la perfección de Dios, cubre, tapa, disfraza, esconde la verdadera esencia del hombre. Pero ahí está, esa esencia permanece. A pesar del pecado ahí está. Eso es lo que yo he venido a buscar. Yo quiero limpiar lo que el pecado ha ensuciado, y que la gracia de Dios vuelve a hacer brillar.

Cada hombre es una obra perfecta de Dios, y el Hijo de Dios es el Maestro, el Escultor por excelencia, que obra con el Espíritu Santo para alcanzarle a los hombres esa perfección, descubriendo nuevamente la esencia, para unirlos a Aquel que los creó.

¿Acaso el Maestro, que es perfecto, no puede descubrir, por sí mismo, su creación perfecta? No solo puede, hijo, lo hace.

A los primeros que Él descubre, a los que llama y elige, y transforma para Él en obras perfectas, los llama sacerdotes, modelos, que los transforma en instrumentos perfectos, configurándolos en todo al Maestro, para que ellos mismos, con martillo y cincel, descubran la perfección de cada hombre, y le entreguen sus obras a Él.

¡Qué trabajo más hermoso! ¡Qué gran poder!

La misión del sacerdote es descubrir a Dios en cada hombre, y volverlo a Él. Por tanto, el sacerdote debe dar a Dios lo que es de Dios, y todo lo que sobre, lo que va limpiando, eso es la mugre, la escoria, los desechos, las imperfecciones, propiedad del diablo.

Por tanto, tú, hijo mío, dale a cada quien lo que le corresponde. Tienes el poder. Úsalo bien. Tú has sido enviado para renovar las almas. Lo que mi Hijo ya ha limpiado, la perfección que había brillado, se ha vuelto a ensuciar. Algunos todavía conservan el brillo. Las almas santas, que cumplen bien con su misión, que viven en gracia, tienen un recubrimiento, que es para la mugre como el aceite y el teflón.

Para eso es la oración y los sacramentos. Esa es la protección que yo les doy cuando los cubro con mi manto. Es como un repelente para las tentaciones y las asechanzas del diablo. Para eso es la compañía de María. Para eso debes descubrir y hacer brillar la esencia perfecta de cada hijo mío. Ayúdalos a permanecer bajo mi manto y en gracia.

Que el Espíritu Santo te recuerde todas estas cosas. Medítalas, hijo mío, en tu corazón.

Que el Maestro divino conserve en ti la belleza y la perfección, porque el brillo en ti es la esencia del Verbo divino. Que su luz sea tu luz, y el amor sea tu camino.

Trabaja conmigo, camina conmigo, ten tu mirada hacia el frente. Los ángeles y los santos te acompañan.

Hijo mío: la oración es alimento para fortalecer el querer, el confiar y el amar, invocando al Espíritu Santo, para que los dones sean derramados sobre sus almas, y vivan la perfección de sus ministerios en la virtud, con la fe, la esperanza y la caridad, para que, siendo ejemplo, den fruto y sean conducto de la gracia y misericordia que Cristo derramó en la cruz para salvar a toda la humanidad, por medio del alimento y de la unidad impartida por los sacramentos, en la vida del Bautismo, en la sabiduría de la Palabra, en el alimento vivo de la Eucaristía, en la Reconciliación de la absolución, en la unión del Matrimonio y Sacerdocio, y en la Unción de los enfermos, para conducir a todos al abandono en la voluntad de Dios para la vida eterna.

Obra con la sabiduría de Dios y ora por el que es bienaventurado por ser manso y humilde de corazón, el que lleva la misericordia de Dios al mundo, el que tiene hambre y sed de justicia, el que trabaja por la paz, el que es pobre de espíritu y limpio de corazón, el que es perseguido por causa del Hijo de Dios, su representante en el nombre de Cristo en la tierra, colmado del Espíritu Santo, para dar gloria a Dios: el Papa».

¡Muéstrate Madre, María!