6. BIEN PREPARADOS – SER MISERICORDIOSOS
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA I DE CUARESMA
Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.
Entonces dirá también a los de su izquierda ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.
Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’. Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: todos queremos merecer el cielo, y sabemos que, para eso, debemos llegar a la fiesta con el traje de bodas. Por tanto, hay que cumplir la voluntad del Padre.
Lo explicaste de diversas maneras durante tu vida pública. Y una de las explicaciones más claras fue la del Juicio Final.
Se va a ir al cielo el que vivió la caridad con el prójimo, porque esas obras son directamente para servirte a ti. Es decir, el cielo es del que ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como uno mismo.
El programa de las Bienaventuranzas implica tenerte a ti como modelo, que has venido al mundo para dar la vida por la salvación de todos.
El sacerdote es Cristo, y debe actuar en todo momento “in persona Christi”. Debe luchar por vivir todas las Bienaventuranzas, y debe dar la vida sirviendo a sus hermanos.
Jesús, ¿cómo debe un sacerdote vivir las obras de misericordia? ¿Cómo podemos llegar a esa identificación plena contigo?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes de mi pueblo: por mis méritos merecen ustedes la heredad del Padre, un Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque han tenido misericordia conmigo, porque todo lo que hagan a otros a mí me lo hacen, y todo lo que dejen de hacer a otros es a mí a quien no me lo hacen. Y yo pondré a unos a mi derecha y a otros a mi izquierda.
Dichosos los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, dichosos los misericordiosos, dichosos los puros de corazón, dichosos los que trabajan por la paz, dichosos los perseguidos por mi causa.
Amigos míos: preparen sus corazones para ser dignificados conmigo, pidan perdón y crean en el Evangelio, para que me reciban, para que me amen, para que me abran la puerta, porque un corazón preparado es un corazón dichoso, bienaventurado.
Que vengan a mí los que estén cansados, y yo los aliviaré.
Que vengan a mí los que estén vacíos, y yo los llenaré.
Que vengan a mí los que estén perdidos, y yo los encontraré.
Qué vengan a mí los que quieran seguirme, y yo los conduciré a través del mar de mi misericordia.
Que me reciban y me entreguen, para que en esta entrega obren con pureza de intención, desde sus corazones vacíos del mundo y llenos de mí, porque soy Palabra de Dios encarnada y presencia viva en la Eucaristía, por la que me llevan a las almas en un acto de fe, de esperanza y de caridad. El que coma de este pan no tendrá hambre y el que beba de este vino no tendrá sed.
Que vivan en fraternidad y armonía y, al entregarme, se entreguen conmigo en obras de misericordia, a través de la Palabra y la Eucaristía, porque con mi Carne y con mi Sangre dan de comer al hambriento y dan de beber al sediento, acogen al forastero y visten de pureza al desnudo, visitan al enfermo y al preso. Porque todo lo que hacen a sus hermanos a mí me lo hacen, y todo lo que dejan de hacer es a mí a quien no lo hacen.
Que vengan a mí los misericordiosos, y yo les daré su recompensa, cuando los siente a mi derecha y los lleve a gozar conmigo en la gloria del Padre.
Que amen a Dios por sobre todas las cosas, y amen al prójimo como a ellos mismos, para que, a través de ese amor, me amen, recibiéndome y entregándome en cada Palabra que proviene de su corazón y que sale de su boca, y en cada acto de caridad, cuando imparten la Eucaristía».
+++
Madre mía, Madre de Misericordia: tú siempre nos proteges y nos cuidas bajo tu manto. Se que no me faltará tu compañía ante mis propias necesidades, pero enséñame a mí a amar al prójimo, como lo hiciste tú.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: adoren al Rey de la Eterna Gloria. Como ha venido, vendrá. Él ha venido a traer misericordia, pero entonces justicia traerá. El que no se convierta perecerá.
Él es el Dueño y Señor de todo, su poder no tiene igual. Cristo es un Dios terrible. Tiemblen los cielos y la tierra cuando Él venga; y alégrense, porque todo el que crea se salvará.
Pero el que crea en Él y en su bondad, también debe creer en su justicia. Él ha venido al mundo a justificar a toda la humanidad. Pero el que no quiera, los necios, los soberbios, los egoístas, los idólatras, los que no hayan hecho obras de misericordia, serán puestos a la izquierda, porque Dios es amor y el que no tiene amor no tiene a Dios.
Las obras de misericordia son el amor manifestado por el mismo Dios vivo, que obra con su Santo Espíritu a través de los hombres. El amor está por encima de todo, por tanto, el que pone la eficacia antes que la caridad, está ausente de gracia.
El amor es hermoso y es misericordioso.
El amor se profesa con los labios y con las obras que brotan de la fe del corazón de todo aquel que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios que ha venido al mundo a morir por los pecados de los hombres y ha resucitado para darles vida.
El amor se manifiesta en obras concretas que justifican a los hombres en la fe y en la voluntad de Dios.
Participen en esta justificación, profesando su fe mediante la Palabra de mi Hijo que sale de su boca, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Palabra que los fortalece y los protege contra la tentación y las asechanzas del enemigo.
Palabra que, al ponerla en obras, reconoce al Señor como único Dios verdadero, que ama a los hijos de forma individual, y se entrega a cada uno como si fuera el único, derramándose en bondad y providencia, en gracia y misericordia, pero haciéndolo participe de un todo en comunión, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu.
Aléjense de toda tentación, fortaleciendo su espíritu con oración, para que sean salvados por la gracia de Dios mediante la fe, y no se gloríen de sus obras.
Mortifiquen sus pasiones, para que crezcan en virtud y alcancen la santidad, siendo más Cristos y menos hombres.
Oren para que sepan discernir y hacer la voluntad de Dios y no la de los hombres, para que sean verdaderos seguidores de Cristo y verdaderos pastores.
Es necesario que permanezcan en oración, en intimidad con Dios, en constante comunicación con el amado, enamorados del amor.
Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, permanezcan en la fidelidad, abandonados en el llamado a vivir en virtud y santidad su vocación.
Es tiempo de preparar a los invitados y de vestirlos de fiesta, porque aquel día los tomará por sorpresa, caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra, y no habrá quien no se dé cuenta. Y a los que no tengan vestido de fiesta los echarán fuera y se cerrará la puerta y ya no podrán entrar.
Compadezcan mi angustia y consuelen mi dolor y mi impotencia de llamarlos y no ser escuchada, de buscarlos y no encontrarlos, de mostrarles el camino y no poder convencerlos de seguirlo.
Yo soy Madre, y me muestro Madre, para que reciban la misericordia, para que tomen conciencia, y se arrepientan y crean, para que obedezcan y cumplan la ley de Dios, para que vuelva el orden al mundo y sea como Él lo creó: un solo rebaño y un solo Pastor, una sola Iglesia, un solo pueblo Santo de Dios.
El que un día vino a buscar, no a los justos sino a los pecadores, volverá un día a buscar a los justos y a separarlos de los pecadores, y a unos los pondrá a la derecha y les dirá: “vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba desnudo y me vistieron y estaba enfermo y preso, y me visitaron”.
Y a otros los pondrá a la izquierda y les dirá: “apártense de mí, malditos, porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve desnudo y no me vistieron, era forastero y no me acogieron, estuve enfermo y preso y no me visitaron”.
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Oren para que no sea así esta vez, sino que, cuando venga otra vez, sí la reciban.
Yo les pido a ustedes la disposición a recibir y a dar la misericordia de Dios.
Que se preparen para que, cuando mi Hijo venga, los encuentre reunidos.
Que se preparen porque nadie sabe ni el día ni la hora.
Que se preparen todos los días para recibirlo, como si cada día fuera el último día.
Que se vistan de fiesta y reciban la Palabra, para que la hagan suya, para que hagan oración y la cumplan.
Que se den cuenta que el Cristo que viene todos los días a sus manos, el mismo Cristo resucitado y vivo, que vendrá como un rey con toda su majestad y gloria en el último día, se hace presente en sus manos, en Eucaristía.
De la misma manera que hay que estar preparados para la Comunión eucarística, hay que estar preparados para la venida definitiva del Hijo del hombre.
Y de la misma manera que la Comunión santifica –pero si están en pecado grave se condenan–, de la misma forma la venida de Cristo al mundo será para unos alegría y gloria, y para otros será terror y condena.
Y así como la Comunión es personal y particular, íntima e individual, así debe ser la oración. Así será la venida del Hijo del Hombre: un encuentro definitivo con cada uno en lo personal, en lo particular, en la intimidad, porque cada uno fue creado único e irrepetible, a imagen y semejanza de Dios».
VII. 43 RECIBIR Y DAR MISERICORDIA – SACIAR LA SED DE JESÚS
FIESTA DE SANTA MADRE TERESA DE CALCUTA
Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante Él todas las naciones, y Él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.
Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.
Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’. Y Él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: me alegra mucho celebrar hoy a la Santa Madre Teresa en su fiesta, y solo puedo pensar en el enorme testimonio de fe y de amor que nos ha dejado, con una vida de entrega generosa, sirviendo a los más pobres entre los pobres, mirándote siempre a ti en ellos.
Así como ella, ha habido tantas personas a lo largo de la historia de la Iglesia, –sacerdotes, religiosos y laicos–, que ofrecen su vida en favor de los más necesitados, sin buscar ningún reconocimiento. La Madre Teresa lo decía muy claro: “lo hacemos por Jesús”.
Todos queremos merecer el cielo, y sabemos que, para eso, debemos llegar a la fiesta con el traje de bodas. Por tanto, hay que cumplir la voluntad del Padre.
Lo explicaste de diversas maneras durante tu vida pública, y una de las explicaciones más claras fue la del Juicio Final: se va a ir al cielo el que vivió la caridad con el prójimo, porque esas obras son directamente para servirte a ti. Es decir, el cielo es del que ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como uno mismo.
El programa de las Bienaventuranzas implica tenerte a ti como modelo, que has venido al mundo para dar la vida por la salvación de todos.
El sacerdote es Cristo, y debe actuar en todo momento “in persona Christi”. Debe luchar por vivir todas las Bienaventuranzas, y debe dar la vida sirviendo a sus hermanos.
Jesús, ¿cómo debe un sacerdote vivir las obras de misericordia? ¿Cómo podemos llegar a esa identificación plena contigo?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdotes de mi pueblo: por mis méritos merecen ustedes la heredad del Padre, un Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque han tenido misericordia conmigo, porque todo lo que hagan a otros a mí me lo hacen, y todo lo que dejen de hacer a otros es a mí a quien no me lo hacen. Y yo pondré a unos a mi derecha y a otros a mi izquierda.
Dichosos los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, dichosos los misericordiosos, dichosos los puros de corazón, dichosos los que trabajan por la paz, dichosos los perseguidos por mi causa.
Amigos míos: preparen sus corazones para ser dignificados conmigo, pidan perdón y crean en el Evangelio, para que me reciban, para que me amen, para que me abran la puerta, porque un corazón preparado es un corazón dichoso, bienaventurado.
Que vengan a mí los que estén cansados, y yo los aliviaré.
Que vengan a mí los que estén vacíos, y yo los llenaré.
Que vengan a mí los que estén perdidos, y yo los encontraré.
Qué vengan a mí los que quieran seguirme, y yo los conduciré a través del mar de mi misericordia.
Que me reciban y me entreguen, para que en esta entrega obren con pureza de intención, desde sus corazones vacíos del mundo y llenos de mí, porque soy Palabra de Dios encarnada y presencia viva en la Eucaristía, por la que me llevan a las almas en un acto de fe, de esperanza y de caridad. El que coma de este pan no tendrá hambre y el que beba de este vino no tendrá sed.
Que vivan en fraternidad y armonía y, al entregarme, se entreguen conmigo en obras de misericordia, a través de la Palabra y la Eucaristía, porque con mi Carne y con mi Sangre dan de comer al hambriento y dan de beber al sediento, acogen al forastero y visten de pureza al desnudo, visitan al enfermo y al preso. Porque todo lo que hacen a sus hermanos a mí me lo hacen, y todo lo que dejan de hacer es a mí a quien no lo hacen.
Que vengan a mí los misericordiosos, y yo les daré su recompensa, cuando los siente a mi derecha y los lleve a gozar conmigo en la gloria del Padre.
Que amen a Dios por sobre todas las cosas, y amen al prójimo como a ellos mismos, para que, a través de ese amor, me amen, recibiéndome y entregándome en cada Palabra que proviene de su corazón y que sale de su boca, y en cada acto de caridad, cuando imparten la Eucaristía».
+++
Madre mía, Madre de Misericordia: seguramente la Madre Teresa te tomó a ti como modelo para llevar a cabo la obra que Dios le pedía. Y es que tú eres el mejor ejemplo de cómo se debe tratar a Jesús. Tú lo alimentaste, le diste de beber, lo vestiste y lo atendiste de mil maneras desde que nació.
Yo quiero luchar con todas mis fuerzas para alcanzar la eterna gloria, y gozar para siempre de Dios. Y Jesús nos muestra el camino: hay que vivir el mandamiento de la caridad, amando al prójimo como nos enseñó Él, con obras de misericordia.
Tú siempre nos proteges y nos acoges bajo tu manto. Sé que no me faltará tu compañía ante mis propias necesidades, pero enséñame a mí a amar al prójimo como lo hiciste tú.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: adoren al Rey de la Eterna Gloria. Como ha venido, vendrá. Él ha venido a traer misericordia, pero entonces justicia traerá. El que no se convierta perecerá.
Él es el Dueño y Señor de todo, su poder no tiene igual. Cristo es un Dios terrible. Tiemblen los cielos y la tierra cuando Él venga; y alégrense, porque todo el que crea se salvará.
Pero el que crea en Él y en su bondad, también debe creer en su justicia. Él ha venido al mundo a justificar a toda la humanidad. Pero el que no quiera, los necios, los soberbios, los egoístas, los idólatras, los que no hayan hecho obras de misericordia, serán puestos a la izquierda, porque Dios es amor y el que no tiene amor no tiene a Dios.
Las obras de misericordia son el amor manifestado por el mismo Dios vivo, que obra con su Santo Espíritu a través de los hombres. El amor está por encima de todo, por tanto, el que pone la eficacia antes que la caridad, está ausente de gracia.
El amor es hermoso y es misericordioso.
El amor se profesa con los labios y con las obras que brotan de la fe del corazón de todo aquel que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios que ha venido al mundo a morir por los pecados de los hombres y ha resucitado para darles vida.
El amor se manifiesta en obras concretas que justifican a los hombres en la fe y en la voluntad de Dios.
Participen en esta justificación, profesando su fe mediante la Palabra de mi Hijo que sale de su boca, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Palabra que los fortalece y los protege contra la tentación y las asechanzas del enemigo.
Palabra que, al ponerla en obras, reconoce al Señor como único Dios verdadero, que ama a los hijos de forma individual, y se entrega a cada uno como si fuera el único, derramándose en bondad y providencia, en gracia y misericordia, pero haciéndolo participe de un todo en comunión, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu.
Aléjense de toda tentación, fortaleciendo su espíritu con oración, para que sean salvados por la gracia de Dios mediante la fe, y no se gloríen de sus obras.
Mortifiquen sus pasiones, para que crezcan en virtud y alcancen la santidad, siendo más Cristos y menos hombres.
Oren para que sepan discernir y hacer la voluntad de Dios y no la de los hombres, para que sean verdaderos seguidores de Cristo y verdaderos pastores.
Es necesario que permanezcan en oración, en intimidad con Dios, en constante comunicación con el amado, enamorados del amor.
Es necesario que ustedes, mis hijos sacerdotes, permanezcan en la fidelidad, abandonados en el llamado a vivir en virtud y santidad su vocación.
Es tiempo de preparar a los invitados y de vestirlos de fiesta, porque aquel día los tomará por sorpresa, caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra, y no habrá quien no se dé cuenta. Y a los que no tengan vestido de fiesta los echarán fuera y se cerrará la puerta y ya no podrán entrar.
Compadezcan mi angustia y consuelen mi dolor y mi impotencia de llamarlos y no ser escuchada, de buscarlos y no encontrarlos, de mostrarles el camino y no poder convencerlos de seguirlo.
Yo soy Madre, y me muestro Madre, para que reciban la misericordia, para que tomen conciencia, y se arrepientan y crean, para que obedezcan y cumplan la ley de Dios, para que vuelva el orden al mundo y sea como Él lo creó: un solo rebaño y un solo Pastor, una sola Iglesia, un solo pueblo Santo de Dios.
El que un día vino a buscar, no a los justos sino a los pecadores, volverá un día a buscar a los justos y a separarlos de los pecadores, y a unos los pondrá a la derecha y les dirá: “vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba desnudo y me vistieron y estaba enfermo y preso, y me visitaron”.
Y a otros los pondrá a la izquierda y les dirá: “apártense de mí, malditos, porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve desnudo y no me vistieron, era forastero y no me acogieron, estuve enfermo y preso y no me visitaron”.
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Oren para que no sea así esta vez, sino que, cuando venga otra vez, sí la reciban.
Yo les pido a ustedes la disposición a recibir y a dar la misericordia de Dios.
Que se preparen para que, cuando mi Hijo venga, los encuentre reunidos.
Que se preparen porque nadie sabe ni el día ni la hora.
Que se preparen todos los días para recibirlo, como si cada día fuera el último día.
Que se vistan de fiesta y reciban la Palabra, para que la hagan suya, para que hagan oración y la cumplan.
Que se den cuenta que el Cristo que viene todos los días a sus manos, el mismo Cristo resucitado y vivo, que vendrá como un rey con toda su majestad y gloria en el último día, se hace presente en sus manos, en Eucaristía.
De la misma manera que hay que estar preparados para la Comunión eucarística, hay que estar preparados para la venida definitiva del Hijo del hombre.
Y de la misma manera que la Comunión santifica –pero si están en pecado grave se condenan–, de la misma forma la venida de Cristo al mundo será para unos alegría y gloria, y para otros será terror y condena.
Y así como la Comunión es personal y particular, íntima e individual, así debe ser la oración. Así será la venida del Hijo del Hombre: un encuentro definitivo con cada uno en lo personal, en lo particular, en la intimidad, porque cada uno fue creado único e irrepetible, a imagen y semejanza de Dios».
¡Muéstrate Madre, María!
91. LA CRUZ, TRONO DE CRISTO REY – SOLDADOS DEL EJÉRCITO DEL REY
EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
CICLO (A)
Se sentará en su trono de gloria y apartará a los unos de los otros.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.
Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.
Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’. Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.
Palabra del Señor.
***
CICLO (B)
Tú lo has dicho. Soy rey.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 18, 33-37
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”. Pilato le respondió: “¡Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Palabra del Señor.
***
CICLO (C)
Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí.
Del santo Evangelio según san Lucas: 23, 35-43
Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.
También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”.
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el último domingo del año litúrgico celebramos esta gran fiesta, en donde te contemplamos como Rey del Universo. Me alegro con toda la Iglesia al considerar que tu Santísima Humanidad ha ganado ese reinado universal triunfando en la cruz, después de haber dicho que tu Reino no es de este mundo, y de haber sido coronado con espinas.
El tuyo es un Reino eterno y universal: Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz.
Hoy, en mi oración, miro la cruz, y en ella contemplo a un Rey, cubierto de heridas y de sangre, coronado con espinas, torturado y clavado, elevado, con los brazos abiertos. Sobre su cabeza un letrero que anuncia la majestad de un rey: Jesús el nazareno, rey de los judíos.
Contemplo a un rey despojado de sus finas vestiduras, pero conservando su corona. Estaba crucificado en la cruz, con corona de espinas. El rey estaba muerto.
Su ejército se había dispersado, sus soldados lo habían abandonado, y su propio pueblo lo había matado.
Su cuerpo estaba torturado, inmolado y cubierto de heridas, totalmente deshidratado, y su sangre derramada; se podían contar todos sus huesos.
Su rostro, desfigurado por los golpes, colgaba inerte sobre su pecho.
Su corazón había sido traspasado, abierto, y estaba expuesto y vacío, totalmente entregado. No le quedaba nada, todo lo había dado, hasta la vida.
Señor: reconozco tu majestad. Ayúdame a mí, sacerdote, a ser un digno soldado de tu ejército.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: venera mi trono, adora a tu Rey.
Yo soy Cristo, Rey del Universo, Rey de los profetas, descendiente de David, coronado con el dolor de los pecados del mundo, clavado a la cruz como mi trono, con los brazos abiertos, abrazando el mundo, unido al mundo por el hierro que traspasó mis pies, pies de hierro, con los que vendré de nuevo con toda mi majestad y gloria.
Verbo hecho carne, que habitó en el mundo para ser testigo de la verdad, para dar testimonio de la verdad.
Dios y hombre entre los hombres, construyendo con los hombres mi Reino.
Pero mi Reino no es de este mundo.
Mira mi cruz, en donde se expone la verdad, Dios y hombre entregado en manos de los hombres, para ser juzgado y condenado a una muerte de bandido, para ser torturado, elevado y expuesto en el trono de la humillación, símbolo del amor, del que brota la misericordia, sangre derramada para el perdón de los pecados. Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Es mi cruz trono de la verdad, de la misericordia y del amor. Trono en el que ha muerto el Rey, para levantarse de entre los muertos venciendo a la muerte, para elevarse al cielo venciendo al mundo, para sentarse a la derecha del Padre para ser coronado de gloria y majestad, con la que vendrá de nuevo a buscar a los que permanecen en la verdad, para hacerlos partícipes de su gloria en el Reino de los Cielos.
Sacerdotes de mi pueblo: ustedes son los soldados de Dios, el ejército del que era, del que es y del que vendrá, Cristo Rey del Universo, por el que han jurado dar la vida en la batalla, para conseguir la victoria.
Soldados heridos: déjense curar por mí, porque un Rey cuida y protege a su ejército, y lo alimenta y le da de beber, y le procura casa y vestido, y lo instruye y lo fortalece, para hacerlo vencedor y darle libertad, y lo honra en la muerte.
Soldados: examínense, y descubran si sus heridas son de muerte, y déjense curar por mí. Examinen sus conciencias, escudriñando a fondo, con valor, abriendo cada herida nueva o antigua, venial o mortal, aunque la vergüenza duela, aunque el miedo paralice, aunque el recuerdo queme por dentro y la culpa te desgarre el alma, y déjense curar por mí, para que mis soldados queden sanos, para que mi ejército consiga la paz. Y vengan conmigo a construir mi Reino.
Mi Reino no es de este mundo, y mis soldados no son de este mundo, pero yo los he enviado al mundo para que luchen, para que venzan, para que me entreguen mi tesoro. Sepan que el rescate ya ha sido pagado, cuando yo fui enviado al mundo para pagar de una vez y para siempre, con mi cuerpo y con mi sangre, lo que estaba prisionero en el mundo, la humanidad que el pecado había arrebatado, que había aprisionado para destruirla, para darle muerte.
Yo los envío a traer lo que es mío, las almas del mundo, que son mi tesoro. Pero ellos no lo saben.
Para que cumplan mi ley y sean dignos de pertenecer a mi Reino. Pero ellos no conocen mi ley.
Para que vivan en la verdad y tengan vida. Pero ellos no conocen la verdad.
Para que mi Palabra los alimente. Pero ellos no la conocen.
Para que por mí sean salvados. Pero ellos no me conocen.
Lleven ustedes, sacerdotes míos, soldados del Rey del Universo, la ley, la verdad, la Palabra y el amor a todo mi pueblo, para reunirlos a todos en un solo pueblo santo, para traerlos a todos como un solo tesoro, para construir conmigo el Reino de los Cielos.
Que sea mi cruz símbolo del poder de Dios, que en la humildad consigue la victoria, que en la humillación descubre la verdad, que hace de la cruz el trono del Rey del amor, de donde brota la gracia y la misericordia para recuperar su tesoro.
Permanezcan conmigo en mi trono en este mundo, para que sean sentados en el trono de la gloria de Dios que es todopoderoso, cuando yo venga vestido de majestad a buscar lo que es mío, lo que el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar, lo que estaba perdido y ha sido encontrado, lo que estaba cautivo y ha sido liberado, lo que estaba muerto y por mí ha sido vuelto a la vida, para que mi Reino sea un reino de sacerdotes, piedras vivas de mi corona, para que reinen conmigo en el cielo, en el que mi trono no es de cruz, sino de gloria.
Amigo mío: y yo te digo que ha nacido en el mundo una Reina, para ser Madre del Rey.
Reina pura, sin mancha ni pecado, para ser Reina del cielo y de la tierra, Madre del Divino Verbo, Madre del Salvador, Madre del Rey de los ejércitos, Madre del Rey del universo.
Esa Reina está postrada a los pies del trono del Rey, adorando, alabando, entregando su vida por Él, orando, protegiendo, cuidando a los soldados del ejército del Rey, muerto en el mundo, porque su Reino no es de este mundo.
Yo soy tu Rey.
El que fue despojado de la gloria que tenía antes de que fuera creado el mundo.
El que fue enviado a morir al mundo para rescatar al mundo.
El que murió coronado en un trono de cruz, elevado y expuesto, abriendo los brazos para redimir al mundo.
El que derramó su sangre para lavar los pecados del mundo.
El que se quedó en Cuerpo y en Sangre para alimentar al mundo y recuperar lo que es suyo.
El que venció a la muerte, resucitando en el mundo, para subir al cielo y reinar con su Padre eternamente.
El que vendrá con todo el poder y la gloria para juzgar a vivos y muertos, para darles vida eterna.
El que es, el que soy: Cristo vivo, Cristo Rey del Universo.
Yo rijo a las naciones.
Yo soy un Dios vivo y Dios de vivos.
Yo soy Cristo resucitado y vivo.
Yo he venido al mundo para dar mi vida para salvarlos y reinar en todos los corazones, en cada latido, en cada suspiro, cada segundo, en todo momento.
Yo quiero extender mi Reino en los corazones de ustedes, mis amigos, mis más amados, mis sacerdotes, y traerlos a mi Paraíso, para llenar sus tronos en el cielo. Les pido a ustedes que sean como los últimos, para que sean los primeros. Reciban mi Palabra y mi misericordia, para que me piensen vivo, me busquen vivo, me conozcan vivo, me amen vivo y me adoren vivo en la Eucaristía.
Yo he venido al mundo a derramar mi sangre sobre la humanidad, para que todos tengan, por mí, la misma sangre.
Yo he subido al cielo a sentarme a la diestra de mi Padre. Pero de nuevo vendré y me verán con todo mi poder, coronado de la gloria de mi Padre, con el coro de mis ángeles, unido al coro de mi Iglesia, cantando alabanzas a una sola voz: ¡Viva Cristo Rey!».
+++
Madre nuestra: tú eres Reina, y estuviste junto a la cruz, de pie, a la derecha de tu Hijo, entregando tu vida con Él, despojándote de todo lo que te quedaba: tu deseo de morir en ese instante, para irte con Él.
En cambio, entregaste tu vida para quedarte en cuerpo, en alma y en voluntad para hacer la voluntad de Dios, para servirlo reuniendo a su ejército, buscando a sus soldados, perdonando su abandono, porque también a ti te habían dejado sola, a merced de las burlas, de los maltratos, de las groserías, de la iniquidad, de la inmundicia, de la indiferencia, de la impiedad, de la maldad, de la agresión, de la incredulidad y de la ingratitud de los que tu Hijo había venido a salvar.
Te entregaste para guiar y conducir a los soldados.
Para fortalecerlos, alimentarlos, auxiliarlos, acompañarlos, enseñarlos, corregirlos, acogerlos, orar y esperar con ellos la resurrección de tu Hijo, su ascensión a los Cielos y la venida del Espíritu Santo.
Para prepararlos para dejarlo todo, renunciar a sí mismos, tomar su cruz y seguir a Jesús.
Para dar y para darse, como Él les enseñó.
Para ser ejemplo, y con tu ejemplo llevar a todas las almas el alimento de vida y la bebida de salvación.
Para llevar a todas las almas al cielo.
Y te contemplo abrazada del cuerpo sin vida de tu Hijo en la cruz.
Yo quiero acompañarte, abrazarte y consolarte, mientras aquellos buenos hombres bajan de la cruz a tu Hijo muerto, y entregan en tus brazos su cuerpo desnudo, pero vestido de su preciosa sangre, derramada hasta la última gota.
Y después de su resurrección, quiero unirme a los ángeles y a los santos que, postrados, adoran y alaban al amor, al Rey de los ejércitos, al Hijo de Dios, Cristo Rey del Universo, Señor todopoderoso y eterno.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: este es el Cristo.
Este es el Rey.
Este es el Salvador del mundo.
Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Este es el amo y Señor del universo, que tenía la gloria de su Padre antes de que el mundo existiera.
Este es el que vino a buscar no a los justos sino a los pecadores.
Este es el primero y el último.
Este es el Hijo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas.
Este es el que es, el que era y el que vendrá.
Esta es la vida engendrada en mí por obra del Espíritu Santo.
Este es el fruto de mi vientre; y su nombre es Jesús.
Este es el Mesías esperado, el que los profetas habían anunciado, el Libertador, el Redentor, el que estaba puesto para caída y elevación de muchos, y como signo de contradicción.
Este es por quien me fue anunciado que una espada atravesaría mi alma, a fin de que quedaran al descubierto las intenciones de muchos corazones.
Este es el que vi nacer, el que vi crecer, el que vi morir.
Este es el que alimenté en mi vientre, el que amamanté de mis pechos, el que arrullé, el que crie, el que cuidé, el que eduqué, el que acompañé, el que enseñé a dar y a darse sin pedir ni esperar nada a cambio, amando hasta el extremo, como hombre y como Dios, porque nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.
Este es el que se reveló ante los hombres, exponiendo su poder divino, sirviendo a los hombres, convirtiendo el agua en vino, para cumplir mis deseos cuando todavía no había llegado su hora.
Este es el que oraba y adoraba a Dios diciéndole Padre, y el Hijo muy amado de Dios en quien Él puso sus complacencias.
Este es el que caminó en medio del mundo haciendo milagros, curando enfermos y expulsando demonios.
Este es el que alimentó multitudes con tan solo dos peces y cinco panes.
Este es el que partió pan y lo bendijo, entregando su cuerpo, y el que bendijo el vino, entregando su sangre, amando hasta el extremo, para morir y para resucitar de entre los muertos, y para dar vida y quedarse vivo entre los vivos.
Este es al que pusieron un manto de púrpura y coronaron como Rey, en medio de la burla, poniéndole en la cabeza una corona, no de oro sino de espinas, y en su mano un cetro, no de hierro, sino de caña.
Este es el que respondió con la verdad y dijo: “Sí, soy Rey. Yo para esto he nacido, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi ejército hubiera combatido para que yo no fuera entregado a los judíos, pero mi Reino no es de aquí”.
Este es el que padeció y murió, dando su sangre para pagar el rescate de muchos.
Este es el Rey que ha venido a instaurar el Reino de Dios en el mundo. Pero el mundo no lo recibió.
Recíbelo tú».
¡Muéstrate Madre, María!