Mt 26, 14-25
Mt 26, 14-25
00:00
00:00

43. PERMANECER EN LA FIDELIDAD - FUERTES EN LA FLAQUEZA

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES SANTO

¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado!

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: ¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?”. Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselos.

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”. El respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.

Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¡Acaso soy yo, Señor?”. Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ese va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo Maestro?”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: resulta difícil entender por qué permitió Dios que hubiera un traidor entre los Apóstoles.

Judas había visto milagros, había escuchado tu predicación muchas veces y, sobre todo, había sido testigo directo de tu amor, por él y por todos los hombres. ¿Cómo puede traicionar alguien así? El Evangelio dice que después de probar el bocado “entró el diablo en él”.

Yo, sacerdote, tu amigo, pienso que también he visto milagros, he meditado tu Palabra muchas veces, y he sido testigo directo de tu amor. Y reconozco que también te puedo traicionar, cuando no lucho por cumplir bien con mi misión, cuando no soy un verdadero sacerdote, cuando no doy mi vida por ti.

Jesús, ¿cómo debo luchar seriamente para combatir las tentaciones que el demonio me presenta? ¿Cómo puedo corresponder bien a la gracia de mi vocación?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdote mío: quiero tu vida.

Entre mis amigos, los que dejaron todo para seguirme, los que me prometieron fidelidad, los que más me amaban, los que fueron testigos de mis obras, a los que les fue revelado que yo soy el Hijo de Dios, los que me acompañaban todo el tiempo, los que estaban conmigo, los que eran como tú, amigo mío…, uno de ellos me traicionó, y me entregó a la muerte en manos de mis enemigos.

Y entre los demás, no hubo uno que diera su vida por mí.

Y sufrió mi corazón por la traición de uno que se volvió frío, pero más sufrió mi corazón por muchos que se volvieron tibios.

Y se alegró mi corazón al saber que sí había una vida entregada por la mía: mi Madre, que se entregó por amor a su Hijo, y por amor a Dios, porque tenía el corazón encendido de amor, porque el Espíritu Santo estaba con ella y, con su entrega, fortaleció la mía, en la obediencia y en la perseverancia.

Y vi que eso era bueno.

Y la hice madre de todos los hombres.

Y en su entrega total, generosa, desinteresada, amorosa, por sus hijos, el Espíritu Santo une a todos los hombres a mi sacrificio, para ser una sola ofrenda agradable a Dios, y a través de este sacrificio en comunión, Dios Padre purifica con mi sangre a todos los hombres.

Yo he abierto tus oídos y tu boca, para que me escuches, para que des a otros palabras de aliento con mi Palabra. Para que, con tu entrega, fortalezcas la entrega de otros por mí.

He abierto también tus ojos, y te he mostrado mi corazón. Te he mostrado también los corazones de los hombres, para que sepas que en algunos no habito yo, porque me han traicionado, me han insultado, me han escupido, me han lastimado, me han desechado, aun cuando he dado mi vida por ellos, y la he recuperado para darle vida a ellos.

Esos corazones que están tan lejos de mí han sido encadenados al mal, y en ellos habita Satanás, para hacer la guerra a los que están conmigo, y apoderarse de ellos para ponerlos contra mí.

Esos corazones se hacen evidentes, porque quieren ser como Dios, y en su descaro incluso mojan el pan en su plato, cometiendo el pecado de Adán, por el que el mal se hizo presente en el mundo. A esos demonios los verás, pero yo te digo, permanece con mi Madre y no podrán hacerte daño, porque ella les pisa la cabeza.

Amigo mío: yo he entregado mi vida por ti, para que fortalezcas tu entrega en la obediencia y en la perseverancia; para que des tu vida conmigo; para que nunca estés contra mí; para que te hagas a todos, como yo, y entregues tu vida a Dios, para que, siendo libre de todo, te hagas esclavo de todos, como yo, para ganar a los más que puedas.

Esto es posible permaneciendo en presencia de mi Madre, para que el Espíritu Santo, que está con ella, encienda tu corazón y caliente tu tibieza, para que, con el fuego del amor, consiga para ti un corazón fervoroso y dispuesto, como el de mis primeros apóstoles, que, después de abandonarme, recibieron la gracia del Espíritu para encender sus corazones, hasta dar su vida por mi causa.

Quiero que tu corazón esté unido al corazón de mi Madre, para que con su amor y por la fuerza del Espíritu, entregues tu vida para la salvación de muchos, y los reúnas con mi Madre, para que ellos entreguen su vida conmigo.

Este es el fervor de los mártires y santos. Todos ellos han sido acompañados por mi Madre, protegidos y guiados, llenos del Espíritu Santo y encendidos en el fuego de mi amor. Es por sus méritos, obtenidos por las obras realizadas en la tierra, que interceden por las almas desde el cielo, para ganar a los más que puedan.

Invoca la protección y la guía de los santos, para que, por sus méritos y con su ejemplo, consigan para ti una verdadera vocación al amor, que, aunque estés rodeado de peligros y turbaciones, de inmundicia y de tentaciones, de mundanidad y de tinieblas, expuesto a la persecución y a los insultos, a las calumnias y a la violencia, a las constantes acechanzas del enemigo, seas fortalecido por el Espíritu Santo para permanecer en la fidelidad, renovando tus promesas de pobreza, castidad, y obediencia, virtudes con las que haces total tu entrega».

+++

Madre mía, Refugio de los pecadores: tu corazón de madre habrá sufrido mucho ante la traición de Judas. Y pienso que debe ser lo mismo ahora, cuando alguno de tus hijos traiciona a Jesús, sobre todo si se trata de uno de sus amigos, de sus elegidos para el ministerio sacerdotal.

Ayúdanos, Madre, a todos, para ser muy fieles, para reconocer nuestras faltas y huir a tiempo de la tentación cuando se presenta. No puede ser que se nos vayan los ojos con treinta monedas, cuando hemos recibido del cielo el tesoro más grande, la configuración con Cristo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijo mío, sacerdote: los hombres, por su debilidad, pueden traicionar, pero yo te pido que tengas esperanza y aceptes la compañía de la Madre, que no los abandona, que nunca los deja. Que, a pesar de las circunstancias de cada uno, de las dificultades, de los sufrimientos, de las inseguridades e incertidumbres, de la falta de fe, y de la traición de muchos, estoy aquí, de pie, junto a la cruz de cada uno, compartiendo cada momento, cada sentimiento, cada oración, cada palabra de amor, cada problema, cada angustia, cada alegría, cada ilusión, cada petición, cada súplica, cada momento de arrepentimiento en el que piden perdón. Y soportando cada falta, cada pecado, cada insulto, cada blasfemia contra Dios, sintiendo cómo una espada de dolor atraviesa mi corazón.

Eso, hijo mío, es la corredención. No fue un momento pasado. Algo que el tiempo haya curado o haya borrado. Es un presente constante, en la eternidad de Dios, en la que vivo yo.

Estos días santos, en los que se conmemora especialmente la pasión y la muerte de mi Hijo, Jesucristo, Salvador y Redentor, acompáñame, hijo mío, y medita conmigo todas las cosas que llevas guardadas en tu corazón, y yo en el mío.

Pero trae todo al tiempo presente. No te quedes en la imaginación de un traidor llamado Judas, y de un Crucificado, que fue por su amigo sacerdote entregado, para ser apresado, juzgado injustamente, torturado brutalmente, y llevado como cordero al matadero.

Medita en tiempo presente, hijo mío. Esto pasa continuamente, actualmente.

Cuántos hijos míos, a los que Jesús ha llamado amigos, lo han traicionado; cuántos lo han negado; cuántos se han ido, lo han abandonado; cuántos no han cumplido con su deber de anunciar el Evangelio, por preferir algún mundano placer.

Cuánto mal hay en el mundo. ¡Ay de aquel por quien el Hijo de Dios es entregado para padecer! Abre tus ojos y date cuenta de que esto sucede entre sus amigos una y otra vez, y llene esto tu alma de deseo encendido de anunciar el Evangelio a sus amigos.

Conversión, pide constantemente la conversión. Especialmente de los más débiles, que han elegido la traición.

Tu corazón está configurado al de mi Hijo en su único y eterno sacrificio, para que entregues tu vida con Él, por cada uno de mis hijos, permaneciendo al pie de la cruz de Cristo, conmigo orando, adorando, amando, reuniéndolos conmigo, para que sean fortalecidos y sostenidos en su cruz, consiguiendo, por su entrega y con el ejemplo y la intercesión de los santos, una vida en santidad para la gloria de Dios.

Yo intercedo para que entregues tu vida, como yo, para que por esa entrega te renueves y cumplas tus promesas a Dios, para que el Espíritu Santo te encienda con el fuego apostólico de sus primeros amigos, para que seas fortalecido en el amor, y por ese amor des tu vida por Cristo, siendo ejemplo para todos, haciéndote a todos como Cristo, para ganar a los más que puedas, entregándote a todos por Él, con Él y en Él, en cada Eucaristía.

Alégrate, hijo mío, porque has sido llamado y has sido elegido para unirte conmigo para servir a Dios, dando la vida por Cristo. Acompáñame».

¡Muéstrate Madre, María!