48. EL DON DE LA FE – SER TESTIMONIO
EVANGELIO DEL LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 28, 8-15
Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.
Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: “Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación”.
Ellos tomaron el dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: qué diferente es la actitud de las mujeres y la de los sumos sacerdotes. Es la actitud del que cree y del que no quiere creer.
El que cree se rinde a la realidad de los hechos. El que no quiere creer es porque esa realidad no conviene a sus intereses, y es capaz de creer lo que él mismo inventa.
El que sí cree no puede dejar de hablar de lo que ha visto y oído, se esfuerza por dar testimonio de su fe, de traducir su fe en obras.
Jesús: tú pediste a las mujeres que no tuvieran miedo. Había razones para tener miedo, pero también las había para ser valientes, porque te abrazaron y adoraron tu cuerpo glorioso. La valentía la daba la fe en tu resurrección.
Nuestra Madre, Señor, es maestra de fe. Ella es la que nos fortalece en el momento de la prueba.
Hemos de dar testimonio de ti, con palabras y con obras, sin miedo. Y del sacerdote se espera que sea fuerte en la fe, para dar seguridad a las almas.
Señor, ¿cómo quieres que sea mi testimonio de fe?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: ven a contemplar conmigo.
Te llevaré a contemplar la fe de aquellos tiempos en estos tiempos, después de mi muerte.
Mira el silencio, la desolación, la tristeza, el miedo, la incertidumbre, el llanto, de aquellos que, al ver cómo ese día temblaron cielos y tierra, creyeron.
Mira cómo los que no tenían fe, al ver, creyeron; pero los que tenían fe en mí, porque yo los llamé junto a mí, y me siguieron, y todo les fue revelado, al ya no verme dudaron. ¿Dónde está su fe?
Mira cómo entre ellos se esconden y tienen miedo, y acuden entonces a la única alma que siempre conservó la fe: la Madre que yo mismo les entregué.
Ella les dio consuelo y esperanza. Ella es testimonio de fe para mis pastores, para que aumente su fe, porque, por mi misericordia, les es dado el don, pero, por sus méritos, les es aumentado el don más precioso: el don de la fe, en la confianza, la entrega, el abandono de su voluntad, para hacer la voluntad del Padre y, en la disposición y la obediencia a esa voluntad, es fortalecida la fe.
Quiero que en el diálogo continuo conmigo, en la oración, me pidas fortalecer tu fe, y entonces moverás montañas, y harás milagros, y llevarás almas al cielo.
Quiero que busques a mi Madre, y te tomes de su mano, que ella te ayudará.
Quiero que sepas que a ella nada puedo negarle, que por ella y por la misericordia de Dios Padre, que por el mérito de mi pasión y muerte he conseguido, será fortalecida tu fe, para que me busques, para que me encuentres, y todos los días escuches y atiendas mi llamado.
Quiero que regreses al primer día, al primer llamado, al amor primero, y que acudas como aquel día; que lo dejes todo, que te niegues a ti mismo, que tomes tu cruz y que me sigas, porque el que pierda su vida la encontrará.
Yo soy la Vida: el que muera al mundo, resucitará en mí.
Yo soy la Resurrección: el que quiera venir conmigo, será llamado.
Yo soy el Camino: el que esté perdido, será encontrado.
Yo soy la Luz: el que muera por mi causa, ese tendrá parte conmigo en el cielo, ese será contado entre los preferidos de mi Padre, ese será santo entre mis santos.
Yo soy el Hijo único de Dios: el que me ame primero, que deje todo y me siga, y vivirá para siempre. En el misterio de la Eucaristía está la verdadera fe.
Amigo mío, quiero que des testimonio de mí. Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre.
Contempla en mi rostro la fe, esperanza y amor.
Contempla en mi cuerpo el cuerpo de un hombre y la divinidad de un Dios.
Profesa tu fe, con tu corazón y con tu boca, con tus palabras y tus obras, con tu testimonio de mi amor por ti.
Tú, que me has amado vivo, muerto y resucitado, eres testimonio de mi amor por ti.
Tú, que me has escuchado, eres testigo de mi Palabra.
Tú eres testigo de mi misericordia. Muestra este testimonio de fe con tu vida, en tus obras, en tus pensamientos, en tus palabras, en tu oración, y demuestra cuán capaz soy de derramar mi amor y mi misericordia con mi vida, con mi muerte y con mi resurrección, porque yo soy el mismo ayer, hoy y siempre, el principio y el fin.
Yo he abierto las puertas del cielo a través de la cruz, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna, para que todo el que crea en mí profese su fe, para que otros crean. Y su fe está en que yo he vencido a la muerte, pero no he sido entregado a la muerte, y mi carne no ha conocido la corrupción. He sido resucitado por el Padre, que me glorifica con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera.
Lleva tu testimonio al mundo, para que aumente su fe.
Contempla mi cuerpo glorioso, en el que yo los resucitaré en el último día.
Contempla la cruz. Está vacía, un lienzo blanco cuelga de ella y se mueve con el viento. Está elevada sobre agua, como en un mar, y está toda manchada de sangre fresca. Es un madero inerte, pero el agua es como un fuerte nutriente que le da vida.
Del madero brotan ramas verdes, como vástagos. Es una vid, de la que brotan frutos de los sarmientos, que se alimentan de la sangre de la cruz, y los ángeles los cortan y los ofrecen a Dios en una sola ofrenda, y limpian los sarmientos para que den más fruto. Pero cortan los sarmientos que no dan fruto, y se secan, y son arrojados al fuego.
Contempla la cruz transformada en vid, y la vid es el que es, y el que da la vida. Y el fruto depende de la vid, y de que los sarmientos permanezcan en la vid. Los sarmientos son los hombres que han sido limpiados para que den mucho fruto para la gloria del Padre.
Contempla el tesoro que hace permanecer a los sarmientos unidos a la vid. Es la fe. Y el fruto de la fe son las obras. Mientras más fe, más fruto y mayores son las obras. El agua es un mar de misericordia, para que los sarmientos de la vid den buenos frutos y con la fe los frutos sean transformados en obras.
Cree y cumple mis mandamientos, para que permanezcas en mí como yo permanezco en ti, y el Espíritu Santo, que yo he recibido, sea derramado en ti, para que afirmes tu fe y des mucho fruto, porque habrá quien dé falso testimonio de mí.
Confía en mí, abandónate en mí, obedece mis palabras, y vive en la alegría de mi resurrección, en mi amor y en la plenitud de un encuentro constante conmigo por la fe que te he dado, para que esa fe se manifieste en tus obras».
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Madre mía, maestra de fe: enséñame y ayúdame a cuidar mi fe, e intercede ante Dios para que me la aumente y sepa corresponder con obras.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: cuiden su cuerpo y cuiden su alma, porque llevan un tesoro en vasija de barro. El tesoro es la fe.
Permanezcan conmigo al pie de la cruz, que parece estar vacía, pero que está llena de vida; que es el signo del amor de Dios por los hombres, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Permanezcan en oración conmigo, para que aprendan a transformar su fe en obras de auxilio y misericordia, por las que entregarán su vida por mi Hijo y por todas las almas. Acompáñenme».
¡Muéstrate Madre, María!