24/11/2024

Mc 2, 23-28

EVANGELIO

El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.

Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 23-28    

Un sábado, Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le preguntaron: “¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?”.

Él les respondió: “¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que sólo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”.

Luego añadió Jesús: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado”. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Marcos 2, 23-28)

«Dios es misericordioso, compasivo y bondadoso, es Padre providente, Creador de todo lo creado, visible e invisible.

Dios ha creado a los hombres para Él, por amor, y ha creado el mundo para los hombres, y no a los hombres para el mundo. El que es de Dios no pertenece al mundo, sino que se vale del mundo para perfeccionarse y poder llegar a Dios, viviendo con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo.

El que lucha por perfeccionarse para llegar a Dios cumple la ley de Dios. No una ley despiadada y rigurosa, sino la ley del amor, la ley que Jesucristo no vino a abolir, sino a darle plenitud, ley en la que se manifiesta la caridad, el respeto mutuo y la misericordia.

La ley del amor no se rige por los prejuicios del mundo, sino por el corazón de los hombres, sus conciencias e intenciones, porque la caridad siempre debe estar antes que la eficacia.

Jesucristo vino a enseñar que los hombres no han sido creados para la ley, sino que la ley ha sido creada para que los hombres sirvan al Rey. El Rey es Él. Él es el Amor.

Por tanto, la ley que rige a los hombres es el amor, que se expresa amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, sirviéndose unos a otros, a través de la caridad y la misericordia.

Acata tú la ley de Dios, obedeciendo los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, escuchando la voz del Papa, quien tiene la infalibilidad para hablar en nombre del Espíritu Santo.

No juzgues y no serás juzgado. Perdona y serás perdonado. Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti, y obra la caridad sin prejuicios, considerando a los demás superiores que a ti mismo, anteponiendo siempre el amor a las personas, que el valor que el mundo le da a las cosas, viendo a Cristo en el otro, porque lo que haces con el prójimo lo haces con Cristo».