24/11/2024

Mc 3, 7-12

EVANGELIO

Los espíritus inmundos gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.

Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 7-12   

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba.

Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo.

En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Marcos 3, 7-12)

«Es muy grande la necesidad de los hombres, tan grande como su debilidad. Reconocen la necesidad de la misericordia, tanto como reconocen sus miserias, pero, en su desesperación, algunos caen en la ceguera del fanatismo, y hacen lo que sea, sin importar qué o de dónde viene el remedio que les dé alivio, llegando incluso a los gritos y los golpes, faltando a la caridad con los demás, importándoles solamente obtener un beneficio para sí mismos.

Y cierran sus ojos y no ven, y cierran sus oídos y no escuchan, y pierden la oportunidad de reconocer al Hijo de Dios presente en el mundo, que es de quien procede todo bien.

Jesús no sólo pidió, sino rogó a sus discípulos que le consiguieran una barca, para que, de manera ordenada, acudieran las multitudes a Él para escuchar su palabra y a recibir su misericordia, para que pudieran reconocerlo por la fe y tratarlo con el respeto y la veneración que merece lo sagrado.

La barca es figura de la Santa Iglesia, de la cual Cristo es cabeza, y sus discípulos son los sacerdotes, que en unidad con Él son intercesores entre Dios y los hombres, y administradores de su misericordia, para que llegue a todos. 

Acércate tú con verdadera fe, con respeto y veneración, a adorar al Hijo de Dios presente en la Eucaristía, en el silencio de tu corazón.

Humíllate y haz oración, no hacen falta las palabrerías. Canta himnos y alabanzas al Señor, y pídele lo que necesitas, con la confianza de que Él ya lo sabe antes de que se lo pidas. Trátalo con familiaridad, con amor, con reverencia y, antes de pedirle que sane tu cuerpo o algún beneficio material, pide perdón y recibe la salud espiritual, recibe su amor y su paz.

Permanece en la barca, que es la Iglesia, que como madre te abraza, y al Hijo de Dios te revela a través de su palabra y de su gracia, y descubrirás que eso te basta».