24/11/2024

Mc 8, 22-26

EVANGELIO

El ciego quedó curado y veía todo con claridad.

Del santo Evangelio según san Marcos: 8, 22-26  

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?”. El ciego, empezando a ver, le dijo: “Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan”.

Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: “Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie”.

PREGONES  (Reflexión del Santo Evangelio según san Marcos 8, 22-26)

«Jesucristo es la luz del mundo. La luz vino al mundo, pero el mundo no la recibió. Los hombres caminaban en la obscuridad y prefirieron las tinieblas a la luz. Pero aquellos que sí lo recibieron, encontraron en Él el camino para salir de la obscuridad, e ir a su admirable luz.

El que quiera ver más allá de la limitación de sus ojos humanos, que vea a la luz de la fe con visión sobrenatural, contemplando la cruz, y crea en el Hijo de Dios, que es la luz verdadera, que murió y resucitó para abrir los ojos de los ciegos, y al brillo de su luz todos vieran el camino.

Nos dio la salvación a través de los sacramentos, frutos de la cruz. A través del sacramento del bautismo recibimos la luz, y permanecemos en la luz, ayudados de las virtudes, de la fe, la esperanza y la caridad, infundidas en nuestros corazones por el Espíritu Santo, para que todo el que tenga ojos vea, y el que tenga oídos oiga. 

La luz de Cristo ilumina los corazones de los hombres para que sean justos, porque sólo los justos verán a Dios. 

Recibe tú la luz de Cristo en la Eucaristía, y pídele con insistencia que puedas ver no sólo con los ojos del cuerpo, para caminar sin tropezar y caer, sino con los ojos del alma, con visión sobrenatural, para que alcances, a través de la luz de la verdad, la santidad.

¡Que vea, Señor, que vea cuál es para mí tu voluntad! ¡Que vea, Señor, que vea la luz para que conozca la verdad! ¡Que vea, Señor, que vea el camino correcto, guiado por tu luz, en medio de mi obscuridad!

Y si un día erraras el camino y no pudieras ver, acude al Señor, arrepiéntete y pide perdón, y vuelve a comenzar, ayudado por la gracia de Dios, pidiendo con fe que puedas ver con los ojos de Cristo, y actuar a la luz de la visión sobrenatural, con tu corazón encendido en el fuego de su amor, para bendecir y alabar al Señor».