EVANGELIO
Ana hablaba del niño a los que aguardaban la liberación de Israel.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño,) se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40)
«Todo aquel que conoce a Jesucristo, debe agradecer a Dios y hablar de Él en todas partes y a todas las personas con entusiasmo y alegría, para que otros lo conozcan. Quien conoce al Hijo de Dios, lo ama, lo alaba, lo adora.
Todos los santos profetas tienen en común ser almas agradecidas por haber sido elegidas para anunciar la venida del Mesías. Antes de que naciera lo conocieron, porque el Hijo de Dios existía ya desde antes de que el mundo existiera. Él es la palabra de Dios.
Todo aquel que ha recibido la revelación del Padre, a través de su palabra, ha recibido al Hijo, porque es a través del Hijo que se revela el Padre.
Pero el Hijo de Dios que en el mundo nació, el Mesías esperado, ha muerto. ¡Ábrase el cielo!, ¡escúchense rayos y truenos!, ¡tiemble la tierra!, desgárrese el velo! La luz que vino al mundo para iluminar a todas las naciones, el que fue anunciado por los profetas y en quien se cumple toda profecía, el Verbo hecho carne, ha sido desterrado del mundo, porque Él no es del mundo, vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz, se ha revelado al mundo y está pendiendo de la cruz.
Conócelo tú, ese es Jesús, el que dio su vida por ti para salvarte, porque te conoce y te ama. Él es tu Amo y Señor, tu Rey y Creador, por quien fueron hechas todas las cosas.
Acércate al sagrario y contémplalo, ¡alégrate! ¡Cristo está vivo! ¡ha resucitado! contigo se ha quedado.
Recíbelo en la Eucaristía, trátalo como a un amigo, como a un hermano, déjate llenar de su amor, haz oración y escúchalo.
Él es la palabra de Dios y te habla al corazón, pídele que te revele al Padre a través del Espíritu Santo.
Conócelo en un trato cotidiano, agradece mientras creces por Él, con Él y en Él, en la fe, en la esperanza y en el amor, y habla de Él con tus palabras y tus obras que demuestren al mundo que tú lo has conocido, con la intención de que todo el mundo lo conozca y exulten de gozo contigo diciendo a una sola voz: ¡Viva el Rey!”».