09/09/2024

ESPADA Lc 6, 6-11 BLUE_1

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: una vez más los escribas y fariseos te acechan para tener un motivo de qué acusarte. No resistían tu doctrina, que no iba de acuerdo a sus intereses, y tenían prisa para quitarte la vida, pretendiendo así terminar con algo que los desprestigiaba ante el pueblo.
Pero no solo no resistían tu doctrina, sino que no se les veía muy dispuestos a hacer el bien, y tú todo lo hacías bien. No se atreven a contestar tu pregunta porque la respuesta era obvia: el bien hay que hacerlo siempre, todo el tiempo, sobre todo si se trata de salvar una vida.
Esa mirada tuya, recorriendo la vista a todos los presentes, hablaba más que tus palabras. Ibas cuestionando a cada uno, para que se enfrentaran con su propia conciencia.
Señor, yo te agradezco que también me hables con tu mirada, y te pido que me ayudes para mirar dentro de mí y descubrir así la soberbia que me impide extender la mano para recibir tu misericordia. Yo quiero convertirme y estar dispuesto a hacer el bien a los que me rodean, todos los días de mi vida, porque siempre es tiempo, también el sábado; pero sin prisa, con la paciencia de Dios.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: yo no vine al mundo con prisa, tuve la paciencia de ser niño y de crecer, de ser joven y de aprender, de ser adulto y de ofrecerme haciendo el bien siempre.
Pero los hombres tenían prisa de sacarme del mundo.
Y me juzgaron, y acepté con paciencia.
Y me azotaron, y soporté con paciencia.
Y me coronaron de espinas, y llevé mi corona con paciencia.
Y me dieron un madero, y yo cargué su prisa en esa cruz con paciencia.
Y me crucificaron con prisa, para morir con paciencia.
Y resucité al tercer día, para calmar la angustia de su prisa, y convertirla en paciencia, con mi presencia viva.
Y tuve la paciencia de quedarme para siempre en la Eucaristía, esperando que se unan conmigo en sacrificio, para darme como pan vivo bajado del Cielo.
Pero en el mundo hay mucha prisa, y el hombre no tiene tiempo para mí. Porque el tiempo es del hombre, pero mía es la eternidad.
Al menos tú ámame, amigo mío, no solo en tu tiempo, sino en mi eternidad. Vive sabiendo que eres mío, y que me perteneces cada momento, cada día, siempre. Y vive en la alegría de mi encuentro eternamente.
Sacerdote, amigo mío: tú fuiste llamado no solo por un tiempo, tú fuiste elegido para pertenecerme, para ser mío, desde siempre y para siempre, para configurarte conmigo, para ser uno conmigo, para seguirme cada día, muriendo al mundo y viviendo conmigo.
Es por medio del Espíritu Santo que me perteneces, al entregarte, al dejarlo actuar por ti, a través de ti.
No tengas prisa en querer ser como los hombres, ten la paciencia de ser como yo.
No has sido llamado a realizar un trabajo con horario establecido: has sido llamado a ser Sacerdote, Pastor, Apóstol, Discípulo, Pescador de hombres, Amigo mío, Cristo conmigo, de tiempo completo.
No te limites a configurarte conmigo solo en el altar o en los sacramentos. Porque los límites en el tiempo son de los hombres, la eternidad es de Dios y es infinita.
Cumple tu ministerio de tiempo completo, para que seas sacerdote santo, para que vivas mi eternidad desde ahora, cada momento, cada día. Porque es en tu tiempo que mueres al mundo, y es en mi eternidad que vives conmigo.
Siempre es tiempo de hacer el bien, porque el bien es mi eternidad.
Siempre es tiempo de amar, porque yo soy el amor.
Siempre es tiempo de estar alegre, porque yo siempre estoy contigo.
Siempre es tiempo de ser sacerdote, porque has sido llamado para siempre.
No permitas que el mundo te aparte de mí con el trabajo, y la actividad, y el quehacer.
Que en tu tiempo siempre esté yo como centro.
Que sea la oración nuestro lugar de encuentro.
Que sea tu soledad y tu silencio nuestro momento. Y que sea ese momento tu entrega.
Que sea tu entrega unión conmigo.
Que nuestra unión sea vida.
Que cada día de tu tiempo sea una oportunidad para que mueras al mundo y te configures conmigo, para que vivas mi eternidad.
Que vivas en tu tiempo la virtud con perfección, porque yo vivo en ti.
Que creas en tu tiempo en mí, porque soy un Dios vivo que entregó el Espíritu para morir por ti, para recuperarte a ti, para resucitar, para vivir contigo en tu tiempo y en mi eternidad.
Sacerdote, regresa a la amistad permanente conmigo. Recupera mi esencia y mi sabiduría, y tráeme almas para la gloria de Dios Padre, en unidad con Dios Hijo, por Dios Espíritu Santo, por todos los siglos».

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Madre mía: desde aquel día en que recibiste el anuncio del ángel, de que habías sido elegida para ser la Madre de Dios, tuviste mucha paciencia, esperando que se cumplieran los tiempos de Dios.
Esperaste con paciencia, como toda madre, durante tu embarazo, para que llegara el momento de dar a luz al que era la Luz del mundo.
Y después, durante la infancia, adolescencia y juventud de Jesús, lo veías crecer, con paciencia, hasta que llegara la hora establecida por el Padre para iniciar su vida pública.
La Sagrada Familia es modelo de perfección de la obra maestra de Dios, que es la familia. Tú y tu esposo José cuidaron y adoraron a su Hijo todo el tiempo, mientras trabajaban y cumplían con su deber, porque Jesús era la esencia y el motivo de su existencia, por quien han sido hechas todas las cosas.
Los últimos años fueron más difíciles, porque sabías lo que le esperaba a Jesús, y sufriste con paciencia cada paso de su entrega total, obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Te pido, Madre, que también me ayudes y me enseñes a cumplir el plan de Dios para mí, con paciencia y obediencia, aceptando todo lo que Él me pida, aunque piense que me falta el tiempo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: Jesús tuvo que aprender a ser hombre, y descubrir que también era Dios. Y en su infancia fue niño y fue Dios; y en su juventud fue joven y fue Dios; y en su madurez fue hombre y fue Dios.
Y tuvo que vivir sus desencantos y alegrías, virilidad y fortaleza, dominar sus pasiones y tentaciones.
Y aprendió a ser verdadero Dios y verdadero hombre.
De su padre la templanza, de su madre la dulzura.
De su padre la entrega, de su madre el servicio.
De su padre la fortaleza, de su madre el recogimiento.
De su padre la tenacidad, de su madre la perseverancia.
De su padre la alegría, de su madre el amor.
De su padre la esperanza, de su madre la caridad.
De su padre el donarse, de su madre el abandonarse.
De su padre el trabajo, de su madre la humildad.
De su padre la obediencia, de su madre la paciencia.
De su padre la palabra, de su madre el silencio.
De su padre el respeto, de su madre la fe.
Y juntos le dimos ejemplo, y en él la seguridad para crecer y creer, para dar y amar, para buscar y encontrar, para ofrecer y soportar, para entregar y amar.
Familia, unidad.
Y recuerden, hijos, que para orar siempre hay tiempo. Lo que falta es la disposición, el abandono y la entrega en el amor. Porque el encuentro, hijos, es de dos, y Él los amó primero.
Manténganse en oración con Él todo el tiempo, para que sean suyos toda la eternidad».

¡Muéstrate Madre, María!

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