16/12/2024

Lc 7, 11-17

EVANGELIO

Joven, yo te lo mando: Levántate.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 11-17  

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: “Joven, yo te lo mando: Levántate”. Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.

La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas. 

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17)

«El Señor es compasivo y misericordioso.

El hombre bueno se compadece ante el sufrimiento ajeno. Su corazón se inflama de deseo de ayudar, de participar, de consolar.

Especialmente ante las lágrimas de una madre por la muerte de un hijo, porque sabe que no hay dolor más grande.

Todo hombre que comete pecado grave debería compadecerse de su propia madre, que llora por el sufrimiento que le causa su muerte espiritual, y consolarla, acudiendo al sacramento de la confesión, para obtener el perdón de Dios que le renueva el alma y lo vuelve a la vida.

Contempla tú a María, la Madre de Dios, sosteniendo a su Hijo Jesucristo muerto entre sus brazos.

Mira sus benditas lágrimas, compadécete de ella, y pide perdón, porque Él murió por ti, para perdonar tus pecados.

Cree en la resurrección, y alégrate con ella, porque el mismo que padeció y murió en la cruz, que derramó su sangre hasta la última gota para pagar por tu rescate, ha vencido a la muerte, ha resucitado para darte vida.

Recibe la misericordia derramada de la cruz y el perdón del Hijo de Dios que, a través de la absolución de un sacerdote, te dice: “yo te lo mando, levántate”.

Y salta de contento, porque el Señor ha escuchado los ruegos de su Madre por ti y se ha compadecido de sus lágrimas.

Agradece, porque estabas muerto y has vuelto a la vida, estabas perdido y has sido encontrado».