16/12/2024

Lc 14, 15-24

EVANGELIO

El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.

Del santo Evangelio según san Lucas: 14, 1. 7-14 

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo, Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.

PREGONES (Reflexión del Santo Evangelio según san Lucas: 14, 1. 7-14)

«La humildad, en comunión con los miembros de la Iglesia, nos santifica. 

De la Virgen María aprendemos a humillarnos. Haciéndonos últimos es como nos parecemos a Ella, quien no fue reconocida, nadie sabía quién era realmente, mientras guardaba el tesoro más grande de Dios. 

Así debemos aprender a guardar y cuidar nuestros tesoros más grandes, que son la fe, la esperanza y la caridad, y aprender e imitar la vida de María, que en el silencio, en el servicio y en la humildad, se hacía última, siendo primera, porque llevaba en su vientre al Hijo de Dios.

Busca tú parecerte a la Madre de Dios, meditando como Ella todas las cosas en tu corazón, prestando tus servicios en lo oculto, pensando en los demás antes que en ti mismo, sirviendo todo el tiempo en el silencio, sin pretender brillar ante los demás, sino dejando que se vea en ti el brillo de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir; que siendo el primero se hizo el último, para que tú ocupes un lugar de honor en la mesa del Señor».